Comunidad vicenciana, comunidad para la misión

Comunidad vicenciana, comunidad para la misión

por Santiago Azcárate, C.M.

Visitador de Zaragoza

9.VI.2001

Introducción

Dada la especificación tan concreta del tema que se nos propone a cada uno, voy a centrarme directamente en el aspecto que me han marcado. Sólo de pasada voy a referirme a San Vicente o a parte de nuestra tradición, ya que supongo ello será objeto de tratamiento adecuado por parte de alguno de los que intervendrán.

Mi reflexión se centra en el tema “Comunidad vicenciana, comunidad para la misión”. Y se me sugiere como texto inspirador el nº 19 de nuestras Constituciones. Un número que básicamente hace tres afirmaciones fundamentales:

  • que la comunidad vicenciana es para la evangelización de los pobres;

  • que la comunidad vicenciana está ordenada a preparar la actividad apostólica, fomentarla y ayudarla constantemente;

  • que todos han de esforzarse, en comunión fraterna, por cumplir en renovación continua su misión común.

Comunidad y misión aparecen, pues, intrínsecamente unidas en este número de nuestras Constituciones. De manera que, desde el principio de lo normativo sobre la vida comunitaria, se establece con claridad que la comunidad es para la misión.

Se trata, en realidad, de una afirmación en sí misma redundante, ya que no puede haber comunidad cristiana que no sea al mismo tiempo comunidad misionera. Dice, en este orden, el Documento “La Vida fraterna en comunidad” (58) que: como el Espíritu Santo ungió a la Iglesia ya en el Cenáculo para enviarla a evangelizar al mundo, así también cada comunidad religiosa, como auténtica comunidad pneumática del Resucitado es, por su misma naturaleza, apostólica (...). Comunión y misión, añade, se compenetran y se implican mutuamente, hasta el punto de que la comunión representa la fuente y, al mismo tiempo, el fruto de la misión; la comunión es misionera y la misión es en orden a la comunión.

De hecho, la propia comunidad tiene en sí misma una significación misionera; ya que la misión que ha recibido de Cristo es la de realizar la comunión entre nosotros: En esto conocerán que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 35). Y sabemos muy bien que en la primitiva Iglesia fue el testimonio fraterno de la comunidad lo que provocaba la fe, de manera que el libro de los Hechos suele establecer una relación directa entre la unidad de los primeros cristianos y la adhesión de nuevos creyentes (Act 2, 44-47; 4, 32-33; 5, 12-14...). Se da, por lo tanto, una circularidad entre la comunidad y la misión: la comunidad es para la misión y la misión suscita comunidad.

1. Comunidad y misión en nuestra raíz vicenciana

Todo eso se ve de manera clara en la misma génesis de nuestra comunidad vicenciana. Nuestra Compañía nació como grupo apostólico. Fue la misión a las pobres gentes del campo la que suscitó la reunión de los primeros sacerdotes junto a Vicente de Paúl, de tal modo que el contrato de fundación del 17 de abril de 1625 subraya el carácter neta y prioritariamente apostólico de la comunidad [Se dediquen por entero y exclusivamente a la salvación del pueblo pobre, yendo de aldea en aldea (...), vivirán en común bajo la obediencia del señor de Paúl (...), estarán obligados a ir cada cinco años por todas las tierras de los señores fundadores (...)] Desde Folleville, experiencia que dio origen a todo este movimiento, la misión se había revelado como desproporcionada para el trabajo de uno solo, por lo que es precisa la asociación de unos cuantos sacerdotes en vistas a la misión. Y será esta misma misión la que acabe transformando esa sociedad de sacerdotes en comunidad apostólica.

No estamos, sin embargo, ante una comunidad meramente instrumental al servicio de una tarea; sino ante un grupo que, siguiendo el ejemplo de Cristo -Evangelizador en comunión con sus discípulos-, se asocia para misionar y mostrar tanto por su trabajo apostólico como por su estilo de vida que Dios ama a los pobres. En este sentido, no podemos olvidar que la misión se da más a un cuerpo constituido que a unas personas. La misión es confiada a la Congregación (C. 19) y después, a través de ella, a cada uno de los cohermanos. De ahí que no se pueda separar vida apostólica y vida comunitaria.

Hablamos, además, de comunidad para la misión porque lo que fue el horizonte de la vida de Cristo, la evangelización de los pobres como signo de la llegada del Reino, es lo que define y vertebra teologalmente a la comunidad vicenciana. De modo que la comunidad existe no sólo para la misión, sino por la misión. La misión es la que provoca el hecho de la convocación, hasta el punto de que tanto en tiempo de San Vicente como ahora es la evangelización de los pobres la que atrae personas a la Comunidad; siendo la común perspectiva misionera la que estimula a la vez el afecto personal y el ardor evangelizador, la comunión de vida y el servicio apostólico.

2. Elementos de una comunidad vicenciana para la misión

Dado que lo que se nos pide no es una conferencia, sino una presentación del tema, no interesa ahora teorizar sobre esa mutua implicación entre comunidad y misión, sino presentar algunos de los elementos que hoy hemos de tener en cuenta a la hora de definir el carácter misionero de nuestra comunidad. Y se me ocurre apuntar los siguientes:

a) Conciencia viva y comprometida del momento que vive

Una comunidad misionera no puede ni refugiarse en la nostalgia del pasado ni perderse en una ensoñación del futuro. Una comunidad misionera tiene que ser muy consciente de la realidad en la que vive; y eso implica conocerla, estudiarla y amarla. Hoy concretamente es muy distinta la sociedad que nos acoge de aquella otra en la que creció la mayoría: es una sociedad en continuo proceso de cambio, pluralista, secular, globalizada, con graves problemas sociales... todo lo cual influye decisivamente en nuestra forma de entender y vivir la vida comunitaria. Todo esto hace necesario que tomemos conciencia de nuestra situación y nos acostumbremos a distinguir; porque quien no distingue, confunde. Y, a veces, seguimos confundiendo en la comunidad demasiadas cosas: la pobreza evangélica con la economía, la unidad con la uniformidad, la fidelidad con la costumbre, la paz con el orden, la obediencia con la sumisión, la contemplación con la evasión, el estar unidos con el estar juntos, el celo apostólico con el activismo, la oración con los rezos, la personalidad con el individualismo, la sinceridad con la espontaneidad, la prudencia con la cobardía, la autoridad con el autoritarismo, la comprensión con la permisividad, la responsabilidad con la preocupación, la libertad con la independencia, la autonomía con el desinterés... Y no es lo mismo afrontar la constitución de una comunidad misionera desde uno u otro de esos polos. ¿Cómo superar toda esa confusión?... Percibiendo la magnitud de los cambios actuales, dejándose afectar por ellos y afrontándolos con seriedad: situándonos en la raíz de la vida comunitaria misionera que es Cristo-Evangelizador. Y desde Él mirar el mundo presente con realismo y con esperanza. Y desde ahí situar a la comunidad.

b) Fe radical e identidad carismática bien definida

Superado un tipo de sociedad en el que el discurso de la fe era generalmente aceptado y en el que el propio ambiente arropaba las opciones creyentes, hoy hemos de ejercitar nuestro ministerio misionero en un medio indiferente a la vez que saturado de ofertas religiosas dispares. Ello comporta el cultivo de una fe personal, que ahonde en la experiencia de Dios y descubra en Cristo la razón vital de la existencia. Lo cual recaba un tipo de comunidad que facilite esa experiencia religiosa tanto a través del encuentro con Cristo en la oración como a través del encuentro con Cristo en el hermano. Sin una fe radicalmente experimentada, personalmente asumida y maduramente afirmada no es posible hoy una vida comunitaria misionera.

Por otra parte, y dada la conformación de comunidades cada vez más heterogéneas en relación a los ministerios (convive en una misma casa la dedicación a parroquias, cárcel, hospital, educación...), es determinante la consecución de una identidad carismática bien definida. Si la mayor parte de las incitaciones le vienen al misionero de fuera de la comunidad y los estímulos necesarios también se encuentran afuera, es preciso que el nervio y el espíritu de identidad y pertenencia se cultiven con esmero para evitar la dispersión u otras pertenencias. No prestaríamos nuestro verdadero servicio a la Iglesia y a los pobres si diluyéramos nuestro espíritu en un genérico referente al Evangelio o lo envolviéramos con unos rasgos que no son los nuestros.

c) Comunidad más carismática que institucional

Una comunidad vicenciana misionera no puede quedar atrapada en los usos institucionales que le vienen dados del pasado, sino que se ha de apoyar en el carisma para diseñar de continuo su presencia y redefinir sus estrategias. No ha de dar por supuesto que se ha de hacer lo de siempre con la sola condición de cambiar las formas. Ni ha de pretender a toda costa salvaguardar las obras recibidas, aún a riesgo de quemar a tantos compañeros. La pregunta determinante no ha de ser ¿cómo mantener las estructuras heredadas o los hábitos institucionales conocidos?, sino ¿cómo ser testigos del Señor Jesús hoy?, ¿cómo vertebrar aquí y ahora el seguimiento de Cristo-Evangelizador de los pobres? Lo importante para una comunidad misionera es visualizar lo específico de su identidad: recrear en cada momento el método adecuado para hacer presente a Cristo-Evangelizador entre los pobres. Y ello implica fiarse más del espíritu que de la organización, preocuparse más por la fidelidad al carisma que por la observancia regular de un orden establecido, acentuar más los dinamismos espirituales que los medios prácticos. Esto comporta para la comunidad una constante actitud de discernimiento en el Señor. Hablar de comunidad para la misión equivale a hablar de comunidad en discernimiento, ya que sin ese discernimiento apostólico de la misión no existen garantías evangélicas de encontrar la voluntad de Dios ni de realizarla. A tratar de descubrir lo que quiere el Señor está citada, por tanto, toda la comunidad. Y esto supone buscar la voluntad de Dios desde Él, no desde mí; buscar el tener mociones, y no sólo razones; escuchar la percepción espiritual de todos y cada uno; intentar mantener la unidad del grupo tanto en el proceso del discernir como en el de ejecutar. Precisamente desde ese discernimiento en común será más fácil superar la tensión tantas veces planteada entre fidelidad a la comunidad o fidelidad a la misión. Porque es en la comunidad donde se busca la voluntad de Dios y es en la misión donde esa voluntad se encuentra. Y es la comunidad la que se dispone para la misión y es la misión la que conforma a la comunidad.

d) Dotada de una estructura participativa, corresponsable, de comunicación

Llamada a preparar la actividad apostólica, fomentarla y ayudarla constantemente, la comunidad vicenciana ha de buscar la aportación de todos a la misión común. Es primordial, en este sentido, crear auténtica conciencia de que la misión es única, que pertenece a la comunidad y que recaba la aportación de todos. Que no valen, por tanto, los compartimentos estancos, ni los campos de trabajo individuales al margen del grupo, sino que hay una misión dada a la comunidad, que se aborda desde las aptitudes personales y que compromete a todos en una actitud de corresponsabilidad y de participación. Esto reclama en muchos de nosotros un cambio de mentalidad y de comportamientos. Reclama dotarse de una real eclesiología de comunión y estar continuamente abierto al diálogo y a la comunicación. E implica mucha transparencia, información, cercanía, mutua ayuda, intercambio, reparto de responsabilidades, auténtica participación de todos en el proceso de toma de decisiones. No se puede apelar a una misión que es de todos si se acapara la responsabilidad y se trata de manera infantil a los compañeros. No se puede hablar de comunidad misionera si no hay una participación madura de todos en el entramado de la misión. Es preciso, por eso, interesar a todos en la tarea de la comunidad, repartir las responsabilidades, arbitrar los medios de participación en el planteamiento y acción de la vida comunitaria y misionera y facilitar la comunicación y el diálogo. Todo esto se ha de plasmar en la elaboración comunitaria de un Proyecto bien definido. Proyecto que parta de la búsqueda en común de la voluntad de Dios sobre el grupo; proyecto que ponga a la comunidad en trance de misión desde la vocación compartida y el análisis de la realidad; proyecto que se ejecuta y evalúa de continuo más desde el sentido misionero que lo anima que desde la materialización práctica de sus contenidos. Y es que más importante que lo que se hace es el cómo se hace; de ahí la necesaria búsqueda de un estilo de vida menos instalado y más ágil, menos cómodo y más sobrio, menos rutinario y más imaginativo, menos seguro y más comprometido.

e) Comunidad abierta

El protagonismo de todo creyente en la vida de la Iglesia, como razón principal, y la debilidad en muchos casos de nuestros recursos humanos hacen necesaria la configuración de unas comunidades abiertas. Ni por eclesiología ni por realismo puede ya recaer sobre los miembros de la comunidad la responsabilidad exclusiva de la misión. Hoy es necesaria la colaboración de todos para poder llevar adelante el compromiso comunitario. Y esto implica comunidades abiertas que sepan enriquecerse con la aportación de otras personas. Comunidades abiertas, capaces de compartir oración, convivencia, trabajo y vida con otros cristianos acordes con nuestro carisma. Las posibilidades abiertas por el Superior General para asociar grupos y personas a la Congregación de la Misión (Cfr. Vincentiana 43 (1999) 111-125) habrían de ser aprovechadas desde la creatividad y el realismo para dotar de mayor vigor a nuestras comunidades y dar mayor consistencia a nuestra misión. Todo esto, claro está, hace imprescindible un estilo no sacralizado de vida (no conventual).

Pero la apertura conlleva al mismo tiempo un disponerse para la colaboración con los laicos en la acción misionera. Todos ellos son hoy corresponsables de la vida y misión de la Iglesia. Nuestro trabajo con ellos, dice el documento “La vida fraterna en comunidad” (70) aparece como un ejemplo de comunión eclesial y, al mismo tiempo, potencia las energías apostólicas para la evangelización del mundo. Y añade el mismo Documento que la colaboración y el intercambio de dones se hace más intenso cuando grupos de seglares participan por vocación, y del modo que les es propio, dentro de la misma familia espiritual, en el carisma y en la misión del Instituto. En este contexto, gozamos nosotros de la amplia Familia Vicenciana para cooperar con ella en el servicio evangelizador de los pobres. Las convicciones y los compromisos de nuestra última Asamblea General orientan muy bien en el sentido de esa cooperación. Habrá de ser, pues, objetivo principal de cada comunidad buscar con grupos de la Familia Vicenciana una entrega más fiel a una misión que nos es común.

f) Inserta en el mundo de los pobres

Siendo la evangelización de los pobres el elemento determinante del origen de nuestra comunidad en la Iglesia, ha de ser también la evangelización de los pobres el elemento determinante de todo planteamiento comunitario. El ya varias veces citado documento sobre La vida fraterna en comunidad habla en su número 63 de las comunidades de inserción, que son una de las expresiones de la opción evangélica preferencial y solidaria por los pobres con el fin de acompañarlos en un proceso de liberación integral, y que son también un fruto del deseo de descubrir a Cristo pobre en el hermano marginado, para servirle y configurarse con Él. Esa opción por los pobres a la que se alude no es en nosotros preferencial, sino exclusiva; por lo que nuestras comunidades vicencianas habrán de buscar la mayor inserción posible en el mundo de los pobres con el fin de hacerles presente de manera más clara el amor de Cristo que redime y libera.

Esto supone para nosotros tres desafíos concretos: el de la presencia, el de la solidaridad y el de la creatividad. Presencia, porque el lugar específico nuestro es, como el de Cristo, los pobres. Dios cita a la comunidad vicenciana allí donde viven los pobres, lo cual lleva a replantear constantemente la ubicación de las comunidades y a repensar el sentido de las que no están entre los pobres. Solidaridad, para poner medios y personas al servicio de los pobres, abriéndose a la cooperación con otras entidades y grupos. Y todo ello al estilo de Cristo, que quiso adentrarse en el mundo no por el camino de la prepotencia, sino del servicio. Y creatividad para hacer efectivo el Evangelio de palabra (transmitiendo experiencia de Dios) y de obra (transformando la realidad). Creatividad que no significa espontaneidad, ni ruptura con lo anterior, ni toma de decisiones a la ligera. Creatividad que supone preparación, capacidad para aportar personas y comunidades vocacionalmente comprometidas, con adecuada formación específica y con decidido soporte institucional.

Concebida la comunidad vicenciana para la evangelización de los pobres, es precisamente este aspecto de la inserción entre ellos el que ha de determinar tanto el establecimiento de una comunidad como su propia dinámica interna.

g) Dotada de una autoridad de animación-servicio

Importante es en la comunidad vicenciana la figura del superior, figura que en otro tiempo ha determinado sobremanera la vida comunitaria. Si hoy queremos destacar la esencia misionera de la comunidad vicenciana y la situamos por eso, no en la línea del orden, el horario y la disciplina, sino en la línea de la apertura, la colaboración con los laicos, la inserción en el mundo de los pobres o la corresponsabilidad, habremos de entender la función del superior en la dirección de la animación y del servicio. En realidad, toda autoridad evangélica está marcada por la acción de servir, de acuerdo con el principio cristológico sobre la autoridad enunciado en el capítulo 10 de San Marcos: El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir. De ahí que en una comunidad entendida como comunión de hermanos con una misma vocación y para una misma misión, el servicio de la autoridad no puede ser ni superior, ni dirigente, ni coordinador, ni gobernante, sino animador de un mismo espíritu y una común misión.

Esto implica un talante participativo que fomenta las relaciones entre los hermanos, que distribuye el liderazgo, que estimula y corresponsabiliza. Ello lleva a la proposición de unas opciones de creatividad, de apertura a la misión, de diseño de procesos, de planificación de proyectos. Y ello requiere unas actitudes de amor a Cristo y a los pobres, de humildad y servicio, de generosidad y testimonio.

Y todo esto pensado, analizado y proyectado en función de la misión. La autoridad está al servicio de la comunidad. La comunidad está al servicio de la misión. La autoridad, por lo tanto, ha de enfocar todo su servicio de animación comunitaria con vistas a la misión. Aunque han variado las circunstancias, y las culturas, y los tiempos, y las personas, la misión sigue siendo la misma de siempre: la evangelización de los pobres. Luego desde esa misión, quien ostenta la autoridad habrá de impulsar la novedad y el cambio, la creatividad y la encarnación entre los desheredados.

3. Actualidad y vigor de la comunidad vicenciana para la misión

Toda esta capacidad de la comunidad vicenciana habríamos de asumirla con seriedad y con vigor por el bien de los pobres a los que queremos evangelizar, y también por el potencial atractivo que ha de encerrar para los jóvenes de hoy. Es verdad que con frecuencia tienen ellos pavor al compromiso definitivo, perciben a la Iglesia como irrelevante, critican su moral como desfasada y desconocen su compromiso con los graves problemas del mundo (la pobreza, el racismo, la ecología, la droga...) Pero también es verdad que muchos de ellos buscan proyectos sugerentes, con altos niveles de exigencia, que refuercen la cohesión interna de un grupo, comprometidos con las grandes causas del hombre, capaces de dar sentido a una vida.

Parece cierto que ha disminuido entre los jóvenes la predisposición a opciones prolongadas, ¿pero ha disminuido también la predisposición a proyectos de transformación interior del hombre? Probablemente, no. Lo que ocurre es que al proyecto vocacional clásico (sacerdotes o religiosos) hoy le han salido muchos competidores, muchos “misioneros laicos”: trabajadores sociales, psicólogos, médicos, educadores en el tiempo libre... Y en este “mercado abierto” de la salvación del hombre rige la “ley de la oferta y la demanda”: mucha oferta hoy y escasa demanda. Y rige, sobre todo, la ley de la calidad del producto: la oferta de mayor calidad se lleva al consumidor.

¿No es aquí donde entra nuestro proyecto: Jesús como Modelo y la evangelización de los pobres como “profesión”? Nuestro espíritu vicenciano es un espíritu de servicio a los pobres: un espíritu, por tanto, de solidaridad, de fraternidad, de igualdad, de vida. Un espíritu muy actual. Afiancémonos, por eso, en lo que constituye nuestra identidad. ¿Hay un proyecto más audaz que el del Evangelio? ¿Hay un compromiso más radical que el de Cristo? ¿Hay un espíritu más actual que el de san Vicente?... Pues audaz, radical y actual es nuestro proyecto porque evangélica, cristiana y vicenciana es nuestra identidad. Luego, vivamos con vigor lo que vocacionalmente somos... Y tendremos ahí una oferta de calidad y un proyecto serio para quienes buscan no vivir en vano.

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