El Jubileo en el pensamiento de San Vicente

EL JUBILEO EN EL PENSAMIENTO DE SAN VICENTE

por Antonio Orcajo, C.M.

Provincia de Madrid

No hay cristiano con deseo sincero de convertirse al Evangelio que no experimente un gozo profundo ante la proximidad del Gran Jubileo del año 2.000. Incluso las pequeñas comunidades, surgidas en el tiempo para el servicio de la Iglesia y del mundo, se apresuran a celebrar con ilusión el paso del segundo al tercer milenio. Todos los de corazón sincero han recibido agradecidos no sólo la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente (TMA) del papa Juan Pablo II, publicada el 10 de noviembre de 1994, sino otras muchas de sus instrucciones referentes al Año Santo, tratando de mejorar su vida ante tan relevante acontecimiento.

Por doquier nos llegan noticias de la Familia Vicenciana, desde los lugares más recónditos del mundo, sobre los trabajos que los Misioneros tienen programados para conmemorar la inminente Fiesta Jubilar. No pocos de nuestros cohermanos han echado ya mano de las enseñanzas de san Vicente de Paúl para lucrarse ellos mismos y las comunidades cristianas que presiden de la gracia del Año Santo, a ejemplo de su fundador. Si recorremos la obra literaria de san Vicente no es difícil extractar su pensamiento en torno al tema del Jubileo, sobre todo partiendo de los trabajos ya realizados sobre el mismo asunto y que, en parte, reproducimos casi al pie de la letra en la revista Vincentiana.

1. “Yo he conocido varios jubileos”

Por medio de la correspondencia y conferencias de san Vicente tenemos conocimiento de los Jubileos celebrados en su tiempo. El Santo alude a los correspondientes a 1634, 1636, 1641, 1645, 1648, 1653 y 1656. De éstos merecen nuestra atención tres principales: los convocados en 1641, 1653 y 1656 por Urbano VIII (1623-1644), Inocencio X (1644-1655) y Alejandro VII (1655-1667), respectivamente. El 17 de abril de 1653, Vicente de Paúl hacía esta confesión delante de las Hijas de la Caridad: “Yo he conocido varios Jubileos, pero quizás no les he ganado nunca”. En cuanto a lo primero no cabe la menor duda. Lo que no consta es que no ganara ninguno. El “quizás” del Santo nos obliga a suspender nuestro juicio, aunque, dado su gran amor a Jesucristo evangelizador de los pobres, con quien deseaba identificarse, nos inclina a pensar que sí ganara alguno. Pero esto sólo Dios lo sabe y no hay por qué gastar tinta en más especulaciones. En octubre de 1641 escribe a Luisa de Marillac: “Me he propuesto hacer un pequeño retiro para el Jubileo, y lo he comenzado hoy. Me encomiendo a sus oraciones”. Ello demuestra el cuidado que ponía en alcanzar la remisión de la culpa y de la pena temporal merecida por sus pecados.

Aparte su disposición personal, es indiscutible el afán que manifestaba en que otros -los Misioneros, las Hijas de la Caridad y el pueblo sencillo- se prepararan también a recibir debidamente los dones de ese Tiempo de Gracia o Año Santo. Son muchas las comunicaciones que dirige a sus compañeros, en plan informativo, sobre los actos extraordinarios, habidos en la comunidad y fuera de ella, con motivo de los Jubileos. En la carta recién citada, añade al final: "Después del retiro hablaremos de la manera como podrán ganar el Jubileo ellas (las hermanas) y usted también".

Algunas noticias que nos transmite son de alcance nacional y concuerdan con la historia de Francia del siglo XVII. Dice, por ejemplo, en la conferencia a las Hijas de la Caridad, del 17 de abril de 1653: “El rey mismo hace esas estaciones a pie. La reina hace lo que puede; dice: soy anciana, no puedo hacer todo el camino a pie". El dato concuerda con las afirmaciones de algunos historiadores: “Las indulgencias jubilares interesaban particularmente a la masa de los fieles, encabezados por los Soberanos. Ana de Austria era muy asidua a los jubileos; y Luis XIV participaba en ellos sin disimulo ni ocultamiento, con regularidad y fervor”.

El esmero de san Vicente por catequizar a los fieles salta a la vista, además de sus excelentes cualidades de que estaba dotado para instruir y enfervorizar a las gentes. Tras haber explicado las condiciones para ganar el Jubileo, pregunta a una Hermana con sentido del humor: “Usted, hermana, que es tan joven; vamos a ver qué es lo que sabe. ¿Cuántos males hay en el pecado mortal?”. La Hermana contestó correctamente, lo mismo que a las once preguntas que se sucedieron a continuación. El Sr. Vicente no pudo, al final, contener su gozo al comprobar la buena memoria de aquella aldeana, dispuesta a todo con tal de ganar el Jubileo.

2. “Muchos hablan de Jubileo sin saber lo que es”

Ayer como hoy, el término Jubileo está en boca de muchos, pero son pocos los que conocen su verdadero significado y origen histórico. Como era de esperar, la doctrina expuesta tanto en la TMA como en las catequesis de san Vicente coincide sustancialmente; sólo se diferencia en pequeños detalles, sobre todo en lo tocante a las indulgencias, que el paso de los tiempos ha ido imponiendo. Existe, en efecto, una tradición doctrinal ininterrumpida acerca de los Jubileos, desde el primero en el año 1300 convocado por Bonifacio VIII hasta el último en 1983 (año santo extraordinario para el 1950 aniversario de la muerte y resurrección de Cristo) convocado por Juan Pablo II.

Sigue en pie la constatación de nuestro Santo: "Muchos hablan de jubileo sin saber lo que es". De aquí nace su interés en formar bien a todos en lo referente a las celebraciones jubilares. Las conferencias que mejor condensan su pensamiento sobre el Jubileo fueron pronunciadas ante las Hijas de la Caridad: (cf. Confer. del 15 de octubre de 1641, la del 17 de abril de 1653 y la del 14 de diciembre de 1656). A estas conferencias remitimos al lector que desee conocer numerosas noticias que no aparecen aquí comentadas.

San Vicente parte, en sus catequesis, del significado del término `Jubileo' y explica que “esa palabra quiere decir gozo y júbilo; y año de jubileo quiere decir año de regocijo”. En realidad, Jubileo se deriva de la palabra hebrea "jobhel", que significa cuerno. Y es que el comienzo del año jubilar, que se repetía cada cincuenta años, se anunciaba con el sonido de un cuerno de carnero, como puede comprobarse en el Antiguo Testamento (cf. Lv 25).

Explicado y entendido perfectamente el vocablo en cuestión, san Vicente procede, mediante preguntas y respuestas, a aclarar que el Jubileo constituye un tiempo extraordinario de gracia, de perdón y de bendición, una ocasión propicia para la conversión de todos los fieles, y para nosotros en particular un motivo más de “entrega completa a Dios”, y un estímulo para vivir consagrados a la caridad y al servicio de los pobres. Al Santo no le faltó destreza para marcar las diferencias entre los Jubileos del Antiguo Testamento y los convocados por los Pontífices de Roma.

3. “Tened la intención de convertiros en este Jubileo”

El tema de la conversión y penitencia envuelve el conjunto de las enseñanzas vicencianas en torno a las celebraciones jubilares. Se trata, en efecto, de no cometer pecados en adelante -sentido negativo de la conversión- y de revestirse del espíritu de Jesucristo -sentido positivo-. De acuerdo con la definición agustiniana de pecado, la conversión consiste en "volver a Dios, dejando las criaturas" que nos habían apartado de Él, con verdadero propósito de permanecer siempre unido al Señor. Con otras palabras, se trata, con ocasión del Jubileo, "de que todos los cristianos, de ahora en adelante, te sirvan, Salvador de nuestras almas, con fidelidad, que todas las comunidades vivan en la perfección que tú quieres de ellas".

Al tocar el punto de la perfección querida por Dios para un Misionero o una Hija de la Caridad, san Vicente acude rápido a la urgencia de renovarse en el "espíritu proprio" de la comunidad conformado por las virtudes específicas. El 14 de junio de 1656 escribe a un sacerdote de su Congregación exhortándole a hablar con sencillez, en vista de los buenos resultados que había producido la predicación sencilla de unos jesuitas sobre el Jubileo: “Espero que ese ejemplo nos confirmará en la práctica de no hablar jamás en público y en privado más que con sencillez, humildad y caridad”. Este consejo es como una gota de agua que se pierde en el mar inmenso de las exhortaciones sobre la práctica de las virtudes que constituyen el espíritu de la comunidad misionera.

A juicio de Vicente no basta llevar el nombre de Misioneros o de Hijas de la Caridad, sino que se requiere ofrecer signos convincentes de vida. “Tened la intención en este Jubileo -decía a las hermanas- de convertiros verdaderamente en Hijas de la Caridad; porque no basta con ser Hijas de la Caridad de nombre. Hay que serlo de verdad”. Y más tarde, redundando en el tema del espíritu de la Compañía: “En este tiempo es cuando las Hijas de la Caridad tienen que pedirle al Señor las tres hermosas virtudes que componen su espíritu: la caridad, la humildad y la sencillez”.

Según el Santo, el proceso de conversión lleva necesariamente a un fortalecimiento en las virtudes teologales y en la práctica de la oración. ¿Qué quiere decir, si no, cuando invita a dejarse guiar por el Espíritu, “para gozar de la libertad de los hijos de Dios”, viviendo “esas hermosas virtudes que son los tesoros de los cristianos y como los soles que iluminan nuestras almas?”.

En particular, la caridad para con Dios y con los hombres es condición indispensable para ganar el Jubileo. Volviendo de nuevo al espíritu de la comunidad, san Vicente advierte que nada hay tan contrario al designio de Dios como las faltas contra la caridad, llámense murmuración, egoísmo o animosidad de unos contra otros. La caridad tiene además una dimensión penitencial que se cumple con la limosna: “Se dice que hay que dar limosna... La Compañía dará por todas en general, ya que sois pobres... En nuestra casa (de san Lázaro) lo hemos ordenado así”.

Si pasamos al campo de la oración, las exhortaciones de san Vicente a ser fieles a la cita con el Señor durante el tiempo jubilar se repiten a cada paso. Según sean las razones que hayan movido al Pontífice de Roma a proclamar el Jubileo, así habrá que pedir en la oración “por sus intenciones, por la conversión de los pecadores, por la santificación del clero, por la purificación de tantas herejías como afligen a la Iglesia desde hace trescientos años, por la paz, por el rey y la reina y por todo el pueblo, y sobre todo para que cese el azote de la peste”. No hay bien o mal de la sociedad civil y eclesial que no suscite una plegaria de agradecimiento o de misericordia al Señor.

Finalmente, san Vicente se detiene en explicar las condiciones para ganar el Jubileo, tales como confesarse, comulgar, visitar las estaciones señaladas en cada caso, dar limosna y pedir por las necesidades de la Iglesia e intenciones del Santo Padre. Si dichas condiciones se cumplen con espíritu de verdadera conversión, se obtiene el perdón de las culpas y la remisión de las penas temporales. Gracia tan extraordinaria es concedida en virtud de la comunión de los santos, cuyos tesoros depositados en la Iglesia, se aplican a los creyentes: méritos de la vida, pasión y muerte de Cristo, de la Virgen María y de todos los santos. En dicha fe descansa la concesión de indulgencias.

4. “La apertura del Jubileo dará bastante quehacer a nuestros padres”

Tal vez lo que más sorprenda en san Vicente, en relación con los Jubileos, sea el gozo insistente con que comunica a sus compañeros la labor de las misiones a la que tendrán que dedicarse durante este "tiempo de gracia" y cómo deben aprovecharlo para evangelizar a los pobres. El gozo proviene de la satisfacción de dar cumplimiento al fin por el que ha nacido la Congregación de la Misión. Por citar alguna de sus numerosas comunicaciones, valgan las siguientes.

La primera, muy significativa porque afecta a su propia persona, está dirigida a la duquesa de Aiguillon, preocupada por la salud del Sr. Vicente, dispuesto a ir a la misión de Sévran, pese a sus setenta y dos años y a su delicada salud. En la carta, fechada el 14 de mayo de 1653, suplica a la duquesa que le presente sus excusas ante la asamblea que van a celebrar, a la que no podrá asistir, porque “me parece que ofendería a Dios si no hiciera todo lo posible por las pobres gentes del campo en este Jubileo”.

Luis Abelly, primer biógrafo del Sr. Vicente, refiriéndose a esta misión, comenta: "Aún fue de misiones el tiempo de un Jubileo, y trabajó en él con grandísimo fruto, y una maravillosa edificación de todos los que veían a aquel santo anciano, en edad tan avanzada y entre tantos achaques, dedicarse con celo a catequizar, predicar, confesar y consagrarse a otros actos parecidos".

El mismo Abelly hace notar, con ocasión del Jubileo nacional concedido a Francia en 1648, que los primeros Misioneros enviados a Madagascar, Nacquart y Gondrée, se dedicaron durante la navegación "a preparar a los que estaban en el barco, en número de ciento veinte personas, con las confesiones generales a participar de las gracias e indulgencias del Jubileo". Llegados ya a la isla, "uno de sus primeros trabajos fue dedicarse a procurar el bien espiritual de los franceses y a prepararlos para ganar el Jubileo que les habían llevado desde Francia".

Años y días más tarde, el 17 de marzo de 1656, con ocasión de otro Jubileo, escribe al P. Ozenne, superior de los sacerdotes de la Misión en Varsovia: “El Jubileo se abrirá pronto en París. Dios nos ha concedido un medio para atraer a los pueblos a nuestras misiones”. Digamos de paso que Varsovia se adelantó a París en la celebración jubilar convocada por Alejandro VII en 1656, apenas ascendió al pontificado. También en Túnez, antes que en París lo hiciera su arzobispo, Juan Le Vacher había publicado el mismo Jubileo, a fin de que los cautivos pudieran ganarlo.

Poco más tarde de la carta dirigida a Ozenne, el Fundador de la Misión escribirá al P. Juan Martin, el 14 de abril del mismo año 1656: “Nuestros sacerdotes no han dejado de acudir a tres misiones al mismo tiempo y de prepararse para otros sitios, con ocasión del Jubileo”. Pasado el año 1656, escribe al P. Get, superior de Marsella, el 9 de febrero de 1657: “El Jubileo que se celebra en Toulon está preparando trabajo para el P. Huguier, y a usted le ofrece ocasión de ir a allá o de enviarle a alguien para disponer a los forzados de la galera a que lo ganen, tal como él se lo pidió”. Al fin de cuentas se cumplieron los pronósticos que el Santo había adelantado al P. Cruoly, al comienzo del año 1656: “Va a hacerse en esta diócesis la apertura del Jubileo, que dará bastante quehacer a nuestros padres, ya que tendrán que ir al campo para preparar a las pobres gentes”.

Pesaba tanto en la conciencia de san Vicente la celebración de un Año Jubilar que no tenía inconveniente en hacer excepciones a la regla general de no predicar en las ciudades donde hubiera obispado, como ordenaban el Contrato de fundación de la Misión y la Bula de aprobación pontificia de la C.M. El 3 de mayo de 1656 escribía al P. Dupont: “Puede usted predicar en Tréguier, ya que lo manda el señor Obispo y se trata además solamente de ocho días y con ocasión del Jubileo, que es algo extraordinario. Estas circunstancias son muy considerables para no conceder cierta excepción a la regla general”.

En todas estas declaraciones subyace una convicción que explica el carisma del Fundador y de su Congregación, puesto de manifiesto en tiempo de celebraciones jubilares: la evangelización de los pobres al estilo de Jesús de Nazaret, enviado del Padre y ungido por el Espíritu para la misión salvadora del mundo. Totalmente de acuerdo con lo que tres siglos después subrayará la TMA de Juan Pablo II, podía haber dicho también él: "Todos los Jubileos hacen referencia al "tiempo de gracia" y a la misión mesiánica de Cristo… Es él quien anuncia la buena noticia a los pobres. Es él quien trae la libertad a los esclavos, libera a los oprimidos, devuelve la vista a los ciegos (cf. Mt 11, 4-5; Lc 7, 22). De este modo realiza 'un año de gracia del Señor', que anuncia no sólo con las palabras, sino ante todo con sus obras. El Jubileo, 'año de gracia del Señor', es una característica de la actividad de Jesús y no sólo la definición cronológica de un cierto aniversario".

Si el año jubilar es un tiempo de gozo, como señala san Vicente, “no podemos asegurar mejor nuestra felicidad eterna que viviendo y muriendo en el servicio de los pobres, en brazos de la Providencia y en una renuncia actual a nosotros mismos para seguir a Jesucristo”. Estas palabras escritas a Juan Barreau, cónsul de Francia en Argel, en circunstancias distintas de un Jubileo, compendian el pensamiento de san Vicente en torno a la alegría que se experimenta en el ejercicio de la vocación misionera, que tiene como campo principal de operaciones las misiones populares y "ad gentes".

Ciertamente, los campos de evangelización de los Misioneros son amplios y variados, aunque las misiones sigan siendo hoy su parcela preferida. El recuerdo del Areópago de Atenas, donde predicó san Pablo, suscita otros nuevos "areópagos" donde los Misioneros pueden desplegar su celo. En efecto, como dice la TMA: "Hoy son muchos los areópagos, y bastante diversos: son los grandes campos de la civilización moderna y de la cultura, de la política y de la economía. Cuanto más se aleja Occidente de sus raíces cristianas, más se convierte en campo de misión, en la forma de variados areópagos".

5. “Santísima Virgen,... alcánzanos esta gracia”

Las alusiones vicencianas a María, con ocasión de los Jubileos, son más implícitas que explícitas. Salvo en la conferencia del 14 de diciembre de 1656, el recuerdo de María pasa casi desapercibido. A diferencia de otras enseñanzas del Santo en las que la Madre de Dios y nuestra es presentada como ejemplo admirable de discípula de Jesús, aquí sólo es contemplada en dos instantáneas. La primera, al explicar el punto de los obstáculos que dificultan la adquisición de la gracia jubilar, señala que el deseo de tener comodidades no nos permite “experimentar la pobreza del Señor y de la Santísima Virgen”. Esta referencia a María, pobre, es poco relevante.

En cambio, la invocación a la Santísima Virgen, al final de la misma conferencia, es algo más significativa porque realza el poder intercesor de la Madre de Dios, además de declararla Madre de la Compañía: “Santísima Virgen, tú que eres la madre de la Compañía, alcánzanos esta gracia de tu Hijo y la paz en la Iglesia”. En esta ocasión, nuestro conferenciante no necesitó dar más explicaciones. La sala había comprendido perfectamente que la gracia pedida no era otra que la del Jubileo, gracia que la Virgen María, Mediadora y Reina de la paz, alcanza para todos de la omnipotencia de su Hijo.

Lo escrito hasta aquí, aunque breve, resulta suficientemente indicativo del comportamiento de san Vicente ante los Jubileos. En particular sus instrucciones sobre la necesidad de revitalizar el espíritu y los ministerios propios de la comunidad son de plena actualidad. Se me antoja pensar que no aconsejaría de otra manera a sus amigos que procuran ganar el Gran Jubileo del año 2000.

Cf. Orcajo, A., El Gran Jubileo del año 2.000 y los Jubileos en tiempo de san Vicente, Anales C.M., n° 3, mayo-junio 1997, pp. 232-244.

SVP. IX, 610 / IX, 549 (En todas las citas, la segunda referencia corresponde a la edición española).

SVP. II, 191 / II, 161.

Ibid.

SVP. IX, 621 / IX, 559.

Feuillas,M.: Jubilé, en Dict. du Grand Siècle, Fayard 1990.

SVP. IX, 618 / IX, 556.

SVP. IX, 609 / IX, 549.

SVP. IX, 47. 610-611; X, 229 / IX, 62. 550. 832.

Cf. SVP. IX, 46-52 / IX, 61-66.

SVP. X, 242 / IX, 843.

SVP. V, 632 / V, 597.

SVP. IX, 49 / IX, 64.

SVP. IX, 621 / IX, 559-560.

SVP. IX, 611 / IX, 551.

Cf. SVP. X, 238 / IX, 840.

SVP. X, 237 / IX, 839.

SVP. X, 234. 237 / IX, 836. 838.

SVP. IV, 586-587 / IV, 546

Abelly, L., Vida del Venerable Siervo de Dios Vicente de Paúl, Edit. CEME, Salamanca 1994, p. 616.

Id., p. 335. 338.

SVP. V, 571 / V, 543.

Cf. SVP. XI, 321 / XI, 217.

SVP. V, 595; cf. VI, 150. 152 / V, 564; cf. VI, 144. 146.

SVP. VI, 179 / VI, 171-172.

SVP. V, 574 / V, 546.

SVP. V, 605 / V, 573.

Juan Pablo II, Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, 11.

SVP. III, 392 / III, 359.

Juan Pablo II, Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, 57.

SVP. X, 239 / IX, 840.

SVP. X, 242 / IX, 843.

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