Los mártires de España - 1. Mártires de la Congregación de la Misión

IV. Mártires d'España (1934-1939)

Introducción

La guerra civil española de 1936-1939 y su prólogo de la revolución de Asturias en Octubre de 1934 son acontecimientos históricos sumamente complejos en los que se entremezclan factores de todo tipo: sociales, políticos, militares, económicos y —¿cómo no?— religiosos. Pero, cualquiera que sea el juicio histórico que se formule sobre aquella convulsa época, no cabe duda de que en ella se produjo, al socaire de la situación bélica y revolucionaria, una verdadera persecución religiosa.

La actuación de los gobiernos republicanos de izquierda asumió desde el primer momento tintes claramente antirreligiosos. La separación de Iglesia y Estado proclamada por la Constitución significó mucho más que una mera laicidad oficial; fue interpretada - y se aplicó - como una justificación de ataques a las instituciones eclesiásticas y traba a sus actividades: enseñanza, beneficencia, culto y hasta la simple existencia de órdenes y congregaciones religiosas.

Lo peor fue que, por debajo de las actuaciones oficiales más o menos respetuosos con la legalidad, se fue produciendo una actividad paralela de carácter revolucionario que desbordó todos los límites legales. Los incendios de iglesias primero y, luego, los asesinatos de sacerdotes, religiosos y religiosas y militantes católicos laicos se produjeron a un ritmo creciente que alcanzó su paroxismo en el primer semestre de la guerra civil. Fe entonces cuando la Iglesia española ofreció un impresionante tributo de sangre que no tiene otro paralelo sino el de las persecuciones del imperio Romano: una verdadera multitud de víctimas que merecieron desde los primeros momentos el título de mártires que, en numerosos casos, ha ratificado oficialmente la Iglesia.

La Congregación de la Misión corrió la suerte que el resto de la Iglesia española. El planteamiento geográfico inicial de la guerra hizo que, al producirse el alzamiento o en las semanas que siguieron , la Mayoría de las casas de España cayeran en la zona que entonces se llamaba nacional. Esto, junto a la previsora medida del visitador de Madrid de trasladar el Seminario Interno y el Teologado a zonas más seguras, y a la circunstancia de encontrarse en Palma de Mallorca el estudiantado de Barcelona para celebrar el segundo centenario de aquella casa, redujo considerablemente el número de posibles víctimas. Pero el resto: doce casas de la Provincia de Madrid y cinco de la provincia de Barcelona (todas menos Palma de Mallorca), estaba situado en zona roja. Ellas supeditarían la ofrenda martirial de la Congregación: los 37 sacerdotes y los 19 Hermanos inmolados por odio a la fe, de los que 23 pertenecían a la Casa Central de Madrid.

En las páginas siguientes encontrará el lector la relación detallada de esos mártires. Pero, ¿como no resaltar ya desde ahora, entre otros, los nombres de las víctimas más jóvenes, los hermanos coadjutores seminaristas Vicente Cecilia y Manuel Trachiner, de la casa de Hortaleza, asesinados por llevar en la pobre maleta con que intentaban regresar a su familia, una sotana que delataba su condición religiosa? ¿Y cómo olvidar al benemérito y erudito P. Benito Paradela, archivero y bibliotecario de la Casa Central de Madrid, que, con paciencia y previsión, fue poniendo a buen recaudo, al acercarse la revolución, los legajos del archivo y las mejores obras de la biblioteca, pero que no acertó a salvar su propia vida?

No menos gEneroso, aunque inferior en números relativos y absolutos, fue el tributo de las Hijas dela caridad: 30 de ellas sufrieron heroicamente la muerte por fidelidad a su fe y a su vocación. 28 eran de la provincia española y de la Hispano-francesa.

Conviene también señalar el testimonio admirable que dieron innumerables miembros de las asociaciones laicas de la Familia Vicenciana que murieron porque eran conocidos como católicos comprometidos. Así la Asociación de Hijos e Hijas de María Inmaculada tuvo 11 mártires, de los que 4 sacerdotes consiliarios y 7 laicos, la Asociación de la Medalla Milagrosa de España tuvo 69 mártires, y la Sociedad de San Vicente de Paúl 586, cuyos nombres figuran en los muros de la Iglesia de San Roberto Belarmino en Madrid.

Unos y otras pertenecen por derecho propio a ese martirologio de la Iglesia en el siglo XX que tanto interés tiene en elaborar Juan Pablo II. ¡Ojalá que no se queden sólo en las páginas de un catálogo sino que sean inscritos en el libro de los santos canonizados!