La Familia Vicenciana, una renovación incesante

LA FAMILIA VICENCIANA, UNA RENOVACIÓN INCESANTE

El primer problema que surge al intentar describir, por brevemente que sea, a la familia vicenciana es la adecuada delimitación del objeto de ese estudio. ¿Qué se entiende por familia vicenciana? ¿Quiénes son sus miembros? Esas preguntas pueden ser respondidas en un sentido amplio y en un sentido restringido. El árbol vicenciano ha ido dando nacimiento, a lo largo de los siglos, a tantas y tan variadas ramas, que resulta difícil y, a lo mejor, discriminante señalar unas y excluir otras como componentes o no de la familia.

En sentido amplio, pertenecen a la familia vicenciana todas aquellas instituciones que de modo directo o indirecto se inspiraron en San Vicente a la hora de fijar sus fines o definir su fisonomía espiritual. En ese sentido serían familia vicenciana, poner algunos ejemplos, los Religiosos de san Vicente de Paúl de Juan Le Prévost, uno de los primeros miembros de las Conferencias, los Josefinos y Josefinas fundados en Méjico por el paúl P. José Vilaseca, las Hermanitas de la Cruz, fundadas por una antigua Hija de la Caridad, la famosa sor Angela de la Cruz, o cualquiera del más de medio centenar de congregaciones religiosas femeninas y masculinas surgidas a lo largo de los dos últimos siglos bajo la inspiración directa o indirecta del santo de la caridad. Uno se siente tentado de decir que, en este sentido, la familia vicenciana es ilimitada.

En sentido estricto la familia vicenciana se restringe a aquellas congregaciones o asociaciones que o bien deben su nacimiento a la iniciativa directa del propio san Vicente o cualquiera de sus sucesores o han declarado explícitamente su voluntad de sentirse descendientes espirituales suyos.

Y aquí se impone una distinción: congregaciones o comunidades, de un lado, y asociaciones laicales de otro. En este sentido, la familia vicenciana comprende la Congregación de la Misión, la Compañía de las Hijas de la Caridad, la Asociación de Caridad de S. Vicente de Paúl (hoy A.I.C.), las asociaciones de Hijos e Hijas de María (hoy Juventudes Marianas Vicencianas), la Asociación de la Medalla Milagrosa, otro par de asociaciones nacidas en el siglo XIX y, por su título, sus orígenes y la expresa voluntad de sus fundadores, la Sociedad de san Vicente de Paúl o Conferencias.

En esta exposición, voy a limitarme a trazar brevemente la fisonomía histórica de las asociaciones laicales que integran la familia vicenciana entendida en sentido estricto y mostrar la raigambre vicenciana común a todas ellas y cómo esa fisonomía es el producto de una renovación incesante, ya que en cada época ha surgido la iniciativa que ha hecho florecer el viejo árbol vicenciano con nuevo e inesperado vigor.

I. LOS ORÍGENES DEL LAICADO VICENCIANO

La primera observación importante que debe hacerse sobre los orígenes de la familia vicenciana es que inicialmente ésta nació como una asociación laical. En efecto, la primera institución formalmente creada por san Vicente fueron las cofradías de la Caridad. El hecho tuvo lugar en Châtillon el 8 de diciembre de 1617. Bien es verdad que once meses antes, el 25 de enero de ese mismo año, san Vicente había predicado en Folleville lo que él llamó el primer sermón de Misión, que siempre consideró como el inicio de la Congregación de la Misión. Pero también es verdad que ese día no fundó nada. Simplemente, descubrió su vocación, es decir, el camino por el que en lo sucesivo había de discurrir su acción apostólica. La fundación formal de la Congregación de la Misión no tendría lugar hasta ocho años más tarde, el 17 de abril de 1625, mediante el contrato firmado por él con los señores de Gondi. En cambio, la gestación y creación de las cofradías fue mucho más rápida. La historia es conocida, pero tal vez convenga recordarla para hacernos cargo de los rasgos esenciales que desde el principio conformaron el espíritu de la acción vicenciana. Contémoslo con las palabras del propio san Vicente:

Estando cerca de Lyon en una pequeña ciudad en donde la Providencia me había llevado para ser párroco, un domingo, como me estuviese preparando para celebrar la santa misa, vinieron a decirme que en una casa separada de las demás, a un cuarto de hora de allí, estaba todo el mundo enfermo, sin que quedase ni una sola persona para asistir a las otras, y todas en una necesidad que es imposible expresar. Esto me tocó sensiblemente el corazón; no dejé de decirlo en el sermón con gran sentimiento, y Dios, tocando el corazón de los que me escuchaban, hizo que se sintieran todos movidos de compasión por aquellos pobres afligidos.

Después de comer se celebró una reunión en casa de una buena señorita de la ciudad, para ver qué socorros se les podría dar, y cada uno se mostró dispuesto a ir a verlos, consolarlos con sus palabras y ayudarles en lo que pudieran. Después de vísperas, tomé a un hombre honrado, vecino de aquella ciudad, y fuimos juntos hasta allá. Nos encontramos por el camino con algunas mujeres que iban por delante de nosotros, y un poco más adelante, con otras que volvían. Y como era en verano y durante los grandes calores, aquellas buenas mujeres se sentaban al lado del camino para descansar y refrescarse. Finalmente, hijas mías, había tantas, que se podría haber dicho que se trataba de una procesión.

Apenas llegué, visité a los enfermos y fui a buscar el Santísimo Sacramento para los que estaban más graves, no a la parroquia del lugar, porque no había ninguna, sino que dependía de un cabildo del que yo era prior. Así pues, después de haberlos confesado y dado la comunión, hubo que pensar en la manera de atender a sus necesidades. Les propuse a todas aquellas buenas personas, a las que la caridad había animado a acudir allá, que se pusiesen de acuerdo, cada una un día determinado, para hacerles la comida, no solamente a aquellos, sino a todos los que viniesen luego; fue aquel el primer lugar en donde se estableció la Caridad .

Los hechos así narrados por san Vicente se produjeron, según mis cálculos, el domingo 20 de agosto de 1617. Tres días más tarde, el 23, está firmada el acta de creación de la cofradía o, más exactamente, de «una corporación que con el tiempo pueda erigirse en cofradía, con el siguiente reglamento, todo ello con el beneplácito del señor arzobispo, su venerable prelado, al que queda totalmente sometida esta obra» . A los tres meses, el 24 de noviembre, la nueva asociación y su reglamento eran aprobados por el arzobispo de Lyón y 15 días más tarde, el 8 de diciembre de 1617, se procedía a la erección formal de la primera Cofradía de Caridad, con la elección de sus oficialas y demás requisitos exigidos por el reglamento.

Veamos ahora los rasgos distintivos de esa primera fundación vicenciana que pueden ayudarnos a comprender su espíritu, como se decía en el siglo XVII, o su estilo, como nosotros podríamos decir hoy.

Ante todo, hay que resaltar el carácter eclesial de la asociación. Esta nace en la Iglesia y como un servicio de Iglesia. De ahí su sometimiento a la autoridad del obispo.

Pero con no menor energía hay que señalar que la asociación nace con decidida vocación laical, si bien _ exigencia de los tiempos _ tendría como rector a un eclesiástico, de ordinario el párroco del lugar, pero elegido por los miembros de la asociación y revocable por ellos: «Estos elegirán a un eclesiástico, que se llamará rector o padre espiritual de dicha asociación, siguiendo en ese cargo de rector tanto tiempo como ellos crean conveniente» .

La primera asociación, la de Châtillon, era exclusivamente femenina: se componía de mujeres, tanto viudas, como casadas y solteras; sólo a efectos administrativos, otro tributo a la mentalidad de la época, se establecía que, no siendo propio de mujeres llevar ellas solas la administración de bienes fundacionales, «elegirán como procurador a un piadoso y devoto eclesiástico o a un ciudadano virtuoso, solícito del bien de los pobres y no embarazado en negocios temporales, que será considerado como miembro de dicha cofradía» . Más adelante, aleccionado por la experiencia, san Vicente llegó a la conclusión de que las mujeres no sólo eran no eran inferiores a los hombres en cuestiones de administración, sino que superaban a éstos: Los hombres y las mujeres juntos no se ponen de acuerdo en materia de administración; aquéllos desean hacerse cargo de todo y éstas no lo pueden soportar. Las Caridades de Joigny y Montmirail estuvieron gobernadas al principio por uno y otro sexo; los hombres se encargaron de los pobres sanos, y las mujeres de los inválidos; pero como había bolsa común, fue necesario quitar a los hombres. Y yo puedo dar este testimonio en favor de las mujeres, que no hay nada que decir en contra de su administración, ya que son muy cuidadosas y fieles .

Fundaciones posteriores: Montmirail , Joigny, , Macon, , Courboin, , Montreuil, y otras muchas, , acentuarán el carácter mixto de la asociación, estableciendo en esos casos un reparto de funciones que a nosotros puede parecernos hoy un poco caprichoso: «a los hombre les pertenece el cuidado de los sanos y a las mujeres el de los enfermos». Aunque debe decirse que san Vicente manifiesta cierta preferencia por las mujeres: «puesto que Nuestro Señor no saca menos gloria del ministerio de las mujeres que del de los hombres, ya que al parecer el cuidado de los enfermos es preferible al de los sanos, por eso los servidores de los pobres tendrán el mismo interés por la conservación y el aumento de la asociación de mujeres como de la suya» . Con el paso del tiempo, las cofradías mixtas y las exclusivamente masculinas, que también existieron, fueron perdiendo vigor y, después de la muerte del fundador, dejaron de existir.

Otro distintivo de la asociación es la preocupación simultánea por el bienestar material y espiritual de los pobres socorridos por ella: «Se proponen dos fines, a saber: ayudar al cuerpo y al alma; al cuerpo dando alimentos, cuidándolos y al alma disponiéndolos a bien morir a los que están para ello o a vivir cristianamente si se curan» .

Ambos servicios deben ser ejecutados personalmente por los asociados y asociadas de la cofradía. San Vicente no quería un servicio mercenario ni una mera colaboración económica, por eso dispone que «las hermanas de dicha cofradía servirán, cada una en el día que tengan destinado, a los pobres enfermos que hayan sido recibidos por la superiora, llevándoles a sus casas la bebida y la comida preparada» ; e insiste en que el medio normal de realizar el servicio es la visita: «que las damas piadosas y devotas se encarguen de visitar y servir a los pobres enfermos; sin embargo, todas estas cosas deben ser voluntarias» .

Otra preocupación vicenciana, que contrasta vivamente con la mentalidad de una época en la que el analfabetismo femenino era casi universal, es la instrucción de las niñas. En el reglamento de la cofradía de Neufchâtel leemos: «Además de los ejercicios mencionados, las oficialas de la Caridad encargarán a una o dos mujeres o jóvenes de la cofradía de la Misericordia para instruir a las niñas de dicha aldea y de los alrededores, que estarán obligadas a enseñar a los pobres sin más recompensa que la que pueden esperar de la bondad de Dios; y en el caso de que no se encuentre ninguna adecuada que pertenezca a dicha cofradía, harán todo lo posible para tener algunas otras que trabajen en esta obra tan importante para la gloria de Dios y la salvación de las almas, con la confianza de que tendrán una grandísima recompensa en este mundo y en el otro por el servicio que hayan rendido a Dios, tanto en estos pobres enfermos, como en la educación de estas niñas» .

Paralelamente, a los varones se les instruirá en algún oficio con que puedan ganarse la vida: «Los directores de la asociación pondrán a los niños pobres a trabajar en algún oficio apenas tengan la edad suficiente para ello» . Y al recaudar fondos para la cofradía, se advertirá de que, entre otras cosas, se pretende «hacer aprender a los niños y jóvenes algún oficio a fin de que tengan con qué ganarse la vida» .

Observemos también que la fundación de las cofradías obedece a la convicción vicenciana de que en la Iglesia de su tiempo, más que personas caritativas, lo que faltaba era una organización de la caridad: los pobres, «a veces han tenido que sufrir mucho más bien por falta de orden y de organización que porque no hubiera personas caritativas. Pero, como podría temerse que después de comenzar esta buena obra se viniera abajo en poco tiempo si, para mantenerla, no tuviera alguna unión y vinculación espiritual, han decidido juntarse en una corporación» , sin olvidar, no obstante, que el número por sí mismo no garantiza la calidad del servicio; por eso, «para que con la muchedumbre no venga la confusión, el número podrá ser solamente de veinte personas, hasta que se adopte otra determinación» .

Característico asimismo ya de esta primera asociación vicenciana es la preocupación por la formación espiritual de las socias. Al menos una vez al mes deberían reunirse para escuchar «una breve exhortación con vistas al progreso espiritual de toda la Compañía y a la conservación y prosperidad de la cofradía», ya que _ hace observar el santo _ «es sumamente útil para todas las comunidades consagradas a Dios que se reúnan de vez en cuando en algún local destinado para ello a fin de tratar... de su progreso espiritual» . ¿Se encuentra en esas palabras el germen de lo que serán años adelante las Conferencias ozanianas?

Por último, es de notar que san Vicente tuvo un decidido interés en que las asociaciones de caridad dependieran orgánicamente de su fundación principal, la Congregación de la Misión. Por eso hizo que la Bula pontificia de aprobación de ésta hiciera constar que uno de los ministerios obligados de los misioneros era la fundación de las cofradías de la caridad: «En los lugares en que desempeñen las funciones de catequesis y de predicación procurarán fundar, bajo la autoridad del ordinario, las llamadas cofradías de la Caridad para auxilio de los pobres enfermos» . Y en las Reglas Comunes de la misma Congregación, se ordena a los misioneros «establecer las Cofradías de Caridad ; y poner «sumo empeño en fundar y visitar la Cofradía de la Caridad» .

Las caridades se difundieron mucho ya en vida de san Vicente: en la documentación vicenciana se conservan referencias a unas sesenta caridades parroquiales. Fueron muchas más. Una verdadera red de caridades cubrió casi toda Francia. Abelly, el primer biógrafo del santo dice que la cofradía «se fundó en tantos lugares, que no se sabe su número» .

Sabemos también que en algunas de ellas se experimentaron fallos de funcionamiento . El hecho y la creciente difusión de las caridades obligó a san Vicente a plantearse el problema de cómo coordinarlas entre sí y velar por el buen espíritu de cada una de ellas. No llegó sin embargo a montar una suerte de organización centralizada, algo así como lo que hoy llamaríamos un Consejo Nacional. Se limitó a establecer la costumbre de enviar a las diversas caridades locales visitadoras que supervisasen su marcha. Para ello eligió a damas de las caridades parisienses y, en particular, a su principal colaboradora Luisa de Marillac .

Lo que sí hizo en cambio fue crear una especie de estado mayor de la caridad, que atendiese a problemas de ámbito superior al meramente local que atendían las caridades parroquiales. Ese fue el papel representado por la asociación de las Damas de la Caridad del Hôtel Dieu, quienes, poco a poco, se convirtieron en la intendencia y logística de todas las empresas Vicencianas: galeotes, niños expósitos, cautivos norteafricanos, misiones extranjeras, regiones devastadas por la guerra... Esta asociación y no las cofradías de la caridad, que san Vicente designa normalmente por el simple nombre de caridades, fueron las verdaderas Damas de la Caridad .

Cofradías y Damas de la Caridad no fueron las únicas empresas laicales acometidas por san Vicente. Junto a ellas hay que colocar otras asociaciones de vida más efímera tales como la constituida por un grupo de caballeros de la nobleza entre los que figuraban con otros muchos el duque de Liancourt, el conde de Brienne, el marqués de Fontenay y, sobre todos, el barón Gastón de Renty, con el objeto de asistir a los nobles loreneses arruinados por la guerra, que recibían así, discretamente, de mano de sus colegas franceses, la ayuda que necesitaban y que su condición les impedía solicitar públicamente. Años más tarde, empleó el mismo método para ayudar a los nobles británicos e irlandeses fugitivos de la persecución de Cromwell .

De este breve recorrido por los orígenes de las asociaciones caritativas de carácter laical fundadas por san Vicente cabe deducir que las diversas ramas de la familia vicenciana encuentran su raíz en la actividad personal del santo. Todo está prefigurado en ella. El cambio de los tiempos irá dando nacimiento a nuevos tipos de organización, a nuevas iniciativas, pero todas ellas, recibirán su savia del árbol plantado por san Vicente.

Carecemos de datos suficientes para seguir con detalle la evolución de estas asociaciones y, en particular, de las cofradías de la Caridad a lo largo del siglo y medio que siguió a la muerte de san Vicente hasta la Revolución francesa. Sabemos, eso sí, que siguieron fundándose sistemáticamente en las misiones predicadas por los paúles en Francia y otros países europeos como Polonia e Italia. Inexplicablemente, no parecen haberse establecido en España, a pesar de que la fundación de la Congregación de la Misión en nuestra patria data de 1704.

II EL RENACIMIENTO DEL LAICADO VICENCIANO EN EL SIGLO XIX

Acontecimientos providenciales

La Revolución Francesa supuso la supresión total del grandioso entramado de asistencia pública ideado y puesto en marcha por san Vicente. Nada quedó en pie. Las cofradías, como todas las instituciones eclesiásticas que no se sometieron al cismático intento revolucionario, fueron suprimidas y sus bienes incautados. Al producirse la Restauración, la espléndida floración de la caridad vicenciana estaba reducida a cenizas. Pero justamente entonces iba a producirse un renacimiento de la misma que nos permite calificar la historia de familia vicenciana como la historia de una renovación incesante. Los años treinta del siglo XIX constituyen en ese aspecto una década que sin caer en el tópico podríamos llamar la década prodigiosa.

A mi entender, en la base de ese renacimiento hay que colocar dos acontecimientos, uno planeado por los hombres y otro por la divina providencia.

El planeado por los hombres fue la traslación de las reliquias de san Vicente a la nueva casa madre de la Congregación de la Misión recién restaurada, que tuvo lugar el 25 de abril de 1830, segundo domingo de Pascua. Fue un acontecimiento solemne que sacudió vivamente la conciencia de los católicos franceses y al que prestaron su patrocinio la máximas instancias de la Iglesia y la política: el arzobispo de París acompañado por una nutrida representación de obispos de toda Francia, el rey Carlos X en persona, ya en vísperas de su destronamiento, y toda la familia real acudieron a venerar los restos del humilde fundador de la misión. Los Paúles y las Hijas de la Caridad lo interpretaron como el retorno del fundador al seno de su familia. Con su presencia quedaba al fin consumada la restauración de ambas comunidades. San Vicente se puso de moda, si vale la expresión, como prueban entre otros hechos las múltiples biografías de San Vicente publicadas por aquellos años.

El acontecimiento providencial fueron las apariciones de la Medalla Milagrosa entre julio y noviembre del mismo año. La familia vicenciana cobró con ellas conciencia de que su vocación seguía siendo actual y querida por Dios. Más aún, se sintieron protegidos y, por así decir, mimados y protegidos por la Madre de Dios.

La Sociedad de S. Vicente de Paúl, una nueva creación

En cambio, el laicado vicenciano seguía muerto. Apenas si en Italia sobrevivían penosamente unas cuantas cofradías escapadas al ímpetu destructor de la Revolución. Y, sin embargo, la actuación de ese laicado vicenciano era en los años centrales del siglo XIX más necesario que nunca. La revolución industrial y la revolución burguesa unidas a la revolución demográfica habían creado una sociedad en la que aparecían formas de pobreza desconocidas en otro tiempo. Por eso, también al laicado vicenciano le iba a llegar la hora de su resurrección. Pero, curiosamente, el mérito de la misma no debe atribuirse directamente la Congregación de la Misión, sino a un grupo de seglares católicos encabezados por un joven estudiante de la Sorbona llamado Federico Ozanam (1813-1853) y reunidos en torno a un modesto impresor parisiense, Manuel José Bailly (1794-1861).

No voy a entrar yo a estas alturas en la famosa polémica sobre el fundador de la Sociedad, abierta a raíz de la muerte de Ozanam e incluso antes. Baste recordar que ambos _ Ozanam y Bailly _ habían reconocido noblemente cada uno la contribución del otro y que ambos confesaban que sin la colaboración de su compañero, la Sociedad no hubiera sido posible.

Lo que sí me interesa es subrayar la raíz vicenciana de la inspiración que a ambos les animaba. En Bailly, sobre todo, la inspiración vicenciana es netamente visible. No sólo porque fue él quien sugirió que fuera san Vicente el patrono de la sociedad, sino también, y sobre todo, porque desde el principio, la conducta vicenciana sirvió de pauta para la definición del espíritu de la sociedad, la fijación de sus fines y la redacción de su reglamento.

No es de extrañar. Bailly había sido en su juventud, junto con su hermano Fernando, novicio de la Congregación de la Misión. Ambos habían nacido en el pueblecito de Briar en el Artois, en el seno de una humilde familia campesina que durante los días aciagos de la revolución, hospedó con frecuencia en su casa al Vicario General de los Paúles _ no había entonces superior general _ P. Hanon, a quien los dos chiquillos rivalizaban por ayudar la misa que decía a escondidas. En 1817, apenas restaurada la Congregación, ambos hermanos ingresaron en ella como novicios. Manuel se retiró a los pocos meses, sin que sepamos las razones, pero Fernando perseveró y era, precisamente en los años de gestación de la Sociedad, un prestigioso miembro de la Congregación, rector de Seminario de Amiens y con serias probabilidades de convertirse en superior general, cosa que estuvo a punto de ocurrir en la Asamblea General de 1835. Manuel se orientó por otros derroteros pero puede decirse que permaneció siempre espiritualmente fiel a su inicial vocación vicenciana. Aunque sea anecdótico convendrá recordar que al primero de sus hijos varones le impuso el nombre de Vicente de Paúl, quien, andando el tiempo, sería el famoso asuncionista Vicente de Paúl Bailly, considerado como uno de los pioneros del apostolado de la prensa .

En realidad, el verdadero pionero había sido su padre. Director de una pensión para estudiantes y dueño de una imprenta, Manuel Bailly se dedicó a una actividad editorial distinguida por su incansable labor de propaganda católica. El fundó el periódico La Tribune Catholique, que, fusionado más tarde con L'Univers religieux del abate Migne, dio origen a L'Univers. Este, a su vez, pasaría a ser a partir de 1842, bajo la dirección de Luis Veuillot, el gran órgano de expresión del más militante catolicismo francés. La prensa no fue la única actividad apostólica de Bailly. Entre 1820 y 1830 animó diversas asociaciones estudiantiles de preocupación apologética y académica que encontraban en los amplios locales de su periódico un ideal lugar de reunión. Allí surgieron las conferencias de literatura, de filosofía y de historia, en que se debatían temas de controversia con los no católicos.

Hubo otras circunstancias que influyeron en la elección de S. Vicente como modelo, maestro y patrono de la sociedad. Sabido es cómo del deseo de verse libres del clima de pasión en que se desarrollaban los debates de la conferencia de Historia surgió en varios de los estudiantes y concretamente en Federico Ozanam la idea de formar una asociación _ o, más exactamente, una Conferencia _ exclusivamente compuesta por católicos y orientada a fortalecer su fe mediante la práctica de las obras de caridad. En el contexto histórico en que los hechos se producían, _ el recuerdo de la traslación de las reliquias estaba fresco y reciente _ la referencia a san Vicente de Paúl era inevitable. Como hemos visto, la devoción al santo alcanzaba por aquella época una de sus cimas históricas. No debe extrañarnos, por tanto, que los jóvenes estudiantes liderados por Ozanam, que por su condición universitaria tenían una aguda conciencia del azote que representaba la pobreza en la próspera sociedad de su tiempo, vieran en san Vicente el modelo de su acción cristiana. Ozanam tenía además para ello motivos muy personales. Como escribía con ocasión de su peregrinación al Berceau tenía con el santo patrón de la Sociedad una deuda de gratitud por los muchos peligros de que le había preservado en su juventud . De hecho, antes de cumplirse el año de la fundación de la Conferencia, el 12 de abril de 1834, todos sus miembros, que eran ya unos sesenta, presididos por Bailly, acudieron a la capilla donde se veneraban _ y se veneran actualmente _ sus restos en la víspera de la nueva fiesta litúrgica de la traslación de las reliquias. Al final de la misa, reunidos en torno a la urna que contiene los huesos del santo, recitaron la oración de San Vicente que luego prescribiría el reglamento y besaron devotamente sus pies. El aniversario de la traslación de las reliquias (por entonces en el segundo domingo de Pascua o domingo del Buen Pastor) y la fiesta de San Vicente (por entonces el 19 de julio) pasarían a ser en el Reglamento dos de los cuatro días del año en que las Conferencias debían celebrar asamblea extraordinaria. .

La inspiración vicenciana de las Conferencias no se redujo a la invocación del santo y ni siquiera al propósito de imitar su ejemplo. Fue bastante más profunda. Ante todo, hay que señalar el decidido interés puesto por los fundadores en captar el espíritu vicenciano para hacer que impregnara toda la actividad de la nueva asociación. El Reglamento de 1835 es la mejor prueba de ello. Sus Consideraciones preliminares, redactadas personalmente por Bailly, no son en realidad sino una adaptación de las Reglas Comunes escritas por san Vicente para la Congregación de la Misión hasta el punto de copiar literalmente en ocasiones expresiones del modelo. Así su comienzo: «He aquí por fin el principio de organización escrita que tanto deseábamos» y la exhortación final del reglamento propiamente dicho: «amemos nuestras reglas y creamos que guardándolas fielmente, ellas nos guardarán y guardarán nuestra obra» . No son las únicas.

Más importante que la letra es el contenido. Este sigue con toda fidelidad la estructura y el espíritu de la regla vicenciana:

_ enumeración de los fines de la sociedad, el primero de los cuales es conservar a sus miembros en la práctica de la vida cristiana como el de la Congregación de la Misión es la santificación de sus miembros y luego las obras de caridad _ toda clase de obras de caridad _ entre las cuales tiene primacía la visita personal a los pobres. Podríamos preguntarnos por qué. A mi entender, la visita personal era a los ojos de los pioneros de la Sociedad el puente capaz de salvar el abismo que en la sociedad burguesa del siglo XIX separaba entre sí a las clases sociales. No olvidemos que Ozanam escribió por entonces este clarividente análisis del problema social de su tiempo: En nuestros días, el peligro reside en el avance del pauperismo y el proletariado; lo mismo si se trata de rectificar las antiguas injusticias sociales que si se trata de la renuncia voluntaria, de la renuncia a sí mismo y de fraternidad, nos encontramos en pleno cristianismo, reconocemos las preguntas que el Evangelio había formulado» . En eso tanto él como sus compañeros eran tremendamente modernos. Como lo eran también en su preocupación por la formación profesional de niños y adolescentes. Sin decírselo a sí mismos muy expresamente, estaban poniendo a san Vicente a la altura de su época.

_ descripción de dos categorías de miembros (como en la C. M. los clérigos y los laicos)

_ exhortación a la práctica de las virtudes evangélicas más apropiadas a quienes se dedican a obras de caridad y apostolado: «abnegación de sí mismo, prudencia cristiana, un amor eficaz para con el prójimo, el celo por la salvación de las almas, la mansedumbre de corazón y sobre todo el espíritu de fraternidad», que coincide casi literalmente con la enumeración vicenciana de las virtudes que componen el espíritu de la misión: sencillez/prudencia, humildad, mansedumbre, mortificación y celo por la salvación de las almas.

_ Breve explicación de cada una de esas virtudes basada a veces en citas explícitas del santo, como al razonar la sumisión que los miembros de la sociedad deben a las autoridades eclesiásticas: San Vicente de Paúl quería que sus discípulos no emprendiesen ninguna obra buena sin obtener antes el beneplácito y la bendición de los pastores locales o la prohibición de evitar toda discusión política: San Vicente de Paúl no quería jamás que sus capellanes conversasen sobre aquellas cuestiones que arman a los príncipes los unos contra los otros, ni de las causas de rivalidad que dividen a las naciones .

_ Adopción de una de las notas más distintivas de la espiritualidad vicenciana: la humildad colectiva o de cuerpo, que llevará a los miembros de la sociedad a amarla «no a causa de su excelencia, ni tampoco por orgullo, sino como aquellos hijos bien educados que aman a su madre, pobre y disforme, más que a todas las demás mujeres por ricas y hermosas sean» .

Un último lazo de unión de las Conferencias con la tradición vicenciana fueron las relaciones mantenidas por los miembros fundadores con una insigne Hija de la Caridad, sor Rosalía Rendu, a la que, desde luego, es exagerado presentar como fundadora de la sociedad, pero a la que tampoco cabe negar una influencia importante en su orientación hacia los pobres y a la obra de las visitas a domicilio .

A veces se ha dicho que las Conferencias no fueron sino la restauración de la vieja obra vicenciana de las cofradías de caridad. Tengo muchas reservas sobre ello. Yo casi me inclinaría más a decir que las Conferencias fueron, en el siglo XIX, la versión laical de la propia Congregación de la Misión. Entre las Conferencias y las antiguas caridades existen diferencias muy notables.

La primera y quizás más importante es que las Conferencias no quisieron ser nunca, por expresa voluntad de los fundadores _ de Ozanam en primer lugar _ sociedad canónica asimilable a una cofradía, o a cualquier otra asociación piadosa. Cuando, precisamente a iniciativa de Ozanam, Gregorio XVI concedió las primeras indulgencias a la sociedad refiriéndose a ella como "canonice erecta", respetuosamente se le hizo observar que la Sociedad de San Vicente de Paúl no estaba erigida canónicamente ni pretendía estarlo. Por eso tampoco se admitió nunca _ a diferencia de las cofradías vicencianas _ que estuviera presidida por un eclesiástico ni que los párrocos decidieran sobre las obras que la sociedad debía emprender o los pobres a que debía asistir. Sin duda influía en ello el profundo proceso de secularización que en Europa había operado la Revolución Francesa. Evidentemente, el hecho de no ser una entidad canónica no quitaba que fuera religiosa y específicamente _ yo diría que radicalmente _ católica. Ni que recurriera a sacerdotes religiosos o seculares en busca de orientación y asesoramiento espiritual.

Otra diferencia importante es que las Conferencias fueron exclusivamente masculinas. Hasta hace aún pocos años, el Manual de la sociedad hacía constar que «las señoras no pueden pertenecer a ella ni como socios activos ni como socios honorarios. Por esto mismo, las Obras de las señoras, aunque estén fundadas bajo un reglamento análogo al de los hombres, no pueden ser agregadas a la sociedad» . De hecho, las Conferencias de señoras formaron una organización paralela, que sólo hace muy pocos años se fundió con su homóloga masculina.

Y en este punto conviene notar que las sociedades de señoras surgieron poco después de las de los hombres, particularmente en España. En 1856, a los siete años escasos de que Masarnau creara en Madrid la primera Conferencia española, un grupo de señoras se dirigió a un paúl y eminente pedagogo, el P. Julián González de Soto , lamentándose del exclusivismo masculino de las Conferencias y reclamando el derecho a ser también ellas seguidoras y discípulas de San Vicente. Alegaban para ello, en alusión a las cofradías vicencianas, el hecho de que «nuestra Hermandad es la hija mayor de toda la familia de San Vicente», seguramente la primera vez que se usa tal expresión para referirse a la descendencia espiritual del santo comprendiendo en ella a las asociaciones laicales. El P. González de Soto acogió la sugerencia de aquellas damas y aquel mismo año publicó un folleto titulado «Reseña de las Hermandades de Caridad compuestas de señoras y Reglamento para las mismas» . Era un alegato en pro de la restauración de las cofradías que incluía el primitivo reglamento vicenciano con leves modificaciones. Las propuestas de González de Soto no tuvieron éxito, quizás porque el autor se vio obligado aquel mismo año a salir de la Congregación como consecuencia del conflicto que por entonces enfrentaba a los Paúles españoles con el superior general francés. En cambio, se fundaron casi inmediatamente las Conferencias femeninas, ya que el 22 de abril de 1657 recibían un Breve de Pío IX concediéndoles las indulgencias otorgadas años antes a las Conferencias de caballeros y en 1868 publicaban su reglamento, que es un calco del reglamento de la Sociedad .

La restauración de las caridades

La restauración o renovación de las cofradías de caridad vicencianas vendría por otros caminos. En 1839, una dama francesa, la condesa de La Vavasseur, durante una visita al Berceau de San Vicente de Paúl, tuvo la idea de restablecer la vieja institución vicenciana. Acudió con su proyecto al entonces procurador y más tarde superior general de la Congregación de la Misión P. Juan Bautista Etienne. Este acogió la idea con entusiasmo. Pocos meses más tarde, en 1840, se constituía en París la primera cofradía de la nueva era . El P. Etienne le dio como reglamento el redactado por San Vicente para la cofradía de Châtillon.

Cabe preguntarse por qué la Congregación de la Misión dirigida por el P. Etienne prefirió restaurar las cofradías a tomar como suyas y fomentar con todas sus fuerzas las Conferencias de caballeros y damas recién fundadas. ¿No eran unas y otras la versión moderna de la institución vicenciana? Hubo para ello, sin duda, razones de fondo: el superior general de la Congregación de la Misión y con él muchos paúles consideraron un deber restaurar la obra vicenciana en su integridad como se había restaurado la propia Congregación. Pero también debieron de influir otros motivos: el inicial exclusivismo masculino de las Conferencias a que ya hemos aludido, el conflicto que a partir de 1836 enfrentó a los Bailly _ el paúl y el seglar, que era presidente de las Conferencias _ con las autoridades de la Congregación y que tuvo que dirimirse ante los tribunales y quizás también lo que yo llamo en otro lugar «el mimetismo vicenciano» del P. Etienne, que le llevaba a repetir un poco maquinalmente los gestos y acciones del fundador. El hecho fue que resurgieron las caridades bajo el inapropiado nombre de «Damas de la Caridad» y que la familia vicenciana y la Iglesia salieron de ello enriquecidas.

En todo caso, con la restauración de las cofradías, que tuvieron una difusión rapidísima por toda Francia y luego por otros países, la familia vicenciana daba una nueva prueba de su capacidad incesante de renovación. A España, las cofradías tardaron bastante en llegar. No existieron hasta entrado el siglo XX, hacia 1915. ¿Por qué? La pregunta no es fácil de constestar. A título de hipótesis yo aventuro que influyeron en ello las buenas relaciones que, desde el principio existieron en nuestro país entre las Conferencias y la Congregación de la Misión. La casa central de los Paúles en Madrid era el lugar donde ordinariamente practicaban los ejercicios espirituales los socios de las Conferencias con Masarnau y Lafuente a la cabeza y con mucha frecuencia eran paúles quienes dirigían los actos religiosos organizados por la sociedad. Quizás por ello, los paúles no sintieron la necesidad de establecer una institución cuyos fines parecían estar suficientemente atendidos por otra ya existente.

La familia crece: Hijos e Hijas de María

A las Conferencias y Cofradías se unió por los mismos años una tercera asociación que iba a constituir una nueva rama del frondoso árbol vicenciano. Para los que conocemos y creemos en las apariciones y manifestaciones de la Santísima Virgen a Catalina Labouré, el origen celeste de la Asociación de Hijos e Hijas de María no ofrece la menor duda. Hay sobre el particular dos textos muy precisos de la propia vidente. Son casi idénticos y el uno parece ser sólo el borrador del otro, escrito por Santa Catalina el 30 de octubre de 1876, a instancias de su director espiritual, el P. Julio Chevalier, C. M. Dice así el segundo de estos documentos:

Un día dije yo al Sr. Aladel: la Santísima Virgen quiere que Vd. dé comienzo a una orden, de la que Vd. será fundador y director. Es una cofradía de Hijos de María. La Santísima Virgen os concederá muchas gracias; os serán concedidas indulgencias .

Dóciles al encargo recibido de María, los responsables de su cumplimiento y muy particularmente el P. Aladel se pusieron inmediatamente al trabajo antes de pensar en aprobaciones eclesiásticas más o menos elevadas. Así fueron surgiendo los primeros grupos de Hijas de María. El primero de todos se creó el 8 de diciembre de 1838 en Beaune, un pueblecito del Departamento de Côte d'Or y fue erigido formalmente el 2 de febrero de 1840. En seguida se fundaron centros análogos en diversas ciudades francesas: Burdeos, Saint-Flour, Mainsat, Bazas, Albi, Le Mans, París (1845), Toulouse, Bruguière, Sotteville, Sainte-Suzanne, Anzin, Ardres, Dax... .

Fue al contar con esa veintena de centros en pleno y fervoroso funcionamiento cuando el Superior General de la Congregación de la Misión, P. Etienne, vio llegado el momento de suplicar a la Santa Sede la institución canónica de la nueva Asociación. A este efecto solicitó de S. S. el Papa Pío IX «la facultad de establecer en los colegios de de jóvenes de las Hijas de la Caridad una piadosa sociedad con el título de la Bienaventurada Virgen Inmaculada, con todas las indulgencias concedidas a la Congregación de la Santísima Virgen establecida en Roma para los adolescentes en los colegios de la Compañía de Jesús». El Papa concedió benignamente la facultad solicitada, haciendo constar que la concesión era perpetua . El documento lleva fecha del 20 de junio de 1847. Es la fecha del nacimiento oficial de las Hijas de María. Tres años después nacían la rama masculina de los Hijos de María .

Jurídica e históricamente considerada, la Asociación de Hijos de María nació pues, desde el principio, como una rama de la familia vicenciana. ¿Lo era también desde el punto de vista carismático? A veces se ha clasificado a Hijas e Hijos de María como una mera asociación piadosa. Es un error. Aunque sólo fuera por su entronque con las Hijas de la Caridad y la Congregación de la Misión, la nueva asociación era espiritualmente vicenciana. Pero es que además guardaba una relación íntima con el núcleo más esencial de la vocación de San Vicente. En la raíz de la asociación está _ permítaseme hablar así _ el interés de la Virgen por la formación cristiana de las niñas y adolescentes. Pero justamente esa preocupación había dictado las palabras vicencianas del reglamento de las caridades que antes he citado: «tendrán una grandísima recompensa en este mundo y en el otro por el servicio que hayan rendido a Dios, tanto en estos pobres enfermos, como en la educación de estas niñas» . Y no olvidemos tampoco que entre las obras de caridad que deben practicar los socios de las Conferencias, ya el primer reglamento enumera «la instrucción a los niños pobres, abandonados o detenidos» . Formar cristianamente a niños y adolescentes, más aún, crear un ambiente en que esa formación pueda realizarse de manera armónica y equilibrada es cabalmente la verdadera finalidad de la asociación de Hijos e Hijas de María. Y ese objetivo es un objetivo netamente vicenciano, el desarrollo acomodado a los nuevos tiempos de la idea propuesta por San Vicente y, tras él, por los fundadores de las Conferencias, a las respectivas asociaciones. En las Hijas de María se reproducía esa típica característica de la familia vicenciana de ser una renovación permanente.

La Asociación de la Medalla Milagrosa

Como fruto derivado de la asociación de Hijos e Hijas de María y, en definitiva, de las apariciones de 1830 puede considerarse la Asociación de la Milagrosa, que, centrada en la devoción a la Virgen Inmaculada y en la veneración de su medalla, extiende a las familias el espíritu de san Vicente y su sentido caritativo de la vida cristiana. Surgidas espontáneamente en la segunda mitad del siglo XIX, las asociaciones locales y diocesanas de la Medalla Milagrosa, recibieron su aprobación pontificia en 1909 mediante un Breve del santo Papa Pío X.

La caridad vicenciana amplía su horizonte

Y todavía se enriquecería más el amplio abanico del laicado vicenciano con otras dos asociaciones surgidas en el siglo XIX: las de la Santa Agonía y de la Santísima Trinidad. También estas tienden a ser consideradas como meras asociaciones piadosas. Pero basta un superficial análisis de sus fines para darse cuenta de que brotan del inagotable manantial de la caridad vicenciana, que busca diversificarse para atender a necesidades o, mejor sería decir, pobrezas específicas. La Asociación de la Santa Agonía se propone ayudar con las oraciones y la vida ejemplar de sus miembros al consuelo, alivio y conversión de los hombres en el momento de su muerte. Fue fundada esta asociación en 1861 por el P. Antonio Nicolle C. M. y erigida canónicamente por Pío IX el 14 de marzo de 1862.

La Asociación de la Santísima Trinidad fue obra de una pobre criada, María Pellerin, quien hacia 1854 se dedicó a comunicar a sus amigos y conocidos su propia angustia por la suerte de las almas del purgatorio, esos pobres invisibles que sufren sin grito en espera de su liberación definitiva de toda miseria. Acogida a la guía de los misioneros vicencianos franceses, María Pellerin logró en 1856 que la incipiente obra fuera adoptada como suya por la Congregación de la Misión, que la hizo aprobar por la Santa Sede por el Breve Expositum est de Pío IX, de 30 de enero de 1874 .

No voy a entretenerme _ ni aunque quisiera podría hacerlo por falta de espacio _ en detallar el desarrollo de cada una de estas ramas vicencianas surgidas o resurgidas en el siglo XIX. Me limitaré a decir que todas ellas tuvieron una rápida y amplia difusión que, sobre todo en el caso las Conferencias y las Cofradías de la Caridad, podría calificarse de fulminante. Todas ellas sufrieron también retrocesos impuestos por las vicisitudes políticas. Pero todas ellas, en mayor o menor grado, se mantuvieron fieles a su vocación vicenciana, pero poco a poco, a medida que avanzaba el siglo XX, fueron distanciándose del mundo real en que debían ejercitarla.

III LA RENOVACIÓN POSTCONCILIAR EN EL SIGLO XX

Como la propia iglesia, en la segunda mitad del siglo XX, la familia vicenciana necesitaba una renovación a fondo. Se había llegado a una situación de verdadero divorcio entre las instituciones eclesiales y el mundo que estaban llamadas a evangelizar. Ese fue el convencimiento que movió a Juan XXIII a convocar el Concilio Vaticano II.

Del Concilio salió en teoría renovada la Iglesia entera. Pero era preciso hacer efectiva esa renovación en cada uno de los múltiples organismos que la integran. La familia vicenciana y en particular sus asociaciones laicales no eran una excepción. Habían vivido durante más de un siglo sin alterar en lo más mínimo sus estructuras, sus prácticas y sus orientaciones pastorales. Habían prestado grandes servicios y se habían extendido al mundo entero. Pero se encontraban, si no es exagerado hablar así, anquilosadas en un mundo que había cambiado vertiginosamente en los últimos cien años. Necesitaban adaptarse a la nueva situación eclesial y al nuevo mundo surgido de la transformación técnica, económico-social y religiosa que se había operado en la sociedad. El decreto conciliar Apostolicam actuositatem sobre el apostolado de los seglares señaló los caminos por los que debía discurrir la necesaria adaptación. Las cuatro grandes instituciones laicales de la familia vicenciana se aprestaron a realizar los cambios necesarios. Eran así fieles a su esencial vocación de renovarse incesantemente.

No vale establecer aquí prioridades. Cada una de las asociaciones _ las cofradías, las Conferencias, los Hijos e Hijas de María, la Asociación de la Milagrosa _ buscó su renovación con el tempo impuesto por su propia idiosincrasia. Y todavía, puede decirse, están en ello.

Necesariamente voy a ser aquí muy breve. En parte porque esta exposición está resultando demasiado larga y en parte porque muchos de los lectores conocen bien el proceso por haberlo vivido desde dentro.

Empezaré por la más antigua de las asociaciones, las cofradías de la Caridad. Quizás el primer signo de renovación fue el cambio de nombre. Hacia 1963, en varios países iberoamericanos seguidos por Francia y otros países europeos empezaron por abandonar el solemne y anticuado título de "Damas" _ por lo demás, inapropiado _ que habían adoptado en el siglo XIX para sustituirlo por el más adecuado a la realidad de «Voluntarias». El nombre no hace a la institución como el hábito no hace al monje, pero no cabe duda de que ilustra sobre lo que la institución piensa de sí misma, lo que quiere ser y lo que se propone. Vino luego un concienzudo y largo análisis sobre su situación en la Iglesia. De él salió en 1971 la decisión, no universalmente compartida pero mayoritariamente aceptada, de suprimir el papel de dirección ejercido desde los orígenes por el superior general de la Congregación de la Misión. En adelante, la autoridad suprema de la asociación sería desempeñada por un miembro seglar. El superior general y lo mismo los antiguos directores nacionales o locales serían meros consiliarios o directores espirituales. Era un paso decidido por el camino de la autonomía de los seglares en la Iglesia. Casi al mismo tiempo se adoptó como denominador de la sociedad la razón social de Asociación Internacional de Caridad (A.I.C.). Finalmente se procedió a una revisión profunda del reglamento y los estatutos, que permitiría a la asociación jugar un papel de mucho mayor relieve en el plano de la acción asistencial mundial. Como un símbolo de la nueva internacionalidad así conseguida, la sede del Secretariado Internacional se trasladó de París a Bruselas.

El camino de la Sociedad de San Vicente de Paúl ha sido paralelo. Las Conferencias no creyeron necesario cambiar de nombre. En cambio, llevaron a cabo una remodelación total del antiguo reglamento, que, tras un período de prueba de cerca de diez años, fue aprobado en la Asamblea General de 1973, celebrada en Dublín . En él, entre otras cosas, se consagra el principio de la admisión de mujeres en la sociedad, con lo que quedaba abierto el camino a la fusión de las ramas masculina y femenina de las conferencias. Se dejaba al arbitrio de los diversos consejos nacionales realizar o no la fusión. Poco a poco ésta ha ido produciéndose en casi todos los países. Otras modificaciones estatutarias han democratizado y hecho mucho más participativo el régimen de la sociedad. También es significativo el hecho de que, manteniendo como no podía de ser menos su carácter católico, se prevea que, en algunos países, las circunstancias pueden aconsejar el acoger a cristianos de otras confesiones e incluso miembros de otras creencias con tal de que se adhieran a sus principios. Los fines de la sociedad adoptan una formulación más flexible. Desaparece la antigua prioridad de las visitas a domicilio, aunque conservando el contacto de persona a persona, y se subraya la universalidad de la vocación caritativa, ya presente en el primer reglamento: «ninguna obra de caridad es ajena a la Sociedad» y la extensión de su acción a todos los hombres, sin distinción de religión, opiniones, color, raza, origen o casta. La caridad misma es llevada a sus últimas consecuencias al declarar que la sociedad debe trabajar no sólo por desterrar la miseria, sino también por descubrir y remediar las causas de la misma.

No menor ha sido la renovación experimentada por los Hijos e Hijas de María. También aquí se empezó por el cambio de nombre. Tras un período intermedio de experimentación en que se ensayaron diversas denominaciones más o menos afortunadas (Equipos Marianos de Acción Social, Equipos de Nuestra Señora, etc.), se adoptó, primero en España y luego en otros países, el de Juventudes Marianas Vicencianas o simplemente Juventud Mariana. El cambio de nombre supuso la supresión de la antigua distinción entre Hijos e Hijas de María para formar una sola asociación a la que pueden pertenecer tanto chicos como muchachas. Pero más importante que todo ello ha sido el reforzamiento del compromiso caritativo-social de la asociación. El haber introducido en el nombre el adjetivo «vicenciano» obedece precisamente al deseo de subrayar ese compromiso .

También la Asociación de la Medalla Milagrosa ha emprendido animosamente, quizás con cierto retraso respecto sus hermanas, el camino de su puesta al día. En España, sobre todo, la adopción en 1986 de nuevos estatutos ha abierto el cauce a una profunda renovación. De una parte, se han reforzado las estructuras jurídicas y de otra, se ha potenciado la proyección apostólica y social de la asociación .

Ni Juventudes Marianas Vicencianas ni la Asociación de la Medalla Milagrosa han considerado necesario prescindir del papel de Directores asignado por las respectivas aprobaciones pontificias a los sacerdotes de la Congregación de la Misión y en concreto a su Superior General.

Las que no parecen haber encontrado su puesto en la Iglesia posconciliar son las asociaciones de la Santa Agonía y de la Santísima Trinidad, que todavía subsisten de modo residual en varios países. ¿Habrá que resignarse a verlas desaparecer o será posible llevar a cabo un aggioramento que tendría que consistir en una auténtica reconversión?

No quisiera terminar sin referirme a lo que a mi entender encierra la clave de la posible renovación de toda la familia vicenciana. Esta no es otra que la renovación de sus miembros. Sin un valiente plan de formación tanto espiritual como intelectual de los asociados es imposible llevar a cabo renovación alguna. Y hay que decir que las cuatro han emprendido ardorosamente ese camino.

Las Conferencias, tanto a nivel nacional como internacional, han puesto en marcha ambiciosos programas de formación. En España tal programa se ha plasmado en un «Plan general de revitalización» aprobado en el Pleno nacional de 1988 , que recoge y proyecta hacia el futuro toda una gama de realizaciones formativas y, sobre todo, el nuevo talante con que la Sociedad debe afrontar los retos de nuestro tiempo. Algunas de esas realizaciones, como el CEYFO (Centro de estudios y formación Ozanam), han probado ya su eficacia a lo largo de varios años de experiencia.

La A.I.C., por su parte celebra periódicamente coloquios, seminarios y congresos de ámbito macional, continental y mundial. De ellos han salido importantísimos textos como el documento base «Contra la pobreza actuar juntos» o «Para nuevas formas de solidaridad, actuar juntos». Hay en marcha también planes de formación para las voluntarias jóvenes.

De Juventudes Marianas Vicencianas hay que decir que es toda la organización la que se constituye en un plan permanente de formación. Para cada uno de los niveles de los jóvenes, en sus diversas etapas dentro de la asociación, hay previstos programas que se renuevan anualmente y que tienden tanto a la profundización de su vida cristiana siguiendo la línea y el método catecumenales, como a la ampliación y enriquecimiento de sus conocimientos religiosos aplicados a la vida. La escuela de catequistas se ha revelado como una herramienta valiosísima para la realización de los programas.

Los Congresos celebrados por la Asociación de la Milagrosa _ el segundo tuvo lugar en abril del año pasado _ representan una contribución de gran importancia para la renovación de las mentalidades y la difusión de las ideas fuerza que deben animar en estos momentos a los asociados.

Quisiera terminar señalando dónde se encuentra a mi entender el resorte fundamental que ha hecho posibles todos esos anhelos _ y realidades _ de renovación que agitan hoy a toda la familia vicenciana, sin excluir ahora a las comunidades de Paúles e Hijas de la Caridad. Tal resorte no es otro que una relectura de san Vicente a la luz del Vaticano II y de la nueva conciencia que, a partir de él, la Iglesia tiene de sí misma. San Vicente ha probado ser un santo tremendamente actual. Su compromiso vital con los pobres es el compromiso de la Iglesia de nuestros días con los pobres y los marginados. Vivir ese compromiso y vivirlo del modo y por los caminos que exige la sociedad de nuestro tiempo, una sociedad que siente más agudamente que nunca la injusticia profunda de toda pobreza y toda marginación, es la tarea ineludible de todo vicenciano. Una tarea que, para, a la vez, estar en sintonía con el sentir actual de la Iglesia y para ser fiel a su genuina raíz vicenciana, tiene que encontrar los caminos que lleven a combatir la pobreza en sus causas y a combinar la preocupación por ayudar a los desvalidos con la de lograr que sean ellos los que se ayuden a sí mismos, es decir, pasar, como dice el documento base de la A.I.C., de la asistencia a la participación. Por haberlo entendido así es por lo que hoy, en este tramo final del siglo XX, la familia vicenciana vive una hora de esperanza, una hora que le permite ser fiel a lo que ha sido siempre: una incesante renovación. Quizás la mejor expresión de esta idea se haya plasmada en el artículo segundo del reglamento de la Sociedad de san Vicente de Paúl: «Fiel a sus fundadores, la Sociedad tiene como preocupación constante la de renovarse y adaptarse a las condiciones cambiantes de los tiempos».

José María Román, C.M.

San Vicente de Paúl: Obras Completas, Edición Sígueme en español, t. IX-1, p. 232. Citado en lo sucesivo como SVP ES, seguido de la indicación de tomo y página.

SVP ES, X, p. 574

SVP ES X, p. 595

SVP ES, X, p. 575

SVP ES, IV, p. 71

SVP ES IV, p. 71

X, p. 594

ibíd, p. 634, 645

ibíd, p. 652

ibíd, p. 662

ibíd, p. 646

ibíd, p. 603

SVP ES X, p. 567

SVP ES X, 573

SVP ES X, 642

SVP ES, X, 574

SVP ES, X, 595

SVP ES, X, 642

Ibíd.

SVP ES X, p. 575

SVP ES X, p. 580-581

SVP ES X, p. 309

c. I, 2

c. VI, 1

L. Abelly, La Vie du vénérable serviteur de Dieu Vincent de Paul, Instituteur et premier Supérieur Général de la Congrégation de la Mission. / Messire Louis Abelly, Evesque de Rodez. _ Paris : Florentin Lambert, 1664. _ 1 v. (XVIII, 260; 480, 274 p.) Vid. l. 2, c. 8, p. 340

L. de Marillac, Correspondencia y escritos, p. 682-684

SVP ES I, p. 135-136

SVP ES X, p. 899 y ss.

Abelly, o.c. l. 1, c. 35, p. 167-169; l. 2., c. 11, p. 387

R. Kokel: Vincent de Paul Bailly, Un pionnier de la presse catholique. _ Paris : Éditions Bonne Presse, 1957

Lettres de Frédéric Ozanam. Tome 4e. Les derniers années (1850-1853). _ Édition critique par Christine Franconnet avec la collaboration de Bernard Barbiche, Magali Brémard, _ Etienne Diebold, Marie Laporte, Élisabeth Meignien, Didier Ozanam _ Paris : Klincksieck, 1992. _ 719 p. ; 26 cm. Vid. p. 446 ss.

Massiliensis seu Parisiensis. Beatificationis et canonizationis servi Dei Friderici Ozanam, patrisfamilias, primarii fundatoris Societatis conferentiarum s. Vincentii a Paulo, disquisitio de vita et actuositate servi Dei. _ Roma : Tipografia Guerra, 1980. _ XLVIII, 1255 p. ; 32 cm. vid. p. 177 ss. Citada en lo sucesivo como D.V.A.

Cito por la primera edición del Reglamento en español, impresa precisamente en París en la imprenta de Bailly en 1847. Esta traducción es anterior a la fundación de la Sociedad en España.

D.V.A., p. 837

Reglamento... ed. cit., p. 20

Id. p. 22

Id. p. 17

Un testigo contemporáneo, León Aubineau, escribió en L'Univers con ocasión de la muerte de Sor Rosalía: Sor Rosalía «no amaba sólo las obras que ella había emprendido: amaba todo lo que podía hacer bien y las ayudaba a todas... Ella fue uno de los principales instrumentos de que la Providencia se sirvió para asentar y desarrollar las Conferencias de san Vicente de Paúl... Cuando la Sociedad de San Vicente de Paúl se decidió a visitar a los pobres, se recurrió a sor Rosalía: ella les señaló las primeras familias que debían visitar y les aconsejó que les llevaran sus socorros en forma de bonos de pan. Las Conferencias deben, por tanto, a su consejo esa costumbre que tan cara les resulta. La buena hermana hizo todavía más: durante mucho tiempo prestó sus bonos a la Conferencia... Sor Rosalía amaba a las Conferencias con verdadera ternura y es que, naturalmente, se les toma afecto a los niños a quienes se ha visto nacer. Solía decir en aquellos momentos iniciales de la Sociedad: "¡Ay! ¡Qué buenos son estos jóvenes! ¡Qué buenos son!". Y añadía que no cabía en sí de gozo cuando los veía». D.V.A., p. 400-401.

Reglamento y manual de la Sociedad de San Vicente de Paúl. _ 4ª ed. a partir de 1941. _ Madrid : Consejo Superior de España, 1963. _ 575 p. ; 14 cm. Vid. p. 46

Para la biografía del P. González de Soto, véase la obra de B. Paradela: Un gran pedagogo desconocido. Apuntes biográficos del P. Julián González de Soto. _ Madrid : Cleto Vallinas, 1930. _ 96 p.

Barcelona : Pablo Riera, 1856, 49 p.

Reglamento de la Sociedad de señoras de San Vicente de Paúl. _ Madrid: Imprenta de Tejado, 1868. _ 96 p., 17 cm.

[Rosset, Edouard]: Vie de M. Etienne, XIVe. Sup. Général. _ Paris : Gaume, 1881. _ VI, 576 p. ; 21 cm. Vid.p. 239-249.

El conflicto del P. Bailly con el superior general de la C.M. está aún por historiar seriamente. Sin embargo la documentación sobre el mismo existente en los archivos de la Curia General y de la Casa Madre de San Lázaro es abundante. Vid., para lo que aquí nos interesa, el Exposé des faits relatifs au procès intenté à la Congrégation de Saint Lazare par M. Bailly, exclu de la même Congrégation (Archivo de San Lázaro, dossier Nozo- Bailly).

Edición crítica de ambos textos en René Laurentin: Catherine Labouré et la Médaille Miraculeuse I, p. 357.

E. Crapez: La Vénérable Catherine Labouré, Paris, Victor Lecoffre-J. Gabalda, 1911, p. 152-157

Bullae, Brevia et Rescripta in gratiam Congregationis Missionis. Litt. introd. P. E. Boré. _ Paris : Georges Camerot, 1876. _ XVI, 301 p. ; 30 cm. p. 253-254

Id. p. 261

SVP ES X, 574

Reglamento, art. 2

Nicolle, M.: Petit Manuel de la Sainte-Agonie de N.S.J.C. établie à Valfleury au diocèse de Lyon. _ Lyon : Pélagaud, 1864. _ XXXVI, 128 p. , 14 cm. Trad. española: Manual de la archicofradía de la Santa Agonía de N.S.J.C. _ Madrid : Paúles Chamberí, 1898. _ 246 p. ; 14 cm. Según el P. Jacinto Fernández, ni la asociación de la Santa Agonía ni la de la Santísima Trinidad deben ser consideradas, en términos del Código de Derecho Canónico de 1917, como cofradías ni archicofradías, sino como sodalicios o archisodalicios. Vide: Fernández, Jacinto: Asociaciones eclesiásticas instituidas y dirigidas por la Congregación de la Misión. _ Madrid : La Milagrosa, 1962. _ 65 p. ; 15 cm. Allí mismo se hallarán detalles histórico-canónicos sobre ambas asociaciones.

Noticia sobre la archicofradía de la Ssma. Trinidad en sufragio de las almas del Purgatorio, establecida en la casa de la C. M. en París. _ París : Georges Chamerot, 1874. _ 15 p. ; 14 cm.

Reglamento de la Sociedad de San Vicente de Paúl en España... _ Madrid : Ind. gráf. España, 1975. _ 63 p. ; 15 cm.

Cf. las numerosas publicaciones del secretariado Nacional de J.M.V. sobre sus planes de formación para las diversas etapas con el título genérico de Un proyecto de catequesis juvenil en línea catecumenal.

Estatutos de la Asociación de la Medalla Milagrosa. _ Madrid : [s.n.], 1986. _ 16 p. ; 17 cm.

Seglares cara al siglo XXI. Sociedad de San Vicente de Paúl. Plan general de revitalización. Madrid : La Milagrosa, 1989. 159 p.

II Congreso Mariano Nacional de la Asociación de la Medalla Milagrosa. Abril 1994. _ Madrid : La Milagrosa, 1995. _ 247 p., 6 h. (de himnos) ; 24 cm.