El camino sacerdotal de San Vicente de Paúl. Los inicios (1600-1612)

El camino sacerdotal de San Vicente de Paúl

Los inicios (1600-1612)

por José María Román, C.M.

Provincia de Madrid

El 23 de septiembre de 1600 fue promovido [el Sr. Vicente] al santo orden del presbiterado. Como después vivió hasta el 27 de septiembre de 1660 se puede deducir que fue sacerdote en la Iglesia de Jesucristo por espacio de sesenta años. Dios sabe cuáles fueron las disposiciones y los sentimientos de su corazón cuando recibió ese sagrado carácter. Si se puede conocer a los árboles por sus frutos y a las causas por sus efectos, al ver la perfección y la santidad con la que este dignísimo sacerdote ejerció las funciones de su sacerdocio, se puede creer con toda seguridad que, en el momento en que fue consagrado sacerdote, nuestro Señor Jesucristo, sacerdote eterno y príncipe de los sacerdotes, derramó sobre él con abundancia la plenitud de su espíritu sacerdotal, y que ese espíritu le dio tan altos pensamientos sobre ese sagrado carácter, que podría hablar siempre de ello con admiración como de una cosa que no podía apreciarse nunca bastante.

Pocos lectores suscribirían hoy esta idílica versión abeliniana del acceso al sacerdocio de Vicente de Paúl. Y, sin embargo, hay que reconocer al buen obispo de Rodez que, a falta quizás de rigor crítico, su visión tiene una cualidad de la que carecen con frecuencia otros escritos sobre el tema: está dotada de sentido. En el fondo, lo que hace desde las primeras páginas de su biografía es trazar a su manera el perfil del camino sacerdotal de Vicente de Paúl.

Los conocimientos sobre el santo han avanzado mucho desde 1664. Ello hace que, para saber en qué medida corresponde o se aparta de la realidad la descripción que hace Abelly de los sentimientos de Vicente en el momento de su ordenación sacerdotal, haya que hacerse cargo, previamente, de unos cuantos problemas.

Una ordenación bajo sospecha

Curiosamente, el primero de éstos surge de la misma narración de Abelly. Por él sabemos que la idea de encaminar al niño Vicente hacia el sacerdocio fue de su propio padre y que lo hizo con el propósito de procurarle a él e, indirectamente, a sus demás hijos una situación social que mejorara la precaria economía familiar. Tenemos aquí un primer dato cierto para señalar el punto de partida del camino sacerdotal de San Vicente: no se inició por un impulso místico ni siquiera, extremando el análisis, estrictamente religioso. Lo que movía a quienes encaminaban al joven aldeano landés hacia la meta del sacerdocio era una consideración humana -demasiado humana- de las ventajas del estado sacerdotal. El fenómeno no tiene nada de extraño ni en aquella época ni en tiempos sucesivos: hasta bien entrado el siglo XX, en toda la Europa católica, entrar en el estado eclesiástico era para muchos adolescentes pobres -y sus familias- casi el único medio de salir de la indigencia. Rechazar como indignas todas las vocaciones iniciadas bajo la interesada inspiración familiar sería condenar a generaciones enteras de sacerdotes. Lo que debemos preguntarnos es si también a Vicente le guiaban y de modo exclusivo los mismos motivos. Desde luego, no podemos saber con certeza si a la temprana edad de doce o quince años podía el niño Vicente tener sobre el asunto ideas propias. Pero tampoco tenemos idea de la evolución que el joven aspirante tuvo que experimentar a lo largo de los años de preparación y estudio en Dax, en Toulouse y en Zaragoza. Lo más probable es que, cuando varios años más tarde y fallecido ya su padre, llega Vicente al umbral de las sagradas órdenes, es consciente de las responsabilidades que asume y dueño de sus motivaciones. Y nada se opone a que sus sentimientos se hubieran ido depurando en sentido cada vez más espiritual, sin que por ello quedaran excluidas aspiraciones y expectativas temporales. Como escribió Pierre Defrennes “sin afán de sutilezas puede decirse con toda verosimilitud que obedecía tanto a las invitaciones de la fortuna como a las del Espíritu Santo”.

Se nos plantea a continuación el problema de la irregularidad de la ordenación de Vicente a los diecinueve o veinte años. En 1922 el P. Pierre Coste demostraba que San Vicente no había nacido en 1576, sino, según creía él, en 1581, y que, por tanto, se había ordenado a los 19 años, edad irregular según los cánones de Trento. Este dato cambiaba forzosamente la perspectiva que se tenía de la ordenación sacerdotal de San Vicente. Pronto cundió la idea de que el joven Vicente de Paúl distaba mucho de ser desde el principio el sacerdote ideal que pintara su devoto primer biógrafo.

El problema de la irregularidad debe ser juzgado a la luz de las costumbres de la época y de la realidad jurídico-eclesiástica del momento. Sabemos, de una parte, que en la Francia de principios del siglo XVII abundaban las ordenaciones prematuras y, de otra, que en 1600 los cánones de Trento no habían sido promulgados en Francia ni lo serían hasta 1615. En esas circunstancias, ordenarse antes de los veinticuatro años podía perfectamente ser entendido como un acto autorizado por la costumbre y no como una transgresión o un pecado. Más aún, sigue sin explicación satisfactoria el hecho de que las dimisorias tanto del subdiaconado y diaconado como las del sacerdocio hagan constar expresamente que el candidato tenía la edad legítima. ¿Engaño consciente del interesado ante los responsables? ¿Deliberada falsificación de los firmantes de los documentos? Pero ¿no puede pensarse también en una hipotética dispensa de edad obtenida de Roma? En realidad, no existe ningún indicio que nos permita inclinarnos en uno u otro sentido. Todas las hipótesis forjadas para dar razón de él -incluida la más favorable, que acabamos de formular- no dejan de ser conjeturas sin apoyo documental. Desde el punto de vista personal de Vicente ¿no bastaba a su tranquilidad de conciencia el haber sido autorizado por la autoridad legítima?

El tercer problema deriva del lugar de la ordenación. Consta en efecto que el joven diácono fue promovido al sacerdocio en Château-l'Évêque por Mons. Francisco de Bourdeille, obispo de Périgueux, que tenía allí su residencia. Se ha especulado mucho en torno a este hecho. ¿Por qué Vicente de Paúl fue a ordenarse sacerdote en un lugar relativamente alejado de su diócesis natal, Dax, o de su residencia de entonces, Toulouse? Un biógrafo novelador, Antonio Redier, llegó a afirmar que lo había hecho para ocultar mejor su situación irregular y precisamente ante un obispo “ciego y moribundo”. Lo de ciego no deja de ser una exageración y lo de moribundo, una manera de hablar. Mons. Bourdeille moriría, en efecto, un mes después de ordenar a Vicente, el 24 de octubre de aquel mismo año. Pero nada hace suponer que se le considerara moribundo un mes antes. Los hechos son: 1º que las Dimisorias de Vicente están expedidas un año antes, el 13 de septiembre de 1599, y le autorizan a hacerse ordenar por el obispo que prefiera; no hay ni rastro de una ordenación precipitada; 2º que la ordenación no se realizó en la capilla privada del obispo sino en la iglesia de San Julián, que actuaba de facto como catedral, lo que desautoriza totalmente la idea de una ordenación semi a escondidas; 3º que no fue una ceremonia privada, sino una ordenación general y pontifical, con asistencia de ayudantes del obispo, canónigos, etc. Parece difícil lograr engañar a tantos testigos simultáneamente. Otra hipótesis más benévola apunta a una relación más o menos estrecha entre el ordenando y el obispo a través de alumnos del primero emparentados con el segundo. Más recientemente se ha sentado la tesis diametralmente opuesta a la de Redier de que Vicente recurre a Francisco de Bourdeille como obispo modelo, “de la cohorte de prelados irreprochables y combativos”, el mejor patrono para un joven necesitado de adquirir la reputación de sacerdote ejemplar. Seguiremos sin saber con certeza las razones por las que fue Vicente a ordenarse en Périgord mientras no aparezcan nuevos datos. Pero lo que sí se puede descartar es que fuera por esconderse o por sorprender la buena fe de un anciano.

Otra circunstancia que debe tenerse en cuenta para evaluar las disposiciones de Vicente al recibir la ordenación es la de su primera misa. Tanto Abelly como Collet nos informan de que antes de hacerlo, Vicente se impuso un plazo de espera, cumpliendo así las disposiciones que por entonces estaban dictando los obispos más dotados de voluntad de reforma y que buscó para el acontecimiento un lugar devoto y recogido: la ermita de la Virgen en Buzet-sur-Tarn en un monte en medio de los bosques. Lo hizo sin más testigos que un acólito y el sacerdote acompañante: el presbítero asistente del lenguaje litúrgico. Todo induce a creer que lo hizo con fervor, como atestigua la tradición y se inclina a creer la más seria investigación contemporánea. Todo ello casa mal con una ordenación recibida sólo por afanes humanos de ambición y lucro.

Para formular un juicio definitivo sobre las disposiciones de Vicente al recibir el sacerdocio nos falta examinar un último elemento, pero no el menos importante: las declaraciones del propio Vicente referentes, al menos indirectamente, a su propia ordenación. Leamos los párrafos esenciales: “En cuanto a mí, si hubiera sabido lo que era, cuando tuve la temeridad de entrar en este estado, como lo supe más tarde, hubiera preferido quedarme a labrar la tierra antes que comprometerme en un estado tan tremendo”. “Está tan metido en mí este sentimiento que, si no fuera ya sacerdote, no lo sería jamás. Es lo que le digo con frecuencia a los que pretenden el sacerdocio”.

Se ha considerado que estos dos textos demuestran sin lugar a duda que San Vicente pensaba que se había ordenado sin vocación. El contexto de ambas citas nos permite valorarlas con cierta seguridad. En ambos casos, el santo trata de disuadir a otros (su sobrino, el abogado Fournier) de hacerse sacerdotes. Recurre para ello a un argumento de experiencia personal que puede impresionar a los destinatarios: si el Sr. Vicente, a quien todo el mundo considera ya un santo, piensa así de sí mismo, ¿cómo me voy a atrever yo a entrar en ese estado?

Por otra parte, lo que el santo subraya sobre todo, más que la indignidad, es la temeridad que supone hacerse sacerdote ante lo terrible (redoutable) de la condición sacerdotal.

En cambio, a un joven diácono de la Congregación, Juan Duhamel, temeroso de dar el paso decisivo de la ordenación sacerdotal, San Vicente le había escrito en 1639: “Le ruego por estas líneas que no ceda a la tentación que quiere apartarle de recibir el santo orden del sacerdocio, para llegar al cual ha hecho ya casi todo cuanto ha hecho desde que está en el mundo. Dispóngase, pues, para recibir esta ordenación, por favor... Si dice que no es apto y que jamás lo será, le confieso, señor, que así es en relación con la infinita santidad de la obra, pero en relación con nuestra miseria espere, señor, que Nuestro Señor será su aptitud, así como será también el sacrificador junto con usted”. También estas líneas tienen regusto de confesión personal.

La lectura conjunta de esos y otros textos que podrían aducirse nos lleva, por convergencia, a la conclusión de que, aún a sus veinte años, el joven Vicente de Paúl afrontó el sacerdocio con suficiente conciencia de su excelencia y de las disposiciones necesarias para recibirlo, por más que, visto el paso desde la cima de su ancianidad -y de su santidad- se le antojara una temeridad. La visión utilitarista del estado clerical más que del sacerdocio no es incompatible con la honradez natural, con el sentido del deber y la voluntad de cumplir las obligaciones adquiridas ni, por supuesto, con un auténtico fervor, quizás superficial, pero absolutamente sincero. Desenmarañar esos dos factores va a ser a mi entender el constante quehacer de los doce primeros años de sacerdocio de Vicente de Paúl.

Doce años de búsqueda

La ordenación sacerdotal de Vicente marca el comienzo de una nueva etapa de su vida, su juventud, sus años de peregrinación y aprendizaje. Es también, naturalmente, una nueva etapa de su camino sacerdotal.

Y aquí se nos plantea una pregunta previa: ¿camino o carrera? Conviene tener en cuenta la distinción. El camino es la marcha en la vivencia de una vocación. La carrera -“hacer carrera”- es el entendimiento del sacerdocio como ocasión de avance personal, de medro y logro. Para contestar a esa pregunta debemos analizar los informes que poseemos sobre la actuación sacerdotal de Vicente en los doce años que transcurren entre su ordenación y su instalación como párroco de Clichy.

Lo primero que sabemos de San Vicente sacerdote es que fue nombrado por el Vicario General de Dax párroco de Tilh, un pueblecito de la diócesis no lejano de su nativo Pouy. Recordemos que este primer beneficio obtenido por Vicente se cerró con un fracaso. La parroquia había sido concedida en Roma a otro pretendiente, un tal señor Saint-Soubé, y Vicente, de grado o por fuerza, tuvo que renunciar a ella. Abelly piensa que de grado, por no pleitear, dada su repugnancia a los procesos. Esto es proyectar sobre el joven Vicente una actitud de su edad madura que nada nos indica que Vicente poseyera en sus primeros años. En efecto, pronto se le verá pleitear por un asunto relativamente mucho menos importante. Lo más probable es que Vicente viera perdida la causa y dejara de interesarse. Enfrentarse a Roma y tal vez también a su propio obispo, ya instalado en la sede y que no tenía interés alguno en sostener una decisión tomada por otros, era a todas luces empeño inútil. Del episodio hay que retener, sobre todo, la idea de que el primer intento de Vicente por afirmarse en su nueva condición de sacerdote es ser párroco, es decir, alcanzar la única situación que le garantizaba el pleno ejercicio de las funciones sacerdotales. Esto puede parecer natural en nuestros días. No lo era tanto en una época en que multitud de eclesiásticos utilizaban su sacerdocio como mera palanca para aspirar a prebendas que poco tenían que ver con el sacerdocio. Claro está que, al mismo tiempo, una parroquia constituía una fuente segura de rentas e ingresos. No tenemos ningún motivo para suponer que Vicente no aspirara simultáneamente a lo uno y a lo otro. Es decir, que el camino sacerdotal fuera para él al mismo tiempo una carrera.

El segundo episodio que conocemos es de diferente índole. El mismo año de su ordenación o al siguiente, es decir, en 1600 o 1601 Vicente realizó un viaje a Roma. Del hecho no cabe duda por más que los primeros biógrafos no sepan nada de él. Nosotros lo conocemos porque varias veces el propio Vicente dice que “había tenido el honor de ver” al papa Clemente VIII. Ahora bien: Clemente VIII murió en 1605. A precisar más la fecha nos ayuda otra referencia: en la carta de 20 de julio de 1631 al P. Du Coudray destacado por entonces en Roma, Vicente le dice que él mismo había estado allí “hace treinta años”. Hubo de ser, por tanto, en torno a 1601. En cambio, sobre los motivos del viaje carecemos por completo de información. Se han avanzado varias hipótesis: que fue allá para obtener la dispensa de su ordenación irregular, o para defender su causa en la disputa por la parroquia de Tilh o, simplemente, para ganar el gran jubileo de 1600. Todas ellas carecen de apoyos documentales. Lo que sí conocemos bastante bien son las disposiciones interiores de Vicente durante su estancia en la ciudad eterna. Tal conocimiento es precioso a la hora de reconstruir su camino sacerdotal. ¿Cuáles eran esas disposiciones?

Oigámoselo al mismo Vicente: “Por fin ha llegado usted a Roma, donde está la cabeza visible de la Iglesia militante, donde están los cuerpos de San Pedro y San Pablo y de otros muchos mártires que en otro tiempo dieron su sangre y emplearon su vida por Jesucristo. ¡Cuán feliz es, señor, por poder caminar sobre la tierra por la que caminaron tantos grandes y santos personajes! Esta consideración me conmovió tanto cuando estuve en Roma hace treinta años, que, aunque estaba cargado de pecados, no dejé de enternecerme incluso con lágrimas, según me parece”.

Estas palabras distan mucho de describir a un mozuelo alocado. Hablan, por el contrario, de un joven piadoso, capaz de incluso de llorar de emoción al recuerdo vivo de los santos. Esa es la imagen que el San Vicente maduro da del Vicente juvenil.

Vuelto a Toulouse, Vicente reemprende sus estudios hasta completar siete años de teología en 1604 y obtener el título de bachiller con derecho a explicar el segundo libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, reanuda su actividad en el pequeño preceptorado que regentaba y sigue a la espera de una colocación definitiva.

Parece incluso dispuesto a acelerar en cuanto de él dependa el logro de esa colocación. Tal es el sentido de otra gestión de Vicente que conocemos sólo por una alusión suya: su viaje a Burdeos para llevar a cabo un asunto cuya “temeridad” no le permite nombrar y para el que necesitaba dinero en abundancia. Se ha supuesto siempre que ese asunto sería el nombramiento de Vicente para una sede episcopal. La hipótesis, formulada por Collet, tiene a su favor la expresión empleada por Vicente: el asunto era una “temeridad”. La misma temeridad, al parecer, que hacía falta para ordenarse sacerdote. Suponiendo acertada la hipótesis, la anécdota vuelve a descubrirnos un Vicente que busca su camino al mismo tiempo que trata de hacer carrera.

Fueran cuales fueran, las aspiraciones de Vicente iban a verse truncadas de repente por un acontecimiento fortuito. En julio de 1605, al regreso de su viaje a Marsella en busca de una herencia, -el pleito a que antes aludíamos- Vicente cae prisionero de un bergantín turco que le lleva a Túnez, donde le venden como esclavo, situación en la que permanecerá durante dos años.

No vamos a entrar ahora en la polémica en torno a la historicidad del cautiverio. Lo que aquí nos interesa es lo que el relato de la cautividad puede enseñarnos sobre el camino sacerdotal de Vicente. ¿Qué aprendió San Vicente sobre el sacerdocio durante sus dos años de cautiverio? Para responder a esa pregunta, contamos con una decena de textos vicencianos que no han sido demasiado examinados por los biógrafos: sus alusiones al comportamiento de los sacerdotes esclavos en Berbería. San Vicente tiene de ello ideas muy precisas, que no provienen de sus misioneros enviados a Argel o Túnez, y, en conjunto, poco favorables. Entre los sacerdotes esclavos surgen con frecuencia disensiones escandalosas; se producen graves desórdenes morales que deben ser corregidos con benignidad más que con rigor; reina el libertinaje; no se preocupan de robustecer en la fe a los otros esclavos, es más, están ellos mismos tan disipados que se puede dudar de la validez de los sacramentos administrados por algunos de ellos; necesitan que la autoridad de los Vicarios Generales haga que se les tribute el honor que les es debido. Ciertamente, su experiencia tunecina proporcionó a Vicente un importante bagaje de ideas sobre la grandeza y la miseria del sacerdocio.

¿Incurrió el Sr. Vicente durante su cautividad en los desórdenes que más tarde reprocharía a los sacerdotes esclavos? Nada nos autoriza a suponerlo. En cambio, por la misma carta de la cautividad sabemos que hasta el momento de emprender el viaje a Marsella, gozaba de fama de hombre irreprochable. Sólo la venta del caballo de alquiler -confesada por el propio Vicente- y las repetidas alusiones a sus deudas arrojan sobre su conducta una sombra de duda razonable. Pero lo primero era artimaña frecuente de viajeros faltos de recursos y lo segundo constituye una constante preocupación de Vicente a que precisamente la carta al Sr, de Comet pretendía poner remedio.

A partir del retorno de la cautividad, todo lo que sabemos de las preocupaciones sacerdotales de Vicente gira en torno a su búsqueda de una colocación. Así su seguimiento de Mons. Montorio a Roma, su instalación en París, su entrada al servicio de Margarita de Valois. De todo ello dará cuenta el propio Vicente en la carta a su madre, de febrero de 1610, en la que se muestra esperanzado de conseguir pronto un empleo digno y deseoso de que alguno de sus sobrinos estudie, lo mismo que él, para salir de la pobreza. Los biógrafos modernos tachan unánimemente de ambiciosa esa actitud vicenciana. Tal vez lo fuera, pero en todo caso, se trata de pequeñas ambiciones y, desde luego, legítimas. En el fondo no aspira sino a lo que se propuso desde el principio: un pequeño beneficio eclesiástico con que atender a sus necesidades y a las de su familia.

En cierto sentido, todo ello lo iba a conseguir aquel mismo año de 1610. Es el año de su nombramiento para la abadía de San Leonardo de Chaumes, que podía considerase como el “honesto retiro” a que aspiraba. Pero, aparte de que la adquisición de la dichosa abadía resultó ser un fiasco, lo cierto es que en el corazón de Vicente empezaba a operarse un cambio. A la búsqueda de colocación se va a añadir cada vez con mayor intensidad la búsqueda de un género de vida acorde con su condición de sacerdote: “el propósito -dice Abelly- de llevar una vida verdaderamente eclesiástica y de cumplir perfectamente las obligaciones de tal carácter”. El sacerdocio como camino se va imponiendo al sacerdocio como carrera. Es el comienzo de la conversión de San Vicente, que consiste precisamente en eso, en el paso de una vida de muy mediocres aspiraciones espirituales a una vida de autenticidad cristiana y sacerdotal, más que en la reforma de una conducta depravada y pecadora que nadie ha conseguido demostrar que haya existido nunca. Sin duda, en la conversión juega un papel importante, aunque no único, la acusación de robo. Parece ser ésta la que, finalmente, decide a Vicente a cambiar de hospedaje e instalarse durante algún tiempo en la residencia de los Padres del Oratorio. Dios le había inspirado -explica Abelly- el deseo de ponerse en un camino verdaderamente eclesiástico. Era precisamente el camino que señalaba a sus discípulos el fundador del Oratorio, Pedro de Bérulle. Y es que, junto a sucesos externos más o menos decisivos, en el proceso de maduración sacerdotal de Vicente hay que otorgar un lugar primordial a su evolución interior, que desgraciadamente, conocemos muy parcialmente, En esa evolución ejerce una influencia determinante el encuentro de Vicente con su primer gran maestro de espíritu.

No es éste lugar para glosar la figura del fundador del Oratorio. Lo que nos interesa sobre todo es recordar que Bérulle es, en gran medida, el restaurador de la espiritualidad sacerdotal y que la preocupación por los sacerdotes constituye un punto clave de su actividad pastoral, su doctrina y su vida. En su escuela, Vicente encuentra el norte a que más o menos conscientemente aspiraba desde su ordenación la brújula de su alma. Desenmaraña al fin la intrincada madeja de nobles aspiraciones y bastardos intereses en que se debatía desde su ordenación. Con Bérulle entra definitivamente Vicente en su camino sacerdotal.

El hecho espiritual tiene casi inmediatamente un reflejo temporal. Un par de años después de su encuentro con Bérulle, Vicente obtiene por fin, y a través de él, un empleo específicamente sacerdotal: el 2 de mayo de 1612 toma posesión del cargo de párroco de Clichy.

En Clichy, de donde será párroco durante catorce años, Vicente vive por primera vez una experiencia sacerdotal plenamente satisfactoria. Se siente en comunión con los fieles, a los que admira por su docilidad, su devoción y hasta su sentido artístico. Ensaya una serie de proyectos pastorales que tendrán su desarrollo pleno en realizaciones de su edad madura. En una palabra, se siente, vive y actúa como sacerdote. Y, en consecuencia, piensa que ni el arzobispo de París ni el mismo Papa son tan felices como él.

Sólo que, en el camino sacerdotal de Vicente, contra lo que quizás él mismo pudiera pensar en aquellos momentos, Clichy no era, ni mucho menos, una estación terminus. En realidad, iba a ser un punto de partida. A medida que vaya descubriendo otros elementos de su vocación total y de una manera especial, la llamada de los pobres, que ya entonces le andaba rondando en sus visitas al hospital de la Caridad y en otros encuentros ocasionales, irá dando nuevos pasos en el camino que se ha trazado. Es, por eso, significativo que Vicente sólo renunciará a la parroquia de Clichy en el momento en que, fundada la Congregación de la Misión y constituida la comunidad, sienta la necesidad de romper ataduras con el pasado.

L. Abelly, La Vie du venerable servitevr de Dieu Vincent de Pavl, Institutevr et premier Svperievr General de la Congregation de la Mission diuisée en trois Liures, Paris, 1664. L. 1, c. 3, p. 25.

L. Abelly, o.c. L. I, c. 2, p. 32.

La estancia y estudios de San Vicente en Zaragoza, que hemos defendido siempre se ha abierto camino entre autores recientes, incluso franceses, como Bernard Pujo: Vincent de Paul, le précurseur, Paris, 1998 p. 30-31 y 314, notas 6 y 7. Ver asimismo Bernard Koch, La Bibliothèque de Saint Vincent vers 1611-1616, p. 3.

Pierre Defrennes, La vocation de Saint Vincent de Paul: Étude de psychologie surnaturelle, Paris: Revue d'Ascétique et de Mystique XIII, (1932), p. 391.

Pierre Coste, La vraie date de la naissance de Saint Vincent de Paul, Dax, 1922. Para el caso da lo mismo que San Vicente, como yo pienso, naciera no en 1581 sino en 1580. Cf. José María Román, El nacimiento de San Vicente de Paúl: Preguntas en torno a una fecha. En Semana Vicenciana de Salamanca (10ª), Salamanca, 1981. p. 147-174. Tanto los diecinueve como los veinte años eran irregulares.

Antoine Redier, La vraie vie de Saint Vincent de Paul, Paris, 1927. Existe traducción española: Vicente de Paúl, todo un carácter; trad. de la 2ª ed. francesa por Luis Huerga, Santa Marta de Tormes, Salamanca, 1977.

Saint Vincent de Paul: Correspondence, Entretiens, Documents; Ed. publiée et annotée par Pierre Coste, Prêtre de la Mission, Paris, 1920-1925, 14 v. Citado en lo sucesivo como SVP XIII, 3, 5 y 6; ES (Edición española Sígueme) X, 11, 12 y 13.

SVP XIII, p. 7; ES X, p.14 La ordenación en Château-l'Évêque ha sido estudiada sucesivamente desde diversos puntos de vista por varios autores, a los que remitimos globalmente para las líneas que siguen: Abbé Granger: Ordination de Saint Vincent de Paul dans l'église de Château-l'Évêque. - Nouvelle édition. - Périgueux, 1884. La 1ª edición es de 1872. F. Contassot, Saint Vincent de Paul et le Périgord: Annales (1949-1950) p. 161-203. Joseph Defos du Rau: Le jeune Vincent de Paul, s'est-il fait ordonner prêtre par surprise? Dax: Bull. de la Société de Borda, 3e. trimestre 1959.

Pierre Miquel: Vincent de Paul, Paris, 1996, p. 80.

L. Abelly, o.c., L.1 c.3 p. 11; P. Collet, La vie de St. Vincent de Paul, instituteur de la Congrégation de la Mission et des Filles de la Charité. Nancy, 1748. - 2 v., t.1 p. 14.

E. Diebold, La première messe de Saint Vincent (1600): Annales (1957) p. 488-492.

SVP, V, 568; ES V, 540. Carta al Canónigo Saint-Martin, marzo de 1656.

SVP, VII, 463; ES VII, 396. Al abogado Dupont-Fournier, padre del P. Fournier, C.M., que pretendía hacerse sacerdote a una edad avanzado, 1659.

SVP XV, 22; ES I, 587.

L. Abelly (o.c., L.1 c.3 p. 11) dice que fueron los “grandes vicarios de Dax, sede vacante” quienes proveyeron a Vicente de la parroquia de Tilh. Coste (Monsieur Vincent, t.1 p. 40), que había detectado el error de Abelly sobre la situación de la sede, se cree autorizado a interpretar que el nombramiento lo hizo el obispo. No es nada seguro. Recientemente se ha lanzado la hipótesis de que acaso el nombramiento para Tilh fuera anterior a la ordenación sacerdotal de Vicente (Bernard Pujo, o.c., p. 24), en cuyo caso no habría error de Abelly, ya que la diócesis estaba, efectivamente vacante.

SVP IX, p. 316-317. 468; SVP X, p. 365 593; SVP XII, p. 347; ES IX, p. 294, 426, 987, 1123; ES XI, p. 623.

SVP I, p. 114; ES I, p. 176.

L. Abelly, o.c., L.1 c.3 p. 12; P. Collet, o.c. t.1 p. 11.

SVP I, 3; ES I, 76.

P. Collet, o.c. I, p. 15.

Para una exposición sistemática del problema remito a los caps. IV y V de mi biografía de San Vicente. La historiografía más reciente se inclina decididamente en favor de la veracidad sustancial del relato vicenciano. Cf. Pierre Miquel, Vincent de Paul, Paris, 1996, p. 90-91; Bernard Pujo, Vincent de Paul, le précurseur, Paris, 1998, p. 39-48 y, sobre todo, el recentísimo estudio del P. Bernard Koch, C.M., Un regard neuf sur Saint Vincent. L'expert en Droit et procédure. Nouvelle lecture des lettres de la captivité, en Bulletin des Lazaristes de France, nº 168 (avril 1999), p. 93- 104. Este artículo replantea sobre bases totalmente nuevas el estudio de la historicidad del cautiverio y marca un hito decisivo para la solución del problema.

SVP IV, 22-23; ES IV, 27. Súplica a la Propaganda Fide de licencias para Le Vacher, Mayo 1650

SVP IV, 120-121, ES IV, 497-498. Carta a Felipe Le Vacher, sacerdote de la misión, en Argel, 1652.

SVP V, 82; ES V, 81. Carta al señor de La Haye-Vantelay, 25 de febrero de 1654

SVP VII, 117; ES VII, 107. Carta a Fermín Get, superior de Marsella, abril o mayo 1658

SVP XIII, 307; ES X, 373. Consejos de San Vicente al Padre Nouelly y al Hermano Barreau antes de su partida para Argel [por el mes de mayo de 1646].

Me es sumamente necesaria una copia de mis títulos de ordenación, firmados y sellados por monseñor de Dax, con un testimonio de dicho señor, que él podría obtener de una investigación sumaria de algunos amigos nuestros, de que siempre se me ha reconocido como hombre de bien. SVP I, 15; ES I, 87.

Cf. B. Koch, art. cit. p. 96.

SVP I, 18-19; ES I, 88-90.

L. Abelly, o.c., L.1 c.6 p. 24.

L. Abelly (o.c., L.1 c.6 p. 24) asegura que Vicente residió dos años en la casa de Bérulle. Coste considera imposible una estancia tan larga, basado en los domicilios de Vicente conocidos documentalmente y en el hecho de que el Oratorio se fundó el 11 de noviembre de 1611, y Vicente de Paúl tomó posesión de Clichy el 2 de mayo de 1612.

Yves Krumenacker: L'école française de spiritualité : Des mystiques, des fondateurs, des courants et leurs interprètes, Paris, 1998. Cf. especialmente p. 199-210 y 350-369.

SVP IX p. 646; ES IX, p. 580.