Servidor del Evangelio y testigo de Jesucristo en Madagascar

Servidor del Evangelio y testigo de Jesucristo en Madagascar

por Mons. Pierre Zevaco, C.M.

Obispo Emérito de Tolagnaro (Madagascar)

Tuve la alegría, hace dos meses, el día 23 de septiembre de 2001, de organizar y concelebrar la ordenación episcopal de mi sucesor, Mons. Vincent Rakotozafi.

Después de 105 años (1896-2001) que los Obispos Lazaristas han trabajado el campo de la misión de Fort-Dauphin (Tolagnaro), al sur de la “Isla Roja” (Madagascar), detrás de nuestros antecesores Mons. Jacques Crouzet, Mons. Charles Lasne, Mons. Antoine Sévat y Mons. Alphonse-Marie Fresnel, me ha cabido el honor de transmitir la llama apostólica a un hijo del país: desde entonces la Iglesia misionera, inaugurada en 1648 por los primeros hijos de San Vicente: los PP. Nacquart, Gondrée y Bourdaise, ha cedido el puesto a la Iglesia local diocesana malgache. Con mis antecesores, con nuestro Bienaventurado Padre San Vicente - cuyo corazón, reliquia insigne, estaba en Fort-Dauphin el día mi ordenación episcopal, portada por el P. Richardson - podía yo cantar el Nunc dimittis... Domine.

Desde mis casi treinta y tres años de servicio episcopal (después de mi nominación, el día 26 de septiembre de 1968, por Pablo VI), ¿cuáles han sido las principales opciones pastorales que han guiado mi vida y jalonado mi acción?

1. Mi acción. ¡La expresión no es justa! Prefiero decir “nuestra acción”: Padres, Hermanos, Hermanas y Laicos, con una mención particular para los Catequistas, han asegurado conjuntamente la Misión de la Diócesis. La función del Obispo, ¿no es, ante todo, ser el centro de comunión de los agentes de la pastoral? ¿No es animar e inspirar, coordinar las acciones de todos los responsables del Evangelio? Es en esto primordialmente, en esta acción, donde el Obispo es Siervo del Evangelio.

Y esta comunión, en el Presbiterio de Fort-Dauphin, era tanto más necesaria, cuanto eran diversos los orígenes de los cooperadores pastorales: Sacerdotes diocesanos malgaches, Lazaristas franceses, españoles, polacos... con nuestras Hijas de la Caridad, las Hermanas de Ntra. Señora del Cenáculo de Thérèse Couderc, los Hermanos Enseñantes, Hermanos del Sagrado Corazón, malgaches y canadienses... Hemos remado y vivido juntos, con nuestros hermanos y hermanas laicos malgaches, una Familia unida en la diversidad de nuestros carismas y talentos recíprocos. ¡Experiencia a veces delicada, pero tan enriquecedora!

2. “Siendo médico de `primera vocación'”, me ha sido dado vivir mi doble y única vocación del “servicio a los enfermos”, en seguimiento de Vicente de Paúl e inspirado por él, para curar “corporal y espiritualmente”. El servicio a los enfermos de lepra en Ampasy, una consulta de pediatría regularmente asumida, al menos los 15 primeros años de mi vida episcopal, me han dado la alegría de ser el lugarteniente de Jesús, Buen Samaritano, y de encontrarle, sirviéndole vivo en sus miembros sufrientes, los que son nuestros Amos y Señores. Fuera de estos encuentros con los enfermos, han sido numerosos cada día los pobres, “otros Cristo”, que se agolpaban a la puerta del Obispo. ¿No es en esto donde el Obispo se muestra siervo del Evangelio y testigo de Jesucristo para la esperanza del mundo? ¿No es en esto donde me ha sido dado ser y vivir preferencialmente mi vocación de evangelizador de los pobres?.

3. En cuanto hijo de San Vicente y según el deseo de nuestro bienaventurado Padre, han sido dedicados atención y esfuerzos a la “misión junto a las pobres gentes de los campos”.

Si la gran misión popular según la tradición vicenciana, animada por varios Padres, Hermanos y Estudiantes, sólo pudo ser dada en cuatro parroquias de la Diócesis: Fort-Dauphin, Ambovombe, Amboasary y Tsivory, las visitas pastorales anuales del Obispo interesaron a los 12 centros de distrito de la Diócesis, reagrupando la totalidad de 450 centros de oración e iglesias del “matorral”. La animación espiritual de los laicos de los comités parroquiales y de las fuerzas vivas parroquiales: grupos de Acción Católica de adultos, de jóvenes y de niños, han apuntado a la formación espiritual, apostólica y misionera de los cristianos, para que fueran en sus ambientes de vida, en un 90% “pagano”, sal de la tierra y luz del mundo. El esfuerzo de evangelización ha tratado siempre de respetar las tradiciones atávicas inscritas en la cultura del pueblo malgache, como disposiciones evangélicas, piedras de espera y semillas del Verbo.

4. Siempre según el espíritu de la Congregación y de las Reglas Comunes, se ha prestado particular atención a la promoción del clero local, a su formación, a su animación en su formación permanente: el establecimiento del Seminario Menor de Fort-Dauphin, nuestra participación en la formación de los seminaristas mayores a nivel del Seminario Interdiocesano de Fianarantsoa, son la prueba de ello.

La animación del Clero diocesano, ¿no era una de las preocupaciones mayores del Sr. Vicente al animar las Conferencias de los Martes y al fundar los primeros seminarios postridentinos? ¿No nos decía él que debemos ser... los más diocesanos de los religiosos?

5. Durante este largo servicio episcopal, me he esforzado en acordarme cada día de que el fin de la pequeña Compañía... es trabajar en su propia perfección... revestirse del espíritu de Jesucristo... para practicar las virtudes que el Soberano Maestro se ha dignado enseñarnos con palabras y ejemplos. He tenido la alegría de vivir, en comunidad vicenciana, los tiempos fuertes de oración, de concelebración eucarística y de vida fraterna... De ella, he sacado fuerza, ánimo y consejos en los momentos difíciles. Juntamente con mis hermanos, hemos tratado de vivir lo mejor posible “las enseñanzas evangélicas” y “las cinco virtudes” del misionero, con una preferencia por la sencillez y la humildad, fuente de amabilidad, de celo por la salvación de las almas, en una verdadera renuncia propia. Me he esforzado en vivir de verdad la divisa que me fue dada al comienzo de mi servicio episcopal: Charitas Christi urget nos.

6. A la hora de la jubilación, convertido en Obispo Emérito de Tolagnaro, ¡qué alegría para mí poder reintegrarme plenamente a la Comunidad, nuestra Familia Vicenciana, que, por otra parte, jamás he dejado! Cuánto agradezco a Padres, Hermanos y Hermanas, la confianza que me han otorgado, recibiéndome como a su hermano mayor, incluso como consejero a ciertas horas. En la Asamblea General de 1968 mis antecesores Mons. Fresnel y Mons. Chilouet, me habían encargado solicitar de los capitulares la reintegración de Obispos Lazaristas, al término de su cargo pastoral. Así fue aprobado por nuestros Estatutos; y heme aquí, pues, en el equipo de los formadores del Estudiantado de San Vicente de Paúl de Fianarantsoa, colaborando con los PP. Gonzague, Danjou, François, Benolo (el primer sacerdote malgache que he ordenado) y Honoré Ramanambintana, para trabajar en la formación de los nuestros, los futuros misioneros de su propio país, los futuros evangelizadores de los pobres de los campos malgaches.

¡Acción de gracias, pues, al Espíritu Santo,

el “Promotor de la Misión”,

Espíritu de Jesucristo,

el Primer Misionero!

¡Acción de gracias a la Familia Vicenciana

que me ha permitido vivir

mi vocación de sacerdote - médico

en seguimiento y según el pensamiento del Sr. Vicente¡

¡Acción de gracias a todos y a cada uno de mis formadores quienes, después de mis padres, han hecho de mí lo que soy!

¡Acción de gracias a la Gracia del Padre

que no ha sido vana en mí.

(Traducción: VÍCTOR LANDERAS, C.M.)

1