El Carisma Vicenciano en África. El Servicio de los Misioneros Vicencianos al Clero Abisinio

EL CARISMA VICENCIANO EN ÁFRICA

EL SERVICIO DE LOS MISIONEROS VICENCIANOS AL CLERO ABISINIO

A.Zeracristos Yosief, C.M.

"Es nuestra obligación formar sacerdotes bien preparados".

(San Justino de Jacobis)

Para comprender mejor nuestro servicio al clero abisinio en nuestra situación histórica concreta, conviene distinguir dos periodos: El primero, que va desde la llegada a Eritrea-Etiopía de San Justino de Jacobis hasta la Segunda Guerra Mundial (1839-1945); y el segundo, que abarca de 1947 a nuestros días.

San Justino de Jacobis y el Clero de la Iglesia Local

Hay cosas sobre el cristianismo en Eritrea-Etiopía que, por sabidas, no es necesario que recordemos aquí. Todos sabemos que San Justino no es ni el primero ni el único que llegó allí como misionero para hablar del catolicismo y mucho menos del cristianismo. Conocemos por la historia que hubo diversos intentos para introducir el catolicismo en esta tierra de larga tradición cristiana. Me refiero a aquella parte del territorio donde nuestro santo vivió y trabajó y que generalmente se llama “Abisinia”, que comprende Eritrea y el norte de Etiopía.

El hecho es, sin embargo, que si hoy existe un fuerte catolicismo en Eritrea y en el norte de Etiopía se debe a San Justino. Este catolicismo tiene también una peculiariedad: ambos países comparten el mismo rito y la misma liturgia. Se ora del mismo modo y con las mismas palabras. Ello ha sido posible gracias a la abierta visión cristiana de nuestro Padre, que entendió profundamente, desde el primer instante, que no tenía sentido alguno el tratar de imponer la latinidad, sólo por el gusto de distinguirse de la Iglesia Local.

Nos preguntamos, entonces, qué es lo que distinguía a Justino de Jacobis de los otros misioneros, de antes y de después de él. A mi parecer lo que distinguía a San Justino era su concepción de la Iglesia, del clero local y su formación, así como sus relaciones personales con este mismo clero. Ciertamente se exagera cuando se dice de él que “ha participado de la ruda vida de los abisinios en todo menos en el pecado”.No se puede negar, sin duda, que participó de la vida dificil que aquí se vivía, especialmente en aquellos tiempos. Pero la vivió como hombre débil y pecador y no como un ser divino. Por consiguiente, debemos decir que participó en todo y plenamente de las condiciones de vida, como él mismo lo dice en una carta dirigida al P. General de entonces, P. Etienne, al que pedía que le enviara misioneros fuertes para ayudarle.

Una cosa es cierta: San Justino vivió pobre y humilde en medio de los pobres. Su grandeza y credibilidad, a mi parecer, dependen precisamente de este modo de vivir suyo. En un mundo donde la pobreza es la condición normal de vida, la tentación hubiera sido la de presentarse como rico en todos los aspectos: rico de dinero y de cultura, y, consiguientemente, como quien debe dar sin necesidad jamás de recibir, como quien debe enseñar sin tener nunca que aprender. San Justino apartó y superó definitivamente tal tentación y se puso, como un alumno en la escuela, a aprender y hasta a defender la lengua, el rito y los usos de sus sacerdotes. En una palabra, se hizo pobre para ganar a sus sacerdotes pobres y dejarse, al mismo tiempo, ganar por ellos.

Otra cosa que distinguió a Justino de Jacobis de los otros misioneros, incluídos los vicencianos y hasta sus más estrechos colaboradores, fue su concepción del clero abisinio. Ante todo y sobre todo, debemos decir que para San Justino el tema de la formación del clero local no era un tema cualquiera, sino central, y la actividad misionera más importante.

En 1845, a los pocos años de su llegada a Abisinia, lo encontramos preocupado por construir un seminario en Guala, que trasladó posteriormente a Alitiena. Ya en aquellos años San Justino tenía la siguiente convicción sobre el clero e Iglesia locales: “Un sacerdote Abisinio profundamente católico y suficientemente instruído, por su perfecto conocimiento de la lengua, de los usos y hasta de los prejuicios de sus connacionales... trabaja aquí con éxito incomparablemente superior al de un Europeo... Como ellos (sus sacerdotes) siguen la liturgia y la disciplina católica Oriental, por ello hacen avanzar rápidamente la causa católica en una gente como ésta que no se deja ganar sino por lo que ve y toca con la mano. De hecho, los tres sacerdotes abisinios que tenemos con nosotros hacen ellos solos más que todos nosotros los europeos... No obstante esta evidente ventaja, deben ser formados por los hijos de San Vicente y no por otros...”

San Justino está perfectamente en línea con San Vicente en cuanto a que “ayudar” o “formar” al clero no es un trabajo opcional sino la razón de ser y el fin supremo de la pequeña Compañía. Esta convinción de San Justino no era de poca importancia. Nos preguntamos, sin embargo, cómo quería formar a sus sacerdotes. San Justino no parece preocupado, al menos al principio, por dar la supremacía a la formación intelectual, lo que hubiera establecido una discontinuidad entre sus sacerdotes y los de la Iglesia abisinia. Más bien el plan de estudios adoptado en el seminario de San Justino parece semejante al de los monjes en los monasterios: “Hasta mediodía, dice abba Atsbeha en su diario, aprendíamos Amárico, Ge'ez y el Canto Etiópico. (La misa cantada y demás cantos de la liturgia del rito Ge'ez). Por la tarde estudiábamos francés... ”. San Justino, en su carta del 17 de febrero de 1844, pedía permiso para vestir como los eclesiásticos abisinios. Decía: “Creo que el criterio de la Congregación en este asunto, que es el criterio del mismo Santo Fundador, es que los Misioneros lleven los hábitos poco más o menos como los eclesiásticos más ejemplares del país donde viven. Aquí los eclesiásticos visten de la siguiente manera: llevan una túnica grande blanca, pantalones largos igualmente blancos, los pies descalzos, en la cabeza un turbante blanco y por encima de todo un manteo grande, blanco también. Yo visto de esa manera”. Sin duda alguna, sus sacerdotes seguían su ejemplo sin que el hecho de hacerse católicos los llevara a abandonar los usos de los eclesiásticos ejemplares del lugar, como los llama él.

ACTITUD DE JUSTINO DE JACOBIS PARA CON SUS SACERDOTES

Según el P. Delmonte, misionero vicenciano, que vivió con San Justino los últimos años de la vida de éste, el P. De Jacobis habría pronunciado acerca de los sacerdotes abisinios del lugar esta conmovedora frase: “Los monjes son mis ojos, mi boca, mis manos y mis pies. Ellos hacen lo que yo no puedo hacer y hacen mejor que yo lo que yo mismo hago”.

Es ésta la mejor expresión de su afecto, de su estima y de su reconocimiento para con los sacerdotes convertidos al catolicismo. Y como deseaba ayudar “a sus sacerdotes como miembros de su familia, los amaba con atenciones de padre, proveyendo a su mantenimiento y a todas sus necesidades. Era su propósito tratarlos así para mantenerlos unidos a él, con el fin de que de esta manera fueran del mayor provecho posible”. Desde París, sin embargo, lo acusaban de “comprar” las conversiones. Esta manera de conducirse de San Justino no agradaba no sólo a los Superiores que vivían lejos, en París, sino tampoco a su futuro sucesor al frente de la misión de Abisinia, P.Biancheri. Mons. Pane dice que por lo que atañe a la formación del clero nativo las opiniones del Mons. De Jacobis y las de Mons. Biancheri estaban “en dos polos opuestos”. ¿Se exagera? Quizá, pero la historia nos dice que después de la muerte de San Justino, el clero, bajo la dirección de Mons. Biancheri, se rebeló. Más aún, rehusó aceptarlo como su obispo. El cómo y el porqué lo describe el P. Delmonte en una carta del 2 de abril de 1861: los monjes de Halai, guiados por abba Enmetu, habían entrado en abierto conflicto con Mons. Lorenzo Biancheri, sucesor de San Justino de Jacobis. A causa de un descontento difuso y pequeñas incomprensiones estallaba, de una parte, la rebelión e insubordinación y de la otra -Mons. Biancheri- la dureza y mezquindad.

Las divergencias entre Mons. De Jacobis y Mons. Biancheri eran tales, que Mons. De Jacobis da la impresión de haberse arrepentido de haber hecho a Mons. Biancheri su sucesor y, sobre todo, de haberle confiado el cuidado de la nueva misión. Así parece, al menos, por la carta del 11 de octubre de 1859, dirigida al P.Guarini, citada en la nota precedente. Aparte de este incidente, causado en gran medida por el carácter de estos dos personajes que, de otra parte, son las personas que han sufrido por esta misión, se dio siempre una cierta continuidad, aún de contenido, en la formación del clero nativo dada por los misioneros vicencianos, como se nos cuenta en la historia. Hubo, sin embargo, un cierto cambio. Después de la muerte de Mons. Biancheri, hombre de confianza para Propaganda Fide, y al que no creían mucho los Superiores de París, el P. Etienne ponía una condición al Vaticano y a los misioneros que trabajaban en Abisinia: Si la Misión debía continuar, debía ser confiada a los Lazaristas franceses o, de otra manera, se cerraba dicha misión definitivamente.

Queriendo o no, Propaganda Fide acepta esta propuesta precisa y concluyente. Los primeros misioneros franceses enviados por el P.General llegan a Massawa el 23 de marzo de 1866. Eran Mons. Bel y Pedro Piccard. Este último permanecerá en Abisinia 38 años y morirá en Alitiena en 1904.

Mons. Bel encontrará a su llegada 27 sacerdotes abisinios: 19 ordenados por Mons. Massaia, 6 por San Justino y los 2 restantes por Mons. Biancheri. Mons. Bel fundará un seminario en Massawa. Durante los meses más calurosos los seminaristas se refugiaban en Hebo. Ocho eran los seminaristas mayores y ocho los menores. A causa de la severidad de este cohermano, algunos seminaristas no sólo abandonaron el seminario, sino hasta la misma religión. Mons. Touvier dice de Mons. Bel que se hallaba en conflicto también con ocho sacerdotes locales y que en el seminario, de los profesores, quedaba uno sólo.

Bajo la guía de Mons. Touvier, el seminario fue trasladado a Keren en el norte de Eritrea. Este seminario albergaba de 20 a 40 jóvenes. Los juicios que se dan de los seminaristas y del mismo seminario son siempre los mismos: el esquema mental y el criterio para juzgar se fundamentan siempre en el modelo de los seminarios y seminaristas europeos.

QUE DEBÍAN APRENDER EN EL SEMINARIO

- Amárico, lengua oficial de Etiopía.

- Ge'ez, lengua oficial de la liturgia abisinia.

- Latín, instrumento útil para el estudio de la Teología.

- Finalmente, el Canto, durante una hora diaria.

Entre las luces y sombras de las persecuciones, esta sensibilidad por la formación del clero abisinio no faltará en nuestros cohermanos hasta el 20 de enero de 1895, fecha imborrable en cuanto que en ella, por decreto, fueron expulsados de la Eritrea italiana los cohermanos franceses. Como consecuencia, todo terminará en las manos de los Capuchinos. Está claro que los Capuchinos no tenían la misma sensibilidad que los Vicencianos. A excepción del P. Miguel de Carbonara, optan por el rito latino con todas sus consecuencias. En Eritrea se deberá esperar hasta 1947-1948 para el nuevo inicio de esta misión, mientras que en el centro-norte de Etiopía, ya en 1897, el Superior General de la Congregación de la Misión, a petición de Propaganda Fide, enviaba nuevos misioneros. El P. Coulbaux será el nuevo Superior de la misión, al que acompañan otros tres cohermanos. Esta vez, las zonas confiadas a los Vicencianos son: Tigrai, Godjam y parte de Shewa (Amhara).

EL NUEVO COMIENZO EN ERITREA

Se podría decir que este nuevo inicio se origina por pura coincidencia histórica, al menos desde el punto de vista humano. Los misioneros que iniciaron esta nueva aventura habían llegado como capellanes militares del Ejército italiano de Mussolini. Sin embargo, sean como fueren las circunstancias históricas, en 1948 se comenzó a construir una casa en Hebo, donde está la urna con el cuerpo de nuestro Santo. Este nuevo inicio parte en donde terminó la vida de San Justino. Simbólicamente la cosa es perfecta. Estos cohermanos, inicialmente dos, siguiendo el ejemplo de San Justino, tendrán una sola preocupación: formar Vicencianos que formen al clero nativo ccmo quería San Justino. De ahí que, ya antes de terminar la construcción de la casa de Hebo, abrieron una Escuela Apostólica. Inmediatamente después comenzaron a formar seminaristas para la diócesis de Asmara. En los años que van de 1950 a 1968, nuestros cohenmanos estaban empeñados en dos frentes: de una parte, las construcciones que había que completar; de otra, la construcción de los corazones de los jóvenes, futuros líderes de la Iglesia. Estos misioneros, aparentemente convencidos de la mentalidad del tiempo, gracias a Dios estaban a favor de nuestros usos y de nuestro rito. Aunque, acaso, sin querer aprenderlo y practicarlo, apoyaron, sin embargo, y animaron siempre a ser y a hacer lo que era y hacía la Iglesia abisinia. No era poco. De 1968 en adelante la casa de Hebo ha estado y está empeñada en la formación del clero diocesano. Esta formación penmanente del clero se realiza mediante los retiros mensuales, algunas veces cada dos meses, mediante los Ejercicios Espirituales anuales, y, alguna vez, mediante cursos de renovación cuya continuación se está estudiando. Hay que decir, sin embargo, que no siempre se ha podido llevar a cabo esta formación permanente, a pesar de la buena voluntad de todos, a causa de la situación política que no lo penmitía. Desde 1991 la situación política es nueva y estamos estudiando nuevas posibilidades y una nueva metodología, adaptada a esta nueva situación, con renovado dinamismo y nuevo impulso de nuestro carisma con y para la Iglesia de San Justino de Jacobis.

Cf. Annali della Missione 82 (1975) p. 14.

San Justino, con el fin de conseguir la ayuda de misioneros que fueran capaces de aguantar todo y que tuvieran el espíritu de mortificación, describía las condiciones de vida en la nueva misión, comparándolas, obviamente, con las de Europa. Dice a propósito: “Aquí se duerme en el suelo, se come un pan detestable, y algunas veces, carne de chivos poco apetitosa. Nada de fruta, ni vino, ni pescado. Se camina descalzos”.

Mons. Pane expone así esta preocupación fundamental de San Justino: “El clero indígena era para él la obra que le había costado tantos sacrificios, tantas lágrimas y tanto trabajo: fue el sueño de su vida misionera, el punto de apoyo sobre el que trataba de desarrollar la misión”. Mons. Pane, La Vita del Beato Giustino de Jacobis, p. 907.

Carta del 28 de septiembre de 1846 de San Justino al P. Etienne, Superior General. Según esta carta San Justino consideraba a los misioneros vicencianos aptos para formar al clero abisinio con el que trataba, especificando, sin embargo, qué clase de cohermanos estarían a la altura de tal cometido, ya que no todos viven y trabajan como buenos misioneros, a saber: “Cohermanos que sean capaces de aguantar las más duras privaciones”. Carta citada; cf. Annali della Missione, 82, 1975, p. 45.

De hecho, el fin de la Congregación de la Misión, además de la propia perfección y evangelización de los pobres, especialmente del campo, incluye “ayudar a los eclsiásticos a adquirir la ciencia y las virtudes exigidas por su estado”. Cf. Reglas Comunes, I,1.

Este testimonio de abba Atsbeha, para ser precisos, no pertenece al periodo exacto de San Justino. Sin embargo es, seguramente, una tradición heredada y actualizada por los vicencianos llegados después de él. En el periodo de San Justino, supo éste de una publicación en el Vaticano en caracteres Ge'ez, lo que le movió a enviar a Roma algunos libros traducidos del latin al amárico y del amárico al latín. En una carta del 29 de junio de 1858 ponía la lista de esos libros. He aquí algunos:

- El Rito Etiópico con la traducción latina y las notas.

- El Tratado sobre las Virtudes Cristianas.

- La Historia de las Herejías existentes en Etiopía.

- Gramática y Diccionario de la lengua Ge'ez escrito por abba Ghebremicael en colaboración con los misioneros.

- Libro sobre los Ejercicios Espirituales.

Todos estos libros se usaban para la formación de los sacerdotes.

Lett. Man. II, n. 209. Otros testimonios dicen de San Justino:“En general vestía como los abisinios, pero peor que ellos: era muy pobre, vestía como los pobres”.

P. Delmonte, Arch. Storico Diocesi de Napoli, 1.c., p 347, citado en Annali Della Missione, 82, 1975, p.18.

P. Salvatore Pane, o.c. p. 907.

San Justino respondió a la acusación con mucha dulzura, pero sin esconder la gravedad del asunto. Decía: “Si los intereses de la misión de Abisinia, a la que he dedicado mi vida, exigen que yo sea retirado, os ruego que no tengáis consideración conmigo, sed tajante”. Lett. Man. II, n. 231. Los Superiores no habían comprendido que el Santo era uno de los pocos misioneros que habían llegado a Abisinia con la fuerza de la Palabra, que es Jesucristo, y no con el poder del bolsillo lleno.

S. Pane, o.c. p. 907.

El P. L. Chierotti ha citado esta carta en su artículo “El P. Carlos Delmonte, (1827-1869), el misionero más querido por el B. Justino de Jacobis”, en Annali della Missioni, 82, 1975, p. 111; se halla enASDN. Este autor dice que esta crisis se había iniciado antes de la muerte de Mons. De Jacobis, cuando Mons. Biancheri se había declarado abiertamente contrario a la importancia dada al clero nativo y a su mantenimiento a cargo del presupuesto de la misión. El 11 de octubre de 1859, un año antes de su muerte, escribió Mons. De Jacobis al P. Guarini: “Sepa bien qué pecado fue el mío cuando trabajé para que el Señor Biancheri llegara a ser Mons. Biancheri!!!”. Lett. Man. de Mons. De Jacobis, II, n. 402, en el Archivo General de la Congregación de la Misión en Roma. La cita está tomada del artículo del P. Chieroti.

Queriendo justificar y encontrar la clave interpretativa de estas diferencias de opinión de estos dos personajes, Van Winsen presenta a Mons. De Jacobis como “idealista”, en tanto que Mons. Biancheri sería “realista”. Si por “realismo” se entiende una visión concreta y práctica, es decir una visión que, en una medida suficiente, tiene en cuenta la situación ambiental y cultural, el realista no fue Mons. Biancheri, sino Mons. De Jacobis. Sea como sea, la diferencia no era banal. Razonar desde supuestos económicosx en detrimento de la formación y de la ayuda al clero no era favorecer la misión, formación y ayuda que eran exactamente la preocupación de Mons. De Jacobis: el Santo Blanco para todos los abisinios de todas las religiones.

Generalmente, Mons, De Jacobis viene descrito como un hombre bueno, amable, gentil, con un corazón de madre. El mismo Mons. Biancheri lo describe así el 6 de enero de 1845: “Tierno como una madre”; es decir, con un corazón cálido y reconfortante, comprensivo, amante y amable”. Mientras Mons. Biancheri se describe a si mismo como una persona con la autoridad de Padre; es decir, un hombre de sangre fría, todo cerebro, hombre capaz de guardar las distancias. Esta y la nota (13) se pueden ver en Dr. G.A.Ch. van Winsen. “One Hundred and Fifty Years of Priestly Formation by the Lazarists in Ethiopia” en ETHIOPIAN REVIEW OF CULTURES, Theological and Philosophical Center, Addis Abeba, v. 1, 1991, pp. 87--88.

Van Winsen, o.c. p.88.

Testimonio de Mons. Touvier, citado por Van Winsen, o.c. pp. 98-100.

Cf. Van Winsen, o.c. p. 105. Como se ve, la continuidad entre San Justino de Jacobis y el plan de estudios de este seminario dirigido por nuestros cohermanos, parece probada. Los elementos fundamentales de la formación soñada por De Jacobis están presentes: el rito de la católica disciplina Oriental, el Ge'ez, el Canto...

El decreto se dio el 20 de enero de 1895. Nuestros misioneros abandfonaron Massawa el 30 de enero de 1895. El 4 de febrero de 1895 dejaban Keren con todas las grandes y esplendorosas obras que allU tenían, incluída la primera y única imprenta en caracteres G'ez de toda la región, que quedaba en manos de los Capuchinos. El orfelinato de las Hijas de la Caridad, en cambio, pasaba a manos de las Hijas de Santa Ana.