Dimensión teologal de la vida comunitaria

Dimensión teologal de la vida comunitaria

por Ignacio Fernández de Mendoza, C. M.

Vicario General

8.VI.2001

La Iglesia cuenta en su haber con una larga tradición y con muy diversas modalidades de vida comunitaria. Las diversas experiencias de vida en común coinciden por lo regular en un elemento fundamental: todas se proponen como objetivo primero la perfección de sus miembros, insistiendo claro está en tal o cual fin particular y en alguna de las virtudes características de determinado Instituto. Después de la reforma protestante continuaron vigentes en la Iglesia diversas formas tradicionales de vida comunitaria, sin dejar por eso de aparecer nuevas modalidades entre las que se encuentra el peculiar modo vicenciano de vida comunitaria. San Vicente al diseñar la comunidad de los propios misioneros no partió de cero. Espigó las piezas que necesitaba en el campo de las diversas tradiciones de vida común: monástica, mendicante y jesuítica, dotando al mismo tiempo a la comunidad vicenciana de elementos originales. Así, por ejemplo, la vida comunitaria de la Congregación de la Misión se va a desenvolver en función de la misión, que no es otra que la evangelización de los pobres. Los misioneros viviendo en comunidad serán contemplativos en la acción y apóstoles en la oración.

1. Soporte teológico de la comunidad vicenciana

San Vicente aprovecha, como queda dicho, elementos referentes a la vida comunitaria, plasmados en la tradición y en los textos constitucionales de algunas órdenes religiosas precedentes o contemporáneas. No bastándole lo recibido de manos ajenas, dio un paso más a fin de proporcionar sólidos fundamentos teológicos a la vida comunitaria de sus misioneros. A este propósito acudió a la Palabra de Dios y muy en particular al ejemplo y enseñanzas de Jesucristo. Es sabido que la imitación de Jesucristo es parte fundamental de la espiritualidad vicenciana. La imitación del Cristo terreno, hasta en detalles insignificantes, proporciona a Vicente de Paúl seguridad en lo doctrinal en incluso a la hora de tomar decisiones referentes a la vida práctica. Dirá a estos efectos San Vicente que “la doctrina de Jesucristo nunca puede engañar” (RC II, 1) y que “Nuestro Señor Jesucristo es el verdadero modelo y el cuadro invisible sobre el cuál hemos de ir plasmando nuestras acciones” (SV XI, 212 / ES XI,129). El Santo Fundador invitaba con frecuencia a los misioneros a valorar las prácticas y los hechos ejemplares de las antiguas órdenes religiosas referentes a la vida comunitaria, pero, ante todo, a donde había que acudir era a las enseñanzas de la Palabra de Dios así como al ejemplo de Jesucristo y de los primeros cristianos.

Es aquí, sobre todo, donde encuentra San Vicente auténticos paradigmas de la vida comunitaria de los misioneros. El Santo Fundador aludirá en sus conferencias a la Santísima Trinidad en cuanto causa ejemplar de la vida comunitaria, a la comunidad formada por Jesús y sus discípulos más cercanos y a la vida en común de las primeras iglesias cristianas. San Vicente encontró en estos parámetros bíblicos un sólido fundamento teológico sobre el que se asienta la vida comunitaria de la C.M.

2. Comunidades a ejemplo de la Trinidad

San Vicente nos recuerda en las reglas Comunes que “por la bula de fundación de nuestra Congregación debemos venerar de manera especial los misterios inefables de la Santísima Trinidad y de la Eucaristía” (RC X, 2). Se trata de dos misterios a los que el Santo acude con frecuencia para extraer lecciones y motivaciones de diversa índole. Para San Vicente la vida comunitaria de los misioneros hunde sus raíces y encuentra su razón última en la Santísima Trinidad. No en vano Dios Uno y Trino ha creado todas las cosas y en particular la más noble entre todas ellas: el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios Uno y Trino, es decir, de Dios-Comunidad de personas. El ser humano no podrá realizarse sino en relación con los demás, nunca al margen de los demás. Corresponde al hombre y, en particular, a los misioneros vicencianos vivir y relacionarse entre sí a imagen de la Trinidad.

San Vicente, al contemplar el misterio de la Santísima Trinidad, destaca algunos rasgos de los que extrae aplicaciones prácticas para la vida común. Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo en perfecta comunión y reciprocidad. En consecuencia, la comunidad de misioneros vicencianos deberá desenvolverse a tenor de una perfecta comunión de vida y acción. A propósito de la comunión de vida dirá san Vicente que así como “Dios no es más que uno en sí y en Dios hay tres personas, sin que el Padre sea mayor que el Hijo ni el Hijo superior al Espíritu Santo” (SV XIII, 633 / ES X 766), así también los misioneros, aún cuando sean muchos, serán sin embargo un solo corazón y una sola alma.

Dios es comunión de tres personas desde toda la eternidad, ahora y siempre, sin límites de tiempo; es comunión que persiste. En consecuencia, la comunidad de misioneros será comunión ininterrumpidamente, en todo momento y lugar. Cada una de las tres personas de la Santísima Trinidad participa de la vida de Dios. A la luz de este principio toca a la comunidad de misioneros aceptar el valor de la participación y de la corresponsabilidad. El amor trinitario es oblativo y generoso, no es posesivo ni egoísta, se da entre iguales. En consecuencia, la comunidad vicenciana acogerá a personas básicamente iguales en su dignidad, ajenas a la manipulación y al dominio de los unos sobre los otros. En resumen, según San Vicente, la comunidad vicenciana se inspira y encuentra un modelo inconfundible de vida comunitaria en la Santísima Trinidad. A este propósito, en la conferencia del 23 de mayo de 1659, decía el Santo a los misioneros: “Mantengámonos en ese espíritu, si queremos tener nosotros la imagen de la adorable Trinidad, si queremos tener una santa unión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. ¿Qué es lo que forma esa unidad, esa intimidad en Dios sino la igualdad y la distinción de las tres personas?” (SV XII, 256-257 / ES XI, 548-549).

En otra ocasión San Vicente apela a la Santísima Trinidad para fundamentar la misión caritativa de la comunidad vicenciana. Dirá a este fin a las Hijas de la Caridad: “me gustaría que las Hermanas se conformaran en esto a la Santísima Trinidad: que como el Padre se entrega totalmente al Hijo y el Hijo se entrega totalmente al Padre, de donde procede el Espíritu Santo, de la misma manera ellas sean totalmente la una de la otra para producir las obras de caridad que se atribuyen al Espíritu Santo, a fin de parecerse a la Santísima Trinidad” (SV XIII, 633 / ES X, 766-767). Así pues, según San Vicente, la comunidad vicenciana se ha de apoyar, a imitación de la Trinidad de Dios, en una comunión de amor, ya que sólo desde ahí brotará por extensión la misión propia que no es otra que el amor compasivo al prójimo.

En definitiva, San Vicente, siguiendo criterios de fe, encuentra en el misterio de la Santísima Trinidad una verdadera causa ejemplar de la vida comunitaria de los misioneros. Las Constituciones, teniendo en cuenta el pensamiento de San Vicente, nos recuerdan que “Como la Iglesia y en la Iglesia, la Congregación descubre en la Trinidad el principio supremo de su acción y vida” (C 20).

3. Comunidad de Jesús con los apóstoles y comunidad vicenciana

El pueblo de Israel acumuló con el correr de los tiempos una conciencia y unos hábitos de vida comunitaria. Esa conciencia se expresaba a través de una terminología corriente: pueblo elegido, pueblo sacerdotal y resto de Israel. En tiempo de Jesús se mezclaban dos conceptos contrapuestos de comunidad. Por una parte, se aludía con toda naturalidad al pueblo de Israel unido y compacto y, por otra, al pueblo dividido, debido al influjo de las potencias extranjeras. Al mismo tiempo, nacieron grupos autónomos y disidentes: los samaritanos, los monjes de Qumrán y el grupo de Juan Bautista. Jesús conoció de cerca y se relacionó sobre todo con el grupo de Juan Bautista

a. Jesús forma su propia comunidad

Llegado un momento Jesús rompió con Juan Bautista y formó su propia comunidad. Una comunidad con tono y modalidades particulares. Jesús, lejos de ser un anacoreta, predicaba las bienaventuranzas, buscaba la relación con el pueblo y, en general, anunciaba un mensaje gozoso y liberador. Este anuncio atrajo a un grupo de oyentes, dispuestos a seguirle de cerca y a formar una comunidad en sentido estricto. El núcleo original lo formaron los Doce y de alguna manera también otras personas que, sin ser de los Doce, se parecían a éstos en su estilo de vida. Con todos ellos Jesús formó una comunidad estable e itinerante. Es distinto el caso de quienes acogían el mensaje de Jesús, lo aceptaban, pero continuaban viviendo en sus lugares respectivos.

b. Fisonomía del grupo de Jesús

Según la tradición evangélica, este grupo ostentaba unos rasgos característicos. El primer elemento era la adhesión de los Apóstoles a la persona de Jesús, prevaleciendo a toda otra vinculación familiar. Se trata de una adhesión que se fue purificando y creciendo en autenticidad a medida que pasaba el tiempo. Otro rasgo de la comunidad de Jesús y los Apóstoles fue la referencia explícita y constante del grupo en cuanto tal al Padre Dios. Jesús mencionaba al Padre en todo momento y a él se dirigía oracionalmente. De esta manera Jesús fue creando día a día un clima religioso a base de apelar desde lo cotidiano al Padre providente y amoroso.

Un tercer elemento enriquecía la comunidad formada por Jesús y los Doce: la fraternidad. La relación dentro del grupo no fue fácil, dada la variedad de procedencias, inclinaciones, temperamentos, mentalidades y aspiraciones personales de cada uno. Jesús aceptó a los Apóstoles tal como eran, en sus diferencias para, a partir de ahí, ir remodelando sus almas y llevarlos paulatinamente al crecimiento comunitario y fraterno. Jesús respetó a los Apóstoles sobre todo cuando éstos experimentaron crisis grupales o personales. A través del ejemplo personal y de la palabra fue sembrando en el grupo nuevos valores: el amor fraterno que se traduce en actitudes de servicio, la humildad personal y grupal, la gratuidad en las relaciones mutuas, el significado de la cruz y la confianza en la Providencia de Dios.

Otra característica de la comunidad de Jesús y los Doce fue la apertura a la misión. La comunidad de Jesús se mostró siempre abierta a una misión. No formaron un gueto excluyente. La comunidad de Jesús y el pueblo se encontraban de continuo. Jesús y los Doce recorrían los caminos de Palestina, entraban en las ciudades y visitaban las sinagogas. Jesús misionaba personalmente en espacios abiertos y, al mismo tiempo, enviaba a los suyos a misionar a todas las gentes sin distinción. Jesús y sus discípulos subían a Jerusalén a fin de celebrar las fiestas religiosas. Ante la reiterada tentación de levantar tres tiendas, Jesús invitaba a los suyos a abrirse a los cuatro horizontes del mundo. La comunidad de Jesús y los Doce no era un fin en sí misma. En suma, Jesús animó una comunidad para la misión.

c. Comunidad y misterio pascual

La comunidad de Jesús y los suyos pasó por momentos difíciles. Los biblistas suelen aludir a la crisis de Galilea (Jn 6, 66-71), cuando no pocos seguidores se alejaron de Jesús. Pero la gran prueba llegó con la persecución y condena a muerte de Jesús. A pesar de la experiencia comunitaria al lado de Jesús, el grupo de los Doce se desmoronó: uno traicionó a Jesús, otro lo negó, los demás huyeron y el grupo en cuanto tal se dispersó. Nos obstante, la siembra precedente de Jesús no había caído en tierra baldía. El encuentro con el resucitado reconstruyó la comunidad y, partiendo juntos, dieron testimonio de la resurrección.

d. Aplicación a la comunidad vicenciana

La comunidad formada por Jesús y los Doce es un paradigma perfecto de la comunidad vicenciana. Según San Vicente, es necesario que los componentes de la comunidad misionera se dejen interpelar por las enseñanzas y dinamismos propios de la comunidad de Jesús y los Doce. La comunidad vicenciana será tanto más auténtica cuanto más se asemeje a la comunidad de Jesús y los suyos. El 14 de noviembre de 1659 decía San Vicente a los misioneros: “ruego a la Compañía que alabe a Dios y le dé las gracias por haberla puesto en el estado de su Hijo y de los Apóstoles” (SV XII, 385 / ES XI, 654). Las actuales Constituciones resumen el pensamiento de San Vicente en estas palabras: los misioneros de la C.M. “seguimos a Cristo que convoca a los Apóstoles y discípulos y que lleva con ellos una vida fraterna para evangelizar a los pobres” (C 20, 2°).

4. Primeras comunidades cristianas y comunidad vicenciana

San Vicente, disertando sobre la pobreza, decía el 6 de agosto de 1655 a los misioneros: “¡Qué dicha para la Misión poder imitar a los primeros cristianos, vivir como ellos en común y en pobreza! ¡Oh Salvador! ¡Qué ventaja para nosotros! Pidámosle a Dios que por su misericordia nos dé este espíritu de pobreza” (SV XI, 226 / ES XI, 140). En el pasaje citado el Santo Fundador evoca la vida comunitaria de las primeras comunidades cristianas y, en particular, alguna de sus vertientes, como es la comunión de bienes.

El 23 de mayo de 1659 San Vicente comentaba ante los misioneros de San Lázaro dos pasajes bíblicos tomados respectivamente de la carta a los Romanos y a los Filipenses: “para que con un mismo corazón y una misma alma honréis a Dios Padre” (Rom 15, 6), “colmad mi gozo no teniendo más que un mismo corazón y los mismos sentimientos para conservar la caridad” (Fil 2, 29). Después de esta alusión a la Palabra de Dios concluía el Santo: “hemos de pedirle a Dios que nos haga a todos, lo mismo que a los primeros cristianos, un solo corazón y una sola alma” (SV XII, 249-250 / ES XI, 543).

5. Las primeras comunidades según los Hechos de los Apóstoles

El libro de los Hechos recoge la historia de la expansión de la Palabra de Dios y de la creación de nuevas comunidades a partir de la muerte y resurrección del Señor. Fueron los seguidores de Jesús, cambiados por la experiencia pascual, quienes formaron las primeras comunidades. El Espíritu del Resucitado y la convicción de que el Crucificado estaba vivo y era mesías suscitó en ellos un modo peculiar de vida. Estas comunidades primeras acogieron a los Doce, a varios parientes de Jesús, a un grupo indeterminado de antiguos seguidores de Jesús y a otras personas que se sintieron atraídas por el ejemplo de vida comunitaria de los cristianos. Las primeras comunidades eran abiertas, cada vez más complejas y estaban en proceso constante de diferenciación del judaísmo oficial.

En los sumarios de los Hechos de los Apóstoles encontramos ejemplos modélicos de vida comunitaria, fruto en buena medida del recuerdo histórico y, en parte también, de la tendencia a la idealización. Nos referimos a los sumarios que se encuentran en Act 2, 42-47; 4,32-35 y 5,12-16. Afirma San Lucas que los que habían sido bautizados “perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles y en la unión fraterna, en la facción del pan y en las oraciones. Los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. (...) alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Act 2, 42-47).

En estos versículos San Lucas describe sumariamente la vida de las comunidades cristianas de Jerusalén y su entorno y, al mismo tiempo, nos presenta un modelo válido de vida comunitaria para la Iglesia y, por supuesto, también para la comunidad vicenciana. Los rasgos característicos de las primeras comunidades cristianas se expresan con meridiana nitidez en el texto citado:

  • Los componentes de las comunidades se reunían movidos por unas fuertes vivencias de fe;

  • El anuncio del evangelio, ofrecido por los Apóstoles, era escuchado con atención por los bautizados y catecúmenos;

  • La unión fraterna se manifestaba entre otros a través de la comunión de bienes en favor de los necesitados;

  • La oración asidua era compartida por todos y recorría la vida en común;

  • La comunidad se reunía para celebrar la fracción del pan eucarístico;

  • La comunidad no era elitista sino de puertas abiertas a todos sin distinción.

Han transcurrido veinte siglos desde que San Lucas redactó el pasaje que comentamos. Lo cierto es que los misioneros de la Congregación de la Misión, empezando por San Vicente, siempre encontraron en estos pasajes de los Hechos un ejemplo modélico de vida comunitaria. La comunidad vicenciana será auténtica en la medida en que se apoye en motivaciones de fe, compartidas por los miembros de la comunidad, en la comunión fraterna entre todos los hermanos, en el ofrecimiento desinteresado de servicios y de los bienes propios a los necesitados de dentro y de fuera de la Comunidad, en la oración dado que, según San Vicente, en ella “se toman fuerzas para animarse en el servicio de Dios y del prójimo” (SV IX, 409 / ES IX, 375).

Será auténtica la comunidad vicenciana si se reúne para la fracción del pan eucarístico, pues entonces y ahora la eucaristía es fuente de vida comunitaria y fomento de iniciativas apostólicas; si se apoya en un estilo de comunidad abierta a la misión y en una experiencia personal y comunitaria de Jesucristo resucitado.

San Vicente juzgaba oportuno que todos los ingredientes que alimentaron la vida de las primeras comunidades cristianas alimentaran también la vida de las comunidades vicencianas. A este propósito pronunció las palabras antes recordadas: “¡Qué dicha para la Misión poder imitar a los primeros cristianos y vivir como ellos!” (SV XI, 226 / ES XI, 140). Las Constituciones actuales dan por supuesto que a comienzos del tercer milenio los misioneros de la C.M. organizamos las comunidades de modo semejante a como lo hicieron los primeros cristianos: “Bajo el soplo del Espíritu Santo construimos la unidad entre nosotros al realizar la misión, a fin de dar testimonio fehaciente de Cristo Salvador” (C 20, 3°).

6. Conclusión

San Vicente quiso que la vida comunitaria de la C.M. se asentara sobre bases firmes. Para eso acudió a la Palabra de Dios y, en particular, a tres lugares teológicos o paradigmas, como son la Santísima Trinidad, la comunidad de Jesús con sus discípulos y las primeras comunidades cristianas. En el momento presente, sin menospreciar las aportaciones de las ciencias humanas referentes a la vida comunitaria, consideramos que una mirada atenta y creyente a la palabra de Dios, dejándose interpelar por sus enseñanzas y orientaciones, sigue siendo el alma de la vida comunitaria vicenciana.

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