Presentación del Dossier

Presentación

por Su Beatitud Stéphanus II Ghattas, C.M.

Patriarca Cardenal de Alejandría para los Coptos Católicos

Entre las numerosas intervenciones expuestas en el aula por los Padres Sinodales delante de la Asamblea General Ordinaria de los Obispos sobre: “El Obispo, Servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo”, ocuparon un lugar preponderante las referentes a la triple misión del Obispo, como Maestro de la Palabra Divina, Santificador de las almas y Administrador de su diócesis.

Yo quisiera, a modo de introducción de este número de Vincentiana, dedicado a este tema eclesial de gran importancia, hablar de algunas de las cualidades de las que debe estar revestido el Obispo, y que los participantes en el Sínodo expusieron más de una vez.

1. El Obispo, Servidor del Evangelio

La misión del Obispo es una misión de servicio, a ejemplo del Maestro Divino, “que no vino para ser servido sino para servir y dar su vida por la multitud” (Mt 20, 28). Él debe permanecer cercano y a disposición de todos los fieles de un modo afable y comprensivo.

2. El Obispo, Padre y Amigo de los Sacerdotes

El Obispo, siendo responsable de la porción de la Iglesia que le ha sido confiada, debe ser ante todo un padre para sus fieles y, en particular, para los sacerdotes, sus generosos colaboradores; un padre que comparte con ellos las alegrías y las penas de su ministerio, que se interesa de aquellos que tienen dificultades y que emplea el tiempo necesario para verlos y escucharlos, que les inspira confianza y que se muestra con ellos como un amigo fiel, a ejemplo de Jesucristo que dijo a los apóstoles: “Yo no os llamo siervos, sino amigos, porque todo lo que yo he aprendido de mi Padre, os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15).

3. El Obispo, Servidor de los Pobres

Como hijo de San Vicente de Paúl, valoré mucho la intervención de nuestro muy Honorable Padre Roberto Maloney, Superior General de la Congregación de la Misión, en la Asamblea sinodal, sobre el Obispo, Servidor de los Pobres y su amor preferencial hacia ellos”, como el Santo Padre Juan Pablo II no cesa de enseñarlo y ponerlo en práctica.

Mi deseo es que uno de los frutos principales de este Sínodo sea el que aporte a la Iglesia y al mundo de hoy más amor y más solidaridad entre todos los hombres, y que todos nosotros pongamos en práctica la lección del Maestro en el Juicio Final: “tuve hambre... tuve sed... fui forastero... estuve desnudo... enfermo... encarcelado... y vinísteis a verme. En verdad, yo os digo, cada vez que lo hicísteis con el más pequeño de mis hermanos, me lo hicísteis a mi” (Cf. Mt 25, 34-40).