Carta de Juan Pablo II con ocasión del IV Centenario de la ordenación sacerdotal del gran Apóstol de la Caridad

Carta de Juan Pablo II al obispo de Périgueux y Sarlat,

monseñor Gaston Poulain, con ocasión del IV Centenario

de la ordenación sacerdotal de San Vicente de Paúl

Al monseñor Gaston POULAIN

obispo de Perigueux y Sarlat

1. Cuando la diócesis de Périgueux y la familia vicenciana celebran IV centenario de la ordenación Sacerdotal de San Vicente de Paúl, me complace asociarme mediante la oración y la acción de gracias a este acontecimiento que tiene lugar en el corazón del gran Jubileo del año 2000.

Y es que fue precisamente el 23 de septiembre de 1600 cuando el joven Vicente de Paúl recibió el sacramento del Orden de manos de su predecesor, monseñor François de Bourdeille, obispo de Périgueux, en la iglesia de Chateau-l'Evêque.

Cuando había aspirado a una “honrosa retirada", su encuentro con hombres de fe como Pierre de Bérulle y aún más el descubrimiento de la miseria corporal y espiritual de los pobres muy pronto habían de conducir a Vicente a un cambio decisivo en su manera de comprender y vivir su sacerdocio.

Su principal preocupación, que tan actual sigue siendo, será de allí en adelante el anuncio de la Buena Nueva a los más desfavorecidos tanto material como espiritualmente. Para él, resulta evidente que la evangelización constituye una responsabilidad que atañe a todos los bautizados, a toda la Iglesia. Además, sus primeras grandes obras las emprenderá junto con laicos, tanto hombres como mujeres. Pronto se dará cuenta, sin embargo, de que los beneficios de la misión no pueden durar en ausencia de sacerdotes celosos e instruidos que mantengan viva la llama, que basen su vida y su ministerio en su encuentro íntimo con Cristo. De hecho, para el Señor Vicente, los sacerdotes son insustituibles en su papel cerca de las almas que Dios les ha encomendado. Por otra parte, la toma de conciencia de la difícil situación por la que atravesaban en la Francia de entonces muchos sacerdotes, especialmente en el campo, le impulsará a tomar parte activa en la labor de reforma del clero después del Concilio de Trento. Su compromiso en favor de los sacerdotes y de su formación en una perspectiva misionera alcanzará gran amplitud: ejercicios a los Ordenandos, Conferencias de los Martes, dirección de seminarios. De esta forma, la Congregación de la Misión, por él fundada para “predicar el Evangelio a los pobres, especialmente a los campesinos”, tendrá también como vocación la de “ayudar a los eclesiásticos a adquirir los conocimientos y virtudes necesarios para su estado" (cf. Reglas Comunes, I, 1).

La visión del sacerdocio propia del Señor Vicente, basada en una experiencia personal de la misión, adquiere dimensión universal cuando advierte a sus misioneros: “Hemos sido escogidos por Dios como instrumentos de su caridad inmensa y paternal, que desea reinar y ensancharse en las almas”. Nuestra vocación consiste pues en “ir, no a una parroquia, ni sólo a una diócesis, sino por toda la tierra; ¿para qué? Para abrazar los corazones de todos los hombres, hacer lo que hizo el Hijo de Dios, que vino a traer fuego a la tierra para inflamarla de su amor. Por ello es cierto que yo he sido enviado, no sólo para amar a Dios, sino para hacer que se le ame. No me basta con amar a Dios si mi prójimo no lo ama” (Coste XlI,262 / ES XI,353).

2. El año jubilar, en el que celebramos de especial manera la Encarnación del Hijo de Dios hace dos mil años, nos abre a la misión mesiánica de Cristo, que, consagrado por la unción del Espíritu Santo, es enviado por el Padre para anunciar la Buena Nueva a los pobres, para traer la libertad a los privados de ella, liberar a los oprimidos y devolver la vista a los ciegos (cf. Tertio millennio adveniente, n. 11). Hallamos aquí la intuición fundamental de Monsieur Vincent, enérgicamente traducida en actos a lo largo de su existencia. Oigamos de nuevo su llamamiento a conformarnos a Jesús en su relación con el Padre y con los hombres, con los pobres y desvalidos, para quienes es enviado: “Habéis de vaciaros de vosotros mismos para revestiros de Jesucristo” (Coste XI,343 / ES XI, 236), modelando vuestra vida conforme a la de Cristo, totalmente entregado al Padre, totalmente entregado a los hombres. En la perspectiva apostólica del Señor Vicente, el Verbo encarnado ocupa el centro de todo: “Recordad que vivimos en Jesucristo por la muerte de Jesucristo ..., que nuestra vida debe estar escondida en Jesucristo y llena de Jesucristo y que, para morir como Jesucristo, hemos de vivir como Jesucristo” (Coste I,295 / ES I,320).

Espero vivamente que la celebración del aniversario de la ordenación sacerdotal de San Vicente de Paúl sea para los sacerdotes y fieles de la diócesis de Périgueux, así como para los miembros de la familia vicenciana en su conjunto, ocasión para una renovación espiritual y misionera, y sirva de aliento para el servicio apostólico.

Hombre del encuentro con Dios y los hermanos, hombre dispuesto a la acción del Espíritu Santo, Vicente de Paúl nos invita a mirar con nuevos ojos la misión en el mundo actual. Mediante una colaboración generosa y un constante apoyo recíproco, respetando la propia vocación, ojalá sacerdotes y laicos salgan cada vez con mayor arrojo al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo para anunciarles el Evangelio. Ojalá los cristianos constituyan comunidades vivas, abiertas a todos, especialmente a los más desfavorecidos y alejados, que atestigüen a cada uno el amor que Dios les tiene! Preocupados por el crecimiento humano y espiritual de las personas y los grupos, contribuirán así a la misión mesiánica de Jesús, que por su vocación han de continuar.

3. Para ser testigos auténticos de Cristo, hoy como en tiempos del Señor Vicente, es necesaria una sólida formación humana, doctrinal, pastoral y espiritual, y ello no sólo para los sacerdotes, sino también para los fieles. Los esfuerzos que en esta dirección ya se han emprendido -y que han de prosequirse siempre, especialmente con los jóvenes- constituyen una fuente de esperanza para la vitalidad de la Iglesia y para la credibilidad de su testimonio. Espero también que los hijos de Monsieur Vincent sigan y renueven el compromiso, recibido de su fundador, de contribuir a la formación y ayuda espiritual a los sacerdotes, con espíritu eclesial y misionero.

Animo cordialmente a la diócesis de Périgueux en su proyecto de emprender con decisión, durante el próximo año, una labor de búsqueda espiritual y pastoral con el fin de fomentar el despertar, desarrollo y apoyo de las vocaciones sacerdotales. ¡Que vuestra fervorosa oración consiga para la Iglesia los sacerdotes totalmente entregados a Dios y a sus hermanos que ésta necesita. Ojalá la Iglesia de Francia obtenga fruto de las celebraciones del cuarto centenario de la ordenación de San Vicente de Paúl y vea florecer nuevas vocaciones entre los jóvenes.

A los jóvenes de Francia llamados por el Señor, quisiera decirles una vez más con toda energía: ¡No os dejéis paralizar por la duda o el miedo! Siguiendo el ejemplo de San Vicente, responded con un “sí” sin reservas, encomendándoos totalmente a aquél que es fiel a sus promesas. El Señor hará de vosotros unos servidores dichosos de vuestros hermanos y os dará la felicidad a la que aspiráis.

4. Querido hermano en el episcopado: Encomiendo a la intercesión de San Vicente de Paúl la diócesis de Périgueux y Sarlat, la Iglesia que está en Francia y la familia vicenciana en todas sus ramas. Invoco también de manera especial a Francisco Régis Clet, sacerdote de la Misión, a quien tendré el gozo de canonizar dentro de pocos días, junto con otros mártires de China. Al entregar generosamente su vida para que el nombre de Cristo se anunciara hasta los confines del mundo, se transformó él en modelo de vida sacerdotal y misionera. A usted, a los fieles de su diócesis, a los miembros de la familia espiritual de Monsieur Vincent y a todas las personas que participan en las celebraciones del IV centenario, imparto de todo corazón una especial Bendición apostólica.

Vaticano, 8 de septiembre de 2000

Juan Pablo II