Homilía del S.S. el Papa Juan Pablo II en la misa de Canonización

Homilía de la canonización

De Juan Pablo II

Juan Gabriel Perboyre, sacerdote de la Congregación de la Misión, a ejemplo de San Vicente de Paúl, quiso seguir a Cristo Evangelizador de los pobres. Después de haber ejercido el ministerio de formador del clero en Francia, partió para China. Él testimoniará ardientemente el amor de Cristo por el pueblo chino: “Yo no sé que me está reservado en la carrera que se abre ante mí: sin duda muchas cruces, este es el pan cotidiano del misionero. Y ¿qué mejor se puede esperar, yendo a predicar a un Dios crucificado?” (Carta 70), escribía cuando estaba a las puertas de China. Lo que encontrará en los caminos donde fue enviado será la Cruz de Cristo. Por la imitación cotidiana de su Señor, en la humildad y la dulzura, se identificará plenamente con Él. Siguiéndole paso a paso en su Pasión se unirá a Él por siempre en su gloria. Le gustaba decir “Una sola cosa es necesaria: Jesucristo”. Su martirio es el cenit de su compromiso en seguimiento de Cristo misionero. Después de haber sido torturado y condenado, reproduciendo con una extraordinaria similitud la Pasión de Jesús, irá como Él hasta la muerte y la muerte en la cruz. Juan Gabriel tenía una única pasión, Cristo y el anuncio de su Evangelio. Fue por esa fidelidad a la pasión por lo que también él fue conducido al rango de los humillados y condenados y por lo que hoy la Iglesia puede proclamar solemnemente su gloria en el coro de los santos del cielo.

A la memoria de Juan Gabriel Perboyre, que celebramos hoy, queremos unir la memoria de todos los que, en el curso de los siglos pasados, han sido testigos del nombre de Jesucristo en la tierra de China. Pienso en particular en los bienaventurados mártires de los que la canonización común, deseada por numerosos fieles, podrá un día ser un signo de esperanza para la Iglesia presente en el seno de ese pueblo, al que yo estoy muy cercano con el corazón y la oración.