Vender los Cálices...

Vender los Cálices

Robert P. Maloney, C.M.

Hace poco he recibido una carta conmovedora de un sacerdote, que me agradece el que yo escriba con frecuencia acerca de la naturaleza misionera de la Congregación y me anima a que siga insistiendo ante los cohermanos para que este espíritu misionero se renueve entre nosotros. Pero con gran sencillez me añadía que esto le creaba a él personalmente un problema. Para ilustrar tal problema, citaba un artículo mío escrito recientemente.1 Haciendo alusión a la flexibilidad necesaria al misionero, decía yo: “Esto significa que los miembros de la Congregación han de adoptar la movilidad, han de estar dispuestos a ponerse en camino en cuanto sea necesario”. Pero, entonces, ¿qué decir a los misioneros de más edad? Este cohermano que siente disminuir sus energías y se ve obligado a “retirarse” poco a poco de buena parte de las cosas que hasta ahora podía emprender —aunque en realidad sigue siendo muy activo—, me pedía que escribiera algo sobre la “espiritualidad Vicenciana para los mayores”. Basándose en datos que conocía perfectamente de memoria, me recordaba que el 17,1 por 100 de los obispos, sacerdotes y hermanos de la Congregación tienen setenta y cinco años o más; aproximadamente un 21 por 100 de las Hijas de la Caridad tienen también setenta y cinco años o más.

He apreciado mucho esa carta y me ha impulsado a recorrer los escritos de san Vicente desde un punto de vista muy distinto, así como a reflexionar en mi oración sobre los que tanto han dado y durante tanto tiempo, y ahora se hallan en el ocaso de sus fuerzas.

Como respuesta a ese generoso cohermano, les ofrezco las siguientes reflexiones, esperando que puedan ser una ayuda para él y para ustedes.

I. Lo que pensaba San Vicente acerca de los mayores

1. A los mayores hay que quererlos y cuidarlos

San Vicente se preocupó mucho de que se tratara bien a los miembros enfermos y mayores de nuestras comunidades. A las Hijas de la Caridad les dice que sería una injusticia grande no hacerlo. 2 A los mayores les pide con insistencia que no se desalienten cuando no puedan hacer lo que otros son capaces de hacer. “La Compañía —les dice— es una buena madre que trata a los enfermos como enfermos. Lo mismo que una madre, se porta con mayor ternura y compasión con el hijo enfermo que con los demás”.3

La Compañía tiene que ocuparse de sus miembros mayores hasta el punto de consentir en hacer sacrificios significativos para poder cuidarlos con todo afecto. “Me sentiría lleno de gozo” —escribe san Vicente a Pedro du Chesne-- “si de algún lugar me dijeran que alguno de la Compañía había vendido los cálices para ello”.4 Escribe: “Le ruego que no ahorre ningún esfuerzo por la salud” (de un enfermo)5; e igualmente: “Los enfermos son en cierto modo una bendición para nosotros”.6

2. Los mayores deben ofrecer a los jóvenes un testimonio constante y cada vez más profundo de fidelidad y de santidad viviendo la Regla de la Compañía y manteniendo intacto su espíritu misionero.

Resulta sorprendente ver cuánta veces insiste san Vicente en este tema, especialmente en sus últimos años. No deja de asegurar que la edad avanzada no debe impedirnos vivir el espíritu de la Congregación ni hacer con celo todo lo que nuestras energías físicas, aunque limitadas, nos permiten.

San Vicente consideraba que los mayores le deben a la Compañía el vivir las líneas generales de la Regla, durante tanto tiempo como les sea posible. Insistía especialmente en verles participar en los ejercicios de la Comunidad.7 Se dirige con firmeza a las Hermanas de más edad que dan mal ejemplo a las jóvenes. Les hace ver que el hecho de haber estado en la Comunidad desde los comienzos, las obliga a una mayor perfección:

“...¡Ay antiguas! ¡Ay antiguas! ”¿Qué es lo que hacéis cuando vuestras acciones desmienten vuestra antigüedad?, Qué le diréis a Dios cuando os pida cuentas de vuestros pensanmientos, palabras y acciones, especialmente de las que hayan desedificado a las recién venidas?”.

“¿Y yo, miserable? ¿Qué diré por haber escandalizado tanto a los más jóvenes? Tenéis que saber que la ancianidad no se mide por la cantidad de años, sino por la virtud”.8

Con frecuencia insiste en el mismo tema, tanto dirigiéndose a las Hermanas como a los miembros de la Congregación de la Misión.9

A éstos sobre todo, les exhorta a que conserven vivo en ellos el fuego del celo.10 Querría que los antiguos --entre los que se incluía él mismo-- mantuvieran ardiente la llama del amor misionero apostólico hasta la hora misma de la muerte.

Hasta su edad más avanzada, san Vicente se mantuvo animado por el espíritu misionero. En una de sus más famosas alocuciones, les dijo a los miembros de la Congregación:

“En lo que a mí se refiere, a pesar de mi edad, delante de Dios no me siento excusado de la obligación que tengo de trabajar por la salvación de esas pobres gentes, porque, ¿qué me lo podría impedir? Si no pudiera predicar todos los días, ¡bien! lo haría dos veces por semana, si no pudiera hacerlo desde los grandes púlpitos, intentaría hacerlo desde los pequeños, y si no se me oyese desde los pequeños, nada me impediría hablar sencilla y familiarmente a esas buenas gentes, lo mismo que lo hago ahora con ustedes, haciendo que se acercaran alrededor de mí, en círculo, como ustedes están”.11

Espera que los mayores lleguen a conseguir una verdadera libertad. A los miembros de la Congregación de la Misión, les dice que hay Hermanos de edad avanzada y enfermos que han pedido que se les envíe a misiones extranjeras, a pesar de sus innegables achaques. Se trata de personas verdaderamente libres, observa.12 Fundamentalmente, quiere que los miembros de la Compañía mueran en pleno combate, mejor que descansando: “No importa que muramos antes, con tal de que muramos con las armas en la mano”.13

“Yo mismo, aunque ya soy viejo y de edad avanzada, no debo dejar de tener en mí esa disposición, hasta, incluso, marchar a las Indias para ganar allí almas para Dios, aunque tuviera que morir por el camino o en el barco. Pues, ¿qué creéis que Dios pide de nosotros?, ¿El cuerpo? ¡Ni mucho menos! ¿Qué es lo que pide entonces? Dios pide nuestra buena voluntad, una buena y verdadera disposición para abrazar todas las ocasiones de servirle, aun con peligro de nuestra vida...”.14

3. Los enfermos y los mayores son un “espectáculo de paciencia”

Los mayores tienen mucho que enseñarnos. Nos invitan, por decirlo así, a “un espectáculo de paciencia”15, en el que, como espectadores, podemos ver la manera en que debe soportarse el sufrimiento. Contemplamos en ellos la vivencia de la Cruz; la fe probada por el fuego, cuando se halla en el momento de librar la última batalla, la del misterio supremo del hombre, la inevitable realidad de la muerte.

A un sacerdote de la Misión, le escribe:

Es cierto que la enfermedad nos hace ver lo que somos mucho mejor que la salud, y que en los sufrimientos es donde la impaciencia y la melancolía atacan a los más decididos, pero como estas tentaciones sólo dañan a los más débiles, a usted le han aprovechado más que dañado, ya que Nuestro Señor le ha robustecido en la práctica del cumplimiento de su divino querer y esta fortaleza se echa de ver en el propósito que ha formado usted de combatirlas con buen ánimo, espero que todavía se apreciará mejor en las victorias que habrá de alcanzar sufriendo desde ahora por amor de Dios, no sólo con paciencia, sino hasta con alegría y con gozo”.16

A las Hijas de la Caridad también les dice que “la paciencia es la virtud de los perfectos”17. En ese sentido, declara Vicente que la enfermedad, que es algo inevitable, hay que aceptarla como “un estado divino”.18

4. En la enfermedad y la muerte se revelan las verdaderas profundidades de la persona

Es fácil dar testimonio de Cristo en los momentos de gozo, cuando se siente vivo el fervor, las energías apostólicas son abundantes, la oración es fuente de consuelo y la presencia de los hermanos y hermanas en comunidad, alentadora. Pero, en cambio, la fe y lo más profundo de la persona humana quedan duramente puestas a prueba cuando, en la enfermedad y en la muerte, faltan esos consuelos, como ocurre con frecuencia. La muerte es el supremo misterio humano ante ella, quedamos al desnudo. Es en ese proceso de la muerte cuando más debemos abandonarnos entre las manos del Dios vivo.

“Es imposible encontrar un estado más adecuado para practicar la virtud: en la enfermedad se ejercita la fe de forma maravillosa, la esperanza brilla con todo su esplendor, la resignación, el amor de Dios y todas las demás virtudes encuentran materia abundante para su ejercicio. Allí es donde se conoce lo que cada uno tiene y lo que es. La enfermedad es la medida con la que se puede penetrar y llegar a saber con seguridad hasta dónde llega la virtud de cada uno, si tiene mucha, poca o ninguna. En ningún lugar se puede observar mejor lo que es un hombre, como en la enfermería. Ahí está la prueba más segura de que disponemos para reconocer quién es el más virtuoso y quién no lo es tanto...”.19

II. Como envejeció el mismo San Vicente 20

San Vicente vivió treinta años más de lo que era el promedio de edad entre sus contemporáneos. Teniendo en cuenta este hecho, se puede pensar que gozó de una constitución bastante robusta, aun cuando no ignoramos, a través de sus propias declaraciones, que tuvo que sufrir una cierta variedad de enfermedades. 21 Herido por una flecha hacia la edad de veinticinco años, parece ser que se resintió de las consecuencias de este hecho durante el resto de su vida. 22

Padeció fiebres frecuentes y una especie de malaria, a la que él llamaba su “fiebrecilla” 23 y para la que Luisa de Marillac le proponía con mucho afecto gran cantidad de remedios. 24

A partir de 1615 empezó a sufrir de las piernas. 25 Hacia 1632 tuvo que comprar un caballo para ir todos los días desde San Lorenzo a París. 26 En 1633 se cayó, quedando el caballo primero debajo y después encima de él. 27 A pesar de todo, era incansable, y a una edad en que se suelen limitar los desplazamientos, él era capaz de recorrer unos cien kilómetros en un corto espacio de tiempo. En la primera mitad de 1649, cuando tenía cerca de setenta años, recorrió a caballo unos seiscientos kilómetros por el oeste de Francia.

Hacia junio de 1649 ya no se sintió con fuerzas para montar a caballo. Entonces, con gran confusión por su parte, se vio obligado a utilizar la carroza que le había regalado la duquesa de Aiguillón. 28 En 1631 había recibido una coz del caballo; en 1633, otro le había arrojado al suelo 29; en 1649 se había caído al Loira, en Durtal. 30 Aquel mismo año, se escapó “por los pelos” de un asesinato. 31 La hinchazón de sus piernas llegó hasta las rodillas en 1655, de tal suerte que no le era posible hacer la genuflexión 32; tuvo entonces que servirse de un bastón 33. En 1658 sufrió un serio accidente con la carroza 34, y aquel mismo año, las úlceras de su pierna derecha le produjeron una profunda llaga en el tobillo 35. Tuvo también dificultades considerables en uno de sus ojos 36. A partir de 1659 ya no le fue posible salir de San Lázaro, y, por espacio de algunos meses tuvo que quedarse en el piso de su habitación y celebrar la misa en la enfermería 37. Poco tiempo después, ya no pudo ni celebrar personalmente la misa, y para moverse necesitó muletas. 38 Seis meses antes de su muerte, éstas le resultaron inútiles y tuvo que resignarse a asistir a misa sentado en su sillón.39

Ya en 1644, enfermedades graves le obligaron a guardar cama por espacio de ocho a diez días 40. Esto se repitió en 1649, 1651, 1652 y 1655. 41

A todas estas enfermedades, en 1659 se añadieron otros problemas causados por cálculos renales y retención de orina. Entonces tuvo, para poder moverse o levantarse, que asirse a una cuerda sujeta a una viga de su habitación.

San Vicente pasó también, en sus últimos años, por la dolorosa experiencias de ver morir a sus amigos más queridos. Pudo estar presente a la cabecera de Juan Jacobo Olier, que falleció el domingo de Pascua de 1657: “La tierra conserva su cuerpo, pero su alma ha volado al cielo. Su espíritu queda para ustedes” 42, dijo en aquel día Vicente a los discípulos de Olier. El 31 de diciembre de 1659, murió también Alain de Solminihac, su gran amigo y co- reformador con él del clero. El último año de la vida de san Vicente, 1660, estuvo marcado por la muerte de tres de sus colaboradores más cercanos: el señor Portail, amigo y compañero suyo por espacio de más de cincuenta años, falleció el 14 de febrero. En la mañana del 15 de marzo, Luisa de Marillac entregaba su alma al Señor. “Tenéis una madre que goza de gran crédito” 43, les dijo a las Hijas de la Caridad. El 3 de mayo murió asimismo Luis de Chandenier, por quien san Vicente sentía una gran admiración y afecto. Vicente no pudo contener las lágrimas ante aquella noticia.

Todas estas muertes causaron profundo dolor al santo. 44 A partir de enero de 1659 empezó a despedirse de sus amigos. En una carta escrita por entonces, después de haber pedido perdón de sus faltas, le dijo al antiguo general de las Galeras, Felipe Manuel de Gondi, que oraría por él en este mundo o en el otro. 45

III. Cambio de horizonte entre el tiempo de San Vicente y el nuestro

1. Nosotros tenemos una mayor esperanza de vida

Las estadísticas varían de un país a otro, pero hoy, en el país que fue el de san Vicente, los hombres viven una media de veintitrés años más que en su tiempo y las mujeres veintisiete años más. La media de edad de los religiosos es, creo yo, todavía más alta. Cuando recibo la comunicación del fallecimiento de las Hijas de la Caridad, me impresiona siempre el número de las que mueren octogenarias o nonagenarias. Mientras que la mayor parte de nosotros, en Europa y en los Estados Unidos, esperamos vivir, y vivimos realmente, hasta una edad avanzada, una esperanza de vida así no se daba en el tiempo de san Vicente.

En otras partes del mundo, sin embargo, la media de edad de los que mueren es comparable a la que conocía Francia en 1660. Está claro, pues, que este cambio de horizonte no atañe nada más que a algunos países.

2. En la sociedad contemporánea hay una tendencia a huir de la realidad de la muerte

Por supuesto, es prácticamente imposible ignorar esta realidad: todos hemos de morir. Sin embargo, la medicina contemporánea está a menudo concebida de forma que implica el rechazo de la inevitable realidad de la muerte. Los síntomas de esta realidad son evidentes y abundantes, especialmente en los países llamados “desarrollados”. Por temor a juicios por negligencia y a otros litigios, los médicos mantienen a los enfermos

en condiciones de “supervivencia” artificial más allá de lo razonable. Se emplean enormes recursos para mantener la vida en la fase final. En los Estados Unidos, por ejemplo, en los últimos quince años, el 30 por 100 del dinero destinado a la Ayuda Médica se ha empleado en enfermos en los que se esperaba menos de un año de supervivencia. 46

Este fenómeno, así como el aumento de la esperanza de vida, es limitado también a algunos países, puesto que proviene a menudo de prejuicios culturales, de la existencia de recursos financieros importantes, y de tendencia a litigios inherentes a una sociedad.

Pero la muerte no es el enemigo absoluto. Mientras que hay momentos en que tenemos que utilizar abundantes recursos y dar pruebas de creatividad para conjurarla, hay otras ocasiones en que debemos aceptar su venida como inevitable. La tradición moral católica ha afirmado siempre que es necesario utilizar los “medios ordinarios” para combatir la enfermedad, y también, a lo largo de su historia, reconoce que hay casos en que el uso de “medios extraordinarios” pesa con un peso desproporcionado sobre los enfermos y sobre quienes los aman. La prolongación artificial de la vida es con frecuencia la prolongación dolorosa de la muerte.

3. La cultura de la juventud

En relación con la tendencia contemporánea a negar la realidad de la muerte, existe una tendencia a prolongar y glorificar la juventud. Hay, naturalmente, un aspecto brillante en ser y permanecer joven. La fuerza y el encanto de la juventud, decía Pablo VI al final del Vaticano II, son “la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas”. 41 Pero el lado sombrío de esta tendencia es una fijación en el cuerpo, una sobrevaloración de la belleza física y una incapacidad de aceptar la vejez lo que, como corolario, lleva consigo la inmadurez. Periódicos, revistas, televisión y películas, nos llenan los ojos de la belleza y de la vitalidad de la juventud, de ahí también las tentativas para vendernos los productos que nos conservarán eternamente jóvenes.

4. Los progresos de la medicina han hecho que la enfermedad y la vejez sean, al menos en algunos momentos, menos dolorosas

En los tiempos modernos, la ciencia ha producido analgésicos, desde la aspirina hasta la anestesia total. Hoy, en este final del siglo XX, los médicos pueden aliviar el dolor mejor de lo que jamás se había hecho. Nuevos medicamentos pueden aliviar de manera significativa los sufrimientos de los enferrnos y moribundos, aun cuando a veces tienen efectos secundarios notables, como el obscurecimiento de la conciencia. En algunos casos, estos efectos secundarios son tan fuertes que es difícil distinguir la frontera entre el alivio del sufrimiento y la aceleración de la muerte.

Pero es importante no exagerar este cambio de horizonte. El dolor ocupa todavía una amplia parte en la vida de los enfermos. Incluso con todo el avance de la medicina moderna, en los Estados Unidos, por ejemplo, hay más de treinta y seis millones de personas que sufren de artrosis, setenta millones, de desviaciones dorsales, y veinte millones, de jaquecas. Dicho con otras palabras, aproximadamente un tercio de la población sufre dolores crónicos recurrentes.48 La situación es, seguramente, peor en otros muchos países donde se encuentran menos recursos médicos disponibles.

Iv. Envejecer hoy: algunas reflexiones

“Envejecer es poseer todas las etapas de la vida”

“Envejecer es ir a ver a Dios de cerca”. 49

El envejecimiento, como todas las etapas del desarrollo humano, es ambiguo. Puede ser la ocasión de un crecimicnto o de una regresión. Yo he oído a cohermanos jóvenes, espectadores de lo que san Vicente llamaría “el espectáculo” de los mayores, comentar las dos clases de fenómenos: “Así me gustaría a mí envejecer”, decía uno de ellos con cierta admiración; por otra parte, con verdadera tristeza gemía otro: “Espero no llegar a ser un anciano lleno de amargura como ese”.

Todos esperamos, naturalmente, envejecer con gracia un día, al enterarnos de la muerte de un magnífico misionero que había servido en China, había sufrido la cárcel y el exilio, y había vivido después veinte años entre nosotros, gozoso y apacible, uno de mis amigos se volvió hacia mí y me dijo: “Lo que se me ocurre es aplaudir. Es como el final de una obra maestra”. De hecho, he tenido el privilegio de conocer, durante mi vida de Comunidad, buen número de cohermanos y de Hermanas mayores magníficos.

En una bella conferencia a las Hermanas Mayores de la Compañía de las Hijas de la Caridad, la Madre Lucía Rogé describía las características que había observado en las Hermanas Mayores fieles:

- una serenidad apacible,

- una gran caridad,

- una profunda confianza que se expresa con alegría,

- esfuerzos con miras a una conversión permanente, prueba del deseo de vivir profundamente de la vida de Dios,

- una oración constante. 50

Les propongo las breves reflexiones que siguen, con la esperanza de animar a los cohermanos y a las Hijas de la Caridad en el momento en que atraviesan la prueba de la ancianidad. Nadie es jamás demasiado viejo, como escribió una vez san Richard de Chichester, “para conocer a Dios claramente, amarle más profundamente y seguirle más de cerca”. 51

1. Todos envejecemos. Sería absurdo negarlo

Walt Whitman ha escrito:

“Juventud vasta, vigorosa, llena de amor.

Juventud llena de gracia, de fuerza, de fascinación.

¿Sabes que la vejez vendrá después? 52

Hoy sabemos que los cuidados preventivos son muy importantes. La enorme disminución de los que mueren a causa de enfermedades coronarias en los últimos veinticinco años, se debe en gran parte a la mejora de las costumbres alimenticias ---como la reducción del colesterol y a restricciones en el uso del cigarro. Es evidente también que el ejercicio, el control del peso y un régimen equilibrado contribuyen de manera significativa a mantener nuestra juventud.

A pesar de todo, todos envejecemos. El realismo cristiano debería llevarnos a mirar esta verdad de frente. El Superior general, por ejemplo, debe reconocer que es más que probable que morirá dentro de veinticinco años, si no antes.

En una carta escrita a sus amigos el 29 de noviembre de 1366, el gran autor italiano Petrarca escribía: “He envejecido. No puedo ocultarme este hecho aunque lo quisiera, y no quisiera hacerlo aunque pudiera... Y a quien sintiera repugnancia en seguirme le digo `Ven con seguridad, no tengas miedo... La edad hacia la que avanzas entre las tempestades de la vida no tiene nada de espantoso'. Los que la califican así han encontrado poco acogedoras todas las etapas de la existencia porque han sido maltratados por ella, pero no se trata de una edad concreta. Los últimos años de un hombre instruido y modesto están protegidos y serenos. Ha pacificado las tempestades de su corazón, ha dejado tras él los escollos de las luchas y del trabajo, está protegido de las tormentas exteriores por un anillo de colinas soleadas. Por eso, ve en paz; no te demores, una puerta se abre allí donde temías un naufragio”. 53

2. El Evangelio nos llama, a medida que avanzamos en edad, a crecer en el amor

Apenas se puede encontrar en el Nuevo Testamento algo más claramente expresado. El crecimiento en el amor es el reto permanente que se ofrece en toda edad a la persona humana. Envejecer en gracia, si es verdaderamente irse llenando de gracia, es crecer en la caridad de Cristo. En comunidad, esto significa afecto y mansedumbre hacia los Hermanos y Hermanas, jóvenes o mayores. Porque, “¿qué es la caridad, nos dice san Vicente, sino el amor y la mansedumbre?” 54 En un contexto apostólico, esto significa celo constante, aun cuando las energías se vean reducidas y la capacidad de “contribuir” disminuida.

Desgraciadamente, nuestra estima de nosotros mismos está a veces tan unida a las “obras” que nos vemos amargados cuando nuestra aptitud para trabajar disminuye. Es crucial, cuando empezamos a experimentar esta tentación, reconsiderar nuestro servicio a los Pobres y a la comunidad. Los mayores tienen muchos dones, aunque no sean precisamente los mismos que los de la juventud. Es vital para los que quieren envejecer con gracia, descubrir estos dones y compartirlos generosamente. 55

3. Es importante conservar “un corazón joven”

Cicerón escribió: “Me gusta encontrar en un joven algo propio de la vejez. Igualmente, me gusta encontrar en una persona anciana algo de la juventud. Quien siga esta máxima será quizá viejo en el cuerpo pero jamás en el espíritu”. 56

Consideramos con frecuencia como cualidades de la juventud el entusiasmo, la imaginación, la aptitud para cambiar. Pero estas características en ningún modo son exclusivas de los jóvenes. Uno de los misioneros más entusiastas que he encontrado ha sido un anciano cohermano de ochenta años con el que pasé unos días en Nigeria. Dos de los consejeros más creativos que he encontrado eran hombres prudentes, con experiencia, que tenían más de setenta años; ellos podían encontrar soluciones a problemas que pocos eran capaces de afrontar. Y por lo que se refiere a la aptitud para cambiar, he visto a sacerdotes y Hermanas lanzarse a nuevas carreras cuando estaban ya jubilados y servir con más alegría y de manera más creativa que antes. Personas así dejan una herencia magnífica a los que vienen detrás. D. W. Lawrence ha escrito:

“Cuando cae el fruto maduro,

su dulce jugo se destila y se infiltra en las venas de la tierra.

Cuando mueren seres realizados,

la esencia de su experiencia penetra

como un aceite en las venas del espacio viviente.

Y añade un nuevo tornasol al átomo, al cuerpo del inmortal caos.

Pues el espacio es vivo

y se mueve como un cisne

cuyas plumas brillan tornasoladas

sedosas con el bálsamo de una experiencia que se va destilando”. 57

4. Envejecer es una ocasión para desarrollar la dimensión contemplativa de la persona humana

Podemos “hacer” menos cuando nuestras energías físicas disminuyen, pero seguramente podemos desarrollar otras dimensiones de nuestra hurnanidad. Entre éstas ---sobre todo para quienes se entregan a Dios para el servicio a los pobres”---58 la dimensión contemplativa de nuestra existencia es de una importancia especial. Mientras que en las etapas precedentes de la vida podemos poner el acento en la segunda parte de la expresión que tanto le gustaba decir a san Vicente: “Entregarnos a Dios para... el Servicio a los Pobres”, al declinar nuestros años podemos insistir de manera más provechosa en la primera parte: “Darnos a Dios... para el Servicio a los Pobres”.

En cada época de nuestra vida es importante utilizar bien el tiempo. Y la edad de la ancianidad no ha de ser una excepción Una de sus tentaciones es perder el tiempo con un cuidado excesivo de la propia salud personal. Por otra parte, una de las gracias de esta edad es la de tener tiempo para buscar a Dios con más libertad y concentración. Lo que se propone

a los mayores es transformar las horas penosas de aislamiento en momentos apacibles de soledad con Dios y de contemplación de su Bondad. Los mayores tienen tiempo de leer, de meditar la Sagrada Escritura y de escuchar la Palabra de Dios de una manera nueva. Tienen la posibilidad de exclamar con el salmista: “El amor de Yavé por siempre cantaré”. 59

El poeta americano Archibald MacLeish lo ha expresado así:

“Lo que veo ahora, a los sesenta años,

aunque el mundo sea de lejos mucho peor que antes,

detiene mi corazón en un éxtasis.

Dios mío, ¡qué maravillas existen!”. 60

5. La edad de la ancianidad es un tiempo de reconciliación con el pasado

Todos en el presente llevamos nuestras cicatrices y nuestros pecados. Necesitamos ser curados. La tercera edad es una ocasión magnífica para la reconciliación. Es un tiempo en que los recuerdos pueden apaciguarse, hasta los recuerdos amargos: los recuerdos de las relaciones con nuestros parientes, de fracasos que haya habido en nuestra vida, de rechazo, de pecado personal. En el momento de la muerte, todo esto hemos de ponerlo en manos de un Dios de Amor y Misericordia infinitos. Ciertamente es de desear que esta evolución comience mucho tiempo antes de la cercanía de la muerte. El sacramento de la Reconciliación y la conversación con una verdadera “alma amiga” pueden procurar maravillosas ocasiones de curar los pecados y las heridas abiertas en el pasado. Igualmente, el sacramento de los enfermos, celebrado en la fe, en compañía de sus Hermanos y Hermanas, puede conducir a la curación y a la paz completas, que son el objetivo de la conversión permanente.

6. La soledad es uno de los retos específicos del envejecimiento

Como nos recuerdan los existencialistas, la soledad forma parte de los retos específicos de la vida humana. Desde el instante de nuestra separación repentina del calor del seno materno, hasta nuestra separación final de la familia de los vivientes, jóvenes o mayores, célibes y casados tienen la experiencia de la soledad. Tiene sus matices especiales en la adolescencia, en la vida adulta, en la última etapa de la vida. Los viudos y viudas tienen de ello una dolorosa experiencia. Los célibes también experimentan a su manera la amargura de la soledad.

Los que envejecen inevitablemente sentirán, como San Vicente lo hizo, la muerte de sus amigos. Duele terriblemente y añade terribles sentimientos de soledad.

Nuestra propia muerte es la experiencia suprema de la soledad. Afrontamos la separación de todos aquellos que hemos conocido y amado y que nos han prodigado su afecto y compañía durante muchos años. Nos vemos llamados, en la fe, a descansar en los brazos del Dios vivo. La muerte es el supremo acto de fe. En ella, Jesús nos llama a decir con El: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. 61

7. No morimos en soledad

Desde nuestro bautismo profesamos este artículo de nuestra fe: “Creo... en la comunión de los santos”. Esperamos experimentar en nuestra vejez y ante la proximidad de la muerte, que estamos rodeados por aquellos a quienes amamos en la Comunidad. Esto nos ayuda a saber también que muchos de los “que nos precedieron marcados en el signo de la fe” nos esperan en el banquete celestial.

Recuerdo que, hace ya unos años, paseaba en el terreno de nuestro Seminario Mayor con el Hermano Laurence Masterson. El deseaba hablar en aquel atardecer sobre a qué se parecía el cielo. Guardo muy vivo el recuerdo de todo lo que dijimos acerca del “banquete”, imagen que se encuentra en el Nuevo Testamento. Nos imaginábamos estar allí, gozando con el Señor, riendo, comiendo y bebiendo con muchos amigos, que hemos conocido y amado en la vida. Poco tiempo después, el Hermano Laurence murió inesperadamente. Siempre me lo he imaginado sonriente en la mesa del banquete, reservándonos un puesto a nosotros, sus amigos.

8. Fundamentalmente, recurrimos al corazón del Misterio Pascual de Jesús para hacer frente a la muerte

La muerte de Jesús sirve de modelo a sus discípulos. Es la fuente de su fuerza para hacerlos entrar, como lo hizo Él, en el proceso de muerte. San Vicente era muy consciente de esto: “Acuérdese --escribe al P. Portail-- de que vivimos en Jesucristo por la muerte de Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo”. 62 Los relatos evangélicos de la muerte de Jesús invitan a sus discípulos a confiarse al poder y a la Providencia de Dios para perdonar a quienes les han ofendido, poner a aquellos a quienes aman en manos de otras personas, creer que Dios puede llevar los muertos a la Vida.

En la enfermedad y en la edad avanzada, una comprensión renovada, profunda, de nuestra participación eucarística en la muerte y en la resurrección del Señor, puede conducirnos a una inmersión más profunda en el Misterio Pascual, mientras aumenta nuestra gratitud por el amor fiel de Dios y mientras entramos en la muerte del Señor como en la fuente de su Vida resucitada.

Espero que estas reflexiones van a ayudar a mis Hermanos y Hermanas mayores que tanto han aportado a mi propia vida y a la de los pobres. En una época en que a veces se sobrevalora la necesidad de mantenerse joven, recuerdo la bella descripción que da Harriet Beecher Stowe de Raquel Halliday, en La cabaña del tío Tom, novela escrita hace más de un siglo:

“Sus cabellos, plateados en parte por la edad, enmarcaban con gracia una gran frente apacible, en la que el tiempo no había dejado ninguna huella, sino la de la paz en la tierra y el amor a los hombres. Debajo brillaban un par de

grandes ojos castaños, transparentes, puros, llenos de amor. No se necesita penetrar mucho para ver en el fondo del corazón lo mejor y lo más verdadero que jamás haya palpitado en el pecho de una mujer. Se han dicho y se han cantado tantas cosas de las bellas muchachas jóvenes, ¿por qué no ha de levantarse alguien para celebrar la belleza de las ancianas?”.63

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1 - “Ser Misionero”, Vincentiana XXXVIII, 1994, 319.

2 - Cf S.V. X, 375; Conf esp, n 1811.

3 -Cf. S.V. X, 375; Conf esp., n 1810.

4 -S.V. 1, 531; Síg. 1, 525, Cf también la Conf de diciembre de 1659 “¡Pobres enfermos, para atender a los cuales habría que vender hasta los cálices de la iglesia” XII, 410; Sig XI/4, 675.

5 -S.V. VI, 372; Síg. VI, 352.

6 -S.V. VII, 179; Sig. VII, 159.

7 -S.V. V, 622; Síg V, 588.

8 -S.V. X, 90; Conf esp n. 1327.

9 -S.V. VII, 168; Síg VII, 150 - SV X, págs 29, 46, 48, 78, 90, 115, 283, 371; Conf esp, núms 1214, 1234, 1240, 1302, 1311, 1372, 1678, 1810 S.V. XI, 80, 207; Síg XI/4, 775, 4; XI/3, pág 125 - S.V. XIII, 729; Síg X, 845.

10 -Cf S.V. XI 135; Síg XI/3, 56.

11 -S.V. XI, 136: Síg XI/3, 57.

12 -S.V. XII, 241; Síg XI/4, 536.

13 -S.V. XI, 413; Síg XI/3, 290.

14 - S.V. XI, 402; Síg XI/3, 281.

15 -S.V. XI, 73; Síg XI/4 761.

16 - S.V. II, 571; Síg II, 487

17 -Cf S.V. X, 181; Conf. esp . n 1493. Ver tambien S.V. XV “Mission et Charité”, 109.

18 -S.V. I, 144; Síg. I, 200

19 -S.V. XI, 72; Síg XI/4, 760-61

20 -Cf A Dodin, Monsieur Vincent parle à ceux qui souffrent, DDB París, 1981, y Vicente de Paúl y los enfermos, CEME, Salamanca, 1978 25-42.

21 -Luisa de Marillac superó también lo que era el promedio de edad de su época, aun cuando Vicente de Paúl declara que la considera como muerta naturalmente durante los últimos veintitrés años de su vida (cf S.V. III, 256 Síg III, 234)

22 -S.V. I, 4; Sig I, 78.

23 -S.V. I, 70, 110, 196, 237, etc: Sig I, 133, 173, 248, 281...

24 -S.V. I, 581, 587, 597; Sig I 565, 571 578.

25 - Cf Abelly, I, 247; ed. española, págs 221-222. Collet La vie de saint Vincent, Nancy 1748, I,46.

26 -Abelly, I, 247; ed. española, págs 221 y ss.

27 -S.V. I, 198; Síg I, 250.

28 -Cf Abelly, I, 247; ed. española, págs 221 y ss; Collet, I, 477

29 -S.V. I, 110, 198-99; Síg I, 173, 250.

30 - Cf Abelly, III, 267; ed. española, III, pág 726; Collet, I, 474 S.V. III, 424; Síg III

31 -Cf. Abelly, III, 21; ed. española, lll.

32 - S.V. Xl, 207; Síg Xl/3, 125

33 - Cf. Abelly, I, 247; ed. española, I, 221 y ss.

34 - Cf S.V. VII, 58, 60; Síg VII, 55, 57.

35 - Ibid.

36 - Cf S.V. VIII, 23; Síg VIII, 25.

37 - Ibid.

38 - Ibid, 247-48; Síg VIII, 25.

39 -Ibid, 248; Síg VIII.

40 - Ibid, 245; Síg VIII, S.V. II, 481; Síg. II; Collet, op. cit. I, 406.

41 - Collet, op cit I, 477; cf S.V. IV, 532; V, 350; Sig IV, 492, Síg. V.

42 -SV XIII, 166 Sig X, 210.

43 -S.V. X, 717; Conf esp n 2358.

44 - Román José Maria, San Vicente de Paúl, BAC Madrid 1981 659-669.

45 - S.V. VII, 435-36; Sig VII, 373.

46 -Cf Richard McCormick “The Catholic Hospital Today”: ¿Mission impossible? en Origins 24 núm 39, 13 de marzo de 1995, 651-652.

47 -Mensaje de clausura del Concilio Vaticano II.

48 -Cf Richard McCorrnick, 7he Critical Calling Georgetown University Press, Washington, D C, 1989, 363-364.

49 -Jean Guitton en el prefacio a “Renée”, de Tryon Montalembert.

50 - Miguel Pérez Flores, C.M. “Potencial humano de las Provincias de las Hijas de la Caridad en España a partir de los sesenta y cinco años para seguir viviendo ilusionadamente el Carisma Vicenciano”, en La respuesta exige un éxodo, CEME, Salarnanca 1993, 91.

51 - Oración que se atribuye a Richard de Chichester, 1197-1253.

52 -Walt Whitman, Leaves of Grass - “Youth, Day, Old Age and Night, en James E. Miller, ed. Complete Poetry and Selected Prose by Walt Whitman, Houghton Mifflin, Boston 1959, 165.

50 -Petrarca, Carta a sus amigos, escrita de Pavía, 29-11-1366 ó 1367.

51 -S.V. Conf. Esp. 437.

52 -Cf P. Flores, op cit, 81-100.

53 -De Senectute, De Amicia, De Devinatione.

57 -D.W Lawrence, When the ripe fruit falls, 1929.

58 - Cf S.V. Síg I, 238; II, 57; III, 139; IV 19, 67, 118, 123 135 155, 270, 341, 539, 554; V, 79, l00, 213, 405, 554 556, 599; VII, 18, 39, 315; Conf. Esp. págs 31, 41, 44, 177. Conferencias a los misioneros S.V. ed. francesa 1960 pág 37, 471, 550, 562, 559, 571, 553, 586, 742, 743, 775, 776, 811 825, 831, 835, 888, 916, 944.

59 -Sal 88, 2.

60 -Archibald MacLeish, With age wisdom, 1952.

61 - Lc 23, 46.

62 -S.V. Síg I, 320.

63 -Harriet Beecher Stowe La Cabaña del Tío Tom, 1852 E F Dutton & Co New York, 1955, 138-139.