Homilía SG en la Vigilia de oración del 1 de Junio de 1996

HOMILÍA SOBRE SAN JUAN GABRIEL PERBOYRE

SAN PABLO EXTRAMUROS

1 de Junio de 1996

Las canonizaciones se hacen para nosotros. Los hombres y mujeres heroicos, cuya santidad se “certifica”, están ya en la presencia de Dios. La Iglesia les canoniza para fortalecernos y animarnos a nosotros que estamos todavía de viaje.

Todos conocemos santos no canonizados. Nuestra Familia Vicenciana ha visto miles y miles de ellos, estoy seguro. ¿Hay alguien entre nosotros que no haya conocido un sacerdote heroico que ha trabajado incansablemente al servicio de los más pobres y abandonados, o una Hija de la Caridad que caminaba a lo largo de los corredores de un hospital llevando la presencia y la paz de Dios a los moribundos? Entre los santos no canonizados pienso en un hermano de la Congregación que poco antes de morir habló conmigo sobre como sería el Reino de Dios. Pienso también en un laico vicenciano, un sabio abogado ---, pronto a sacrificarse por los demás, profundamente unido a Dios. Pienso también en los mártires vivientes: un sacerdote que ha pasado 23 años en prisión por causa de la fe; una Hermana que ha trabajado 20 años en un campo de trabajos forzados porque ha testimoniado a Jesús.

Pero, de vez en cuando, la Iglesia canoniza a los santos, presentándonoslos como modelos. Nos dice: observad atentamente a este hombre, meditad sobre esta mujer, aprended de ellos lo que significa ser santos.

Así es para Juan Gabriel Perboyre. Mañana será declarado, oficialmente, santo. ¿Qué nos enseña sobre cómo vivir la vida de Dios?

Quisiera hablarles esta tarde sobre el tema más repetido en sus cartas: la fe en la providencia de Dios.

Perboyre escribe a un amigo “Amo mucho este misterio de la Providencia,”. La profundidad de su amor es muy clara. El misterio de la providencia es el estribillo que se repite a lo largo de todas las cartas de Perboyre. Es una melodía de fondo cuando reflexiona sobre los acontecimiento de la vida. Para Perboyre la providencia tiene tres matices diferentes.

Primero, para Perboyre la providencia quiere decir que Dios viaja con él, camina con él, lo protege. Escribe al Superior General pidiéndole se una a él para glorificar “la providencia del Padre que está en los cielos por todas las cosas maravillosas que han acaecido durante su viaje a China. Perboyre es muy concreto sobre la providencia. Mientras atribuye todo a Dios, reconoce claramente que Dios obra a través de las personas humanas. Aunque cree profundamente que es la providencia quien había preparado el camino para su aventura de China, estaba muy agradecido también a sus superiores por haberlo enviado. Aunque reconoce que es la providencia quien guiaba a los misioneros durante su largo viaje por el mar, también estaba muy agradecido al capitán. Aunque estaba profundamente convencido de que Dios lo estaba guiando durante sus viajes a pie en el interior de China, estaba también agradecido a sus guías.

Segundo, Perboyre ve a la providencia como un plan escondido de Dios. Poco antes de la marcha de su hermano Luis a China le dice que Dios sabe cómo lograr sus fines y cómo obtener su mayor gloria. La carta de Perboyre es tanto más conmovedora si se piensa que la misma fue su último medio de contacto. Luis murió durante el viaje, sin llegar jamás a China. Cuando tuvo noticia de la muerte de su hermano, Juan Gabriel escribió a sus padres: “La providencia de Dios es muy amable, muy admirable con sus siervos, e infinitamente más misericordiosa de cuanto nosotros podamos imaginar”.

Tercero, Perboyre ve el sufrimiento como una parte del misterio del amor providencial de Dios. Él afirma que la vida del misionero es un 50% sufrimiento”. Desde China escribe al Superior General: “¿No sé que me reserva la carrera que se está abriendo ante mí: sin duda, muchas cruces - esto es el pan cotidiano de los misioneros. Pero ¿qué cosa mejor se puede esperar cuando se va a predicar a un Dios crucificado?”. Poco antes de su captura, escribe: “Por lo demás, no tengo grandes preocupaciones referentes a esto. ¡Todo está en las manos de la Providencia!”

Su carta final a los cohermanos es testimonio de los sufrimientos que soportó en la prisión. Fue obligado a arrodillarse sobre cadenas mientras estaba suspendido por los pulgares y por sus cabellos en trenza. Además de otras muchas torturas que no describe, fue golpeado 110 veces. Él, discretamente, dice a sus lectores que más tarde encontrarían muchos detalles, como seguramente ocurrió cuando escucharon la narración de su dolorosa muerte por estrangulamiento.

Hermanos, la visión que Perboyre tenía de Dios es clara. Él ve a Dios bueno, amable, lleno de amor. Los tesoros de la providencia de Dios son “inagotables”. Él ve los sufrimientos como un “don del cielo”.

Él cree en la presencia constante de un Dios personal que camina con nosotros en los acontecimientos cotidianos de la vida, en la luz y en la oscuridad, en la gracia y en el pecado, en la paz y en la inquietud, en la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte. Para Perboyre, la Providencia es centrarse en un Dios que ama profundamente, que nos acompaña, que nos fortalece, que nos escucha, que nos habla, que nos conforta.

¿Qué fue lo que mantuvo a Perboyre durante su año de prisión? ¿Qué le hacía capaz de estar lleno de fe, hasta una muerte dolorosa, estrangulado en una cruz? Él creía que un Dios lleno de amor caminaba con él y se abandonó al amor de Dios.

Hermanos, ¿es esto lo que creemos? ¿Tenemos fe en la presencia amorosa, personal de un Dios plenamente vivo? ¿Creemos profundamente que Dios camina con nosotros, nos escucha, nos habla, nos hace fuertes? ¿Escuchamos a Dios en la voz de los pobres? ¿Lo vemos en el rostro de los enfermos y de los abandonados? ¿Sentimos su presencia por doquier en la vida y hasta en la muerte? Este es el desafío que nos ofrece Perboyre en la celebración de su canonización.

Constitución Apostólica, Divinus Perfectionis Magister, introducción.

Cartas, pág. 119.

Cartas, pag. 116.

Cartas pág. 211.

Cartas, pág. 172.

Cartas, pág. 41.

Cartas, pág. 53.

Cartas, pág. 98.

Cartas, pág. 141.

Cartas pág. 284.

Cartas, pág. 61.