Carta del Superior General

Roma, 1 de mayo de 2002

A todos los miembros de la Congregación de la Misión

¡Que la gracia de nuestro Señor esté siempre con vosotros!

Unos años antes de su muerte, San Vicente dijo a los que estaban reunidos en San Lázaro:

¿Estamos dispuestos a ir a Polonia, a Berbería, a las Indias a ofrendarle en sacrificio nuestras satisfacciones y nuestras vidas? Si es así, bendigamos a Dios... Démonos a Dios, señores, para ir por toda la tierra a llevar su santo Evangelio, y en cualquier sitio adonde nos lleve, mantengámonos en nuestro puesto y en nuestras obras hasta que su beneplácito nos retire. Que las dificultades no nos quebranten... No importa que muramos antes de tiempo; y si morimos con las armas en la mano, seremos más felices por ello, y la Compañía no será más pobre, porque Sanguis martyrum, semen est Christianorum (la sangre de los mártires es semilla de cristianos). Por un misionero que dé la vida por caridad, la Bondad de Dios suscitará a muchos que harán el bien que aquél haya dejado de hacer. (Abelly, Libro II, Capítulo I, 354-355)

Al introducir esta Ratio Missionum, agradezco a Dios por los innumerables misioneros a quienes Él ha formado en la Congregación. Muchos han vivido y muerto al servicio de los pobres en tierras extranjeras. Cuando visito las provincias, siempre me impresiona la fidelidad y creatividad de nuestros misioneros al predicar el evangelio “de palabra y obra”.

La Asamblea General de 1998, viendo un fuerte y renovado impulso misionero en los miembros de la Congregación, pidió al Superior General que nombrase una comisión especial para escribir una Ratio Missionum. Poco después, con el consentimiento de los miembros del Consejo General, pedí a los Padres Antonius Sad Budianto (Indonesia), Dominique Iyolo Iyombe (Congo), Ángel Santamaría (Madagascar), Homero Elías (El Alto, Bolivia), Hugh O'Donnell (China) y Victor Bieler (Curia General) que fuesen sus miembros. La Comisión se reunió en tres ocasiones entre enero de 1999 y el otoño de 2000. Tras su primera reunión, consultó a todos los miembros de la Congregación de la Misión sobre el contenido de la Ratio. Antes de redactar el borrador final, consultó además a todos los Visitadores de la Congregación. También, en dos ocasiones, se reunió con el Consejo General y le pidió sus observaciones en cada una de las fases. Cuando la Comisión finalizó su trabajo y lo puso en mis manos, pedí al P. John Prager, que trabaja en Panamá, el servicio de hacer la redacción final y de unificar el estilo del documento pues sus capítulos habían sido escritos en varias lenguas. Cuando el P. Prager terminó su trabajo de redacción, revisé el documento una vez más con los miembros del Consejo General introduciendo algunos cambios finales. Luego lo aprobamos por unanimidad.

Hoy, con un profundo agradecimiento hacia todos cuantos trabajaron tan intensamente en la preparación de esta Ratio Missionum, os la presento para vuestro estudio. Animo a todos los miembros de la Congregación a leer este documento, a meditarlo y a buscar formas mediante las cuales pueda configurar la vida y el ministerio de todos nosotros. Pido también que sea especialmente estudiado en todas nuestras casas de formación. Debiera ser uno de los documentos fundamentales para quienes se están preparando a la incorporación a la Congregación de la Misión, pues responde a algunas cuestiones básicas relativas a nuestro ministerio. ¿Cómo debiera ser una misión vicenciana en el extranjero? ¿Cuáles son sus características? ¿Cuáles son los criterios para aceptar y evaluar las misiones? ¿Cómo deben prepararse los candidatos para trabajar en ellas?

Al presentar hoy esta Ratio, pido a los Visitadores que organicen encuentros de estudio o retiros en los que los cohermanos y nuestros candidatos reflexionen y asimilen los contenidos de este documento. Será útil para todos nosotros, jóvenes o mayores, empeñados directamente en las misiones extranjeras o destinados en otros ministerios.

Al comenzar a usar este documento en la Congregación, pienso en nuestros misioneros de todo el mundo. Con vosotros y por ellos, me uno a una oración que San Vicente escribió espontáneamente el 27 de septiembre de 1647, al concluir una carta a Étienne Blatiron, que fue el primero de nuestros misioneros en ir a Génova:

¡Señor, Dios mío, sé tú el vínculo de sus corazones; hazles gozar de los efectos de tantas gracias como les concedes y acrecienta el fruto de sus trabajos por la salvación de las almas; riega con tus bendiciones eternas esa fundación, como un nuevo árbol plantado por tu mano, fortifica a esos pobres misioneros en sus fatigas; en fin, Dios mío, sé tú mismo su recompensa y extiende sobre mí por sus oraciones tu inmensa misericordia! (SV III, 239 / ES III 218)

Vuestro hermano en San Vicente,

Robert P. Maloney, C.M.

Superior General