La Oración Mental: ayer y hoy. Algunas reflexiones sobre la tradición Vicenciana

LA ORACIÓN MENTAL: AYER Y HOY

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA TRADICIÓN VICENCIANA

Robert P. Maloney, C.M. Superior General

I. SAN VICENTE Y LA ORACIÓN MENTAL

1. Algunas Consideraciones Preliminares

Empleo a propósito en este artículo, la frase “oración mental”, en vez de “meditación”. San Vicente pocas veces usaba el verbo méditer. Empleaba de ordinario la frase faire oraison. Sin embargo reconozco, también, las limitaciones de la frase “oración mental”. San Vicente apuntaba, no a un ejercicio mental, sino a una oración y contemplación afectivas. El método que proponía, que suponía el uso de la mente para centrarse en un determinado tema, era considerado simplemente como un método. El apuntaba a cosas más altas.

Pocas cosas eran tan importantes en el pensamiento de San Vicente como la oración. Hablando a los misioneros, declara:

Dadme un hombre de oración y será capaz de todo. Puede decir con el apóstol, “todo lo puedo en aquél que me conforta”. La Congregación se mantendrá mientras cumpla fielmente con la práctica de la oración, que es como una fortaleza inexpugnable que protege a los misioneros de toda suerte de ataque.

Es interesante notar que la palabra que emplea aquí es oraison. Está hablando de la importancia de la oración mental. Además, San Vicente afirma con energía en varias ocasiones, que el hecho de no levantarse temprano por la mañana, para unirse a la comunidad en oración, será la razón por la que los misioneros no perseveren en su vocación.

Para animar a sus hijos e hijas a orar, usaba muchos similes que se encuentran en los escritos espirituales de su tiempo. Les dice que la oración es para el alma lo que el alimento es para el cuerpo. Es una “fuente de juventud” por la que nos fortalecemos. Es un espejo en el que vemos nuestras manchas y empezamos a adornarnos para ser agradables a Dios. Es frescura en medio del difícil trabajo diario al servicio de los pobres. Dice a los misioneros que es un sermón que nos predicamos a nosotros mismos. Es un libro de recursos para el predicador en el que puede encontrar las verdades eternas que comparte con el pueblo de Dios. Es un suave rocío que refresca el alma cada mañana, dice a las Hijas de la Caridad.

Urgió a Santa Luisa para que formara a las hermanas jóvenes muy bien en la oración. Él mismo les daba muchas conferencias prácticas sobre el tema. Por estas conferencias se ve que muchas tenían dificultades en dedicarse a la oración mental. Les asegura que en realidad es bastante fácil. Es como mantener una conversación durante media hora. Declara, con alguna ironía, que ordinariamente nos sentimos felices de hablar con el rey. Tanto más contentos deberíamos estar por tener la suerte de hablar con Dios. Trae numerosos ejemplos de los que han aprendido a rezar, de todos los rangos de la sociedad: muchachas campesinas, sirvientes, soldados, actores y actrices, abogados, estadístas, mujeres elegantes y nobles de la corte, jueces. En las varias conferencias que tuvo con ocasión de la muerte de Hijas de la Caridad, a menudo aludía a su gran espíritu de oración. Hablando de Juana Dalmagne el 15 de enero de 1645 observó: “Ella caminaba en la presencia de Dios”.

Define la oraison como “una elevación de la mente a Dios por la que el alma se desprende, por decirlo así, de sí misma para buscar a Dios en sí mismo. Es una conversación con Dios, una relación del espíritu, en la cual Dios le enseña interiormente lo que debería saber y hacer, y en la que el alma dice a Dios lo que él mismo le enseña a pedir”.

Entre las disposiciones necesarias para la oración señala principalmente la humildad, la indiferencia, y la mortificación. Los humildes reconocen su absoluta dependencia de Dios. Vienen a la oración llenos de gratitud por los dones de Dios y confesando sus propias limitaciones y su pecado. La indiferencia hace que la persona viva en un estado de desprendimiento y unión con la voluntad de Dios, de manera que al venir a la oración, él o ella, busca sólo saber o hacer lo que Dios le revele. San Vicente a menudo recurre a la necesidad de la mortificación para orar bien, particularmente al levantarse rápidamente de la cama por la mañana. Dice a las Hermanas el 2 de agosto de 1640 que nuestros cuerpos son como asnillos: acostumbrados al camino áspero, lo seguirán siempre.

El principal tema de oración para Vicente es la vida y enseñanzas de Jesús. Repetía una y otra vez que debemos centrarnos en la humanidad de Jesús. Meditaba sobre lo que Jesús hizo y enseñó en las escrituras, atrayendo la atención de un modo especial, de entre las enseñanzas de Jesús, al sermón de la Montaña. Sin embargo, sobretodo, recomendaba como asunto de oración la pasión y cruz de Jesús.

San Vicente no dudaba en recomendar el uso de imágenes y libros de oración. Entre los últimos, era un aficionado especial a la Imitación de Cristo, la Introducción a la Vida Devota y el Tratado sobre el Amor de Dios, de Francisco de Sales, las meditaciones de Busée, y la Guia de Pecadores, Memorial de la Vida Cristiana de Luis de Granada, así como El Año Cristiano de Jean Souffarand. Es evidente que los Vicencianos y las Hermanas empleaban también otros libros de meditación, como los de Saint Jure y Suffrand.

2. Oración y contemplación Afectivas

San Vicente pone gran énfasis en la oración afectiva pero, al hacerlo así, se muestra muy reservado en cuanto a entrar en un estado altamente emocional. Confiesa que los sentimientos surgidos de la oración mental (por ejemplo, dolor por la pasión de Cristo) si bien pueden ser provechosos en sí mismos, no son el centro de la oración. Los “afectos”, sobre los que se concentra, tienden primariamente hacia actos de la voluntad. El amor “afectivo” debería llevar al amor “efectivo”. Nuestros actos afectivos deberían tender a ser cada vez más sencillos, conduciendo a la contemplación.

La contemplación es un regalo de Dios. Mientras nos entregamos a la oración mental y afectiva por propia elección, entramos en la contemplación solamente cuando somos poseídos por Dios. En la contemplación “gustamos y vemos” que el Señor es bueno. Esta contemplación, a la par que es un puro don de Dios, es para San Vicente un resultado normal de la vida espiritual. Por sus conferencias vemos que consideraba a algunas Hijas de la Caridad como contemplativas. Las animaba a ser otras Santas Teresas. El 24 de julio de 1660, al hablar de las virtudes de Luisa de Marillac, se llenó de júbilo cuando una hermana describió a Luisa: “Tan pronto como se encontraba sola, estaba en estado de oración“.

3. El Método

El método que enseña San Vicente es básicamente el mismo de San Francisco de Sales. Introduce solamente modificaciones de punto de vista. Mientras concede un alto valor a la oración afectiva, insiste repetidamente en la necesidad de resoluciones prácticas. En particular sus conferencias a las Hermanas contienen una mezcla de sabiduría espiritual y de sentido común. Es más parco que Francisco de Sales al hablar del empleo de la imaginación. Previene una y otra vez de considerar la oración como un estudio especulativo. Nos pone en guardia contra el hecho de que se convierta en una ocasión de vanidad o de “hermosos pensamientos” que no llevan a ninguna parte.

San Vicente sugería, a modo de preparación para la oración, la lectura por la noche de algunos puntos que estimularán la oración mental a la mañana siguiente. También consideraba como una atmós fera básica para la oración el silencio y sosiego en la casa por la noche y por la mañana.

El método que propone se puede presentar esquemáticamente de la siguiente forma:

a. Preparación - Primero, se pone usted en la presencia de Dios por medio de una de 1as múltiples formas: considerándose presente ante Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, pensando que Dios reina en el cielo o en su interior, reflexionando en su omnipotencia, meditando sobre su presencia en las almas de los justos. Luego le pide ayuda para orar bien; también pide la ayuda de la Santísima Virgen, de su ángel custodio y de los santos patronos. Después escoge el tema de meditación, como un misterio de la religión, una virtud moral o teológica, o alguna máxima de Nuestro Señor.

b. Cuerpo de la oración. Comienza usted a considerar el asunto (ej., la pasión de Cristo). Si el sujeto es una virtud, reflexiona sobre los motivos para amar y practicar la virtud. Si es un misterio, piensa en la verdad contenida en el misterio. Mientras reflexiona, trata de suscitar actos de la voluntad (ej., amor a Cristo que sufrió tanto por nosotros), por los cuales, bajo el impulso de la gracia, expresa el amor a Dios, dolor por el pecado, o deseo de la perfección. Luego hace resoluciones concretas.

c. Conclusión. Da gracias a Dios por este tiempo de meditación, y por las gracias concedidas durante la oración. Coloca ante Dios las resoluciones hechas. Después, ofrece a Dios toda la oración que ha hecho, pidiéndole ayuda para llevar a cabo las resoluciones.

4. Dos Enseñanzas Relacionadas

a. San Vicente animaba a los miembros de sus dos comunidades a compartir la oración. Recomendaba que se hiciera cada dos o tres días. Había aprendido esta práctica de otros. Los Orato rianos de San Felipe Neri, por ejemplo, ya practicaban la repetición de oración. Cuando San Vicente se la recomienda a las Hermanas cita, además, el ejemplo de la Señora Acarie. En sus conferencias a las Hermanas hallamos maravillosos ejemplos de la sencillez con la que compartían los pensamientos de la oración. Es más, a menudo observa lo bien que compartían su oración los hermanos en la Congregación. Dice a los misioneros el 15 de agosto de 1659 que la oración, puesta en común, ha sido una gran gracia en la Congregación.

b. Otra enseñanza de San Vicente, que a menudo se encuentra en sus conferencias a las Hijas de la Caridad, es la práctica de “dejar a Dios por Dios”. Los pobres con frecuencia llegaban inesperadamente y requerían urgentemente a las Hermanas. San Vicente las animaba a responder, diciéndoles que, dejarían a Dios con quien estaban conversando en oración, para encontrarle en la persona de los pobres. Al mismo tiempo, San Vicente urgía a las Hermanas y a los Misioneros a que no dejaran nunca la oración. Sorprende que, aunque se mantenía firme sobre la regla de levantarse pronto por la mañana y no dejar nunca la oración, San Vicente aplique el sentido común al cumplimiento de la regla. Dice a las Hermanas: “Veis, la caridad está por encima de todas las reglas y es necesario que todo se refiera a ella. Es una dama noble. Debéis hacer lo que os ordena. En ese caso es dejar a Dios por Dios. Dios os llama a la oración, y al mismo tiempo os llama al pobre enfermo. Eso es dejar a Dios por Dios".

II CAMBIOS DE HORIZONTE QUE HAN TENIDO LUGAR DESDE EL TIEMPO DE SAN VICENTE AL NUESTRO

Tres cambios en el horizonte influyen notablemente en las actitudes que existen hoy hacia la oración.

1. El movimiento litúrgico

San Vicente se sentía muy preocupado por la liturgia. Notaba que los sacerdotes a menudo celebraban mal la misa y que apenas sabían oir confesiones. Como parte de los retiros para ordenandos, prescribió que recibieran instrucción para celebrar bien la liturgia. Pero, en este contexto positivo, se manifestaba como un hombre muy de su tiempo. El énfasis de la época residía en la exacta observancia de las rúbricas. Se concedía poco valor a la liturgia como “celebración común”, con la activa participación de todos los fieles. La liturgia era en gran parte privada, como en la celebración de las misas individuales, a lo más con un monaguillo. Las celebraciones litúrgicas se consideraban, a menudo, más como parte de la “piedad personal” del sacerdote, que como presidente de una comunidad local en oración.

El movimiento litúrgico, el Vaticano II, y la implementación de la Constitución sobre la Liturgia, han cambiado dramáticamente las actitudes y las prácticas. La Constitución sobre la Liturgia, elevó la liturgia a la cima hacia la que tiende la acción de la Iglesia a la par que es la fuente de la que mana toda virtud. Por supuesto, ello quiere decir que la liturgia no es toda la oración. Como “cumbre” debe descansar sobre una base firme. Sin embargo, como es evidente por la enorme energía que la Iglesia ha desplegado en la reforma litúrgica durante los últimos 30 años, la liturgia desempeña un papel muy importante en la vida de la Comunidad Cristiana. Hoy hablamos de una “piedad litúrgica”.

2. Renovado interés en la oración personal

Al mismo tiempo, y no sólo entre los Cristianos, se está reviviendo el entusiasmo por la oración personal. Los cursos en seminarios, noviciados, e institutos de espiritualidad, se están enfocando hacia algunos de los clásicos que enseñan métodos de oración; por ejemplo. The Cloud of Unknowing. The Introduction to a Devout Life, The Way of a Pilgrim. Ha habido renovada búsqueda e interés en la oración de las religiones orientales y en el uso de los mantra. Tomás Merton llamó nuestra atención sobre la rica tradición de la Iglesia oriental relativa a la contemplación y la “sabiduría del desierto”. Karl Rahner se fijó también en el lugar central concedido a la oración en la espriritualidad Cristiana.

Signos concretos de este renovado interés están patentes, en los grupos de oración, en el movimiento carismático, en la aparición de nuevas comunidades, y en los ritmos de puesta al día de muchas comunidades religiosas ya existentes.

3. Ha tenido lugar un cambio de énfasis de lo personal a lo interpersonal a lo social.

Uno de los constantes peligros de la espiritualidad Cristiana es el “intimismo”, una especie de piedad en la que el individuo queda absorbido en sí mismo y gradualmente separado de las responsabilidades interpersonales y sociales. La persona entra en un estado pasivo, casi inmune al contagio del mundo.

San Vicente, es preciso decirlo, evitó esa tentación. Pero no así algunos de sus contemporáneos. En su tiempo fueron condenadas varias formas de quietismo. Los quietistas acentuaban la eficacia excluyente de la gracia, en un mundo corrompido y abogaban por el total abandono a la acción de Dios, permaneciendo el individuo en estado pasivo.

Gran parte de la piedad en tiempos de San Vicente, aún cuando adoptaba formas más sanas que el quietismo, tendía a ser un tanto individualista. En el siglo XX hemos experimentado un mayor énfasis en lo interpersonal. La filosofía personalista ha tenido profunda influencia en el pensamiento y práctica contemporáneos. Martín Buber introdujo en el vocabulario de hoy el “Yo-Tú”.

Todavía más, hemos visto un énfasis creciente en lo social y societario, con una creciente conciencia de la interrelación de todas las personas y toda la realidad humana. La Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Moderno proclama que las alegrías y las esperanzas, los dolores y angustias de los hombres y mujeres contemporáneos, en especial de los pobres y de los que sufren aflicción, son también las alegrías y esperanzas, los dolores y angustias de los discípulos de Cristo. Las encíclicas sociales del último siglo han insistido cada vez más en la responsabilidad de los Cristianos por la justicia en el mundo. La opción preferencial de la Iglesia por los pobres se acentúa cada vez con mayor insistencia. Se convoca a los Cristianos a desarrollar una visión global del mundo y a asumir su parte en el trabajo por la “transformación del mundo”.

Estos tres cambios de horizonte, por supuesto, de ninguna manera niegan la importancia de la oración mental. Antes bien, constituyen su contexto. Si la liturgia es la “fuente y la cumbre” de la acción suplicante de la Iglesia, entonces la reflexión sobre el misterio de Cristo, los evangelios, y la condición humana han de ser una de sus piedras fundamentales. Si los hombres y mujeres contemporáneos, especialmente los jóvenes, están mostrando un renovado interés por varias formas de oración, entonces la oración mental, o “meditación”, está encontrando un lugar significativo entre éstos. Si existe una tendencia manifiesta a criticar el “intimismo” en la espiritualidad y un movimiento hacia el énfasis de lo interpersonal y lo social, entonces éstos son los modos de ampliar los horizontes de la oración mental, así como de afinar su objetivo.

III LA ORACIÓN MENTAL HOY

Karl Rahner expone el tema de forma muy clara: “La experiencia personal de Dios es el corazón de toda espiritualidad”. San Vicente lo sabía, por ello exhortaba a los cohermanos y a las Hijas de la Caridad una y otra vez a orar.

Las Reglas Comunes, que escribió para la Congregación de la Misión, prescribían una hora de oración mental cada día. Las Constituciones Vicencianas de 1984 han modificado esto, al hablar de una hora de oración personal al día según la tradición de San Vicente. Aunque esta prescripción es claramente más amplia que la de las Reglas Comunes, con toda seguridad supone un periodo significativo de oración mental. Las Reglas originales de las Hijas de la Caridad pedían dos periodos de media hora; sus Constitutiones actuales piden una hora de “oraison” diaria.

Hoy, en particular a la luz del segundo cambio de horizonte antes mencionado, se pueden proponer, como ayuda para la oración mental, una rica variedad de métodos. Permítanme agruparlos

esquemáticamente bajo cuatro títulos.

ORACIÓN MENTAL

ORACIÓN DE LA

IMAGINACIÓN

ORACIÓN DEL

CORAZÓN

LECTIO DIVINA

1. Naturaleza - ¿Qué es la humildad?

- busca en las

Escrituras

- busca en los escritos

de San Vicente

- busca en algún escritor clásico o

contemporáneo.

2. Motivos - ¿Por qué

debería yo ser

humilde?

- busca en las Escrituras

- busca en los escritos

de San Vicente

- busca en algún

escritor clásico o

contemporáneo

3. Medios - ¿Cómo

puedo crecer en

humildad?

- haciendo cosas

humildes

- dejándome evangelizar por los

pobres

- fijándome en lo

bueno de los otros

antes que en sus

faltas

- desarrollando una

actitud de servidor.

1. Activa la imaginación

concentrándose

en una escena del

Evangelio.

2. Asume el papel de

una de las personas

de la escena.

3. Hace preguntas.

¿Qué?

¿Quién?

¿Por qué?

¿Cómo?.

4. “Se hace presente

allí con la

imaginación

volviendo a la

escena como un

espectador.

5. Si la meditación

es sobre una

enseñanza, lee el

texto tres veces,

pero de formas

distintas.

1. Al principio de la oración emplea un

minuto o dos en

tranquilizarse y luego, por la fe, ve a Dios que vive en tí.

2. Después de descansar un poco

en el centrode un amor lleno de fe,

coge una palabra

o frase sencilla

que exprese tu

respuesta y

comienza a dejarla

que se vaya repitiendo en tu

interior.

3. Cuando en el curso

de la oración te

das cuenta de

alguna otra cosa,

vuelve a la

palabra de la

oración con

suavidad.

4. Al final de la

oración, tómate

varios minutos

para salir, diciendo

el Padre Nuestro.

1. Lectio -

¿Qué dice el texto

realmente?

2. Meditatio -

¿Qué me dice a mí?

3. Oratio -

Habla con Dios,

usando el texto

como punto de partida.

4. Contemplatio -

Se deja absorber

por la persona de

Jesús.

Permítanme ilustrar cada uno de estos métodos brevemente.

1. Oración de la mente. Este es básicamente el método que propone San Vicente. Un Vicenciano que use este método para meditar sobre la humildad procedería de esta manera:

a. Naturaleza - ¿Qué es la humildad?

Exploraría las escrituras en busca de secciones que hablen de la humildad. Podría reflexionar, por ejemplo, sobre Lc 1,46, el Magníficat, y la gratitud de María por los muchos dones de Dios. O podría volverse a Flp 2, 5, en el que Jesús adopta la forma de servidor, que se humilla y hace obediente hasta la muerte. O podría concentrarse en Mc 9, 33, donde Jesús habla de la humildad exigida a los líderes. Se pregunta: ¿qué es esta humildad que recomiendan los evangelios? ¿En qué consiste? Poco a poco puede llegar a formular conviccionos personales, como: La humildad es un reconocimiento de mi carácter de criatura, que dependo totalmente de Dios. Es un reconocimiento de que soy redimido, de que peco con frecuencia y necesito la ayuda de Dios para convertirme. Soy lento en sentirme animado por los valores del evangelio. Hablo demasiado a la ligera de los puntos negativos de los demás. Me pliego con demasiada facilidad a las estructuras sociales injustas. Pero también me fío de que Dios me perdona de buen grado, y tengo gran confianza en su poder para curarme. La humildad es asimismo agradecimiento por los abundantes dones de Dios. La persona humilde, como María, exclama que “Él que es poderoso ha hecho cosas grandes por mí. Santo es su nombre”. Supone una actitud de servidor. Somos llamados, como Jesús, “no a ser servidos sino a servir”. La humildad también lleva consigo que me deje evangelizar por los pobres, nuestros “Señores y Dueños”, como San Vicente gustaba llamarlos. Supone escuchar bien y aprender.

Otro enfoque sería para él buscar los escritos de San Vicente, o de tradición Vicenciana, con respecto a la humildad. Podría fijarse en las Reglas Comunes II 6-7 o X, 13-14, y meditar sobre los pasos que describe San Vicente para adquirir la humildad. Podría de igual forma examinar lo que dicen sobre la materia los escritores clásicos o contemporáneos.

El punto de partida para este mótodo es pensar, razonar. Esto es muy importante en ciertas etapas de la vida espiritual, ya que una persona debe estudiar con toda seriedad, de forma razonable, los valores personales y cuanto significan en concreto; de otra forma podría acabar con una visión borrosa de los evangelios. Es importante que un miembro de la comunidad sea capaz de articular, de una manera coherente consigo mismo y con los demás, cuáles son sus valores.

b. Motivos - ¿Por qué debería yo ser humilde?

Las mismas fuentes antes mencionadas nos suministran suficientes motivos. Mt 18, 4 dice que los humildes son los más grandes en el reino de Dios. Flp 2, 9 dice que precisamente por causa de esta actitud, que se halla en Cristo Jesús, Dios lo elevó a lo más alto. San Vicente afirma que la humildad es el núcleo de la perfección evangélica y el corazón de la vida espiritual. También dice que engendra la caridad. Los escritores contemporáneos destacan la necesidad de reconocer nuestra total dependencia de Dios, y proclamar nuestra alabanza y gratitud por sus dones.

Aquí, una vez más, el énfasis recae sobre el pensamiento y el razonamiento, pero éstos van dirigidos hacia los actos de la voluntad; ej., confianza en el Señor, amor, gratitud, sumisión a su voluntad.

c. Medios - ¿Cómo puedo crecer en humildad?

El misionero que está meditando puede dar con cierta cantidad de medios.

1. haciendo cosas humildes, como limpiar la casa o vaciar los recipientes de los enfermos

2. dejándome evangelizar por los pobres

3. fijándome en lo bueno de los demás, en vez de en sus faltas

4. desarrollando una actitud de servidor más que de señor.

En todo ésto es importante reconocer que, la meta no es simplemente la reflexión, el ejercicio mental, o el afinamiento del propio raciocinio o la aptitud verbal. El objetivo inmediato es la oración afectiva, dejando al corazón a su aire entrar en conversación con el Señor. Esta conversación debería concluir en resoluciones concretas y en cambio de vida. Si somos fieles, resultará cada vez más sencilla, menos verbal, y llevará a la contemplación, donde Dios se posesiona más y más del corazón.

La oración de la mente es muy importante en varias etapas de la vida de una persona. Especialmente en la época de la formación inicial, es indispensable que un joven, o una joven, llegue a abordar resueltamente el significado de los valores evangélicos para él/ella. A menos que una persona pueda formular esos valores con claridad, tanto para sí como para los demás, los evangelios acabarán por parecerle irrelevantes. Existe toda una serie de temas en los que un Vicenciano, o Hija de la Caridad, puede reflexionar con provecho. De hecho, San Vicente dirigió a sus Comunidades por medio de temas parecidos, pidiéndoles que se entregaran a la oración mental, uniéndose luego a ellas en conferencias y repeticiones de oración. En diferentes etapas de nuestra formación inicial y permanente, podríamos ganar mucho haciendo oración mental sobre los temas siguientes:

- el amor profundamente humano de Jesús

- su relación con Dios como Padre

- el reino que predicó

- su comunidad con los apóstoles

- su oración

- el pecado

- el deseo de Jesús de perdonar/su poder de curar

- su actitud como servidor

- su amor a la verdad/sencillez

- su humildad

- su sed de justicia

- sus ansias de paz

- su lucha con la tentación

- la cruz

- la resurrección

- obediencia de Jesús a la voluntad del Padre

- dulzura de Jesús/la mansedumbre

- mortificación

- celo apostólico

- pobreza

- celibato

- obediencia

- gozo y acción de gracias de Jesús.

2. Oración de la imaginación. Éste es básicamente el método Ignaciano. Una Hija de la Caridad que emplee este método para meditar en los relatos de la pasión, por ejemplo, podría proceder así:

a. Activa la imaginación.

Se acerca con la imaginación a la escena. Mira el escenario local, Jerusalén, lleno de gente que ha llegado a celebrar la Pascua. Se esfuerza en oir el ruido de la gente, en sentir el calor del día, en percibir los olores, en gustar lo que los participantes podrían haber gustado. Mira alrededor en la escena para ver quién está allí: los rostros de los peregrinos emocionados, los fariseos, los escribas, los Romanos, Jesús y sus seguidores. Escucha lo que dicen. Siente lo que están sintiendo ellos. Advierte sus características personales.

b. Asume el papel de una de las personas de la escena.

Al adoptar el papel de Jesús, se imagina, hasta en sus menores detalles, lo que está pensando, sintiendo, haciendo. Ama con él. Se apena con él. Se compadece con él. Se duele con él. Se siente abandonada con él.

c. Hace preguntas.

Se hace varias preguntas. ¿Qué personaje soy en la escena? ¿Por qué? ¿Qué hay aquí en Jesús que me cautiva, que me lleva a quererle? ¿Hay algo de lo que está haciendo en esta escena que a él le gustaría que yo hiciera en mi vida? ¿Quién? ¿Qué? ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por quién? ¿Importa algo todo eso?

d. “Se hace presente allí” con la imaginación.

La orante regresa a la escena, pero esta vez como espectadora. Simplemente observa, escucha, y deja que la escena influya en ella. Está al pie de la cruz junto a María y Juan. Ocupa un sitio con los espectadores entre la multitud. Está cerca de Pedro o del ladrón penitente.

e. Si la meditación es sobre una enseñanza (ej., el Sermón de la Montaña) ella lee el texto tres veces, deteniéndose después de cada lectura: “Dichosos los pobres en espíritu; el reino de Dios es suyo”.

La primera vez ella se pregunta: ¿Qué dijo Jesús? ¿Estaba yo concentrada? Ella podría examinar también algún comentario para encontrar el significado preciso de sus palabras. ¿Quiénes son los “pobres en espíritu”? ¿Cuál es el “reino de Dios” que se les promete?

La segunda vez trata de escuchar más atentamente. ¿Qué quiere decir Jesús? ¿Qué me quiere decir a mí? A menudo los pobres no me parecen dichosos. ¿Por qué dice Jesús que lo son? ¿Me encuentro yo entre los pobres en espíritu? ¿Soy realmente feliz?

La tercera vez ella habla directamente con Jesús, o con su Padre, sobre el texto. Puede llegar a visualizar la conversación, sentada con Jesús y sus seguidores junto al fuego, a la orilla del lago al atardecer, sintiendo algún respeto, pero al mismo tiempo amor profundo. Ella le dice: “Señor, ayúdame a comprender de qué se trata aquí. Quiero de verdad ser pobre en espíritu, confiar totalmente en tí. Sé que me amas. Ayúdame, por favor”.

3. Oración del corazón. Hoy ésto se llama comúnmente oración de concentracion. Su expresión clásica se encuentra en obras como la Nube de lo Insondable o El Camino de un Peregrino. Uno de sus bien conocidos defensores contemporáneos es Basil Pennington. Se puede resumir en cuatro reglas.

Regla 1 - Al principio de la oración, emplea un minuto o dos para sosegarte y después avanza por la fe hacia la morada de Dios que habita en tí.

Un seglar, o miembro de una comunidad, que se dedique a este tipo de oración, trataría en primer lugar de encontrar un lugar tranquilo. Luego adoptaría una posición relajada. Podría tratar de respirar profundamente y con regularidad para encontrar la calma y después comenzar a centrarse en Dios. Como ayuda, podría fijar la atención en las palabras de Gál 2, 20 “Vivo, pero ya no yo, sino Cristo es quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

Regla 2 - Después de descansar un poco, en el centro de un amor lleno de fe, elige una palabra sencilla, o una frase, que exprese tu respuesta y comienza a dejarla que vaya repitiéndose en tu interior.

Ella intenta hacer ésto sencillamente, sin ninguna tensión. Escoge una palabra o frase que exprese lo que está en lo más profundo de su corazón: Dios, amor, la oración de Jesús. La repite despacio, suavemente: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecadora”. O también: “Habla, Señor, que tu sierva escucha”. 0: “Te amo, Señor; gracias por tu amor”. Hay muchas frases expresivas posibles: “Nada me falta”. “Crea en mí un corazón puro“. “Dame la alegría de tu salvación“. ”Vivid por el amor en su presencia“. “Tu amor es mejor que la vida”. “Eres preciosa a mis ojos”. “Vine para que tuvieran vida”. “Estad tranquilos. Sabed que yo soy Dios”.

Regla 3 - Cuando en el curso de la oración te das cuenta de cualquier otra cosa, vuelve suavemente a la palabra objeto de la oración.

Otras ideas o imágenes nos invaden siempre. La orante, por ejemplo, podría estar tratando de hallar el significado de la palabra de la oración, algo que debería evitarse. Ella sencillamente repite la palabra y deja que su corazón vaya a Dios.

Regla 4 - Al final de la oración emplea varios minutos para salir, diciendo el Padre Nuestro.

Este tipo de oración lleva a una profundización interior. No es bueno salir de ella bruscamente (sería a como despertarse sobresaltado de un sueño profundo). Antes bien, la orante debería relajarse, guardar silencio durante unos minutos, decir la oración del Señor, recordando la presencia de Dios, y luego concluir.

4. Lectio Divina. Un cuarto método de oración, el usado comúnmente en la larga tradición monástica de la Iglesia, es la lectio divina. Ejemplos clásicos de este método pueden encontrarse en los escritos de los grandes fundadores monásticos.

Las escrituras son la fuente primaria de la lectio divina, aunque de ningún modo exclusiva. La sagrada escritura es central en la vida de la Iglesia. La Constitución sobre la Liturgia nos dice que “en los libros sagrados el Padre que está en los cielos se encuentra con sus hijos con gran amor y habla con ellos; y la fuerza de la Palabra de Dios es tan grande que sigue siendo el apoyo y energía de la Iglesia, la fortaleza de la fe para sus hijos, el alimento del alma, la fuente pura y perenne de la vida espiritual”. La biblia es para todos los creyentes el agua que da vida a la aridez de la existencia humana, el alimento que es más dulce que la miel, el martillo que tritura la indiferencia más endurecida, y la espada de doble filo que atraviesa cualquier obstinado rechazo.

La oración y espiritualidad de San Vicente estaban enraizadas profundamente en las escrituras. Abelly, su primer biógrafo, decía de él: “Parecía extraer significado de los pasajes de las escrituras como el niño extrae la leche de su madre. Extraía el núcleo y la sustancia de las escrituras hasta sentirse fortalecido y alimentar su espíritu con ellas... y lo hacía de tal manera que en todas sus palabras y acciones parecía estar lleno de Jesucristo”. También recomendaba a menudo el uso de otros libros como ayuda en la oración.

El Cardenal Carlo María Martini, Arzobispo de Milán, propone con frecuencia el uso de la lectio divina en sus charlas a los jóvenes. Describe su metodología de esta forma:

a. Lectio. Un joven debería leer el texto bíblico una y otra vez, tratando de entenderlo en su contexto inmediato y en el contexto de las escrituras en conjunto. El enfoque aquí está en la pregunta: ¿qué dice el texto verdaderamente? Martini sugiere a los jóvenes que usen una pluma para subrayar los nombres significativos o verbos o adjetivos o adverbios y que escriban notas al margen. El texto se lee lentamente de manera que el lector permita a la biblia que le hable. Ésta revelará a menudo algo diferente en diferentes momentos de la vida del lector.

b. Meditatio. Si el énfasis en la lectio es sobre lo que el propio texto dice, ahora el acento en la meditatio es sobre una segunda pregunta: ¿Qué me dice a mí? ¿Cuáles son los valores, las disposiciones, los cambios que me está pidiendo en mi vida ¿Qué está diciendo hoy, aquí y ahora, como Palabra viva de Dios, como voz del Espíritu?

c. Oratio. Aquí nos centramos en la oración. El mensaje bíblico suscita una respuesta. Puede ser de temor del Señor por hallarme tan lejos de vivir lo que la palabra de Dios me está pidiendo. O puede ser de adoración del Dios vivo quien se revela a mí, tan gratuitamente, en su palabra. Puede ser un grito pidiendo ayuda para poner en práctica mejor la palabra de Dios. En todos los casos la oratio consiste en hablar con Dios, usando el texto y su mensaje como punto de partida. El centro de la oratio es: ¿Qué me mueve a decir la palabra de Dios?

d. Contemplatio. La oración se convierte en contemplatio cuando trasciende de un pasaje particular y queda absorta en la persona de Jesús, quien está presente detrás y en cada página de las escrituras. En este punto la oración, no es ya un ejercicio de la mente, sino alabanza y silencio ante aquél que se está revelando, que me habla, que me escucha, que está presente en mí como amigo, como médico, como Salvador. En la contemplatio el orante saborea la palabra de Dios y experimenta la vida de Dios dentro de sí mismo o de sí misma.

El Cardenal Martini añade que los que entran en la lectio divina experimentarán inevitalemente, como repetidas veces señalaron los padres de la Iglesia, cuatro movimientos en el proceso. De hecho, estos términos, u otros similares, se emplean por lo común para describir lo que sucede al usar otros métodos también; ej., la oración Ignaciana.

a. Consolatio. Aquí uno gusta la bondad de Dios, la grandeza del mundo que creó, su presencia redentora. El orante se regocija en el misterio de Cristo, en el amor de Dios, en las bienaventuranzas. La consolación es el gozo del Espíritu Santo que llena el corazón cuando contemplamos el misterio de Cristo revelado en las escrituras.

b. Discretio. La consolación da origen al discernimiento espiritual, la capacidad de evaluar los diferentes movimientos internos que siento en mi corazón, distinguir lo bueno de lo malo, reconocer mis motivos en conflicto. Es la habilidad para identificar, en mi situación presente (personal, eclesial, social, civil), aquellas cosas que están en consonancia con el mensaje del evangelio y aquellas que están en desacuerdo con él. Es la capacidad para posesionarse más y mejor del espíritu de las bienaventuranzas. Es la habilidad para pensar cada vez más como Cristo.

c. Deliberatio. El discernimiento conduce a la toma de decisiones, a elecciones en la vida, o a un compromiso para actuar según la palabra de Dios. Es en la fase de la deliberatio donde la lectio divina da origen a juicios concretos con base en el evangelio.

d. Actio. Este paso es el fruto de la oración. El orante realiza obras de justicia, de caridad, de escucha atenta, laboriosidad, sacrificio, perdón.

IV ALGUNAS REGLAS PRÁCTICAS PARA ORAR

Presento estas “reglas” para uso de aquellos que intentan orar a diario. No son principios abstractos; ni son conclusiones a las que se llega por algún método deductivo. Son tan sólo un grupo de reglas que, por experiencia, sirven de gran ayuda para los que quieren orar. Mientras asumo la responsabilidad de su formulación, siento una deuda profunda de gratitud hacia otros que me las han enseñado.

1. La fidelidad en la oración requiere disciplina. San Vicente aludía a ésto cuando hablaba de la mortificación como pre-requisito para la oración. Es importante fijar una hora de oración y tener un lugar de oración. Del mismo modo, ayudará en gran manera irse a dormir a una hora razonable si uno se ha de levantar temprano para orar. Hoy, cuando existen muchas distracciones que pueden apartarnos fácilmente de la oración (ej., televisión, radio, films, etc.), se debe renunciar a menudo a algunas alternativas buenas, interesantes, para ser fiel en la oración.

2. La oración mental exige tranquilidad. Naturalmente, una comunidad apostólica no puede estar completamente aislada de sus contactos con los pobres, como se muestra por las conferencias de San Vicente a las Hijas de la Caridad. Sin embargo, se debería escoger una hora de oración en la que el ruido y las interrupciones fueran improbables, en la que los teléfonos y timbres no estuvieran sonando. Esa es una de las razones por la que las comunidades han elegldo tradicionalmente hacer oración temprano por la mañana antes de que empiece el ritmo intenso de las tareas diarias. Dietrich Bonhoeffer declara: “El silencio no es otra cosa que la espera de la Palabra de Dios”.

3. Es importante estar familiarizado con varios métodos, teniendo, por decirlo así, un “repertorio de oración”. Los cuatro tipos de oración descritos antes en este artículo pueden ser útiles a este respecto. Diferentes métodos corresponderán a diferentes etapas de la vida. Podemos encontrarnos que, en posteriores estadios de la vida, volvemos a métodos que empleábamos antes.

4. El orante necesita ser alimentado. Algunos de los principales elementos de la dieta son la lectura de la sagrada escritura, las buenas lecturas espirituales, y, particularmente en la espiritualidad apostólica, el contacto vivo, reflexivo con Cristo en la persona de los pobres.

5. La oración debe conducir a una autodefinición renovada. En ella, nuestros valores deberían volver a definirse y a adoptar un carácter cada vez más evangélico. La oración debería llevar a una continua conversión. Debería concretarse en actos de caridad y de justicia. Por eso San Vicente insistía en las “resoluciones prácticas”.

6. El orante no debe centrarse demasiado en lo que él o ella dice. Lo que Dios está comunicando es más importante. A la larga, la oración es una relación. Si es cierto que las palabras ocupan un lugar privilegiado en una relación, sin embargo la comunicación va más allá de las palabras. Algunas de sus formas más profundas son no-verbales. Los que están profundamente enamorados pasan a menudo significativos períodos de tiempo juntos, aunque se hablen poco. La “simple” presencia es signo de fidelidad. Jesús, de hecho, nos previene contra la profusión de palabras en la oración.

7. Como estamos necesitados, nuestra oración tendrá a menudo carácter de petición, pero es muy importante que adopte también las otras “actitudes” bíblicas: alabanza, acción de gracias, admiración, confianza, angustia, abandono, resignación. La oración típicamente Cristiana está llena de acción de gracias.

8. Como recomienda Jesús, debemos orar a menudo para hacer o aceptar la voluntad de Dios, de manera que pueda manifestarse en nuestras vidas. Esto es lo que San Vicente quería decir cuando recomendaba la indiferencia como predisposición para la oración. Esto es particularmente importante en época de discernimiento.

9. Como seres humanos que somos, y por lo tanto en carne mortal, las condiciones físicas y del entorno pueden ayudar o inhibir la oración. Las imágenes, velas, incienso, la belleza del escenario, un tabernáculo, la iluminación, la música... todo, puede servir de ayuda a nuestra oración.

10. Las distracciones son inevitables, ya que nuestra mente es incapaz de centrarse en un solo objeto durante largos períodos de tiempo. Cuando las distracciones son persistentes, lo mejor a veces es fijarse en ellas antes que rehuirlas, y hacer de ellas el tópico de nuestras conversación con el Señor.

11. Cada uno de nosotros tiene “iluminación” limitada. Podemos sacar mucho provecho de la de los demás. El testimonio de fe de los otros puede ahondar nuestra propia fe. Ésta es a buen seguro una de las razones por las que San Vicente animaba a la frecuente repetición de oración. Aunque, con el transcurso de los años, esa práctica resultó formalista, hoy puede encontrar muchas formas más flexibles.

12. La oración fiel pide perseverancia. Las búsqueda de Dios es un camino largo, en el cual el orante escala montañas, desciende a valles, y a veces se queda clavado en un repecho. San Vicente anima a las Hijas de la Caridad diciéndoles que Santa Teresa pasó 20 años sin poder meditar, aunque tomó parte en la oración con toda fidelidad. A veces podemos sentir que estamos “perdiendo el tiempo” en la oración, o podemos experimentar una “sequedad” prolongada, y ser tentados de abandonar. Debemos resistir a la tentación. El camino nos proporcionará grandes recompensas.

13. El último criterio de la oración es siempre la vida: “Por sus frutos los conoceréis”. Desgraciadamente, la experiencia demuestra que puede ser muy difícil vivir con algunos de los que rezan con regularidad. Se podía decir, caritativamente, que tal vez serían aún peores si no hicieran oración. Pero al mismo tiempo se podía preguntar, con toda razón, si su oración tiene alguna conexión real con la vida. Por último, no se puede juzgar, por un caso individual, qué ocurre realmente entre Dios y una persona en lo profundo del ser (de él o de ella). Pero se puede concluir con seguridad, en general, que hay algo que no funciona en la oración que no se traduce en cambio de vida.

“Démonos a Dios”, dice repetidamente San Vicente a los Vicencianos, y también a las Hijas de la Caridad. Tiene profunda confianza en Dios, a quien considera como padre y madre en cuyas manos puede colocarse a sí mismo y sus obras. El diario escrito por Jean Gicquel refiere cómo San Vicente dijo a los Padres Almerás, Berthe y Gicquel, el 7 de junio de 1660, cuatro meses antes de su muerte: “Ser consumido por Dios, no tener bienes ni poder sino para consumirlos por Dios. He ahí lo que nuestro Salvador mismo hizo, que se consumió por amor a su Padre”.

Este gran hombre de acción fue también un contemplativo, alcanzado por Dios y consumido por su amor. Su contemplación del amor de Dios se desbordaba en amor práctico hacia los pobres. Él alienta a sus hijos e hijas:

Démonos enteramente a la práctica de la oración que por ella nos vendrá todo lo bueno. Si perseveramos en nuestra vocación, es gracias a la oración. Si tenemos éxito en nuestros trabajos, es gracias a la oración. Si no caemos en pecado es gracias a la oración. Si permanecemos en la caridad y nos salvamos, todo eso sucede gracias a Dios y gracias a la oración. Así como Dios no niega nada a la oración, tampoco concede casi nada sin la oración.

De hecho usa faire oraison treinta veces, mientras que méditer sólo seis.

Ha habido un gran número de estudios importantes sobre la enseñanza de San Vicente acerca de la oración. Presento aquí una breve y selecta biografía que puede servir al lector. André Dodin, En prière avec Monsieur Vincent (París: Desclée de Brouwer, 1982); Joseph Leonard, Saint Vincent de Paul and Mental Prayer (New York: Benziger Brothers, 1925); Arnaud D'Agnel, Saint Vincent de Paul, Maître d'Oraison (París: Pierre Tequi, 1929); Jacques Delarue, L'Idéal Missionaire du Prête d'après Saint Vicent de Paul París: Missions Lazaristes, 1947); Antonio Orcajo y Miguel Pérez Flores, San Vicente de Paúl II, Espiritualidad y Selección de Escritos (Madrid: BAC, 1981) 120-135. Hoy además existen varias colecciones de oraciones de San Vicente, en la mayoría de las lenguas modernas. Éstas son semejantes a las que se hallan en Dodin en la obra arriba citada.

SV XI, 83; cf. III, 539; IX, 416; X, 583.

SV III, 538; IX, 29, 416; X, 566, 583.

SV IX, 416.

SV IX, 217.

SV IX, 417.

SV IX, 416.

SV XI, 84.

SV VII, 156.

SV IX, 402.

SV IV, 47.

Cf. SV IV, 390; IX, 216.

SV IX, 115.

SV IX, 180.

SV IX, 419.

SV X, 128-129.

SV XII, 231.

SV IX, 28-29.

SV XII, 113.

André Dodin, En Prière avec Monsieur Vincent (París, Desclée de Brouwer, 1982) 197.

Reglas Comunes I, 1.

SV XII, 125-127.

SV IX, 32, 217; X, 569; cf. también IV, 139, 590; I, 134; cf. X, 569; “¿No es una buena meditación tener el pensamiento de la pasión y muerte de Nuestro Señor siempre en el corazón?”.

SV IX, 32-33; X, 569.

SV I, 382; V, 297.

SV I, 155-156, 398; III, 551; IX, 13, 44, 50; XII, 2; XIII, 81, 435, 822.

SV I, 86; XIII, 71, 822.

SV I, 197, III, 283; IV, 105, 620; VII, 66, 274; VIII, 501.

SV I, 198, 382; cf. III, 282.

SV I, 632.

SV IX, 109.

SV VI, 632.

SV IX, 420.

SV IX, 424.

SV X, 728.

Cf. SV X, 587; cf. Francisco de Sales, Introdution to a Devout Life, “The second Part of the Introduction”, ch.1-10; Treatise on the Love of God1, IV, c. 1-15; cf. también A. Dodin, François de Sales/Vincent de Paul, les deux amis (Pris: OEIL, 1984) 65-67.

SV IX, 426; X, 590-591; XII, 64.

SV IX, 3-7; 120, 219.

Cf. SV IX, 420; X, 573; XI, 406.

SV IX, 421-422.

Cf. SV XI, 293-295.

SV IX, 4.

SV IX, 421-422.

SV XII, 288.

SV IX, 319; X, 95, 226, 541, 542, 595, 693.

SV VIII, 368-369; IX, 426.

SV X, 595.

Sacrosanctum Concilium 10.

Anónimo, The Cloud of Unkowing (New York: Doubleday, 1973).

Francisco de Sales, Introduction to a Devout Life, traducido y editado por John Ryan (Garden City, NY: Doubleday, 1972).

Cf. Anónimo, The Way of a Pilgrim (New York: Doubleday 1978).

Thomas Merton, Contemplative Prayer (Garden City, NY: Doubleday, 1971).

Cf. K. Rahner, Spiritual exercices (New York, Herder and Herder, 1966).

Para un estudio interesante, cf. L. Dupré, “Jansenism and Quietism” Christian Spirituality III, Post-Reformation and Modern (New York: Crossroad, 1989) 130-141.

Cf. M. Buber, The Way of Man According to the Teaching of Hasidism (Secaucus, NJ: Citadel, 1966).

Cf. Sollicitudo Rei Sociealis, 26.

Gaudium et Spes, 1.

Sínodo de Obispos, 1971, Justice in the World en AAS (1971) 924.

Cf. Sollicitudo Rei Socialis, 42.

AAS LXIII (1971) 924.

K. Rahner, “The Spirituality of the Church of the Future”, en Theological Investigations XX, 150.

RR.CC. X, 7; cf. también, SV I, 563; VIII, 368.

Constituciones 47. Para una clara presentación de la historia y explicación del contexto del artículo 47, cf. Miguel Pérez Flores “Oración personal diaria, en privado o en común, durante una hora”, (Anales 95 n. 3; marzo 1987) 162.168.

Estatuto 19.

Reglas IX, 1-2.

Constituciones 2, 14; cf. también, SV IX, 29.

Lc 1,49.

Mt. 20, 28.

Reglas Comunes II,7.

SV X, 530.

Mt. 5, 3.

Cf. M. Basil Pennington, Call to the Center (New York: Doubleday, 1990) 199-201; “Centering Prayer: Refining the Rules”, Review for Religious 46,3 (Mayo-junio 1986) 386-393.

1 Sal.3-9.

Sal 23.

Sal 51.

Sal 51.

Ef 1,3-12.

Sal 63.

Is 43, 1-5.

Jn 10, 1.10.

Sal 46,10.

Dei Verbum, 21.

Is 55, 10-11.

Sal 19, 11.

Jer 23, 29.

Heb 4,12.

Abelly, Libro III, 72-73.

C. Martini, “Educati dalla Parola, Meditatione del Cardinale Arcivescobo Carlo Maria Martini”, Annali della Missione 100 (n 3; julio-septiembre 1993) 203-217.

D. Bonhoeffer, Life Together (London: SCM, 1954).

Wilkie Au, By Way of the Heart, Toward a Holistic Christian Spirituality (New Jersey: Paulists, 1989) 92.

Margaret Miles, Practicing Christianity (New York: Crossroad, 1988) 142.

Mt 6,7; cf. SV XII, 328, donde, en el contexto de rezar el Oficio, San Vicente, siguiendo a Crisóstomo, compara el descuidado mascullar de las palabras al ladrar de los perros.

Mt 6,10.

SV IX, 424.

SV IX, 50.

SV IX, 634.

Mt 7, 20; 12, 33; Lc 6, 44.

Para una sorprendente declaración de la actitud de San Vicente ante Dios, cf. SV XII, 133-134, 146-147..

SV V, 534; VI, 444; VIII, 55, 256; X, 503.

SV XIII, 179.

SV XI, 407.