La construcción de un ecosistema saludable para la comunidad

La construcción de un ecosistema saludable

para la comunidad

por Robert P. Maloney, C.M.

Superior General

4.VI.2002

Sobre las cordilleras del oeste de los Estados Unidos planea el cóndor de California, el ave más grande de Norteamérica, de 3 metros de envergadura. Se remonta hasta una altitud de 5 kilómetros, descendiendo en picado, de tanto en tanto, para alimentarse con buen apetito de carne roja y salmón. De cuerpo negro, cabeza pelada y patas rojas, esta majestuosa ave ha sobrevolado durante milenios las montañas y valles de California, Nevada y Arizona. Sin embargo, en 1990 sólo quedaban 23 ejemplares: 6 en California y 17 cerca del Gran Cañón, en Arizona. Era una especie en vías de extinción.

Todas las especies necesitan su propio y peculiar sistema ecológico para sobrevivir. Cuando ese sistema es propicio, la especie va a más. Cuando el ecosistema se degrada, la especie disminuye progresivamente y, en el peor de los casos, acaba por extinguirse. Millones de especies que en otro tiempo habitaron nuestro planeta actualmente se han extinguido. Lo mismo ocurrirá un día con la raza humana. ¿Se destruirá su ecosistema debido a un violento cataclismo provocado por el hombre, una bomba que afecte a todo el planeta? ¿Se destruirá cuando un gigantesco asteroide choque contra el planeta? ¿Se destruirá porque un medio ambiente contaminado asfixiará poco a poco a los seres humanos? ¿Quién sabe?

Y, ¿la vida religiosa? ¿La vida de la Congregación de la Misión? La naturaleza nos enseña la sencilla lección de que sólo creceremos y floreceremos mientras el ecosistema creado por San Vicente hace 376 años y renovado una y otra vez en nuestra historia sea vitalizador. De lo contrario, decaeremos y quizás un día incluso desaparezcamos.

A. El tema de este encuentro

El tema de este encuentro es “La animación de las comunidades locales”. Animar significa dar vida, respiro, alma, espíritu. El Señor nos llama a cuantos estamos aquí presentes a ser animadores: a mí y a los miembros de la Curia General, a nivel de toda la Congregación; a ustedes, Visitadores, en sus provincias. Y él llama a cada uno de los superiores locales de todas nuestras casas a ser animadores de los cohermanos con quienes viven. Ésta no es una tarea fácil. Es, ciertamente, un reto ingente. Dos datos ponen de relieve, en mi opinión, la naturaleza crítica y la magnitud de este reto: uno es existencial, el otro, jurídico.

Éste es el dato existencial. Unos 300 cohermanos entre los 35 y los 50 años han pasado hasta ahora por el curso de tres meses de Formación Vicenciana Permanente del CIF en París. El P. John Rybolt, que ha estado al frente del programa desde el principio, a menudo me ha dicho que la preocupación más frecuentemente expresada por estos cohermanos es un descontento con relación a la vida comunitaria. Sienten que algo está faltando en nuestra vida en común. En las tres últimas décadas, la mayoría de nuestras provincias han dado pasos importantes en pro de la renovación de nuestra vida apostólica. Poco a poco, la Congregación se ha concentrado más claramente en los pobres y en nuestra naturaleza misionera. Pero muchos en el programa del CIF preguntan, ¿hemos encontrado la fórmula apropiada para nuestra vida en común? ¿Proporciona la comunidad el apoyo en la fe, la solidaridad en la acción, el ánimo, la comprensión, el hogar que tantos, especialmente los jóvenes, buscan hoy día cuando entran en una sociedad apostólica? Este descontento, manifestado por muchos cohermanos, es el dato existencial interpelante que hoy les presento.

El segundo dato es un dato jurídico y también éste es tremendamente provocativo. El artículo 129 de nuestras Constituciones dice: “La Congregación se hace realidad principalmente en cada una de las Comunidades locales”. Allí, en la comunidad local, es donde la Congregación realmente vive y crece. Es el lugar donde somos felices o infelices; donde oramos o no; donde nos sentimos apoyados o no; donde gozamos de la compañía del otro o donde huimos de ella. En ella es donde planificamos y actuamos solidaridamente al servicio de los pobres o donde simplemente nos aparcamos por la noche como en un hotel barato para salir de nuevo por la mañana como un apóstol con aire de soldado solitario. Este dato jurídico plantea esta urgente pregunta: ¿Podemos hacer de la comunidad local un ecosistema saludable en el que los cohermanos vivan, crezcan y progresen?

Pero, aún hay algo más en este segundo dato. El segundo párrafo del Artículo 129 dice: “El Superior, centro de unidad y animador de la vida de la Comunidad local, fomente los ministerios de la casa y, a una con la comunidad, muéstrese solícito del progreso y actividad de cada uno”. Este párrafo indica cuán importante es el papel del superior local. Él es centro de unidad. Es el animador fundamental de la comunidad local. Por supuesto que no está solo. También otros comparten esta responsabilidad. Pero, si el superior realiza bien su oficio, habrá muchas probabilidades de que la comunidad local sea muy viva. Y si lo ejerce mal, la comunidad local tendrá una gran dificultad para encontrar el anima, la respiración que necesita para vivir de manera saludable.

B. Mis esperanzas para este encuentro

¿Qué espero de este encuentro?

Espero, ante todo, que podamos idear modos de ayudar a los superiores locales a construir, junto con los cohermanos, un ecosistema donde sus comunidades vayan a más. Sus provincias, ciertamente, son diferentes unas de otras; incluso, dentro de las provincias, las comunidades locales son muy diversas. Algunas son grandes; otras son pequeñas. Algunas giran en torno a un único trabajo; otras abarcan múltiples ministerios. En mi opinión, este encuentro será un éxito si somos capaces de poner en las manos de los superiores locales, estén donde estén y sea cual sea el tipo de su casa, herramientas que les ayuden a construir un ecosistema lleno de vida en su comunidad local.

Esto me lleva a un problema crítico y a mi segunda esperanza para este encuentro. Nuestras Constituciones (C. 27) y Estatutos (E. 16) proponen el proyecto comunitario como el instrumento básico para estructurar la vida y la actividad de la comunidad local. Es, por decirlo así, un pacto que hacemos unos con otros y en el que nos comprometemos, de manera concreta, a apoyarnos mutuamente en nuestras actividades apostólicas, en nuestra vida en común, nuestra oración, nuestros votos, nuestra formación permanente y de otras muchas maneras. Tengo, sin embargo, la impresión, y éste es el problema, que muchas comunidades locales no toman en serio la elaboración, la evaluación y la revisión periódica del proyecto comunitario. Durante las visitas que los Asistentes Generales y yo hacemos a las provincias, con frecuencia observamos que los proyectos de las comunidades locales están mal hechos o son simplemente un orden del día. Éste es también uno de los comentarios más frecuentes que ustedes, como Visitadores, hacen en los informes que me remiten de sus visitas a las comunidades locales. Por eso, un segundo resultado práctico que espero salga de este encuentro es éste: que todos nosotros, tanto a nivel general como a nivel provincial, tomemos en serio la planificación comunitaria local y que ayudemos a los superiores locales a hacer también lo mismo.

Una tercera esperanza. ¿Sería posible concebir “Una Guía Práctica para los Superiores Locales”, semejante a la Guía Práctica del Visitador? ¿Sería posible presentar en esta Guía varios modelos de proyectos comunitarios: para comunidades grandes, para pequeñas comunidades, para comunidades concentradas en un único trabajo, para comunidades implicadas en ministerios diversificados? ¿Podría tal “Guía Práctica” ofrecer unas líneas básicas para ayudar a los superiores a acompañar a los cohermanos, unas preguntas que plantear cuando se entrevistan individualmente varias veces al año con cada uno y escuchan sus preocupaciones? Tengo mucho interés en dialogar sobre esta posibilidad durante estos días.

En los últimos años, he escrito tres artículos sobre la comunidad local y la planificación comunitaria local. El más reciente presenta varios modelos de comunidad. Lo encontrarán en sus carpetas en inglés, francés o español. Les ruego que lo lean durante estos días. Tiene unas 15 páginas. Espero que les sugiera algunas ideas para el dialogo de estos días.

C. Cinco momentos comunitarios

Siempre es importante hablar de la comunidad de manera concreta. Dietrich Bonhoeffer dijo en una ocasión “La persona que ama su sueño de comunidad más que la misma comunidad real, destruye la comunidad”.

La comunidad existe cuando la vivimos concreta y vitalmente. Permítanme detenerme brevemente en cinco elementos importantes en el ecosistema de la vida comunitaria. Son, podemos decir, el aire, el agua, el sol, el fuego y el suelo de las comunidades locales.

1.Las comidas

Puede parecer extraño que comience con las comidas, aunque en verdad el principal acto común que Jesús dejó a sus seguidores fue precisamente una comida. Mi centro de atención, sin embargo, no lo pongo en los alimentos (si bien San Vicente animaba a los ecónomos a dar buen pan y buen vino). Mi atención se centra en las comidas en común como uno de los signos primarios de unión. Cuando a alguien se le pregunta sobre los recuerdos más significativos que tiene de su familia, muchísimas personas responden describiendo las largas y festivas cenas de Navidad y Pascua en las que la gente se sentaba a la mesa y contaba historias, o un tiempo de vacaciones en común en el que todos comían juntos, se divertían, cantaban, jugaban y hablaban hasta altas horas de la noche. Ciertamente, no todas las comidas pueden ser así. Pero las comidas son un momento fundamental para la buena comunicación humana. Son momentos en los que la tradición se profundiza porque recordamos historias del pasado y hablamos de estupendos hombres y mujeres a quienes hemos conocido. Son momentos en los que nuestra tradición se agranda porque nuevas personas expresan nuevos puntos de vista y nuevos modos de responder a idénticos valores en el servicio de los pobres.

Hace décadas, la lectura en la mesa nos ocupaba durante las comidas. Hoy, las comidas son una ocasión de conversación verdadera y llena de interés. Pero, en ocasiones, las comunidades comen rápidamente, hablando poco. En algunas casas, es difícil encontrarse todos juntos incluso para una sola comida al día.

La escucha atenta es fundamental en la conversación humana que caracteriza las comidas. Debemos interesarnos profundamente unos por otros, interesarnos por nuestros pasados y nuestras historias, por nuestras cualidades y por los proyectos que nos arden por dentro. Existen pocas cosas peores que tener una interesante experiencia que contar, cuando uno está a la mesa, y comprobar que nadie parece interesarse en oirla. Lamento decir que esto ocurre con frecuencia. Hace unas semanas me sentí afectado por algo que sentí como una injusticia hecha por un obispo a un sacerdote. Intenté contar mi historia a dos personas. Ese día ambas estaban preocupadas con otras cosas. Cuando apenas comenzaba a contar mi historia, las dos me interrumpían para contarme la suya. Al final, llegue a la conclusión de que me tocaba escuchar, pero ese día no pude contar mi historia.

Ciertamente, la comida eucarística juega un papel muy importante en nuestras vidas. Es un momento para escuchar atentamente la palabra de Dios, para compartir auténticamente la fe y para la unión en la vida del Señor. Algunos de mis recuerdos más significativos de comunidad han sido estupendas celebraciones eucarísticas. Esto me lleva al segundo momento comunitario.

2.La oración

Permítanme mencionar aquí tres momentos.

a.Nuestra oración litúrgica común. Es muy importante que esté bien preparada y sea celebrada de manera hermosa y meditativa. En ese caso, puede resultar un medio muy importante para nuestro contacto con el Señor, con los demás y con los jóvenes que tienen hambre de rezar con nosotros. Puede ser un tiempo en el que gritemos:

Es bueno dar gracias al Señor

y tañer para tu nombre, oh Altísimo,

proclamar por la mañana tu misericordia

y de noche tu fidelidad .

b.El compartir la fe. Ésta es una de las modernas formas que toma la tradicional “repetición de oración”. Puede ser un momento fuerte para construir la comunidad si los miembros de la misma son capaces de compartir su fe con sencillez. El compartir la fe no ha de ser una homilía preparada con antelación, ni una catarsis para liberar las ansiedades personales reprimidas, sino más bien es una expresión espontánea de nuestras esperanzas, nuestras dudas, nuestras alegrías y nuestras penas mientras vivimos y rezamos ante el Señor. Si luchamos con la vida y compartimos con los demás lo que da sentido a lo que somos y lo que estamos llamados a ser a la luz del evangelio, estoy seguro que llegaremos a conocernos y a apreciarnos unos a otros de manera mucho más profunda.

c.La oración mental. La oración mental puede parecer un ejercicio un tanto solitario, pero como vicencianos nos comprometemos a realizarla juntos para apoyarnos unos a otros reflexionando en la palabra de Dios y contemplando su presencia. Personalmente, siento que apoyo grandemente y que soy apoyado cuando me encuentro en la meditación con mis hermanos. Por el contrario, me desanimo bastante cuando me encuentro solo en la capilla preguntándome dónde están los otros. Si la liturgia es “la cumbre hacia la que tiende la actividad de la Iglesia”, la oración mental es una de las piedras angulares. Ella nutre y fortalece nuestra fe. Es importante, por tanto, que los miembros de las comunidades locales se alienten unos a otros meditando.

A menudo, en las pequeñas comunidades, los cohermanos dicen que les es casi imposible rezar juntos por ser pocos y por sus muchos trabajos. Estoy en total desacuerdo con esa conclusión. Soy consciente, por supuesto, de que la oración de una pequeña comunidad no puede ser la misma que la de una comunidad grande. Pero, aún en las pequeñas comunidades, debemos rezar juntos. Si no encontramos tiempo para hacerlo así, estamos perdidos.

3.La diversión

Si la oración es el corazón humano que busca a Dios, el humor nos ayuda a caer en la cuenta de que Dios es imprevisible, como la mayoría de nosotros, sus criaturas.

El humor está relacionado con nuestra agudeza para captar la incongruencia. Existen muchas cosas en nuestras vidas que son incongruentes si las miramos con un poquito de distancia.

Es muy importante divertirse en la comunidad. El humor favorece la armonía evitando tomarnos a nosotros mismos excesivamente en serio. Precisamente porque es importante que la comunidad trabaje unida, es importante también que se distienda en común y ría de vez en cuando y que podamos divertirnos en compañía de los otros. De este manera, también descubriremos aspectos diferentes de la personalidad de cada uno.

Tomas de Aquino afirma una cosa sorprendente sobre la diversión: “La seriedad excesiva denota una falta de virtud, porque desprecia el juego que es tan necesario para una vida humana sana como lo es el descanso”. Recuerdan, estoy seguro, la carta en la que San Vicente dijo a Santa Luisa que se relajara y se divirtiera un poco cuando estuviese en compañía de Madame Goussault, siempre de buen humor.

La comunidad local debiera ser creativa a la hora de organizar momentos de diversión. Viví en una casa donde una vez por semana, por la noche, veíamos juntos una película en el vídeo. Actualmente así lo hacemos, de vez en cuando, en la Curia General. Nos poníamos de acuerdo en la película con antelación. Alguien preparaba unos aperitivos, nos sentábamos juntos y luego comentábamos la película. A mi me gustaba y también a todos los demás. Nadie tenía que venir, pero todos acudían.

En Panamá, viví en una comunidad en la que todos los lunes nos reuníamos para rezar juntos, tener una reunión y luego divertirnos juntos durante el resto del día. Casi ninguno en la misión dejó nunca de participar en ese día.

Existen otras muchas posibilidades, pero es muy importante disfrutar en compañía, reírnos, relajarnos y, a veces, simplemente estar de broma.

4.Las reuniones

Aunque las reuniones son a veces una plaga en nuestras vidas o, como he sugerido en otro lugar, una de la formas modernas de mortificación, sin embargo, son un momento comunitario muy importante. Son un tiempo en el que se da una muy importante comunicación. Debieran ser un momento en el que todos se sienten implicados, en el que todos sienten la responsabilidad común de los valores que se comparten y de las decisiones que se toman.

En mi opinión, existen dos reuniones de especial importancia:

a.La reunión para la elaboración del proyecto comunitario local. Por desgracia, como ya he mencionado, muchas casas todavía la hacen muy pobremente. Tienden a convertirla más en una ocasión para decidir sobre el orden del día que a aprovecharla como momento de creatividad. Son lentas para utilizar la flexibilidad ofrecida por las Constituciones y los Estatutos. Sin embargo, la reunión para la formulación del proyecto comunitario local puede ser precisamente el tiempo en el que puede crearse, desarrollarse, enriquecerse y pactarse el ecosistema que acabo de describir. A ustedes, como líderes provinciales, les animo a convertir esto en una de sus propias prioridades para el próximo año: el apoyo a las comunidades locales para que éstas desarrollen bien su proyecto.

b.Las reuniones para evaluación o “la revisión de vida. Dentro de la comunidad, perseguimos la conversión comunitaria permanente. Los tiempos de evaluación nos ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre nuestra misión y nuestro estilo de vida. Es importante que hagamos esto con sinceridad y pacíficamente. Tales reuniones pueden ser el momento para hacer muchas sugerencias que pueden ser útiles para el crecimiento de la comunidad local. El punto clave, con frecuencia, está en el el equilibrio, en la habilidad para integrar valores diferentes: la misión, la oración, la vida en común.

Es esencial en nuestras vidas el diálogo sencillo, la habilidad para hacer que los otros manifiesten sus sentimientos y pensamientos, para plantear preguntas útiles, para manifestar la propia opinión sin ponerse a la defensiva ni agredir.

5.El apostolado

Somos una sociedad apostólica. Nuestro apostolado, sin embargo, tiene una dimensión comunitaria. Les aliento a que presten su ayuda a los superiores locales para que éstos planifiquen en común con los cohermanos, evalúen en común, y animen a los cohermanos a trabajar en equipo en sus apostolados lo más posible. Pocas cosas nos unen más que colaborar en un proyecto apostólico común y atractivo. Es estupendo estar orgullosos, en el buen sentido, de lo que hacemos en una misión, un seminario, una parroquia, un comedor social o en un programa de justicia social.

Hay muchos modos de expresar la solidaridad apostólica. ¿Escuchamos lo que nuestros hermanos han hecho durante el día cuando, de regreso a casa cansados, quieren charlar con nosotros por la noche? ¿Les permitimos compartir con nosotros los desafíos a los se que enfrentan en sus apostolados? ¿Rezamos por y con nuestros hermanos en sus apostolados? ¿Puede nuestra comunidad llamarse de verdad una “comunidad apostólica”? ¿O más bien es un hotel? El interés común por los trabajos en los que está implicado cada miembro de la comunidad local tiene una extraordinaria fuerza unificadora.

Una palabra final. No todas las comunidades se renovarán y lograrán los ideales planteados por nuestras Constituciones y Estatutos o expresados en este encuentro. El provincial y su consejo tienen la difícil tarea de trabajar para lograr la progresiva renovación de las comunidades locales. Mientras hacen esto, les pido que destinen a los cohermanos más jóvenes sólo a aquellas comunidades que estén comprometidas en un proceso serio de renovación. Son estas comunidades las que producirán las semillas para la vida vicenciana del futuro. Una provincia con tres comunidades en las que los cohermanos vivan el ser vicenciano de manera vital tiene ciertamente futuro. Una provincia con 20 comunidades sin renovar donde los cohermanos simplemente sobreviven está completamente estancada. De hecho, una provincia muere si no logra construir comunidades genuinamente participativas.

¿Y el cóndor de California? Me alegro de poder decir que en la última década su número ha crecido de 23 a 120 ejemplares (¡una provincia de buenas dimensiones!). Quienes aman a esta majestuosa ave han recreado para ella un ecosistema donde puede vivir e incluso crecer. Espero que podamos hacer lo mismo construyendo comunidades locales vicencianas llenas de vida.

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Preguntas para la reflexión

1.En su opinión, ¿cuáles son hoy los mayores retos en la animación de las comunidades locales de su provincia?

2.¿Qué espera concretamente de este encuentro?

3.¿Son las comidas un momento de auténtica conversación en las casas de su provincia? ¿Existe una buena escucha entre los cohermanos? ¿Están presentes en las comidas?

4. ¿Cómo evalúa la oración comunitaria de las casas de su provincia? ¿Se prepara bien? ¿Es bella? ¿Es atrayente para los jóvenes?

5. Los cohermanos de las casas de su provincia, ¿disfrutan estando en mutua compañía? ¿Tienen de vez en cuando tiempos de diversión en común? ¿Son creativos para organizar momentos de diversión?

6.¿Las comunidades locales de su provincia, trabajan realmente juntas en la formulación del proyecto comunitario? ¿Son fieles en vivirlo? Los superiores locales, ¿son buenos animadores de los encuentros de la casa?

7.Los cohermanos de las casas de su provincia, ¿trabajan juntos o su estilo es más bien el de un aventurero solitario? Los cohermanos que viven en la misma casa, pero que trabajan en diferentes apostolados, ¿muestran verdadero interés en los trabajos de los otros?

D. Bonhoeffer, Life Together (Londres, 1954) 15.

SV III, 505 / ES III, 464.

Salmo 92 (91), 2-3

C. 46

Sacrosanctum Concilium, 10.

Aristóteles, Ética a Nicómaco, IV, 854.

SV I, 502 / ES I, 499.

C. 27; E. 16.

C. 2, 22, 27; E. 16.

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