Homilía en la capilla de la Rue du Bac

Homilía en la Capilla de la Rue du Bac

Lecturas : 1 Reyes, 19, 9-14; Mateo 8, 23-27

por Michael McCullagh, C.M.

Provincia de Irlanda

18.VII.2002

Hace muchos años había una canción llamada “Los sonidos del silencio”. Empezaba con esta estrofa:

Hola oscuridad, mi vieja amiga, he venido de nuevo a hablar contigo;

porque, cuando yo dormía, una visión deslizándose suavemente ha dejado sus semillas en mi mente,

y la visión sembrada en mi mente

permanece todavía en mí.

En el silencio del sueño y en los sueños, Santa Catalina Labouré tuvo visiones, y en esas visiones escuchó sonidos o voces que han enriquecido a nuestra Familia Vicenciana y a la Iglesia desde mediados del siglo XIX.

Quisiera hoy compartir con Uds. esos sonidos del silencio, los sonidos del silencio contemplativo que nos han enriquecido a todos.

El silencio puede tomar muchas formas. Y la más negativa es el silencio tenso donde se puede cortar el aire. Otras veces es el silencio anterior a una gran representación; el silencio respetuoso al esperar a un huésped especial; el silencio compasivo en los momentos de duelo; el silencio embarazoso cuando se dicen palabras sin pensar o con enfado, en público; y el silencio eterno que sigue a la muerte de un ser amado. Finalmente hay un silencio contemplativo: el silencio que produce sonidos que hablan de esperanza, de aliento, de serenidad; el silencio que nutre una voz profética. Este es el silencio que asociamos con los lugares santos como Lourdes, la Rue du Bac, Fain les Mutiers, Château l'Évêque o Dax. Es también el silencio de personas santas como Catalina Labouré.

El primer sonido del silencio contemplativo para Santa Catalina Labouré fue el sonido de presencia, de una presencia tangible, una presencia comunicativa del Dios-Eucaristía en su primera comunión y, más tarde, durante la misa diaria; un sonido que remplazaba el paralizador silencio de la soledad a la muerte de su madre y la sensación de aislamiento como visionaria en su vida comunitaria.

Para Catalina los otros sonidos fueron voces humanas: la voz de San Vicente diciéndole en el sueño que le siguiera en el servicio de los pobres, y la voz de María, voz familiar, alentadora para la “doble” Familia de Vicente y para el mundo.

Hoy celebramos el que, en este mismo día, en 1830, Catalina, en su silencio contemplativo, oyó el sonido de la voz de María: “Hija mía, el Señor desea confiarte una misión”. Como sabemos, Catalina cumplió esta misión para la Familia de Vicente, Luisa, Federico Ozanam, y para la Iglesia.

William Wordsworth habla de pensamientos demasiado profundos para la palabra. Pensamientos que expresan bellísimos panoramas. Él pinta sencillamente el cuadro y nosotros escuchamos el silencio de los sonidos en nuestro interior. Lo mismo sucede con Catalina cuando nos presenta imágenes demasiado profundas para la palabra, como su visión del corazón de San Vicente y su imagen de la Medalla. El corazón de Vicente en sus variados colores nos llama personalmente y nos habla con sonidos que solamente podemos oír en la contemplación, la llamada a la inocencia, a la caridad y a aceptar las cruces que se presentan en nuestro camino. La imagen de la Medalla, revelada en un absoluto silencio contemplativo, nos trae una vez más pensamientos demasiado profundos para la palabra. Sin embargo, cuántos pensamientos encuentran expresión en sonidos de gratitud y en palabras de alabanza de personas como Ratisbona, John Henry Newman, Federico Ozanam y otros cuyas vidas fueron influidas por la Medalla.

En la primera lectura de hoy, Elías oye a Yahvé en el sonido de una suave brisa. El P. René Laurentin prefiere describir esto como la “voz de un suave silencio”. En este suave silencio, Elías oye una voz fortalecedora de apoyo en su profecía. En la tercera y final aparición, en diciembre de 1830, la Virgen dice a Catalina: “No me verás más, pero oirás mi voz durante la oración”. Esta fue la voz tranquilizadora de María, escuchada en el silencio contemplativo que, como Elías, fortaleció a Catalina en los días difíciles con el P. Aladel, en los días de la comuna y de la persecución - fue una voz profética y fortalecedora en la vida de la “doble” Familia de Vicente y Luisa, siendo el puente entre el viernes santo y el domingo de pascua -. Finalmente fue una voz profética que la fortaleció con la visión del triunfo de la cruz.

El evangelio de hoy representa a la Iglesia en medio de las olas que se rompen en la proa del barco. Los apóstoles temen hundirse. Nada más despertarse el Señor y hablarles, los apóstoles recobraron su seguridad. Así mismo Catalina, en un tiempo de revolución política y de persecución -tiempo en que la comunidad de la Rue de Sèvres tenía sólo catorce padres mayores- fue despertada del sueño para encontrar a María. Desde ese momento, en medio del sufrimiento personal, habló palabras de serenidad, y en tiempos de persecución, habló palabras de esperanza.

Hoy nosotros necesitamos oír nuevos sonidos, nuevas voces en un silencio contemplativo. Catalina dijo una vez a una compañera: “Hacemos demasiado, pedimos lo que queremos; y no demasiado de lo que Dios quiere”.

Hoy tenemos la oportunidad de escuchar muchas voces de Catalina, voces de serenidad cuando la vida comunitaria es de prueba, voces de presencia en la oración y voces de esperanza y de ánimo ante la disminución de nuestros miembros. En nuestra reunión, nuestra oración será que oigamos estas voces en los lugares y espacios que para Catalina fueron lugares y espacios de silencio contemplativo.

Para San Vicente cada resolución debía ser única, precisa, definida y posible. De Santa Luisa diría que, “siempre que se encontraba sola, estaba en oración contemplativa”. Vicente puede pedirnos simplemente que hagamos nuestra esta resolución: siempre que estemos solos, ser personas de silencio contemplativo.

Que en esta capilla de las Apariciones seamos alimentados y fortalecidos con los sonidos del silencio contemplativo.

(Traducción: CENTRO DE TRADUCCIÓN - HIJAS DE LA CARIDAD, París)

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