San Vicente de Paúl y el ministerio laical

San Vicente de Paúl y el ministerio laical

por John Prager, C.M.

Provincia de USA-East

10.VII.2002

Uno de los mayores desafíos que la Iglesia Católica afronta al principio del nuevo milenio es la situación de los laicos y el ministerio laical. Se han llevado a cabo grandes adelantos desde el Vaticano II. Sin embargo, ha habido cierta resistencia hacia la participación de los laicos en el ministerio y en el poder decisorio de la Iglesia. La Santa Sede ha dado signos evidentes de conflicto sobre el rol de los ministros laicos. Han surgido abundantes interrogantes de parte de párrocos, teólogos, y de seglares inclusive, hombres y mujeres, sobre el ministerio laical. Muchos de estos interrogantes están relacionados con la Familia Vicenciana y afectarán de alguna manera la forma de colaboración en el futuro.

Por lo tanto, considero legítimo formular la siguiente pregunta al principio de esta presentación: ¿por qué volver al siglo XVIII?. No podemos esperar que San Vicente tenga todas las respuestas a los problemas de hoy. Hay cierta semejanza entre la Iglesia post-tridentina que conoció San Vicente y la Iglesia post-Vaticano II que es la nuestra. Sin embargo, hay diferencias considerables. Sería muy ingenuo decir: “Vicente hizo esto, por consiguiente, nosotros tendremos que hacer lo mismo”.

Cuando miramos al pasado para encontrar una nueva percepción de las realidades actuales, hay cierto peligro de crear algo que nunca existió. Esto es una realidad, tratándose especialmente del tema de la conferencia de hoy, ya que San Vicente nunca da una presentación sistemática de sus ideas sobre el ministerio laical. Es relativamente fácil eludir datos que contradicen mi punto de vista y crear un San Vicente como yo desearía que fuese, mejor de lo que era. He intentado tener esto presente en esta intervención.

Creo que San Vicente es un punto de partida. Vivió el carisma vicentino en el siglo XVII, con cierta sensibilidad hacia los problemas de su tiempo, y da dirección a sus seguidores del siglo XXI. Necesitamos recoger algunas de esas sensibilidades y examinarlas desde nuestra propia perspectiva. Algunas de las percepciones del Santo necesitan ser desarrolladas en un nuevo contexto y ser recogidas, quizás, para encauzarlas en nuevas direcciones. Desearía mencionar en esta presentación únicamente algunas de las sensibilidades vicentinas que pueden orientar nuestra colaboración con los ministros laicos.

1. Una eclesiología misionera

El lugar del laicado en la Iglesia es fundamentalmente una cuestión eclesiológica. La manera de entender a la Iglesia indicará la forma de entender a sus ministros y a sus miembros. Esto era tan verdadero en tiempo de San Vicente como lo es hoy. El Nuevo Testamento presenta muchas imágenes de la Iglesia. Aunque, tal vez, sea una simplificación excesiva, por motivos de brevedad me gustaría reducir las imágenes a dos temas generales: uno que va dirigido a la construcción de comunidad, con orientación hacia el interior; y otro, cuyo dinamismo es misionero, con orientación hacia el exterior. Estos dos modelos, lejos de excluirse mutuamente, se complementan. Las comunidades cristianas necesitan mirar hacia fuera y hacia dentro; los misioneros inevitablemente forman comunidades. Con todo, en la práctica habrá que poner énfasis en uno o en otro empuje.

Vicente de Paúl fue una persona muy activa en los años después del Concilio de Trento. Como todos sus contemporáneos en la época de la Reforma Católica, el Santo estuvo bajo la influencia de las decisiones de Trento. Muchos de sus proyectos (reforma del clero, misiones, etc.) surgieron de las inquietudes del Concilio.

Los Padres del Concilio de Trento nunca hablaron directamente sobre el tema del ministerio laical. Orientaron su “agenda de trabajo” hacia temas de urgente necesidad, como era la reforma por los abusos en la Iglesia y la lucha con el protestantismo. La crítica feroz de parte de los reformistas protestantes en contra del sistema sacramental católico y de su práctica instó a los obispos a concentrarse en el ministerio sacerdotal. La necesidad de reformar los abusos les obligó a hacerse la siguiente pregunta: ¿cómo podremos organizar más eficazmente a la comunidad cristiana? La respuesta del Concilio se centró alrededor de una comunidad bien organizada, dirigida por la jerarquía y por un clero con mejor formación. La eclesiología del Concilio iba dirigida hacia el interior. En ese contexto los laicos quedaron en una posición de recipientes pasivos en lo tocante a los ministerios.

Vicente compartió algunas de las inquietudes de los reformistas post-tridentinos. Sin embargo, sus propias experiencias misioneras dieron colorido a su eclesiología. La pregunta principal para él llegó a ser no tanto cómo debemos organizar la comunidad, sino más bien, cómo debemos evangelizar al pobre. Es un cambio a un modelo misionero de la Iglesia. La eclesiología misionera, a su vez, planteó el problema del ministerio laical. San Vicente empezó a comprender el interés de hombres y mujeres del laicado en el voluntariado como una oportunidad para ir al pobre en formas no acostumbradas. De esta manera, comenzó a encontrar nuevas formas para incluir a los seglares en el ministerio.

Ministerio laical: ¿amenaza u oportunidad?

San Vicente en cierta ocasión escribió:

Nuestra pequeña compañía se ha entregado a Dios para servir al pobre pueblo corporal y espiritualmente, y esto desde sus comienzos, de forma que al mismo tiempo que trabajaba por la salvación de las almas en las misiones, buscó un medio para atender a los enfermos con las cofradías de la Caridad... Las Damas de la Caridad de París son también otros tantos testimonios de la gracia de nuestra vocación para contribuir con ellas a un gran número de buenas obras dentro y fuera de la ciudad (SV VIII, 238 / ES VIII 226-227).

Él continúa diciendo que las Hijas de la Caridad son medios enviados por Dios para hacer con sus manos lo que nosotros no podemos hacer con las nuestras (SV VIII, 239 / ES VIII, 239).

En esta interesante carta a Jacques de la Fosse, San Vicente describe la unidad entre los distintos grupos. Ésta fluye del carisma vicentino. Más interesante es aún el hecho que el Santo resalta la vocación del laicado. Reconoce que tienen los laicos una vocación enraizada en el bautismo y en la llamada común al seguimiento de Jesús, evangelizando al pobre (SV XIII, 793-794 / ES X, 937). Participan en la misión de Cristo porque hacen lo que Él realizó (SV XIII, 809 / ES X, 952). El ministerio laical llega a ser una oportunidad de oro y no una amenaza.

Desde el Vaticano II el ministerio laical ha conseguido grandes progresos. Pero también ha encontrado una gran resistencia en algunos sectores, aún dentro de la Familia Vicentina. La mayor parte de esta resistencia ha surgido por el hecho de que una apertura a la participación de los laicos en la Iglesia significa siempre reformular el rol de la jerarquía y “reubicar” al clero. Esos cambios son para algunos una amenaza al prestigio, a la autoridad y al estilo de vida. Y así, la reacción de algunas personas ha sido buscar formas para mantener el statu quo. Esta reacción se nota de forma clarividente en algunas de las reflexiones teológicas que acentúan las diferencias ontológicas entre clérigos y laicos y en el casi-exclusivo énfasis que se da al rol secular del laicado.

Si el ministerio laical en la Iglesia y en la Familia Vicentina ha de renovar su imagen en el nuevo milenio, es preciso que empiece con un punto de partida idóneo. Vicente de Paúl nos marca la misma dirección que el Concilio Vaticano II. El Concilio empezó su reflexión sobre la Iglesia subrayando la vocación común del cristiano, antes de mencionar la cuestión del ministerio sacerdotal y laical. Los dos grandes símbolos mencionados en los documentos conciliares son el Pueblo de Dios y el sacerdocio común (de todos los creyentes) (Cf. LG 35). La instrucción en los rudimentos del bautismo prepara el terreno para una idónea formación de todos los seguidores de Jesús, laicos o clérigos. Todos somos llamados a ser discípulos del Señor y a participar en el ministerio de Cristo como sacerdote, profeta y rey.

Christifideles Laici reitera la enseñanza del Concilio, es decir, que la Iglesia tiene una dimensión secular porque está situada en el mundo y se interesa en la renovación del orden temporal. Todos están llamados a participar en esta dimensión secular, pero para los laicos éste es su lugar particular para vivir su vocación (Cf. ChL 15). Desearía indicar aquí que los documentos oficiales de la Iglesia subrayan la actividad secular de los laicos, pero no los limitan a ese campo. Los mismos documentos mencionan también la posibilidad de la participación de los laicos en la Iglesia como ministros. Y así, su servicio no es solamente ad extra sino también ad intra. Tienen un papel a desempeñar en la Iglesia como también en el mundo. Algunos teólogos han intentado excluir a los laicos de voz efectiva en la Iglesia acentuando de manera exagerada el carácter secular de la vocación laical. Eso distorsiona no solo la visión del ministerio laical, sino también del ministerio clerical.

2. Sensibilidades vicentinas

Creo conveniente señalar algunas de las sensibilidades vicentinas que pueden servir de apoyo al desarrollo del ministerio de los laicos

A. La experiencia del pobre

La experiencia fundamental vicentina es el encuentro con Cristo en el pobre. Ese fue el crisol en el que San Vicente descubrió la dirección de su propia vida y la de sus seguidores. Todas las instituciones vicentinas - Hijas de la Caridad, Congregación de la Misión y Cofradías de la Caridad - tienen como objetivo principal el servicio corporal y espiritual del pobre. Vicente lleva la gente al pobre. Esa es la razón por la que insiste que los miembros de la Cofradía deben visitar al pobre en sus propias casas (SV XIII, 523-524 / ES X, 664-665). Estas visitas hacen que los miembros conozcan a los pobres y vean la realidad desde un ángulo distinto, la perspectiva de la gente situada en los márgenes. Quiere que las personas salgan a la periferia de la sociedad y encuentren al pobre que vive allí.

B. Liberación integral

El encuentro con el pobre debería conducir a la solidaridad con los miembros afligidos de Cristo. El servicio espiritual y corporal no son dos fines distintos, más bien son partes diferentes de una completa evangelización. Es una respuesta a las necesidades de nuestros hermanos y hermanas, a todos los niveles.

Según San Vicente: puede decirse que evangelizar al pobre es no solo enseñar como doctrina los misterios necesarios para la salvación, sino más bien el hacer que el evangelio llegue a ser efectivo (SV XII, 84 / ES XI, 391).

Solidaridad con el pobre es la expresión concreta de la caridad cristiana. Esa caridad tiene formas múltiples: dar de comer al hambriento, cuidar al enfermo, ayudar a la organización comunitaria, defender los derechos humanos, promover obras de justicia. Vicente empieza por las necesidades del pobre y desarrolla una respuesta apropiada. En cada caso, su interés es librar a la gente del mal que aflige sus vidas. Son buenas noticias porque responden a las malas noticias que el pobre experimenta diariamente.

C. Espiritualidad vicentina

En la experiencia de San Vicente, el encuentro con el pobre le condujo al encuentro con Cristo. Orientando a sus seguidores al pobre, les dirige a Cristo. Quiere que encuentren a Cristo en el pobre. Este nunca es un hecho por sí mismo evidente. Los pobres son sacramentos de Cristo. Esa es la razón por la que San Vicente pondrá gran énfasis en la oración y la reflexión (SV X, 822 / ES X, 962). Son los medios para descubrir a Cristo en las distintas situaciones del ministerio.

La espiritualidad vicentina es secular. Esto significa que uno consigue la santidad en el mundo de los pobres y a través del contacto con ellos. Al pensar en el encuentro con Cristo y el pobre, uno llega a comprender la necesidad de crecer en caridad, humildad y sencillez. Esto es lo que Vicente desea expresar cuando dice que el laicado vicentino necesita adquirir las virtudes necesarias para su estado

Esta espiritualidad vicentina es el mayor don que podemos compartir con el laicado vicentino. Esto, lejos de significar comentarles una conferencia de San Vicente, más bien quiere decir que, a ejemplo de San Vicente, les ayudemos a descubrir a Cristo en su experiencia de servicio al pobre.

D. Creando espacios

Las primeras Cofradías de la Caridad y, más tarde, las Voluntarias de la Caridad, llegaron a ser experimentos creativos en el ministerio laical. La Iglesia post-tridentina no era conocida entonces por incluir a personas laicas en el ministerio. San Vicente encuentra lugar para ellas y les proporciona ministerios útiles y significativos. Va más allá de lo esperado y da origen a algo nuevo y vibrante. Empiezan a realizar actividades que nunca se habían visto hasta la fecha. Para obtener ese objetivo, San Vicente tuvo que cambiar todas las expectativas de entonces, explorar nuevos caminos y crear nuevas estructuras. Presentarlo en forma significativa, requería posicionarse a sí mismo como el siervo de los pobres. Él no toma las últimas decisiones. No realiza todo el trabajo. Pero sí les consulta en todo y les aconseja en el proceso de tomar decisiones. En el caso de las Cofradías, la mayor parte de las responsabilidades de dirección y el ministerio de grupos recae sobre los miembros. Confía en los ministros laicos porque les considera como colaboradores en la misma misión evangelizadora. Y así, no está interesado en mantener su autoridad ni su posición. Busca formas de abrir espacios a los laicos.

El abrir espacios al laicado lleva consigo algo más que proporcionarle nuevas actividades. Significa ser lo suficientemente humilde para retirarse y permitir al laico que ocupe el puesto de vanguardia. Significa cambiar actitudes y actuaciones entre el laicado, así como también entre el clero y los religiosos.

E. Las mujeres en el ministerio

Las mujeres en el siglo XVII tenían dos alternativas: el matrimonio o el monasterio. No se conocía forma reconocida de ministerio para la mujer seglar. Vicente de Paúl vivió esa situación: por espacio de 800 años las mujeres no han desempañado ningún oficio público en la Iglesia, dice a las Voluntarias de la Caridad (SV XIII, 809-810 / ES X, 953). Y continúa diciendo: en el momento actual esta misma Providencia interpela a alguna de vosotras para proporcionar ayuda a los enfermos en el hospital (SV XIII, 810 / ES X, 953). Dios mismo llama a las mujeres al ministerio y a ser sus discípulas. Ellas tienen una misión en la Iglesia, similar a la de los hombres. Y así, San Vicente empieza por buscar formas para incluirlas en el servicio al pobre.

La Iglesia de nuestro tiempo ha sido criticada por insensibilidad hacia las mujeres y sus inquietudes. Con toda propiedad podríamos hacernos esta pregunta: ¿cómo puede descubrir la Familia Vicentina nuevas formas para incluir a las mujeres en su misión como colaboradoras similares?

F. Formación

Conocemos muy bien el papel de Vicente en la formación del clero. Contribuyó también a la formación de ministros laicos. Lo consiguió principalmente a través de conferencias, homilías y cartas. Compartió una visión muy amplia en este proceso. Les habló sobre la teología y práctica del servicio. Ofreció nuevas percepciones del Evangelio, la doctrina de la Iglesia y el seguimiento de Jesús. Poco a poco, consiguió hacer de ellos ministros más aptos.

La falta de formación es uno de los mayores obstáculos para la participación de los seglares en el ministerio. Si realmente intentamos conseguir una verdadera colaboración en la Familia Vicentina, tenemos que proporcionar una formación más sólida. El ejemplo de Vicente, ofreciendo una visión más amplia, señala hacia esa dirección. ¿Cómo podemos ofrecer una instrucción más profunda en la tradición Vicentina, en la doctrina social de la Iglesia y en otras materias necesarias para los ministros del laicado?

G. Un sentido de comunidad

Vicente de Paúl nunca envió a nadie a trabajar en solitario. La caridad no organizada y solitaria no ofrece continuidad ni eficacia. Proporcionó estructuras que ofrecían posibilidad de trabajar en equipo. Los principios de la Cofradía de la Caridad en Chatillon fueron un intento de organizar a los seglares para trabajar en equipo.

La preocupación de Vicente no era simplemente la eficacia pastoral. Dice a las Voluntarias de Caridad que deberán amarse mutuamente como hermanas que Dios ha unido en el vínculo del amor (SV XIII, 422 / ES X, 675). Deben orar unas por otras y regocijarse mutuamente con el calor de Dios (SV XIII, 771 / ES X, 908). Él intenta de esa manera crear un espíritu de comunidad, un sentido de pertenencia, que dará ánimos a todos los miembros.

Hay una dimensión de comunidad que necesita desarrollo a nivel local. Los miembros de cualquier grupo vicentino tienen que crear un espíritu de comunidad a través de valores, historia y experiencias compartidas. Los medios son muchos y variados: reuniones, oración compartida, reflexión pastoral, retiros, etc. Pero hay también necesidad de crear un sentido de pertenencia a la gran Familia Vicentina, así como también hay que explorar formas de trabajar juntos. Sobre todo, se han de proporcionar oportunidades para conocer a los miembros de las otras ramas de la Familia.

Conclusión

Vicente de Paúl nos da muchos ejemplos de colaboración con los ministros laicos. La reflexión sobre su ejemplo puede proporcionarnos algunos elementos útiles que pueden convertirse en nuevos caminos hoy para obtener ese espíritu de colaboración, hacia el que la Familia Vicentina mira como uno de sus objetivos prioritarios .

(Traducción: TEODORO BARQUÍN, C.M.)

Algunas de estas ideas se han desarrollado en otro artículo: St. Vincent and the Laity, en VINCENTIANA 29 (1985) 306-316.

Avery Dulles, Models of the Church, (NY Harper, 1974), p. 150ss.

Kenan Osborne, Ministry: Lay Ministry in the Roman Catholic Church (Paulist 1992), p. 537

W. Rademacher, Lay Ministry: A Theological, Spiritual, Pastoral Handbook (NY Crossroads 1991).

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