El asesor y la misión apostólica de los laicos vicencianos

El asesor y la misión apostólica de los laicos vicencianos

por Jaime Corera, C. M.

Provincia de Zaragoza

23.VII.2002

En el momento actual, principios del siglo XXI, los muchos miles de grupos locales de las diversas ramas de la Familia Vicenciana, los varios cientos de agrupaciones diocesanas y nacionales, así como las instituciones internacionales como tales, suelen tener un asesor o asesora que recibe diferentes nombres en las diversas lenguas y lugares. Casi todos ellos son nombrados por alguien con autoridad superior sobre el asesor o asesora, aunque también hay muchos casos en los que el asesor surge de dentro del mismo grupo por elección al cargo de presidente o de líder. La tendencia más común es, sin embargo, buscar un asesor o asesora de fuera de la propia institución.

Hay de todo entre los asesores de las diversas ramas de la FV: miembros de la CM, Hijas de la Caridad, sacerdotes diocesanos y aun obispos, religiosos y religiosas, seglares que por lo común son miembros de la misma institución. En este trabajo sobre el papel del asesor en el terreno de la misión apostólica de las instituciones vicencianas laicas no vamos a tener en cuenta ni el modo de acceder al cargo de asesor (nombramiento externo o elección interna), ni a su estado canónico (sacerdote secular, religioso o laico). Vamos a intentar solamente describir lo que se espera de él en la animación apostólica del grupo.

Conocer el espíritu vicenciano

Para ser asesor de un grupo laico de la FV no es necesario (lo acabamos de ver) pertenecer a ninguna de las ramas de la FV. Pero sí es no sólo necesario sino vital conocer lo que suele llamarse `espíritu vicenciano', pues ése es el espíritu del que viven todas sus ramas. Este espíritu se supone ya existente en los asesores que proceden de alguna institución vicenciana (misioneros de la CM, Hijas de la Caridad, miembros de las diversas ramas laicas de la Familia). Se supone que tienen ya este espíritu, pero hay que asegurarse de que es así. La pertenencia jurídica a una institución vicenciana no garantiza por sí misma que el asesor posea una clara sensibilidad vicenciana. El asesor debe trabajar por poseerla, y, si ya la posee, debe seguir cultivándola sin descanso para ser un buen asesor.

Si el asesor procede de alguna institución no vicenciana (sacerdote diocesano, religioso), puede surgir en principio alguna dificultad, pues los sacerdotes diocesanos y los religiosos tienen a su vez otros tipos de espiritualidad a los que deben ser fieles. En otras palabras: por las exigencias espirituales y pastorales propias de su vida, ni sacerdotes diocesanos ni ningún miembro de ninguna orden religiosa están obligados a incorporar a su visión espiritual la dimensión vicenciana.

Sin embargo, este hecho no debería plantear ninguna dificultad insuperable para que cualquiera de ellos pueda ser un excelente asesor de un grupo vicenciano, pues las cosas que tienen en común con los del grupo son más importantes y más numerosas que las que los diferencian de ellos: el mismo Señor, la misma fe, el mismo bautismo, la pertenencia a la misma Iglesia, los sacramentos, el mandamiento nuevo del amor... A esto habría que añadir un elemento de hoy obligatorio para todos los miembros de la Iglesia, elemento que no es en manera alguna exclusivo de las instituciones vicencianas: la opción (preferencial) por los pobres, elemento que si se toma en serio, facilitará la relación del asesor con cualquier grupo vicenciano.

Aun así, el asesor procedente de una institución no vicenciana deberá tener mucho cuidado de no intentar introducir en la espiritualidad y en la actividad apostólica del grupo vicenciano aspectos espirituales o pastorales propios del asesor, pero extraños al espíritu del grupo. Por poner un ejemplo `espiritual': pretender convertir al grupo vicenciano en una especie de cofradía de adoración del Santísimo Sacramento, o de alguna otra advocación piadosa. Por poner un ejemplo `pastoral': convertir al grupo local de la AMM, por ejemplo, en un equipo femenino que se encarga oficialmente de la limpieza de la iglesia y de la sacristía.

Pero no bastaría con evitar el introducir en el grupo vicenciano aspectos que son propios de la espiritualidad del asesor pero extraños a la visión espiritual y a la actividad pastoral del grupo. El asesor que viene `de fuera', por así decirlo (lo mismo que el que viene `de dentro' de la FV), debe conocer lo mejor que pueda el espíritu vicenciano, pues se le ha nombrado asesor para cultivar ese espíritu, y no para otra cosa. En este aspecto vital de conocer bien el espíritu vicenciano los miembros mismos del grupo podrían ayudar a su asesor a progresar en el conocimiento del espíritu vicenciano (con libros, con conversaciones y observaciones ocasionales oportunas...).

Formar en el espíritu vicenciano

Lo ideal sería que el grupo vicenciano fuera capaz de formarse a sí mismo. De hecho, muchos grupos de todas las instituciones lo hacen hoy en múltiples aspectos, sobre todo en el de la animación mutua para la acción apostólica. Sin embargo, al querer y pedir un asesor el grupo está diciendo que espera de él alguna capacidad de formación y animación que la mayor parte o todos los miembros del grupo creen no tener en tan alto grado. Por eso se espera del asesor que contribuya al progreso espiritual y apostólico del grupo por su mayor conocimiento y mayor dedicación al trabajo apostólico. De hecho, ése es el caso de la mayor parte de los asesores. Por vocación y por profesión suelen tener un mayor conocimiento y una dedicación más intensa a la misión apostólica universal de la Iglesia.

Ahora bien, el asesor debe tener bien claro que lo que necesita y pide el grupo vicenciano en cuanto tal es una formación de corte específicamente vicenciano, y no una formación general cristiana, ni tampoco una formación sectorial en terrenos tales como el conocimiento de la Biblia, la liturgia, la vida sacramental, la moral católica, las diversas actividades apostólicas (sanidad, enseñanza...), o temas parecidos. Hay hoy en la Iglesia, y también fuera de ella, multitud de lugares en los que se pueden aprender esos temas.

No quiere esto decir que haya que excluir esos temas del programa de formación del grupo vicenciano. Pero, si se asumen, el asesor y el grupo deben tener en cuenta que todo ello puede y debe ser estudiado desde una óptica vicenciana, pues ésa es la propia del grupo. Nada más fácil, por otro lado. Por ejemplo, es lo más fácil del mundo orientar el estudio bíblico, del Nuevo Testamento por supuesto, pero también del Antiguo, desde la perspectiva de la preferencia de Dios por los pobres y los humildes. Dígase lo mismo de, por ejemplo, la eucaristía, o de temas pastorales como la atención a los enfermos, o la enseñanza; o de temas como la moral, no digamos ya de la Doctrina Social de la Iglesia. Todos esos temas, y otros muchos similares, pueden ser sugeridos y orientados por el asesor para una mejor formación apostólica en el estilo vicenciano del grupo del que es asesor.

La misión apostólica de los laicos

Los laicos tienen por sí mismos una vocación al apostolado que no brota de la jerarquía de la Iglesia sino de su misma unión con Cristo, Cabeza de la Iglesia, es decir, de su bautismo: Insertos por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo (...), es el mismo Señor el que los destina al apostolado” (Apostolicam Actuositatem, 3). De manera que el miembro -de la Iglesia- que no contribuye según su propia capacidad al aumento del Cuerpo debe ser considerado como inútil para la Iglesia y para sí mismo (Ibid. n. 2). A todos los cristianos se impone la gloriosa tarea de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado en todas partes por todos los hombres” (Ibid. n. 3).

Para llevar a cabo esta misión apostólica que le es propia, el seglar no necesita pertenecer a ninguna institución que se dedique a alguna actividad apostólica: A este apostolado están llamados todos los seglares, aunque no tengan ocasión o posibilidad de cooperar en asociaciones (Ibid. n. 16). Debe dedicarse al apostolado, robustecido por la confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo (Ibid. n. 3), porque se lo exige su condición de bautizado y de miembro de la Iglesia.

Decíamos que esta misión radicada en el bautismo no emana de la Jerarquía de la Iglesia, aunque ciertamente se lleva a cabo dentro de la Iglesia y debe además tener en cuenta los principios y las ayudas espirituales que emanan de la Jerarquía, pues ésta tiene como función propia ordenar el ejercicio del apostolado al bien común de la Iglesia, y por ello tiene el deber de vigilar para que se guarden la doctrina y el orden (Ibid. n. 24).

Lo propio del apostolado de los laicos es trabajar por la evangelización del llamado `orden temporal', es decir, del mundo y de sus múltiples actividades, pues lo propio del estado seglar es vivir en medio del mundo y de los asuntos temporales... a manera de fermento (Ibid. n. 2).

Para llevar a cabo todo esto el laico no necesita tener un asesor específico, como no sea en el sentido general, según el cual todos, y no sólo los laicos, necesitamos la ayuda de los demás miembros de la Iglesia para crecer en la dedicación al apostolado.

La misión apostólica de los laicos vicencianos

El ser cristiano, y por tanto apóstol, es una vocación general común a todos los bautizados. El ser vicenciano es una vocación particular que sólo vale para los que se sientan llamados a ella y den su nombre a alguna de las varias instituciones vicencianas que hay en la Iglesia. Esto último es fundamental. No basta tener mucho amor a los pobres y trabajar por ellos para considerarse a sí mismo como vicenciano, pues todos los cristianos, y no sólo los vicencianos, tienen que hacerlo por mandato y enseñanza del Señor, y hoy también por enseñanza de la Iglesia.

Ser vicenciano significa vivir la enseñanza y el mandato del Señor en relación con los pobres, no simplemente como una de las varias prácticas que brotan de la fe en Cristo y del bautismo, sino como el centro y el alma, el principio vital de la propia vida cristiana en seguimiento de Jesucristo, que fue enviado por el Padre al mundo para evangelizar a los pobres (Lc 4,18); todo ello como miembro de alguna de las instituciones fundadas por San Vicente de Paúl, o como miembro de una de las inspiradas por su visión espiritual, cristiana y apostólica.

Las instituciones vicencianas no se han fundado para una actividad apostólica de tipo general, como la que brota del hecho de estar bautizado. Las instituciones vicencianas han sido fundadas, todas ellas, con el fin específico de trabajar por la redención espiritual y corporal de los pobres. El laico vicenciano puede, y debe, tratar de ser fermento de evangelio en la familia, en el mundo de la cultura, del trabajo, de la economía, de la política, del deporte, del ocio y diversiones, pues también él es un bautizado que debe tratar de animar con espíritu evangélico el mundo en el que vive. Pero aún en esas actividades de su vida ordinaria el laico que tenga de verdad un alma vicenciana trabajará desde el punto de vista de la redención de los pobres y teniéndolos en cuenta en todo lo que hace. Ni qué decir tiene que eso es aún más cierto en las actividades apostólicas dirigidas expresamente a ellos.

Asesor para la misión apostólica de los laicos vicencianos

No trataremos aquí de la función propia del asesor de un grupo vicenciano en aspectos tales como la organización o la formación en sus diversas clases. La perspectiva propia de este trabajo se refiere simplemente a la función del asesor en relación con la actividad apostólica de las instituciones vicencianas.

En algunos países el asesor es todavía conocido como `director espiritual', o por una expresión equivalente según las diversas lenguas. No hay inconveniente en mantener esa expresión mientras se tenga claro que su función no es la de dirigir sino la de animar y asesorar, sobre todo precisamente en el terreno de la actividad apostólica. Todas las instituciones vicencianas y todos sus grupos tienen sus órganos y personas de gobierno y de decisión, elegidos en casi todos los casos por los miembros mismos del grupo o de la institución. A ellos compete, no al asesor, la función de dirigir y decidir en el terreno de la actividad apostólica. El asesor puede ciertamente sugerir, por ejemplo, una actividad concreta, pero la decisión de asumirla no le corresponde a él, sino a los responsables del grupo o de la institución. Dentro, sin duda, de la unidad y de la caridad de la Iglesia, los laicos vicencianos deben mostrarse capaces de dirigir por ellos mismos las obras apostólicas constituidas por libre elección y dirigirlas por su prudente juicio (AA n. 24). Así se cumple, dentro de las instituciones vicencianas, lo que se conoce hoy como “autonomía de los laicos”.

1. Asesorar en el espíritu evangélico

El espíritu evangélico debe ser la base y raíz no ya sólo de todo bautizado sino de toda institución dentro de la Iglesia, también de las vicencianas. Al asesor o asesora se le suele nombrar o elegir con la suposición de que es un hombre o mujer experto en el espíritu evangélico. De él se espera, en consecuencia, su consejo y opinión para saber si una actividad que se propone el grupo tiene un carácter verdaderamente evangélico o bien es simplemente, por ejemplo, una acción de carácter meramente social, sin referencia evangélica alguna. El asesor deberá velar por este aspecto fundamental con particular atención en unos tiempos como los actuales en que proliferan las organizaciones voluntarias que no tienen referencia alguna a los valores evangélicos, y que a veces militan en contra de ellos. El grupo vicenciano no puede convertirse en una mera agencia de acción social.

2. Asesorar en el espíritu vicenciano

El vivir y el actuar con espíritu vicenciano, lo dijimos arriba, es lo propio y específico de los grupos y de las instituciones vicencianas; ésa es su contribución específica a la riqueza de carismas diferentes que se dan en el Cuerpo de Cristo, en la Iglesia. El grupo vicenciano tiene que asegurarse de que sus actividades están todas animadas por ese espíritu. Sus miembros son, todos ellos, lo diremos una vez más, seguidores de Jesucristo para la redención de los pobres, y están en el trabajo de redención de los pobres.

La función del asesor en este aspecto es mantener viva tal idea en todas las actividades del grupo vicenciano. Esto, a veces, no es fácil. Como la inmensa mayoría de los que pertenecen a instituciones vicencianas son fieles y practicantes hijos de la Iglesia, los diversos grupos que las componen reciben con frecuencia peticiones, por parte del clero, de la jerarquía local, o de otras fuerzas de la Iglesia, para que participen en actividades que son ciertamente propias de la Iglesia, pero que no responden a la vocación vicenciana propia. A veces la petición puede venir del asesor mismo, o por desconocimiento de lo que es el verdadero espíritu vicenciano, o aprovechando la disponibilidad eclesial de los miembros del grupo.

Hay que evitar esta tentación tan atrayente, pues tentación es, para que el grupo vicenciano no acabe convirtiéndose en algún tipo de piadosa cofradía o algo parecido. Es obligación del asesor, aunque no sólo de él sino también de todos los miembros del grupo, el velar para que ello no suceda. Él no es asesor para actividades apostólicas de tipo general, sino para actividades apostólicas de carácter vicenciano, que son las propias del grupo al que asesora. Todas las actividades deben dirigirse a la redención de los pobres, directa o indirectamente; todas deben hacerse con un neto espíritu de sencillez, humildad y caridad.

3. Asesor para una institución vicenciana concreta

A pesar de la unidad fundamental en el espíritu vicenciano, las diversas instituciones vicencianas tienen sus características propias que el asesor debe respetar y ayudar a mantener. Para ello debe conocer bien el estilo propio de la institución de la que es asesor. Ilustraremos este punto con un ejemplo concreto.

Todas las instituciones vicencianas profesan devoción a la Virgen María no ya sólo por ser miembros de la Iglesia sino porque tal devoción pertenece también a la herencia vicenciana desde su comienzo mismo en la vida de San Vicente de Paúl. Hay entre las instituciones vicencianas algunas de ellas (AMM, JMV, Hijos e Hijas de María...) que colocan esta devoción en el centro mismo de su ser propio y de su actividad. El asesor de una de esas instituciones tendrá que tener en cuenta ese hecho en su asesoramiento del grupo correspondiente, para evitar dos posturas extremas.

Una postura extrema sería el concentrar toda la actividad del grupo en actos de devoción mariana (visita domiciliaria, novenas...), excluyendo como no propia la actividad apostólica a favor de los pobres, o considerando a ésta a lo más como actividad marginal. El asesor debe velar para que el grupo no caiga en ese extremo si quiere ser considerado como grupo vicenciano.

El otro extremo sería debilitar o anular las actividades marianas propias de esas instituciones bajo el pretexto de que lo único que hoy importa es trabajar a favor de los pobres. Esto hay que hacer, sin omitir lo otro. Además, toda actividad mariana puede y debe ser animada por el espíritu vicenciano. Esto es incluso fácil si los miembros del grupo y el asesor mismo están animados de verdad por ese espíritu. Después de todo ¿no es la Virgen María la primera que en el Nuevo Testamento canta y celebra la exaltación de los humildes y de los hambrientos (Lc 1,52-53)? Las asociaciones vicencianas de carácter mariano han sido creadas para imitar a la Virgen María también en eso. Es función del asesor ayudar a sus miembros a que lo hagan también en sus actividades apostólicas.

4. Asesorar para abrir los horizontes de las instituciones vicencianas

Es un dato bien conocido desde hace tiempo por el estudio sociológico que toda institución humana sin excepción puede dejarse llevar fácilmente por una tendencia no sólo a ver todos los problemas desde su propia óptica (lo cual es en buena medida bueno e inevitable, pues para eso se fundan las diversas instituciones), sino por la tendencia a encerrarse en esa visión y acabar viviendo sólo para sí misma. No se libra de esa tendencia tampoco la Iglesia, que aunque es divina por fundación es también humana, ni se libra ninguna de sus instituciones. Tampoco están libres de esa tendencia en principio las instituciones vicencianas.

En este terreno el asesor puede jugar un excelente papel, y debe hacerlo, para desbloquear esa tendencia; suele estar en una buena posición para hacerlo, pues con frecuencia él mismo es miembro de otra institución diferente del grupo del que es asesor, lo que le ayudará a abrir el horizonte del grupo vicenciano al que asesora. Si el asesor advirtiere en su grupo señales inequívocas de replegamiento sobre sí mismo, sería su obligación abrir los ojos y las almas de sus miembros a horizontes más abiertos. Por ejemplo, a la colaboración con otras instituciones vicencianas. Con frecuencia el asesor será a su vez miembro de alguna otra institución vicenciana, hecho que debería facilitar la apertura del grupo a la colaboración apostólica con otras ramas de la FV, con las que además el grupo dado tiene unidad de espíritu en lo fundamental. Por ejemplo, a la colaboración en la acción caritativa con otras instituciones de la Iglesia, de la diócesis, de la parroquia. Esto debería ser también fácil, sobre todo en el caso en que el asesor sea un miembro del clero local.

Ni se deben cerrar los horizontes de las instituciones vicencianas a colaboraciones con otras instituciones ajenas a la Iglesia, pues la misión de las instituciones vicencianas no está limitada por los límites de la institución eclesiástica, sino que está abierta a los pobres de todo el mundo, sean cristianos o no. También en este aspecto pueden los asesores tener una gran influencia en el grupo vicenciano; muchos de ellos tienen por vocación propia una misión universal y no sólo local.

Conclusión: el asesor asesorado

El asesor es un servidor; el asesor es también un discípulo. Por ello mismo no debe relacionarse con el grupo como si él fuera la fuente última de toda sabiduría. También él tiene que aprender. Aprender, primero, como se dijo arriba, en qué consiste el espíritu vicenciano y cuáles son las características propias del grupo vicenciano del que es asesor. Eso para empezar.

Pero, además, el asesor se encontrará con frecuencia en cualquiera de las instituciones vicencianas laicas, con no pocos miembros que con su ejemplo, y a veces también con su palabra, le darán lecciones soberanas sobre lo que significa ser cristiano y lo que significa tener el alma vicenciana. El asesor, que es servidor y que es discípulo, deberá estar dispuesto a aprender de ellos con humildad verdadera. Todos en la FV, también los asesores, necesitamos la ayuda de nuestros hermanos y hermanas en la fe y en la vocación para progresar sin descanso en lo que significa vivir una vida cristiana auténtica y una auténtica vocación vicenciana.

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