Homilía de clausura del Mes Vicenciano

Homilía de clausura del Mes Vicenciano

para Asesores de la Familia Vicentina

Capilla de San Vicente - París, 26 de julio de 2002

Lecturas: Isaías 52, 7-10; Lucas 10, 25-37

por Benjamín Romo, C.M.

Delegado para la FV

Queridos hermanos y hermanas,

Hemos llegado al final de esta experiencia, y estamos en esta capilla celebrando la Eucaristía, teniendo delante de nosotros a San Vicente de Paúl. Este es un momento de gracia que Dios nos regala como un don de su amor.

La parábola

En el evangelio hemos escuchado la estupenda parábola del buen samaritano. Es la parábola que mejor refleja la vida y misión de Jesús. Él es el Buen Samaritano. San Vicente, siguiendo los pasos de Jesucristo, encarna profundamente en su vida las actitudes del buen samaritano. El es también el buen samaritano que, con el estilo de Jesús, se “baja”, toca al herido, lo cura y lo lleva para que otros también se comprometan y lo curen. El herido de la parábola es el reflejo de los millones de pobres que en el camino de la vida son dejados al margen en todos los sentidos.

Hermanos y hermanas, durante tres semanas hemos reflexionado acerca de nuestra vocación misionera-vicentina en la Iglesia y en el mundo; y en nuestro servicio de acompañamiento a los laicos de las asociaciones vicentinas, hombres y mujeres que, mirando la realidad de estos heridos, con la fe en Jesucristo y con el estilo de San Vicente, buscan ser “los buenos samaritanos de hoy”, los hombres y mujeres que se apresuran a levantar al caído para incorporarlo en la marcha de la humanidad que camina hacia el encuentro con el Padre.

Veamos un poco la escena

El Escriba se encuentra con Jesús y le pregunta, ¿Qué tengo que hacer para tener vida eterna? ¿Para vivir plenamente? La respuesta es directa: amarás a Dios y amarás al prójimo como a ti mismo. Hay otra pregunta: ¿Quién es mi prójimo? Esta pregunta es definitiva y, en palabras más sencillas, significa preguntarse: ¿Hasta dónde tengo que amar? Y Jesús la transforma en otra pregunta: ¿Quién se hizo prójimo? Así lleva al Escriba y nos lleva a nosotros a preguntarnos: ¿Está mi corazón abierto al amor? El centro de la parábola es el herido. Bajó un hombre, sin nombre, sin identidad, como los millones de nuestro mundo que no tienen nombre ni identidad. Los dos primeros personajes que pasan, sacerdote y levita, están relacionados con el culto y, por tanto, la parábola nos descubre que si el culto no va unido a la solidaridad y a la justicia, no tiene sentido. Un culto sin solidaridad, sin justicia, no tiene sentido. El samaritano se “baja”, y esto no es sólo una acción física; tiene un significado muy profundo: supone descender, hacerse solidario, significa proximidad, cercanía con aquel que incluso no conocemos, con aquel cuyo nombre incluso no sabemos. El samaritano, aproximándose a la víctima, se convierte en solidario. La parábola nos refleja que hay distintas maneras de situarse ante la vida y de relacionarnos con los demás: como agresores, como fugitivos, como extranjeros o comprometidos. Jesús sólo alaba la postura del samaritano y deja una consigna clarísima y es ésta: ser en la vida buenos samaritanos. “Vete y haz tú lo mismo”.

El samaritano modelo de autenticidad cristiana

¿Quién es buen samaritano? Es la persona libre en su corazón que supera cualquier mecanismo que la separa de los demás (etiquetas, clases sociales, el “qué dirán”...) para acercarse al herido. Es la persona que tiene compasión, que se conmueve y se hace solidario con la situación del otro. El que ama se vuelve vulnerable porque le afecta la injusticia ajena y sufre por amor. Hace propia la llaga del hermano. Se acerca y venda las heridas. Es la actitud cercana que descubre el problema y, ante las soluciones a corto y a largo plazo, comienza por hacerse presente y dar la respuesta directa e inmediata.

.... Lo monta sobre su cabalgadura. El samaritano sabe dejar su propio sitio al otro que sufre; toca la realidad con sus propias manos y se vuelve creativo en la búsqueda de soluciones que cambien la situación. Sabe ponerse en camino, sabiendo que la respuesta personal pasa por la conversión personal. Se siente afectado por el encuentro con el pobre. Si la vida de los que sufren no nos hace bajar del caballo, no sirve de nada nuestro servicio. Nosotros, ¿nos dejamos interpelar?

... Lo llevó a una posada y cuidó de él... saca dos denarios y los da al posadero. El buen samaritano entiende que “el centro” es el herido que está al borde del camino. Se sabe descentrar de sí mismo para gastar y gastarse por él. El levita y el sacerdote se tienen como propio centro; el samaritano rompe el círculo y aquel que estaba al margen se convierte en su centro. El samaritano descubre a Dios, centro, en el dolor humano. El samaritano realiza dos acciones: el cuidado y el pago de los cuidados. Además, vive en actitud oferente, se entrega, se gasta; éste es un punto fuerte de la encarnación.

... Cuida de él y si gastas más te lo pagaré cuando vuelva. Las situaciones de pobreza existen porque las hay de riqueza, y esto no lo quiere Dios. Hay un pecado estructural-social que pesa sobre las espaldas de todos, y también sobre las nuestras. Si somos conscientes de la realidad del dolor que hay al borde del camino no podemos quedarnos sólo con una respuesta a corto plazo, sino que con creatividad, buscaremos soluciones a largo plazo, como lo hizo el buen samaritano.

Llamados a ser hoy buen samaritano

¿Podemos identificarnos con el samaritano? Jesús y San Vicente nos invitan a encarnar como ellos y con ellos esta actitud. En nuestro servicio a los laicos somos llamados no sólo a bajarnos y cuidar del herido, sino a hacer que otros, los laicos, cuiden de él. Nos toca mostrarnos unos a otros el camino hacia el servicio. De otra parte lo vemos. Dios pone el acento en los máximos, no en los mínimos: “Amó hasta el extremo”. Creer en el evangelio de Jesús, ser vicentinos, significa saber llegar hasta el extremo, hasta el borde del camino. Vayamos, hermanos y hermanas, vayamos y hagamos lo mismo que hizo el buen samaritano: vayamos y seamos testigos de la justicia, vayamos a formar para la justicia, para el compromiso y para dar la vida por la causa de los pobres. Esta es la misión del misionero vicentino y de la Hija de la Caridad hoy: ¡Ir y hacer lo mismo que hizo el buen samaritano!, porque aún no es bastante, porque aún hay muchos heridos al borde de nuestros caminos que debemos ayudar a levantar, y porque todos tenemos derecho a caminar. Que Jesús continúe mostrándonos el camino y que San Vicente interceda por nosotros.

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