Evolución de la caridad

Evolución de la caridad

por Patricia P. de Nava

Presidenta Internacional de la AIC

16.VII.2002

A través de los siglos, los Vicentinos nos hemos propuesto llevar el proyecto de nuestro Fundador, haciendo realidad en el mundo el espíritu evangélico de la caridad. San Vicente se inspiraba en la imitación de Cristo, que predicó y llevó muy lejos el amor por todos, en particular por los pequeños, los débiles, los pobres. Incluso hoy día este precepto vive y opera en la Familia Vicentina, pero los tiempos han cambiado, la sociedad ha tenido una evolución enorme, las causas de la pobreza, así como los tipos mismos de la pobreza evolucionan sin cesar. Por esto, las diferentes ramas de la FV nos hemos cuestionado sobre la forma de transformar nuestros métodos de intervención, para responder mejor al espíritu evangélico de la caridad. La caridad, como la entendemos los Vicentinos, sigue siendo la misma pues su esencia incluye valores trascendentes y universales inmutables. Está ligada a un sentimiento de misericordia y de solidaridad, a la escucha atenta al clamor de los pobres; está ligada a la lucha contra la injusticia y a la defensa de sus derechos. Todas estas ideas estaban presentes en la concepción de nuestro fundador, Vicente de Paúl, que se comprometió, hace más de 400 años, en un proceso de liberación integral de los más pobres.

Al hablar de evolución de la caridad, nos referimos a la forma de ejercerla, a través de la búsqueda de nuevos caminos, adaptados a las realidades y desafíos que nos plantea el mundo actual. Este camino ha sido largo y jamás acabado, lo cual requiere un proceso permanente de reflexión, análisis, diálogo y acción, siempre fieles a las enseñanzas de Jesucristo, con inventiva y creatividad, como lo hizo San Vicente en su época.

Esta evolución está en relación directa con el proceso seguido, tanto por quienes se comprometen a ejercer la caridad, como por los destinatarios, es decir, los más pobres, nuestros amos y señores. Los pobres de hoy no son los mismos pobres de ayer. Debemos escucharlos para responder a sus necesidades, a sus demandas, a sus exigencias, y a la compleja situación de la pobreza que, a pesar de los esfuerzos de muchos, aumenta día a día.

En el curso de esta jornada de trabajo nos cuestionaremos acerca de nuestras propias respuestas al clamor de los más pobres, íntimamente ligado a la evolución de las pobrezas y de las realidades de los más pobres. Haré referencia, desde luego, a la experiencia vivida por nuestra asociación.

La AIC ha recorrido un camino sembrado de esperanzas, de retos y de dificultades, pero valioso porque es un camino propio que procede de un análisis de la realidad serio y concienzudo. Ese camino, que es el nuestro, se encierra en otro, más amplio y con diferentes facetas, que es el camino que hemos recorrido, a veces al lado, a veces en seguimiento, e incluso, en ocasiones, marcando el rumbo, con las otras ramas de la FV, particularmente con los Padres de la Misión y con las Hijas de la Caridad.

Intentaré seguir con ustedes el itinerario que ha llevado a la AIC a nuevas conquistas y a plantearnos nuevos objetivos, a través del análisis de las ideas innovadoras que surgen de la experiencia de las voluntarias de un país, o de los documentos de los grandes organismos internacionales o de la Iglesia. Profundizamos y estudiamos estas ideas con la óptica del proyecto fundamental de San Vicente.

De la asistencia a la participación

Cuando en el mundo comenzó a circular una nueva cultura social, nosotros también empezamos a cuestionarnos sobre si la asistencia practicada hasta entonces, dejando muchas veces atrás las enseñanzas de nuestro fundador, correspondería a las exigencias de los pobres, o si su dignidad requeriría nuevos tipos de intervención. Así empezamos a comprender que la asistencia, cuando no era justificada por las condiciones extremas de los destinatarios, podía incluso llegar a ser negativa. Esto lo había intuido ya San Vicente, pero nosotros parecíamos haberlo olvidado.

Un camino hacia la promoción

Era necesario sustituir en cualquier circunstancia la asistencia injustificada por la promoción. Era indispensable entrar en una dinámica de verdadera solidaridad; meternos en los zapatos del pobre, teniéndolo a él como punto de partida y punto de llegada de nuestra acción.

Esta convicción, “mundial”, podríamos decir, dio lugar a proyectos de promoción, tales como: centros de capacitación laboral, escuelas, proyectos de alfabetización, etc. Pensábamos entonces que estos proyectos implicaban la participación de los destinatarios pero, en realidad, éstos, en la mayoría de los casos, eran meros receptores del proceso educativo. Muchas veces estas iniciativas, aunque positivas, no lograban el impacto deseado, porque nada o muy poco cambiaba en la vida concreta y cotidiana de los destinatarios. Las mujeres aprendían a coser, pero no tenían oportunidades de trabajo, ni siquiera tenían la posibilidad de comprar la materia prima para hacer prendas para sus propios hijos.

La autopromoción de los más pobres: un cambio total de mentalidad

Un desarrollo importante tuvo lugar a mediados de los ochenta, cuando muchas asociaciones latinoamericanas comenzaron a hablar de la “autopromoción”, afirmando que los pobres deberían ser ayudados para que se convirtieran en protagonistas de su propia promoción y de su destino. La AIC internacional profundizó esta idea y, mientras más la desarrollaba, tanto más intuía su valor innovador. Pero, para iniciar este nuevo camino para colaborar en el logro de la autopromoción de los pobres, era necesario actualizar toda nuestra forma de ser y de operar, enriqueciendo el contenido de nuestra formación tradicional, aprendiendo nuevas técnicas de comunicación para mejorar la difusión de las nuevas ideas y, sobre todo, haciendo los esfuerzos posibles para mejorar y perfeccionar nuestro sentido de solidaridad. Todo lo anterior es premisa indispensable para dar a los pobres la posibilidad de autopromoverse y de participar en las diferentes iniciativas, tendientes a mejorar de manera efectiva su calidad de vida, tanto personal, como familiar y comunitaria.

Profundizar y asumir el proceso de autopromoción de los pobres no fue tarea fácil, sobre todo porque requería un verdadero cambio de mentalidad. Era pues necesario renunciar a la autocomplacencia que engendra el sentimiento de agradecimiento de parte de los destinatarios - en ocasiones, incluso, de humillación -, y evitar todo tipo de actitudes paternalistas, muy arraigadas en el voluntariado. Las voluntarias debíamos decidirnos a pasar a un segundo o tercer plano y a dar oportunidad a los más pobres de equivocarse en el camino que ellos elegían. Este camino no siempre respondía a nuestras expectativas, ni a lo que nos decía nuestra “preparación” y “experiencia”. Costaba trabajo dejarlos a ellos y asumir la construcción de ese destino que para nuestra ingenuidad resultaba claro y evidente.

Los grupos AIC de autopromoción

Es en ese momento cuando empieza a cambiar en muchos países la fisonomía de la Asociación. Surgen grupos de autopromoción, integrados por voluntarias de la comunidad por promover. Estos grupos, de forma nueva en aquel entonces, se convirtieron en uno de los principales intereses de las dirigentes de la Asociación. Era impresionante ver a las voluntarias de un pueblo joven o de un barrio marginado de la ciudad de Lima, organizarse con el resto de la comunidad para dar de comer a 600 niños, entre los cuales estaban sus propios hijos. Instalaron cuatro comedores en sus propias casas, algunas de ellas de lámina y cartón, que favorecieron el desarrollo, no sólo de los niños, sino de toda la comunidad.

Constituyó para nosotras un reto impresionante constatar que las voluntarias de Camerún se levantaban cada día a las cuatro de la mañana para cultivar un campo para dar de comer a sus familias y para pagar los servicios prestados a familias más pobres que ellas con la venta de los productos que cultivaban.

La AIC asume la defensa de los derechos de los pobres

En este recorrido al lado de los más pobres, surge una nueva exigencia, que se deriva, sobre todo, de las demandas de los destinatarios, comprometidos en los procesos autogestivos. La AIC escucha el reclamo de los más pobres y hace suya la necesidad de profundizar el contenido de la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, en la cual se proclama el derecho a las condiciones de vida digna para los seres humanos, el derecho de todos a participar en la vida de la comunidad. Fue entonces cuando nos convencimos de que la miseria no es un mal inevitable que se pueda paliar sin luchar por combatirla. Comenzamos a considerarla como una violación a los más elementales derechos humanos, una exclusión social que no puede aceptarse con resignación pasiva, a riesgo de convertirse en cómplices de la injusticia.

Con esta firme convicción, en muchos países se capacitó a las Voluntarias en la defensa y promoción de los derechos humanos y se organizaron talleres de derechos humanos para niños y adultos, y talleres específicos para mujeres. Estos talleres estaban destinados, en ocasiones, a las propias Voluntarias y a la sociedad en general, y posteriormente se adaptaron a las necesidades de los destinatarios. Esta capacitación de los más pobres en la defensa de sus derechos constituyó un paso importante.

En la ciudad de San Luis Potosí (México), por ejemplo, después de haber participado en uno de estos talleres, una jovencita de unos trece años de edad se dio cuenta de que su padrastro no tenía derecho a tener con ella un trato íntimo, y pidió ayuda a las Voluntarias para acudir a la procuraduría de la defensa del menor para denunciarlo. Desde ese momento su vida cambió, lo mismo que la de su madre y sus hermanos menores, que adquirieron mayor conciencia de lo que es justo y de aquello que atenta contra sus derechos.

La conciencia de los derechos inalienables del individuo a la alimentación, a la vivienda decente y, en general, a una vida digna, ha sido determinante en numerosos proyectos de desarrollo comunitario y ha contribuido a mejorar la calidad de vida de los destinatarios.

Hacia una cultura de la solidaridad y de la autopromoción

Posteriormente, vimos con claridad que nuestro trabajo tradicional con los pobres, sin despojarlo de su validez, ya no era suficiente. Para el bien de los pobres, debíamos, además, denunciar esas injusticias, sensibilizar a las culturas, a la mentalidad imperante y ejercer acciones de presión sobre las estructuras. En una palabra, que debíamos tener el valor de emprender un camino hasta entonces desconocido, operar en ambientes hasta entonces alejados de nuestras actividades tradicionales. Teníamos que convertirnos en una voz, muchas veces incómoda, para cuestionar a la sociedad y hacerla más consciente, más solidaria y más respetuosa de los derechos de los pobres. Con este fin, nos comprometimos a difundir la cultura de la solidaridad y de la autopromoción. Durante los años siguientes, la AIC llegó a la conclusión de que para difundir una nueva cultura y transformar la mentalidad de la gente, necesitaba también infundir nuevos valores y reforzar los valores ya existentes, relacionados con el servicio, tales como la gratuidad.

Para ilustrar este tipo de acciones menciono el ejemplo de una comunidad en Alemania, donde un grupo de personas muy pobres vivía en unos contenedores. La comunidad se puso inmediatamente en su contra y ellos reaccionaron, lógicamente, de manera agresiva. Se intentaron varias formas de ayuda a estas personas, que fracasaron. Se diseñó entonces una estrategia diferente y se comenzó a trabajar en la sensibilización de la sociedad. Poco a poco la comunidad se dio cuenta del problema y su actitud hacia los pobres cambió. La comunidad se organizó apara apoyarlos, gestionando becas en la escuela para los niños, dando trabajo a algunos de ellos y consiguiendo beneficios y servicios a través de la municipalidad. Actualmente ambos grupos de personas viven en paz, e incluso se dieron los primeros pasos para establecer una cultura de apoyo mutuo.

Importancia del trabajo en redes

Cuando fue proclamado el programa mundial de las Naciones Unidas para la erradicación de la pobreza, la AIC se sintió interpelada. Desde sus orígenes había seguido la gran enseñanza de San Vicente: “contra las pobrezas, actuar juntos”. Por lo tanto, no podía dejar de participar en este programa mundial que hacía suya esta idea.

Ese “actuar juntos”, que se insertaba también en el programa de la ONU, requería de un mayor compromiso del Voluntariado Vicentino y de avanzar con los demás para lograr un mayor impacto en una lucha de tales dimensiones. Fue entonces cuando se empezó a dar mayor importancia al acercamiento con la FV. Los miembros de esta gran Familia tienen la misma identidad, persiguen las mismas metas y pueden articular sus acciones, según los carismas diversos que identifican a cada grupo. Actuando juntos podemos adquirir una gran fuerza para el bien de los pobres y de la sociedad. Pero ni siquiera esto basta. La AIC se comprometió también a participar en las acciones de los diferentes foros o en redes de asociaciones con el mismo objetivo. Era importante trabajar en redes para luchar contra la pobreza y transmitir a la sociedad y a las instancias de poder la conciencia de la deuda de justicia que se tiene con los pobres.

Participación en las iniciativas de los grandes organismos internacionales

Se buscó por diversos medios incrementar la presencia de la AIC en los grandes organismos internacionales y nacionales. La AIC tiene representantes permanentes en varios organismos, tales como la UNESCO, el ECOSOC, el Consejo de Europa, entre otros. Se comenzó entonces a incrementar nuestra participación en representaciones puntuales en todos aquellos eventos que nos interesaban por su impacto en la vida de los más pobres. Sus intervenciones comenzaron a ser y siguen siendo muy apreciadas, a pesar de la discriminación que puede en algunos casos existir por tratarse de una organización católica. Nuestras opiniones son tomadas en cuenta en las conclusiones de muchos eventos internacionales. Un ejemplo muy claro fue la intervención de la AIC en la Cumbre Mundial sobre la Vivienda Hábitat II, en donde fue seleccionada como portavoz de un agrupamiento de organizaciones internacionales, por su participación con más de 2.000 testimonios escritos de puño y letra por los pobres, afectados por problemas relacionados con la habitación.

El “empowerment”: creer que los pobres pueden desarrollar y potencializar sus capacidades

Otro paso importante es el que intentamos dar ahora: ir más allá aún en el concepto de participación para lograr en los pobres la potencialización de sus capacidades, la autoestima, la capacidad de reflexión y de trabajo y, por supuesto, continuar el proceso en busca de su independencia y liberación. Actualmente esto se conoce con el nombre de “empowerment, o “potenciamiento”.

El trabajo en forma de proyectos

Actualmente a todos los niveles, tanto en los Organismos Gubernamentales, como No Gubernamentales, católicos o no católicos, se da una importancia fundamental al trabajo en forma de proyectos. Gracias a una metodología específica y a numerosos estudios realizados al respecto, esta forma de trabajo ha sido muy impulsada en AIC, a través de diversos documentos, tratando siempre de poner en práctica el dinamismo de Vicente de Paúl, teniendo en cuenta constantemente las orientaciones que él dio.

San Vicente, en su época, obviamente no utilizaba el término proyecto, que es un término bastante actual; sin embargo, tenemos ejemplos claros de que él, antes de realizar cualquier acción, la analizaba a profundidad, partiendo en cada caso de la realidad de los destinatarios, a quienes ayudaba con una profunda actitud de respeto, tomando en cuenta no sólo su necesidad, sino también su misma susceptibilidad. Para Vicente, esto se dio de forma natural, porque él mismo había vivido en carne propia el orgullo de quien es pobre y se siente herido cuando no es tomado en cuenta como persona.

Cuando Vicente iniciaba una acción, ayuda o socorro, la planificaba paso a paso. Constatamos esto, por ejemplo, cuando explica a las “damas” de la época cómo llevar a cabo la visita a los pobres enfermos (SV XIII, 423 / ES X, 423). Cada contacto con el pobre era para él un acto de amor, un sacramento. Vemos, así mismo, cómo trata de plasmar esto en cada una de sus orientaciones. El reglamento de la primera fundación contiene ya en germen todo aquello que caracterizará posteriormente su acción caritativa y social; podríamos decir, los criterios necesarios a todo proyecto. Encontramos ahí su asombroso sentido de observación y de organización, su respeto, sobre todo, a la persona del pobre, y la preocupación que siempre tuvo por su promoción... manifiestamente el Señor Vicente quiere hacer comprender a esas mujeres que el enfermo pobre tiene derecho a los mismos cuidados, a las mismas consideraciones que los más grandes de la sociedad.

La necesidad de luchar juntos contra la pobreza y la injusticia, la atención debida al ser humano en su integridad, el respeto a su identidad cultural, el vivo interés por su promoción, conociendo a la vez las realidades económicas, políticas, sociales y religiosas de cada comunidad, son los principios esenciales que se logran salvaguardar cuando, en lugar de realizar acciones sin una planeación adecuada, se elabora un proyecto basado en estos principios.

Hemos podido constatar que en los países donde ya se trabaja con este método, los servicios se han consolidado y son más eficaces y duraderos, pudiendo reproducirse también en otros países. Compartiendo la experiencia y en cuanto se presentan por escrito, logran mayor credibilidad, lo que ayuda a conseguir ayuda económica tanto a nivel local, nacional e internacional.

Este método, trabajar en forma de proyectos, es un método de formación que, desde luego, no implica necesariamente la realización de nuevas acciones, sino que es una guía valiosa que puede ayudarnos a evaluar y a reestructurar acciones ya existentes; algunas de estas acciones se continúan por años en la misma forma, sin tomar en cuenta los cambios que nos exige la situación actual en un mundo cambiante día a día. Al formular y presentar un proyecto, siguiendo los diferentes pasos y orientándonos por ciertos criterios, entramos en un proceso de revisión y actualización constante; nuestras acciones se vuelven más eficaces y más creativas.

No haré un análisis exhaustivo del tema, ni mucho menos daré un curso sobre como trabajar con esta metodología. Nada tan alejado de la intención de los organizadores de esta reunión. Únicamente considero importante detenerme a analizar dos aspectos fundamentales:

  • La concepción de un proyecto;

  • Los criterios indispensables para la elaboración de un proyecto.

Noción de proyecto

Generalmente, al hablar de proyecto, entendemos “acciones de desarrollo que apunten a la expansión socioeconómica de la población interesada”, aunque no siempre es así. Puede haber proyectos que tengan como objetivo primordial la evangelización, la formación integral, la formación de las Voluntarias, de los seminaristas, etc.

Se trata entonces:

  • de un programa de acciones que proviene de un análisis de las pobrezas;

  • de acciones adaptadas a las necesidades de los destinatarios y que parten de ellos;

  • de acciones que se desarrollan en diferentes etapas;

  • de una estrategia de intervención puesta al día desde el comienzo;

  • de alcanzar un objetivo de desarrollo,

  • con un costo determinado.

Aquí cabe recalcar que para nosotros, en general, los destinatarios son siempre los más pobres, y que es a ellos a quienes debemos adecuar nuestros métodos. Debemos, por lo tanto, entrando en un proceso de verdadera solidaridad, “meternos en los zapatos” del pobre, teniéndolo a él como punto de partida y punto de llegada de nuestra acción.

Siempre tratamos de que los proyectos que realizamos estén además basados en nuestras líneas programáticas. Estas líneas, que evaluamos y analizamos cada cuatro años, nos llevan a hacer proyectos que las contengan en sus criterios:

  • proyectos en donde se dé una importancia básica a la formación integral de los individuos y las comunidades,

  • en los que se propicien y promuevan diferentes formas de comunicación, que favorezcan las relaciones positivas

  • que favorezcan el respeto a los derechos humanos, los derechos de la mujer, de los grupos minoritarios, inmigrantes, enfermos, segregados sociales,

  • que incluyan la adecuada utilización de los medios de comunicación social, para dar a conocer las pobrezas, como lo hizo en su tiempo San Vicente, y para salvaguardar la veracidad de la información,

  • que propicien la autopromoción de los individuos y las comunidades, evitando el paternalismo y la asistencia injustificada, que, si bien suscitan el agradecimiento (altamente valorado por muchos), también entrañan humillación y generan en muchos casos la apatía y el conformismo;

  • en los cuales se manifieste la verdadera solidaridad, aquella que no se contenta con el placer de dar, sino que evalúa detenidamente y con gran objetividad la trascendencia de su acción;

  • proyectos en donde la prevención ocupe un papel fundamental,

  • en los cuales la denuncia y la acción de presión sobre las estructuras contribuyan de manera efectiva a erradicar las causas de la pobreza;

  • con el convencimiento claro de que en el momento actual es imposible actuar solos y que es necesario integrarnos en un trabajo en red, en colaboración con otros organismos que tengan entre sus objetivos la lucha contra la pobreza y el establecimiento en esta tierra del Reino de Dios, y que compartan con nosotras los mimos objetivos de lucha contra la injusticia, la manipulación.

No podemos olvidar que todo proyecto implica un proceso de evaluación que puede suponer cambios esenciales, e incluso, renunciar a proyectos que no logren plenamente sus objetivos. Vemos que San Vicente no fue un hombre de institución, ni de especialización. Acepta espontáneamente la realidad del pobre tal como esta sea, estando dispuesto a modificar planes, proyectos y estructuras, para adaptarlos sin cesar a la realidad del pobre y a sus exigencias circunstanciales.

Conclusiones

A través de todo este proceso, la AIC comprendió que debe ser una presencia crítica y profética en la sociedad, que debe difundir los valores humanos, sociales y religiosos que son la base de su acción. De esta forma se convertirá en agente multiplicador de la Buena Nueva. Pero, sobre todo, la AIC ha comprendido que la sociedad, el mundo, deben ser transformados, y que nosotros debemos comprometernos a ser una fuerza transformadora. Para lograrlo, debemos transformarnos nosotros mismos, nuestra mentalidad, nuestra forma de trabajo con los pobres y nuestro compromiso dentro de la sociedad y de la cultura. La campaña: “Globalización de la caridad: Lucha contra el hambre”, si pasa de los proyectos asistenciales a las acciones de denuncia y presión, puede ser un claro ejemplo de este tipo de iniciativas. Los asesores de los grupos deben conocer el proceso de estos y las líneas necesarias para poder orientar a los grupos en esta dirección. De ahí la importancia de que el asesor no sólo se limite a dar una charla de espiritualidad, sino que participe con el grupo en el análisis de sus acciones, y posteriormente en la evaluación, no sólo de las acciones, sino del proceso seguido por el grupo. Es importante también que los asesores tengan conciencia de que los laicos han atravesado por un proceso de cambio y de adaptación, y que deben potencializarlos y reforzarlos para lograr que sean laicos maduros y comprometidos, conscientes de la importancia creciente de su papel en la Iglesia de hoy.

Posteriormente, se hablará del rol específico de los asesores. No profundizaré, por lo tanto, sobre el tema. Únicamente me gustaría hacer referencia a la necesidad de contar con asesores adaptados a las necesidades de los laicos con los que trabajan y a la importancia fundamental de su papel en este proceso autogestivo y de “potenciamiento” (empowerment) por el que quisiéramos atravesar, tanto los laicos como los destinatarios de nuestra acción.

En este proceso “jamás acabado” se requiere también de un cambio de mentalidad en los asesores para adaptarse y escuchar el clamor, a veces imperceptible, de los grupos que les toca animar.

« Au temps de St-Vincent de Paul... et aujourd'hui », Equipo de Animación Vicenciana

Ibid.

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