Dejarse evangelizar por los pobres

Dejarse evangelizar por los pobres

por Eva Villar

Presidenta Internacional de Misevi

12.VII.2002

Introducción

Un título, el de mi reflexión, con dos palabras de arraigada tradición en el carisma compartido por la Familia Vicenciana. Pobres y evangelización. Paradójicamente inseparables y distintas, pero conformadoras de un estilo que aporta a la Iglesia un granito de riqueza.

Desde ese ambiente eclesial no nos sorprende escuchar a todos los cristianos que viven su vocación sirviendo a los pobres que “los pobres nos evangelizan”. Hacemos nuestra esta afirmación. Y con este título y esta afirmación, arrancamos nuestro pensamiento y nuestro sentimiento.

La espiritualidad vicenciana tiene por centro al pobre. La expresión más clarividente es la frase de San Vicente en la que reconoce que “ellos son nuestros amos y señores”.

La evangelización es también, sin duda, núcleo de la espiritualidad Vicenciana. Evangelización espiritual y corporal. San Vicente no desaprovecha ninguna ocasión para recordarlo: a las Caridades (laicos), con las que se estrena; a los Misioneros, con la advertencia de que también les tocan las necesidades corporales; a las Hermanas, con la petición de que no abandonen el “alma” de aquellos a los que sirven.

Hoy esta idea se plasma en la expresión “evangelización integral”, porque la Buena Noticia debe llegar y trasformar al hombre en todas sus dimensiones, liberando al hombre en su totalidad.

Pasaré a describir con más profundidad el sentido de la frase que titula este momento: “Dejarse evangelizar por los pobres”, que es una invitación que no podemos rechazar ya que se hace vida en el servicio vicenciano, y pasa a ser un testimonio que afirma: “Los pobres nos evangelizan”.

1. Historia de esta afirmación

Esta frase: “los pobres nos evangelizan” no es de San Vicente pero bien puede venir de él. De todas formas, está “adoptada” por todos los que secularmente han ido acercándose a la evangelización y se han encontrado con los pobres. Es una experiencia común a todos ellos que nace al hilo de descubrir unas virtudes en nuestros hermanos y hermanas más necesitados, que “juzgan” nuestras opciones y nuestros estilos de vida. El que pasa tiempo entre ellos descubre que hay “semillas del verbo” preciosamente escondidas en los pobres que terminan evangelizándonos.

La referencia vicenciana más clara a esta “sentencia común” la encontramos en un documento de las Hijas de la Caridad, el de su Asamblea General de 1985 (Documento final, En la encrucijada, pp. 8-9): “Los pobres nos evangelizan mediante su paciencia y su capacidad de acogida”. Pero detrás de esta afirmación hay toda una tradición que nace de San Vicente y Santa Luisa, expresada en la frase: los pobres son nuestros amos y maestros. Me detengo a explicarla en el siguiente punto.

2. Sentido para San Vicente

Así pues, padres y hermanos míos, nuestro lote son los po-bres, los pobres: Pauperibus evangelizare misit me. ¡Qué dicha, padres, qué dicha! ¡Hacer aquello por lo que nuestro Señor vino del cielo a la tierra, y mediante lo cual nosotros ire-mos de la tierra al cielo! ¡Continuar la obra de Dios, que huía de las ciudades y se iba al campo en busca de los pobres! En eso es en lo que nos ocupan nuestras reglas: ayudar a los pobres, nuestros amos y señores. ¡Oh pobres pero benditas reglas de la Misión, que nos comprometen a servirles, excluyendo a las ciudades!. Se trata de algo inaudito. Y serán bienaventurados los que las ob-serven, ya que conformarán toda su vida y todas sus acciones con las del Hijo de Dios. ¡Dios mío, qué motivos tiene la compañía en esto para observar bien las reglas: hacer lo que el Hijo de Dios vino a hacer al mundo!: Que haya una compañía, y que ésta sea la de la Misión, compuesta de pobres gentes, hecha especial-mente para eso, yendo de acá para allá por las aldeas y villo-rrios, dejando las ciudades, como nunca se había hecho, yendo a anunciar el evangelio solamente a los pobres! ¡Y eso es precisa-mente lo que nos mandan nuestras reglas! (SV XII, 4-5 / ES XI, 324).

La expresión no es original de San Vicente pero sí la aplicación y práctica de la misma en él y sus seguidores. Los pobres son nuestros amos y señores porque son la imagen doliente de Jesús, nuestro Señor y Maestro.

Ésto desde el punto de vista teológico. San Vicente y Santa Luisa supieron descubrirle el lado sociológico. Ambos sabían, por sus múltiples contactos, lo exigentes, injustos, caprichosos y desagradecidos que eran los “Señores”; pero a la par comprobaban cómo los que los servían lo hacían con esmero y aprecio, porque a un amo se le escucha. Para los vicencianos, entonces, los pobres se convierten en amos a los que servimos, no por dinero, sino por amor.

En el mismo sentido, son nuestros maestros porque con sus necesidades y sus acontecimientos nos indican cuál es el querer de Dios. De un maestro se aprende, y a los vicencianos los pobres nos enseñan a acercarnos a Dios y Jesucristo; nos interpelan con su sufrimiento; nos invitan a una pobreza más radical; nos muestran la mordedura de la pobreza; en definitiva, nos evangelizan mediante sus virtudes.

De lo expuesto se deduce con facilidad que la experiencia haya ido modelando esa expresión: “los pobres nos evangelizan”. Resulta muy fácil, después del encuentro con los pobres, recordar que estamos con ellos porque Jesús nos dijo: “Id y evangelizad”, porque la Iglesia, nuestra Asociación, nuestra comunidad nos envió, y descubrimos que el mismo Jesús nos dice por ellos: “id y aprended”. El P. Robert Maloney, Superior General, hacia referencia a esto en la Asamblea General de la JMV en Roma, el 11 de agosto de 2000: Tenemos que acercarnos al pobre con mucho tacto y prudencia; no podemos llegar con nuestros equipajes llenos de saber hacer (nuestros bienes). Los pobres nos evangelizan y nos remiten a nuestra propia pobreza.

3. Denuncia de una espiritualización de la frase que la deja sin contenido

Desde la óptica de los excluidos, la espiritualidad se tiñe de exigencia, no sólo solidaria sino contracultural, oponiéndose al consumismo, a la injusticia, a todo lo que excluya...

Vivir una espiritualidad desde el ámbito de los excluidos quiere decir, a mi entender, estar atentos al grito de los que no tienen voz y tener en nosotros los sentimientos de Cristo. Estar atentos a aquellos que identifico con el mismo Jesús: Porque tuve hambre, sed, estaba desnudo, encarcelado, enfermo... y me atendiste (Cf. Mt 25,31-46).

Y esto me posiciona a mi y nos posiciona a todos nosotros en la cultura del Evangelio, que es precisamente contraria a la cultura dominante de nuestro tiempo: la del poder, la del dinero, la de la superficialidad... Sabéis que los que gobiernan a los pueblos, los tiranizan y que los grandes los oprimen, pero no ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera subir, ha de ser servidor vuestro, y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos, porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir (Mt 20, 25-27).

Esta actitud de servicio a los pobres y de ocupar un lugar “en las fronteras”, es lo que marca una de las características más inteligibles del mensaje evangélico y de la espiritualidad del siglo XXI.

Se ha dicho mucho que los pobres nos evangelizan. Y yo creo que esta frase, ya estereotipada, nos lleva a una realidad profunda. Y es que, junto a ellos y con ellos, el mandamiento del amor se hace más inteligible.

Y cuando nuestros propios intereses llegan a tener menos espacio, porque lo ocupan aquellos a quienes amamos, la vida cambia por completo. El Evangelio se entiende mejor y ocupa en nuestra vida un lugar de exigencia que antes no tenía.

Pero hay algo más. Cuando los que habitamos en el llamado “Primer Mundo”, hablamos de los excluidos, nos referimos a los que nosotros, en nuestra sociedad de consumo, en nuestras sociedades de opulencia, hemos dejado relegados por un complejo de problemas económicos y sociales. Es evidente que las bolsas de pobreza de lo que llamamos “Cuarto Mundo” aumentan. Y ahora se hacen alarmantes con la llegada masiva de inmigrantes que han tenido que dejar su país por los mismos motivos excluyentes, llamémosle globalización, o como queramos.

En ese mundo desestructurado y excluyente, los marginados están también al margen de los grandes valores de la existencia, a donde les ha lanzado nuestro egoísmo. Siempre me ha angustiado el hecho de que en nuestras iglesias sólo tienen un lugar: en la puerta y con la mano extendida.

Por esto, el encuetro con Cristo en el servicio al pobre nos hará vivir en profundidad la afirmación “los pobres nos evangelizan” y hará que esta afirmación no sea tan sólo una frase espiritual que se comunica oralmente sino que será “vida”, por experincia propia.

Los Vicencianos hemos hablado mucho de ver el rostro de Dios en los pobres. Pero creo que la espiritualidad vicenciana de hoy, en este mundo a veces sin esperanza, nos llama a que los pobres vean el rostro de Dios en nosotros. Sólo a través del amor que nosotros podamos darles, van a reconocer el amor de Dios que el Espíritu ha derramado en nuestros corazones. Porque, como dice San Juan, nadie ha visto jamás a Dios; si nosotros nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a la perfección (1 Jn 1,12).

4. Así se entiende desde la experiencia vital de quien se encuentra con los pobres

Lo dicho, lo he experimentado en muchas ocasiones y ha cambiado mi vida y mi espiritualidad. ¡Cuántas lecciones he recibido de personas que no se lo pueden ni imaginar!

Sin hablar directamente de Dios, he podido experimentar que el lenguaje del amor es el más claro y evidente, y el que lleva a la fuente del amor, Dios.

Por esto, tras reflexionarlo en el Equipo Coordinador de Misevi, hemos encontrado unas condiciones que nosotros consideramos esenciales para dejarse evangelizar por los pobres. Y que nos gustaría compartir con ustedes.

En primer lugar, creemos que sería esencial dejar de ver al pobre como “pobre” y verlo como persona.

Dentro del ambiente de la caridad eclesial, dentro del ambiente de las teorías de la caridad y del servicio, incluso dentro del ambiente de la FV, deberíamos “renovar” nuestro vocabulario, retomar los contenidos de las palabras y asignar a cada vocablo su contenido, limpio de las connotaciones de las que se ha ido impregnando con el paso de la historia.

Hablar del pobre en todos estos ambientes implica, en gran medida, una visión preconcebida de esa persona pobre. Al pobre no podemos convertirlo en objeto de nuestra evangelización o de nuestra asistencia o solidaridad. El pobre es sujeto, es un yo, con el que me relaciono y del que puedo y debo aprender.

En el campo de lo lingüístico, la palabra pobre significa necesitado, persona que no tiene lo necesario para vivir. La palabra pobre es un adjetivo calificativo que califica el grado de solvencia económica de un individuo; y se ha hecho nombre por comodidad o historia lingüística, pero el pobre es, siempre primero y, ante todo, una persona (pobre pero siempre persona). En realidad, la palabra pobre es un adjetivo “descalificativo” porque al hacer referencia a lo que tiene o no el sujeto; normalmente el uso del adjetivo pobre lo califica en negativo porque es pobre el que carece de algo. Por ello, en nuestra sociedad el pobre de salud esta descalificado, el pobre de inteligencia, el pobre de posesiones, el pobre de cultura, el pobre de Dios... Todos ellos son los pobres y quedan descalificados, o sea apartados de la gran carrera en la que participan, y parece que ganan, los abanderados del consumismo, del tener más, del disfrutar de todo y ahora; los defensores de la globalización...

El Hombre pobre es, ante todo, una persona, un ser humano (hombre y mujer) con todos sus derechos, y sería justo que, de vez en cuando, nos leyéramos de nuevo la Declaración de los Derechos Humanos y oráramos sobre ella, para interiorizarla en el corazón y convertirla en actitud de vida. En la Declaración de los Derechos Humanos doy por incluidos los derechos de la mujer y, por supuesto, los del niño.

Con los Derechos Humanos asumidos y la Palabra de Dios en el corazón, reconocemos que toda persona es hijo de Dios y tiene un derecho inviolable a ser tratado como tal, o sea, con la dignidad y el respeto que se merece todo hijo de Dios, que es imagen y semejanza suya.

Con esto, asumimos que la clave central del acercamiento al hermano está en valorar su dignidad y, desde esta situación de iguales (igual Hijo de Dios iguales derechos), relacionarse con el otro.

Este tipo de relación con el empobrecido cambia el posicionamiento del evangelizador o del servidor de los pobres porque, en este contexto, el otro adquiere un lugar en su vida y en su corazón; es una persona concreta, con rostro y nombre propio, hasta con apodo, y rodeado de circunstancias muy concretas que lo hacen ser de una forma única e irrepetible y estar en esa situación, también única e irrepetible.

Cuando esto sucede, es cuando el otro, el hermano al que servimos, entra en nuestra vida, en nuestro corazón, y podemos hacer nuestras sus alegrías y sus penas y, en esta relación de igualdad, surge el compartir también de la propia vida con el otro.

Los aspectos que voy a reseñar a continuación son aspectos en los que nos hemos sentido evangelizados; están sacados de las propias experiencias de los miembros del Equipo Coordinador de Misevi.

Los empobrecidos del mundo viven el día a día, sintiendo la presencia cercana de Dios. Dios es cercano, familiar; es alguien de quien pueden fiarse, en quien pueden confiar tanto cuando la vida regala buenos momentos como cuando llega la adversidad y el sufrimiento. Esta vivencia de la cercanía de Dios nos ha evangelizado.

Son estas personas las que en las situaciones más difíciles saben comprender al otro, saben ponerse en su lugar y vivir con él el “momento del hermano”. Esta comprensión fraternal, esta empatía natural, nos ha evangelizado.

Viven en la sencillez y desde su ser sencillo se relacionan con el otro y con Dios. Afrontan con sencillez las situaciones que les llegan y, desde su sencillez, son todo lo creativos que los hace el amor. Esta sencillez también nos ha evangelizado

Hemos vivido en la misión ad-gentes con personas pobres, económicamente hablando, pero ricas en generosidad, que dan lo poco que tienen, aunque a veces precisen de ello. Esta generosidad nos ha evangelizado.

Su admiración por el detalle, su valoración de lo pequeño nos ha evangelizado.

Y, por supuesto, su capacidad de relativizar la propia cruz, de vivir con la alegría de los salvados su propio vida, nos ha hecho recordar nuestra actitud ante nuestras cruces y nos han iluminado. Otra vez nos han evangelizado.

Pero, para que estos aspectos y otros muchos lleguen a nuestra vida y movilicen nuestros valores estáticos, creemos que hace falta haber asumido unos principios inspiradores de nuestro estilo de vida que nos permiten estar abiertos a poder ser evangelizados:

La austeridad es el primer principio que debe darse en nuestro estilo de vida. Es difícil planificar una vida austera en el mundo en que nos movemos, y más difícil aún, no caer en el consumismo... Hay que vivir con lo justo para tener la dignidad de ser hombre-mujer... Hay que hacer buen uso del dinero, de los recursos, de la tecnología... La austeridad es un valor evangélico, nos lo cuenta Mateo: Así que no se inquieten diciendo: ¿Qué comeremos?, ¿Qué beberemos?, ¿Con que nos vestiremos?.... Busquen primero el reino de Dios y hacer su voluntad, y todo lo demás les vendrá por añadidura (Mt 6, 31. 33).

La austeridad y la confianza en la Providencia: dos principios básicos para evangelizar y poder ser evangelizados por los pobres.

Entendemos que otro principio podría ser vivir en actitud de compartir; estar predispuesto a compartir lo que tengo y lo que tienen los otros, promoviendo un mutuo acercamiento basado en la “sonrisa”.

Esta predisposición abarca todas las dimensiones de mi ser, no sólo mis actividades o los momentos de trabajo; implica compartir mi vida, con sus emociones, sentimientos... en el servicio y en la evangelización.

Y para la evangelización y el servicio son necesarios los hombres y mujeres que quieren responder a la llamada de Jesucristo: “Id y evangelizad”; que se creen a pie juntillas la Buena Nueva y que quieren hacer vida el Reino de Dios ¡ahora! Y ¡ya! entre los hombres compartiendo todo lo que son y todo lo que tienen.

Para ello puede ser muy útil leer el Evangelio con los empobrecidos, orar con el hermano, escuchar y reflexionar juntos la Palabra de Dios. Compartir al estilo Vicenciano la oración nos ayudará a hacer comunidad, que en definitiva es de lo que se trata: de vivir en comunión fraterna. Orar juntos nos une, nos enriquece y crea fraternidad.

Vivir en reflexión constante, buscando las causas de la pobreza, no la mera constatación de la misma. Y planificar la acción liberadora en función del cambio social, y no como mero asistencialismo; y, por supuesto, actuar con realismo, serían los otros principios de nuestro estilo de vida que nos llevarán a vivir en plenitud la afirmación: “los pobres nos evangelizan”.

5. Los Misioneros Seglares Vicencianos comparten con nosotros su experiencia

Algunos de los laicos en la misión ad gentes han querido compartir con nosotros su propia experiencia, y no he querido retocar sus textos, tan sólo para no extenderme demasiado He jugado al copiar y pegar:

Desde la comunidad misionera de la JMV en San Pedro Sula (Honduras)

  • Algo que nos llena de vida y nos renueva en nuestra vocación es descubrir cómo los enfermos, los que viven con VIH, se aferran a la vida y luchan hasta el ultimo momento. Es increíble compartir con ellos su participación en las actividades y proyectos, el apoyo mutuo, el apoyo a iniciativas comunes... Aún sabiendo que la muerte está próxima, el acceso a antirretrovirales y medicación es muy limitado; sorprende su esperanza, su confianza en Dios y en el propio esfuerzo de superación (educación, trabajo, producción...). Esto hace que la experiencia de compartir con ellos nos evangelice y cuestione nuestras actitudes frente a la vida.

  • El esfuerzo de superación, la opción por cuidar del ecosistema, las reuniones y trabajos comunitarios en el área rural, con los campesinos, han hecho posible que la calidad de vida de todas esas familias esté mejorando considerablemente. Todo ello ha sido posible desde el convencimiento de que la naturaleza es un regalo de Dios y una herencia para las generaciones futuras, y de que la unión y la organización de la comunidad hacen posible la solidaridad al Reino. Esta experiencia nos ilumina en la vida comunitaria y nos impulsa a continuar, a pesar de las dificultades, siendo siempre semillas de esperanza.

  • El conocer y vincularse a la experiencia de niños provenientes de hogares desintegrados, compartir con aquellos que desde pequeños se enfrentan a un camino de dificultades; el esfuerzo de superación de madres solteras, el empeño por brindar oportunidades a sus hijos, los hermanos mayores que deben hacer de padres a edades muy tempranas... Esto nos invita a valorar la gratuidad y la inocencia de estos pequeños, imagen de Dios. Y también, a reconocer el gran esfuerzo y la capacidad de lucha, afrontando la vida con valentía y esperanza.

  • Los jóvenes mareros o pandilleros, considerados como muy peligrosos y rechazados por la sociedad, estos jóvenes adictos a la droga, al sexo y a la violencia, con un pasado carente de toda muestra de afecto y de satisfacción de otras muchas necesidades básicas, son capaces de demostrar actitudes de solidaridad, ayuda, cuidado, sensibilidad en más de una ocasión... que hará que pasen delante de nosotros al Reino de Dios. Esto nos convence de que todos tenemos un tesoro de bondad que hasta los "más malos" son capaces de expresar, y nos cuestiona en qué medida lo expresamos nosotros que lo hemos recibido todo.

  • El compartir la fe en la comunidad eclesial y el testimonio de los laicos que se esfuerzan por formarse y contribuir en el servicio al Reino, cuestiona nuestra vivencia de fe; la formación y la vocación misionera que día a día debemos renovar.

Desde la comunidad misionera de la JMV en Nacala (Mozambique)

La Comunidad la formamos 4 personas. Compartimos trabajo pastoral y parte de la vida con la Comunidad de Padres Paules de esta Misión. Como veis, un equipo numeroso, aunque aquí lo que no sobran son manos para trabajar.

Tengo un traje africano muy bonito, bueno; voy a ser legal y a confesar que tengo otro, pero del que más me gusta es del que voy a hablar. No me lo he puesto muchas veces, podría contarlas ¡y tanto que podría! sólo han sido do:, el día de Nochebuena y el domingo pasado. ¿Por qué? Pues eso, porque es un traje para fiestas grandes y no para todos los días.

Y sobre la última vez que me lo puse voy a contaros. El domingo pasado tenia que salir para una Comunidad en el campo, como casi todos los domingos; como estaba pasando la maratón contra el Sida en la parroquia y era el último día de la misma, decidí ponerme el susodicho traje...

Me sentía yo tan bien, hasta que llegué a la Comunidad: San Pedro de Mecurua. No se me olvidará nunca este día.

Cuando llegué allí y empecé a mirar a mí alrededor, sentí vergüenza. Me encuentro con una señora que estaba con una anemia enorme, y no por enfermedad. No, sino porque estaba pasando hambre. Me sentí fatal; me miré yo, la miré a ella, y mi conciencia hizo el resto.

Después, continué observando a la gente y me di cuenta de que mucha gente estaba mucho más delgada que la última vez que los vi hace menos de un mes. El animador de zona - el señor Constantino-, la animadora de zona - Doña María Magdalena...- Estaban en los huesos.

Y entonces entendí por qué los jóvenes de aquella zona no podían llegar a los encuentros: es tiempo de hambre. Este año ha sido malo para la cosecha, y hay mucha gente que no tiene qué comer.

Sé que el tiempo de hambre pasa todos los años y que, gracias a Dios y si no hay ninguna catástrofe natural, el próximo mes la cosecha estará al llegar; pero es algo a lo que no me acostumbro. Así que allí estaba yo pensando cuántos sacos de maíz, de mandioca; cuánta comida se podía pagar con el dinero que cuesta uno de estos trajes, que para Europa seria barato pero para aquí no lo es.

Pensé y me avergoncé. Hacia tiempo que no sentía tanta vergüenza. Si hubiese podido meterme debajo de las piedras me hubiese metido. Porque una cosa es oír hablar de hambre y otra es verla de cara en personas que conoces.

Es verdad que no se puede dejar ganar al sentimentalismo, lo reconozco. Soy consciente de que no puedo arreglar ese problema sola. No soy nada amiga de contar estas cosas para remover los corazones. Quien me conoce lo sabe bien. Es cierto que muchas veces me dejo llevar por los sentimientos. Pero esta vez quería compartir lo que sentí. Y lo hago desde la esperanza en que un día esto pueda cambiar.

¿Sabéis? La misión es muy bonita, es verdad. Pero también tiene sus momentos más duros en los que te planteas muchas cosas y la impotencia te sobrepasa.

Pues sí, así es la Misión. Como veis, nada fácil. Pero, bueno, el Espíritu sopla y nunca tenemos que olvidar que solos no podemos; sin Él las cosas no salen adelante.

Espero que esto haya sido un buen compartir vicenciano.

Solo una cosa más: por favor, no os olvidéis de rezar por nosotros... por la Iglesia extendida por toda la tierra.

Desde Nacala “Mpakha nihiku nikina” (hasta otro día en macua).

Silvia

10