Peregrinación a los lugares vicencianos de París. Homilía en Clichy

Peregrinación a los lugares vicencianos de París

Homilía en Clichy

Lecturas: Mateo 11, 25-27; Isaías 10, 5-7. 13-16

por Bernard Schoepfer, C.M.

Provincia de París

17.VII.2002

Raramente se me hace agradable pasar por alguien “pobre”, “humilde”, “desapercibido”. A quien se valora es a los “luchadores”, a los “audaces”, a los “eficientes”, a los más fuertes. No es bueno no ser rentable: se corre el riesgo de quedar fuera de juego. No es conveniente ser un discapacitado. Se corre el riesgo de que lo dejen a uno de lado al borde del camino. Algo de esto saben todos los que, de cerca o de lejos, son víctimas del dinero rey, del dinero loco. Algo de esto saben los que sufren la ley de los locos de este rey. El gusto por la fuerza, la búsqueda del poder, del dominio, son realidades que enajenan a quienes se dejan coger por él: basta constatar esa carrera hacia el poder, en el seno de nuestra humanidad.

El Evangelio que acabamos de oír, nos revela a Jesús como el que no busca el poder. Éste se recibe de Otro, del Padre. En el encuentro con los más pequeños, descubre el misterio de Dios: has ocultado esto a los sabios y entendidos y lo has revelado a los pequeños. Sólo acceden a los misterios de Dios quienes están cercanos al corazón de Dios; encontramos aquí la primera Bienaventuranza: “dichosos los pobres de espíritu”.

Ya en el Antiguo Testamento, el Mesías anunciado no habría de ser un conquistador sino una persona humilde, cercana a la gente, que vive laboriosamente. El día de ramos Jesús, al entrar en Jerusalén montado en un asno, muestra que es el Enviado de Dios. El misterio de Dios es sorprendente, nos desarma. Podemos afirmar que el misterio de la muerte y de la resurrección de Jesús se vive ya en su relación con los más pequeños. Jesús los mira, los ama, los escucha. Los ama, porque, desprovistos de toda apariencia, de la que nosotros nos revestimos; son la “persona humana” misma, en su sencillez y su dignidad.

Jesús afirma que esas personas sencillas, esa gente pequeña, sin artificio, tienen la primicia de la Buena Noticia, pues su sencillez, su ausencia de “máscara” para parecer, los pone en cercanía con el pensamiento de Dios. Su pobreza les impedía fiarse de sí mismos, los libraba de ser altivos o suficientes, y los hacía sensibles a las palabras y a las parábolas de Jesús. Con esta manera de vivir con los más pequeños, Jesús nos manifiesta el verdadero rostro de Dios. En cierto modo, sin el encuentro efectivo con los pobres, no puedo conocer que Dios es el Padre de Jesús, que es nuestro Padre.

En su camino hacia los pobres, San Vicente tuvo la alegría de experimentar, en este lugar, que vivir con un pueblo (niños, jóvenes, mujeres, hombres marcados por la dificultad y el peso de la carga) es fuente de florecimiento de toda vocación.

Fue el 2 de mayo de 1612 cuando San Vicente tomó posesión de su parroquia de Clichy. Era la primera vez desde hacía quince años que se encontraba en medio de las buenas gentes sencillas del campo; tenía 31 años:

Yo he sido párroco de una aldea (¡pobre párroco!). Tenía un pueblo tan bueno y tan obediente para hacer todo lo que le mandaba que, cuando les dije que vinieran a confesarse los primeros domingos de mes, no dejaron de hacerlo. Venían y se confesaban, y cada día iba viendo los progresos que realizaban sus almas. Esto me daba tanto consuelo y me sentía tan contento, que me decía a mí mismo: `¡Dios mío! ¡Qué feliz soy por poder tener este pueblo!'. Y añadía: `Creo que el Papa no es tan feliz como un párroco en medio de un pueblo que tiene un corazón tan bueno' (SV IX, 646 / ES IX, 580).

Siguiendo a Cristo, a la manera de San Vicente, pedimos a Dios nuestro Padre, en esta eucaristía, que nos dé perseverancia, ánimo y paciencia en nuestros encuentros con los heridos de la vida. Entreguémonos con generosidad y por los pequeños del mundo. Dios nos regalará su benevolencia, su bendición. “Acudamos a Jesús, Él conoce el peso de nuestra misión, de nuestro servicio, de nuestra vida”.

(Traducción: CENTRO DE TRADUCCIÓN - HIJAS DE LA CARIDAD, París)

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