Premisa.

El tiempo litúrgico de Pascua y Pentecostés está marcado no solo por un clima de alegría y de fiesta, sino que también es un llamado a reconocer la presencia de un protagonista fundamental para la vida de la Iglesia y de cada cristiano: el Espíritu Santo. Tratemos de preguntarnos: ¿Cuánto sabemos verdaderamente sobre el Espíritu Santo y cuál es su rol en nuestra vida espiritual, también en clave vicenciana? 

1 – La Vida Cristiana plasmada del Espíritu. Desde el principio, la existencia de cada cristiano se encuentra bajo la acción del Espíritu. Él es el quien nos ayuda a realizar el proyecto de salvación de Dios sobre nosotros, iluminándonos en su comprensión y ayudándonos a su realización. Dos referencias importantes se nos proponen en el momento litúrgico que estamos viviendo. 

  • El Espíritu Santo se nos presenta como el don de Cristo Resucitado, prometido por Jesús en el discurso de despedida de la última cena, derramado sobre los apóstoles la tarde de pascua y después dado definitivamente en el día de Pentecostés. 
  • El tiempo de Pascua y Pentecostés es, por lo tanto, de manera privilegiada, la celebración del Espíritu: es Él quien hace presente de nuevo a Cristo entre los suyos, impulsa a dar los primeros pasos del anuncio y orienta la pastoral misionera, hasta el punto, incluso, de abrir nuevos horizontes misioneros a los proclamadores del Evangelio (como vemos en la experiencia misionera de Pablo).

2 – Rol Indispensable del Espíritu: 

  • En la vida de Cristo (Encarnación, bautismo, vida pública, pasión, Resurrección, Ascensión) son momentos diversos pero vistos bajo la acción del Espíritu. 
  • En la vida de la Iglesia que nace por obra del Espíritu Santo en Pentecostés, es guiada por Él en su acción de crecimiento interior y en la actividad apostólica (Cfr. Hechos de los Apóstoles) y la constituye como una comunidad espiritual y no solo como un grupo de personas humanas, o una institución;
  • En el anuncio del Evangelio: es Él quien da fuerza y coraje para proclamar un mensaje abrumador que exige una conversión radical y una adhesión plena a Cristo, comenzando precisamente por aquellos que están llamados a proclamar el Evangelio;
  • En la celebración litúrgica que sin su presencia sería solo un conjunto de ritos y fórmulas mágicas, incomprensibles y privados de vida. 
  • En la eficacia de la Palabra: Él la hace comprensible y fecunda, la hace actual para el hombre de cada tiempo.
  • En la vida de cada día: vivir la vocación fundamental de ser santos es siempre dejarse conducir por Él, ser plasmados de su acción eficaz que combate el espíritu del mal y nos hace adherirnos a Cristo.  Esto es especialmente válido para los llamados especiales. 

El Espíritu Santo nos es dado en concreto para ser verdaderos y auténticos testigos de Cristo, según sus palabras y su mandato a los apóstoles, en el discurso de despedida de la Última Cena y antes de la Ascensión (Cfr. Hch. 1, 8). 

3 – Los Dones del Espíritu Santo– Él que es el don del Padre y del Hijo actúa en nosotros a través de de la riqueza de sus dones, que son múltiples: 

  • Las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que nos ponen en contacto directo con Dios.
  • Los siete dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.  
  • Los frutos enumerados en Gal 5,22: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí, los cuales Pablo pone en oposición con los frutos de la carne que son: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes (vv.19-21);
  • Los carismas de los cuales habla Pablo en 1Cor 12,4-11; 14,1ss., subrayando que la multiplicidad de dones se entiende y se vive a partir de la unidad del mismo espíritu, así como también que todos son para el bien común y que el más grande de todos los carismas es la caridad. (1Cor 12,31);
  • Los ministerios y diversas actividades que contribuyen al buen funcionamiento de la comunidad cristiana.

4 – El modo de actuar del Espíritu Santo: en Cristo, en la Iglesia y en cada uno de nosotros. Se trata de una acción que involucra todo el ser y la actividad. En concreto, el Espíritu impulsa: 

  • A anunciar el Evangelio: El Espíritu del Señor está sobre mí …. (Lc 4,18-22);
  • A la oración, sea como actitud, deseo o fin, sea para sugerir los contenidos, es lo que explica Pablo en Rom. 8;
  • A la lucha contra el enemigo: – como nos narran los Evangelios de Jesús en su paso por el desierto, en la Iglesia y el cristiano en la vida cotidiana; 
  • A configurarse con Cristo y, a través de Él, a buscar hacer la voluntad del Padre;
  • A tomar las decisiones correctas en la vida: es todo el aspecto de discernimiento espiritual del cual tenemos necesidad; 
  • A la renovación en fidelidad a la fe y a la propia vocación: el Espíritu es siempre creativo, hace siempre cosas nuevas, porque nos mueve y hace posible tanto la fidelidad a la tradición como la creatividad de cara al futuro. Este es también el fundamento de la esperanza cristiana;
  • Pero la acción más grande del Espíritu consiste en el hecho de que nos hace ser Cristo, y nos ayuda a realizar la vocación fundamental a la santidad. 

5 – María y la acción del Espíritu Santo en su vida. También en María todo sucede por la obra del Espíritu: esto es lo que el ángel Gabriel revela en la Anunciación y lo vemos manifestado en el cántico del Magníficat de la Virgen y luego reaparece en el evento de Pentecostés, donde María, llena del Espíritu, puede interceder fuertemente para la venida del Espíritu sobre toda la comunidad cristiana naciente. Y la presencia de María en la vida de la Iglesia, de la que es reconocida como madre, miembro y modelo, de acuerdo con las enseñanzas del Concilio Vaticano II, asegura el vínculo con la acción del mismo Espíritu.

6 – El Espíritu Santo en la vida del vicentino:  

Porque cristiano, también el vicentino ya está en posesión de este don de lo alto, que recibió en el Bautismo y la Confirmación y continúa recibiendo en los otros sacramentos. Hay luego un llamado a la vocación específica que ha recibido y que hay que hacer propia con la fuerza del Espíritu: Él es amor y este amor ha sido derramado en el corazón del creyente (Cfr. Rom 5: 5) y en particular en el alma del compromiso de la caridad y del servicio. Santa Luisa, más que San Vicente, ha enfatizado mucho el papel del Espíritu en la vida de aquellos que están comprometidos en el servicio. Pero, interpretando un poco el pensamiento de nuestro Santo, podemos afirmar que sin el Espíritu no podemos llevar a cabo las obras de Dios, sea para que estás nazcan o para que se desarrollen. De ahí la importancia de la oración y la invocación del Espíritu especialmente al comienzo de cada compromiso caritativo, para tener la fuerza y ​​el coraje indispensables para enfrentar todo  de la manera más conveniente y sostenga el esfuerzo del compromiso (podemos ver una referencia a la invitación a la oración antes y después de la visita a los pobres).

Hay un aspecto del Espíritu que se vale para todos: es Él quien ayuda a hacer el justo discernimiento espiritual, es la capacidad de leer los acontecimientos de la vida personal y la historia con los ojos de Dios, saber evaluar para poder tomar las mejores decisiones. Todos tenemos una gran necesidad de eso. Hoy necesitamos saber cómo desenredar las muchas opciones que surgen en las diversas situaciones de la vida. Se aplica a las elecciones fundamentales (vocación al sacerdocio, al matrimonio, a la vida consagrada) así como a las elecciones cotidianas de naturaleza moral, eclesial y social. El Espíritu tiene que ver con la vocación del vicenciano y con la posibilidad de perseverar en ella. Es importante reconocer que en la base del compromiso caritativo hay una llamada de lo alto, ¡una vocación! Esto es lo que explicaba San Vicente cuando recomendaba a los consagrados y a los laicos vivir coherentemente con la vocación recibida. Puede ser útil la referencia a Hechos 6, 1-7: en la elección de los 7 diáconos, el criterio de valoración es precisamente la referencia al Espíritu Santo. El texto habla de siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu y de sabiduría. Y más adelante, hablando de Esteban, lo define como un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo. Como si dijera que no puede haber disponibilidad para servir sin la acción efectiva del Espíritu de Dios. Pensemos en las consecuencias para nuestra vida de servicio.

7 – No extingáis el Espíritu (1Tes 5,19). Hay siempre el riesgo y la posibilidad de prestar la debida atención a esta presencia fuerte y silenciosa, que nos empuja al bien. Y hay muchas maneras de ‘extinguir’ o silenciar, en nosotros y en otros, esta importante voz divina y esta fuerza de renovación espiritual. Y todos estos caminos tienen un solo nombre: el pecado, que de diversas maneras nos hace resistir la acción divina. Por lo tanto, debemos ser cuidadosos y estar atentos, así como también debemos saber cómo discernir el verdadero Espíritu de ilusiones falsas o engañosas. San Vicente a menudo hablaba del ángel del mal que se disfraza como un ángel de luz para engañar y hacer que los hijos de Dios se desvíen. Los medios para no correr este peligro son los que ya conocemos: la oración, los sacramentos, la escucha de la Palabra de Dios, la ayuda de un director espiritual, la capacidad de reflexionar y examinar la propia vida, el compromiso concreto con el servicio a los demás. Seguir al Espíritu, dejarse guiar por Él, es dar una orientación seria a la vida y lograr un equilibrio sano y completo. El Espíritu siempre ayuda a poner en orden la propia existencia. Aprendemos a invocar al Espíritu tanto en grandes ocasiones eclesiales y comunitarias, como en nuestras situaciones personales.

 

Autor: P. Mario Di Carlo CM.

Traducido por: Rolando Gutiérrez CM

Vice-Provincia de Costa Rica

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