Photo by kamalayan Tropang Bilog

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En este mes, el presidente Duterte de Filipinas dio instrucciones para que los indigentes y los niños que deambulan por las calles fueran perseguidos y detenidos[1].   Explico el presidente que el principio “patria potestad” (‘parents patriae’), le da el poder de expulsar a la gente de las calles o de arrestarlos. Su intención, aparentemente buena, es mantener las calles seguras para todos los ciudadanos. Pero, ¿y si las personas no tienen casas a donde pueden ir y qué pasa si los tugurios que poseen están tan congestionadas que el único espacio disponible para otro habitante son las calles?

Este programa del gobierno no es nuevo. El santo patrón de la caridad, Vicente de Paúl, se enfrentó a un programa parecido con su respectivo dilema en París en 1656. Podríamos inspirarnos en él para buscar pistas sobre cómo responder a este fenómeno en nuestros tiempos[2].

El Gran Confinamiento

Este fue el proyecto del Hospital General que el gran filósofo de nuestros tiempos, Michel Foucault, también describe en Madness and Civilization. El edicto real del 27 de abril de 1656 prohibió la mendicidad y la indigencia, que se consideraban males sociales de la ciudad. Unos diez edificios en todo París fueron asignados para este proyecto: La Salpêtrière, La Pitié, Le Refuge, La Scipion, La Savonnerie, Bicêtre, etc. Se organizaron grupos para reunir a los mendigos y llevarlos a cualquiera de estas instituciones. Los edictos de los años siguientes prohibían mendigar por toda la ciudad “bajo el desagrado de ser azotados por la primera ofensa, y por la segunda, de ser condenados a las galeras si eran hombres o niños, y desterradas si eran mujeres o niñas”[3]. Esto es lo que Foucault llama el “Gran Confinamiento”.

El Hospital General no era una institución médica, sino una institución policial. Era una estructura semi-judicial con “soberanía casi absoluta y jurisdicción sin apelación”. El Hôpital Général era un poder extraño que el Rey estableció entre la policía y los tribunales y representaba una tercera orden de represión. Los directores de este programa tenían poderes administrativos, policiales, correctivos y penales sobre todos los pobres en París, tanto dentro como fuera del Hospital General. Tenían acceso a “estacas, hierros, prisiones y mazmorras” dentro del hospital para cumplir su misión. Se observó que pocos años después de emitirse el edicto, el Hospital General ya albergaba a 6000 personas… aproximadamente el 1% de la población total.

¿Cuál fue la participación de San Vicente en este proyecto? En 1653, años antes del edicto real, las Damas de la Caridad, todas mujeres aristocráticas influyentes, le presentaron a Vicente de Paúl una propuesta para organizar a todos los mendigos de la ciudad. Querían que Vincente asumiera ese ministerio porque era muy conocido por iniciar tales trabajos. Le aseguraron que le proporcionarían fondos suficientes para el proyecto.

Lento Discernimiento

Pero Vicente no se precipitó en el proyecto… “quería tiempo para un mayor discernimiento: las obras de Dios, aconsejó, deben surgir poco a poco, gradual y progresivamente”[4]. Siempre se le escuchó decir: “No te adelantes a la Divina Providencia.” Las Damas de la Caridad estaban bastante molestas por su lentitud. Las Damas imaginaron un gran proyecto que obligaría a los mendigos a abandonar su vida en las calles. Vicente, sin embargo, quería aceptar solo a aquellas personas que acudían a él voluntariamente… no se debía usar la fuerza para hacer que la gente cumpliera. “Si usamos la fuerza, dijo, podríamos ir en contra de la Voluntad de Dios”[5]. Mientras las Damas esperaban a que Vicente tomara una decisión, se promulgó el Edicto Real del que estamos hablando. La ejecución del Edicto fue confiada a los hombres asignados a ese puesto por el Parlamento. Para gran alivio de Vicente, la aplicación del edicto no se le confirió ni a él ni a los miembros de su comunidad. En realidad, el proyecto de las Damas de la Caridad que el asumió sin afanes y en clave de discernimiento impidió que finalmente le encomendaran a él una obra que a sus ojos era represiva de los pobres e indigentes.  Dentro de la tradición espiritual vicenciana, la ‘lentitud’ de Vicente siempre se ha interpretado como un signo de su sensibilidad a la voz de la Providencia. En este contexto específico, también resultó ser una táctica ingeniosa y astuta que le permitió resistir al poder represivo dominante.

Confrontación Directa y Resistencia Oblicua 

Vicente de Paúl, a pesar de su amistad con el Rey y sus ministros, pudo confrontarlos y hablarles directamente sobre los sufrimientos que los pobres se veían obligados a soportar. Durante la Guerra de la Fronda, por ejemplo, él personalmente amonesto al cardenal Mazarin, primer ministro de la reina, al que le dijo: “Su Eminencia, sacrifíquese usted. Retirarse del país para salvar a Francia. Tírate al mar para apaciguar la tormenta”.[6] Después de haber dicho eso, la semana siguiente perdió su puesto en el Consejo real de Conciencia. Vicente también probó otras formas. A pesar de las advertencias institucionales de no alimentar a los mendigos en las calles  para que finalmente accedieran a ser encerrados, Vicente de Paúl continuó su comedor de beneficencia, alimentándolos, ayudando a los pobres de diversas maneras, protegiéndolos del violento impacto de las guerras gubernamentales, económicas y sociales que les oprimían.

Si bien la propaganda oficial elogió al ‘Gran Confinamiento’ como la “mayor empresa benéfica del siglo”, Vicente se distanció conscientemente de ella a través de lo que llamo resistencia oblicua, una táctica disponible para los débiles cuando se enfrentan con un poder más fuerte. Mientras que el Rey y sus seguidores querían eliminar esta monstruosidad social a través de un vestidor superficial (confinando y encarcelando a los pobres), San Vicente hizo todo lo posible por responder a las causas más profundas de la miseria de la gente y así mitigar su impacto en sus vidas.

Michel Foucault interpretó el cuidado de Vicente de los pobres en San Lázaro como parte del proyecto real del Gran Confinamiento. Su análisis estructural de la historia podría ser útil para comprender la dinámica que opera en la política hegemónica, pero como vimos anteriormente, Fucault no fue capaz de percibir las resistencias oblicuas que en la practica cotidiana tomaron personas comunes y corrientes. Gente tan simple como el sacerdote del campo llamado Vicente de Paúl.

Por

Daniel Franklin Pilario, C.M.

St. Vincent School of Theology

Adamson University

danielfranklinpilario@yahoo.com

Traducción del inglés: Guillermo Campuzano, CM

[1]Cf. https://www.youtube.com/watch?v=pcQsjdvot1Y (Video en Inglés)

[2]This reflection is mainly based on my longer article entitled “Vincent de Paul in the Court: Responding to the Politics of Power,” Vincentiana (July – August, 2008), 294-314.

[3]Foucault, Madness and Civilization: A History of Insanity in the Age of Reason (New York: New Pantheon, 1965), 49.

[4]Pierre Coste, The Life and Works of Vincent de Paul, Vol. 3 (Westminster, Maryland: Newmann Press, 1952), 302.

[5]Jose Maria Roman, St. Vincent de Paul: A Biography (London: Milesende, 1999), 637.

[6]Jose Maria Roman, St. Vincent de Paul: A Biography (London: Milesende, 1999), 637.

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