Hacia una Cultura Vocacional en la Congregación de la Misión:

En el hermoso y original libro de José Tolentino Mendonça, El Elogio de la Sed, hay un pasaje muy interesante y bastante provocativo:

“La fe no es un podio: es un camino. Me acuerdo de un joven escritor que fue un día a la comunidad donde soy capellán y me dijo al final: ‘Usted debería tener la valentía de sacar las sillas de esta capilla, donde los cristianos se sienten demasiado cómodamente, y poner sobre este piso muy barnizado y estable, una buena camada de tierra o de arena, que nos recuerde que la fe supone grandes búsquedas y continuos viajes. Es verdad, nuestra fe cristiana es una experiencia de nomadismo. Las sillas crean malos hábitos, como alerta Jesús: ‘En la silla de Moisés están sentados los escribas y los fariseos… no proceden de acuerdo con sus obras, porque ellos dicen y no lo hacen’ (Mt 23,2-3)”.

Siendo la fe una experiencia de llamado-respuesta para seguir a Jesús en grandes búsquedas y continuos viajes, la misión que de ella deriva supone un estado de constante salida. La fe es una experiencia exodal y requiere un salir y un caminar: “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré” (Gn 12,1); “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígueme” (Mc 8,34); “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15)…

1. En nuestros días, hay un fuerte alerta para el hecho de que el sedentarismo se está constituyendo en una de las grandes enfermedades de los tiempos actuales. Seducidos por las comodidades de la sociedad moderna, se está creando un modo de vida con una gran reducción de la actividad física y social. Las personas viven una rutina cerrada en sí misma y enclaustrada en sus propios intereses. El resultado es una atrofia física, humana y social, que genera disturbios, como obesidad, comodidad, tensión, estrés, etc. Este sedentarismo es un reflejo del llamado modelo de vida posmoderno, que impregna todas las dimensiones de la vida, llevando a un sedentarismo social, psicológico y espiritual. Estamos ante un contexto sociocultural que lleva las personas a crear sus ‘zonas de confort’. Estas se fundan en la “globalización de la indiferencia”, que promueve el consumismo individualista, la búsqueda de la satisfacción inmediata y los espacios de privacidad y ocio, que hacen las personas insensibles a los demás y cerradas en sus intereses y que crean una crisis de identidad y una disminución del fervor misionero.

En el interior de la Vida Consagrada, este amplio sedentarismo puede ser identificado en dos factores específicos, que se alimentan entre sí.

  1. Primero, persisten modelos arcaicos de una Vida Consagrada que se institucionalizó demasiado, se distanció del pueblo, de los llamamientos pastorales de la Iglesia, se volvió rica y pasó a ocuparse más con ella misma. Se verifica la ruptura (no teórica pero efectiva) entre el ideal evangélico y la fuerte institucionalización, con la creciente falta de calidad evangélica en la vivencia de los votos y de la misión. En este modelo burocratizado, muchos consagrados (incluso jóvenes) acaban adoptando una actitud de autodefensa y se quedan sentados en interminables reuniones y en oficinas, envueltos en papeles y absorbidos por el trabajo de mantenimiento de las obras y de la búsqueda de solución de problemas internos, provocando la atrofia del sentido misionero y el debilitamiento de la agilidad para ir al encuentro de los actuales clamores de los pobres. Condicionados y/o acomodados al viejo modelo institucional, muchos consagrados caen en el sedentarismo espiritual y misionero, que tiene dificultad para salir al encuentro de lo nuevo, que hace opaco el testimonio evangélico y alimenta serias inconsistencias, aburguesamientos y problemas, bajo la apariencia de una vida totalmente entregada a Dios y al prójimo.
  2. Segundo factor: los actuales cambios socioculturales producen gran impacto sobre los sistemas y los valores de la Vida Consagrada. Las congregaciones, los carismas, las espiritualidades, las estructuras y los trabajos pastorales son sacudidos por la fuerte ola de la cultura globalizada de masa, con una vida sedentaria, consumista e individualista. En la ambivalencia y en el relativismo de la sociedad posmoderna, los valores sólidos y duraderos de la consagración son más difícilmente asimilados por los consagrados, que son influenciados por la lógica de la globalización de la indiferencia. Las tendencias individualistas y subjetivas afectan la vida comunitaria, que se va vaciando y siendo instrumentalizada por los intereses y proyectos personales. El sentido de pertenencia se encuentra debilitado: salidas o abandono de consagrados; la existencia de consagrados estresados ​​y insatisfechos, descargando sus resentimientos en los demás; muchos consagrados pautando sus vidas en actitudes y trabajos totalmente fuera de su comunidad o congregación; consagrados buscando afirmar su identidad y seguridad en conformidad con la moda y la cultura dominante, o dentro de un radicalismo fundamentalista, con prácticas y costumbres del pasado obsoleto y de una vida de apariencia y búsqueda de estatus y poder… Es innegable la presencia de consagrados en el interior de las congregaciones viviendo aislados, acomodados y cerrados en sí mismos, causando conflictos, inconsistencias, incoherencias, desgastes y sufrimientos.

Este amplio sedentarismo influencia a los consagrados, también la Congregación de la Misión; debilita el sentido de la consagración; provoca un profundo desgaste de la Vida Consagrada y una notable pérdida del carisma y de la espiritualidad congregacional, que deja muchos consagrados desencantados y acomodados en un estilo de vida poco edificante y de frágil entusiasmo misionero.

2. Ante esta compleja y desafiante realidad actual, es necesario volver a San Vicente, que abrazó como ideal de vida, como su primer y definitivo amor, Cristo evangelizador de los pobres, amado y servido a través de una vida totalmente consagrada en la misión y la caridad con los pobres. Esta propuesta de vida es la inspiración original e innovadora que San Vicente dejó a sus seguidores en la Congregación de la Misión. En la conferencia con ocasión de la distribución de las Reglas (17 de mayo de 1658), San Vicente dejó claro que la vocación de la Congregación es seguir a Jesús evangelizador de los pobres, con un carácter inédito y exclusivo de servicio evangelizador “sólo a los pobres abandonados” (San Vicente repitió esta afirmación tres veces). Este es el don del Espíritu, la gracia, la mística que debe animar y conformar la vida y el trabajo de la Congregación, para la gloria de Dios (Cf. XI, 698). El motivo de su existencia es servir a Cristo en los pobres. Los pobres, no por una opción pastoral, sino por un destino carismático y por una profesión expresa, son “nuestra herencia”, “nuestros señores y maestros”, “nuestras reglas”.

Esta dedicación inédita y exclusiva a los pobres más abandonados, que congrega a los misioneros en una Congregación de la Misión, les confiere un estado propio. San Vicente utiliza dos expresiones significativas para caracterizar el significado y el espíritu de la vocación vicenciana en la Congregación: “estado de misioneros” y “estado de caridad”. El concepto de estado es una herencia de Bérulle, que San Vicente aplicó al misterio de la misión de Jesús, contemplando en Jesús sobre todo el estado de misionero del Padre, para evangelizar a los pobres. “El estado de los misioneros es un estado apostólico, que es, como los apóstoles, dejar y abandonar todo para seguir a Jesucristo y convertirse en verdaderos cristianos…” (XI, 89) Los miembros de la Congregación deben ponerse en esta generosa disponibilidad, característica del ser cristiano, inaugurada en el bautismo y, por los Votos, explicitada y radicalizada en una vida totalmente consagrada para continuar la misión de Jesús y de los apóstoles.

San Vicente añadió la expresión “estado de caridad”, manifestando una visión teológica profunda sobre la naturaleza o la fuente última de la misión como fruto del amor de Dios (1Jn 4,16). “Nuestra vocación consiste en ir, no a una parroquia, ni sólo a una diócesis, sino por toda la tierra,… para hacer lo que hizo el Hijo de Dios…  nosotros no somos religiosos, pero estamos en un estado de caridad, ya que estamos continuamente ocupados en la práctica real del amor o en la disposición de ello” (XI, 553.564). San Vicente identificó el “estado de misioneros” con el “estado de caridad”, ambos expresan el mismo misterio de asimilación de Jesús enviado por el Padre para evangelizar a los pobres. En la Congregación, la prioridad dada al voto de Estabilidad expresa esa consagración total a la caridad misionera como núcleo vital de su vocación vicentina.  

Vivir en “estado de misioneros y de caridad”, ésta es la comprensión teológica, la fuente de vitalidad de la vocación de la Congregación; es la naturaleza específica y la prioridad de la Congregación. ¡Una prioridad sublime y terriblemente exigente!, que San Vicente la explicitó con varios elementos esenciales que conforman la identidad de la vocación vicenciana: a la misión con los más pobres y abandonados San Vicente asoció la formación del clero, en función de la evangelización de los pobres; la misión es entendida como un servicio de evangelización “espiritual y material”, con “palabras y acciones” y “a la caridad todas las cosas deben estar relacionadas”; los misioneros deben revestirse de Cristo evangelizador de los pobres, vivir en comunidad y abrazar las cinco virtudes que constituyen el espíritu y la metodología de la misión.

4. Para que la Congregación continúe en la Iglesia, con fecundidad y fidelidad, el “espíritu de caridad perfecta de Cristo”, es indispensable escuchar al Señor que llama, a través del grito de los pobres, a dinamizar la fidelidad creativa hacia la misión. La vitalidad misionera vicentina requiere una “Congregación en salida”. “Id, misioneros, id; ¿estáis todavía aquí, cuando hay tantas almas que os esperan…?”(XI, 56) El Papa Francisco propone que la Iglesia se ponga en actitud de salida, que abandone el criterio pastoral del “siempre se ha hecho así” y ejercite la creatividad en el proceso de evangelización (cf. EG, 20-33). La dinámica bíblica de ponerse en estado de éxodo, tan presente en San Vicente, plantea la necesidad de acoger las novedades del Espíritu y cultivar la disponibilidad y la creatividad para nuevas formas de servir a los pobres, en las misiones y en la formación. Un misionero que está sentado cómodamente en su ‘zona de confort’ o en sus intereses propios existe para sí, traiciona su esencia misionera. A nivel personal y comunitario, la misión supone una dinámica de cambio, un movimiento hacia los demás y a los más pobres, una inserción crítica en la sociedad, exige salir de sí mismo y desinstalarse.

La vitalidad misionera vicenciana exige una conversión continua, buscando con intensidad y valentía nuevas actitudes y acciones que reconfiguren la realidad personal y comunitaria, a través de la identificación profunda con Cristo evangelizador de los pobres, en tres direcciones íntimamente ligadas entre sí:

  1. La misión“Hay que mirar todo desde la periferia. Es necesario caminar en la periferia para conocer de verdad cómo viven las personas. En caso contrario, se corre el riesgo de un fundamentalismo de posiciones rígidas basadas en una visión centralizada (…) Hoy Dios nos está pidiendo dejar el nido que nos acomoda … Estoy convencido de que la clave hermenéutica más importante es el cumplimiento del mandato evangélico: ¡Id! ¡Id!” . Asumir la misión como paradigma de toda su acción requiere de la Congregación ponerse en la periferia, discernir y asumir compromisos y prácticas misioneras, personales y comunitarias, sintonizadas con los clamores de los pobres. Pablo Suess habla de la misión como ‘travesía’: “La travesía es un proceso continuo de desatar la vida, sin pedir permiso, sin tarjeta de crédito, sin puerto seguro indicado en cartas náuticas. (…) Salir, partir, volver a partir. El “éxito” es la opción por el “éxodo”. Tener “éxito” en la vida misionera depende de la capacidad de un siempre nuevo “éxodo”: desatar los nudos que nos atan, compartir los bienes que llenan nuestra casa y de nuevo partir para la lucha con la mochila del pobre, las sandalias del pescador y el bastón del peregrino”. Es asumiendo los desafíos de la misión como travesía con los pobres y hacia los pobres que la Congregación se renueva desde su interior, sin dejarse contaminar por el estancamiento sedentario que atrofia el ardor misionero. Vale aquí recordar la profética afirmación del Monseñor Hélder Câmara: “Misión es partir, caminar, dejar todo, salir de sí, romper la corteza del egoísmo que nos cierra en nuestro propio yo. Es dejar de dar vueltas alrededor de nosotros mismos, como si fuéramos el centro del mundo y de la vida. Es no dejarse bloquear por los problemas del pequeño mundo al que pertenecemos: ¡la humanidad es mayor!”
  2. La renovación de la mística – La mística es entrar en el misterio del amor de Dios Padre, manifestado en Cristo, gracias al Espíritu. La medida de la fecundidad de una acción pastoral es la medida de la espiritualidad del agente – sólo ilumina quien brilla. “Es hora de acercarnos a la fuente, de crecer hacia lo profundo”. La mística es la fuente y la fuerza de la cual emana la acción misionera; sólo en la mística de Jesús Evangelizador de los pobres se puede descubrir el “frescor del evangelio” y la alegría de anunciarlo a los pobres. Es fundamental desarrollar la mística que lleva a la “originalidad evangélica (cf Mc 10, 34), de la cual la Vida Consagrada pretende ser profecía encarnada, y que pasa por actitudes y opciones concretas: el primado del servicio (Mc 10, 43); el camino constante hacia los pobres y la solidaridad hacia los más pequeños (Lc 9,48); la promoción de la dignidad de la persona en cualquier situación que esté viviendo y sufriendo (cf. Mt 25,40); la subsidiariedad como ejercicio de la confianza recíproca y de generosa colaboración de todos y con todos” .
  3. La búsqueda de estructuras más ligeras, ágiles y flexibles – Instituciones más antiguas como la Congregación de la Misión sufren con el peso del pasado; muchas veces, están muy institucionalizadas y, a menudo, tienen miedo de arriesgar. En concreto, la Congregación y las Provincias nacieron dentro de un contexto histórico, muchos elementos de orden cultural y social marcaron y siguen marcando su modo de ser y actuar, y que hoy pueden no ser los más apropiados. Es, pues, necesario discernir y dinamizar el objetivo fundacional con nuevas formas y estructuras, más coherentes, ligeras y eficientes para responder a las nuevas demandas existentes. Aquí es terreno para mucha vida y creatividad, pero también para muchos sufrimientos y pruebas. En una dinámica pascual, hay que sacrificar muchas cosas (obras hermosas y significativas del pasado, prácticas y costumbres ya obsoletas, esquemas, estructuras y comportamientos hoy insatisfactorios); hay que cortar en la carne, hacer cirugías profundas para dar fuerza y ​​actualidad a la vitalidad del primer amor, recibido de San Vicente.

El Papa Francisco dice: “Tenemos miedo de que Dios nos conduzca por caminos que nos arranquen de nuestros horizontes, muchas veces limitados, cerrados y egoístas, para abrirnos a sus horizontes… ¿Estamos abiertos a las sorpresas de Dios o nos cerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas que perdieron la capacidad de respuesta?”  Parafraseando el texto de José Tolentino, arriba citado, podríamos decir: “Necesitamos tener la valentía de retirar las sillas y los muebles confortables de nuestras capillas y comunidades, donde nos sentamos cómodamente y intensificar en nuestras casas y vidas los compromisos y la prácticas que nos lleven a participar en la condición de vida de los pobres, que nos recuerden el peligro de la estagnación y nos ayuden a salir a las periferias, hacia los pobres. Es verdad, nuestra vocación vicentina es esencialmente misionera. Las casas y las sillas cómodas pueden crear malos hábitos, porque podemos caer en tentación de apenas hacer bellos discursos sobre el servicio a los más pobres y no ponerlos en práctica”. Sólo saliendo hacia los pobres, en un sincero proceso de conversión, podemos exhalar el perfume de la caridad misionera de Cristo y despertar el mundo y las personas para recorrer el camino de Cristo que ha venido para evangelizar a los pobres.

P. Eli Chaves dos Santos, CM
Belo Horizonte

1 MENDONÇA, J. T., O Elogio da Sede, São Paulo: Paulinas, 2018, p. 93-94. 
2 PAPA FRANCISCO, Homilía en Lampedusa, 08/07/2013.
3 Aquí utilizo de modo especial las reflexiones del P. Getulio Grossi CM, desarrolladas en algunos textos para uso pastoral y, de modo especial, en su excelente libro, Un Místico de la Misión, Madrid: La Milagrosa, 2010, donde se encuentran muchos y valiosos elementos para profundizar lo que aquí presento de manera muy sintética. 
4 Las citas de San Vicente se refieren a la edición castellana SIGUEME-CEME, Salamanca, 1972-1986.
5 Expresión usada por Frei Carlos Josafá OP, en “O Evangelismo Missionário de São Vicente, A opção total e exclusiva pelos pobres, ontem e hoje”, São Paulo: E. D. T., 1997, p. 10.
6 En este sentido, es importante recibir y profundizar las conclusiones y propuestas de los Documentos Finales de las Asambleas Generales de 2010 e 2016, que contienen buenas y relevantes indicaciones para una “Congregación en salida”. 
7 PAPA FRANCISCO, Mensaje a los Religiosos, en la 82ª Asamblea de la Unión de los Superiores Generales de las Congregaciones masculinas – USG, 2013.
8 A missão como travessia, disponible en http://paulosuess.blogspot.com/2012/07/missao-como-travessia-partir-sair-para.html.
9 AMBROSIO, Marián, A Sobrevivência da VRC enquanto carisma eclesial na atual conjuntura, en Convergência, n. 512, junho de 2018, 27-36, p. 31.
10 Cf. Congregação para os Institutos de Vida Consagrada e as Sociedades de Vida Apostólica, Para Vinho novo, odres novos – a Vida Consagrada deste o Concílio Vaticano II e os desafios ainda em aberto. São Paulo: Paulinas, 2017, p. 54-55.
11 Homilía de Pentecostés, 19 de mayo de 2013.

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