La dimensión misionera de la Congregación de la Misión emerge ya en su nombre oficial y surge como una exigencia fundamental desde la experiencia y la enseñanza de San Vicente. El santo de la caridad ha tenido siempre presente y vivo el anhelo misionero que le empujaba a mirar lejos, a los pueblos que no habían podido encontrar a Cristo. El compromiso de anunciar el Evangelio no se contentaba con llegar solamente a las poblaciones del reino de Francia, sino que anhelaba traspasar las fronteras y llegar a otros pueblos. El nombre inicial de la Comunidad era precisamente “la Misión”, casi un augurio (nome omendecían los antiguos); una realidad no todavía estructurada y de alguna manera más libre de “ir y venir”, de moverse sobre el territorio para responder a las exigencias más inmediatas y las peticiones más urgentes.

San Vicente y sus provocaciones misioneras

La misión es para San Vicente la consecuencia de su camino de fe, fruto de su relación con Cristo y apertura a las necesidades de la Iglesia de su tiempo, en particular. Las obras en las que se origina, son las respuestas a las llamadas que le llegan y determinan un inmenso radio de acción. Las misiones populares tratan de llevar a la pobre gente del campo el alimento de la Palabra de Dios y el don de una reconciliación interior y exterior. La misión ad gentes (en Escocia, Irlanda, Polonia, Argelia, Túnez, Madagascar, con el pensamiento incluso de llegar incluso, hasta Babilonia) continúa en el surco de una larga tradición eclesial, en cumplimiento del mandato de Cristo: “Id a todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mt 28, 19).

Con la dirección de los Seminariosquería contribuir a formar sacerdotes capaces de estar al servicio del Evangelio y ser testimonio de caridad. Une de esta forma el don de la Palabra con aquel del pan, el alimento espiritual con el material, preocupado de que también la “pobre gente” pudiese recibir cuanto es necesario para su vida de fe, una sana y robusta instrucción cristiana, porque todos son hijos del único Dios, Padre misericordioso. Este horizonte determina incluso la cualidad y el contenidode la actividad misionera. El centro y el corazón del anuncio vicenciano es Jesucristo, adorador del Padre, evangelizador y servidor del proyecto de amor del Padre. Es Cristo el don importante que se ofrece a quienes están privados de su presencia por la falta de apoyo espiritual, debido a la despreocupación de los sacerdotes. Cristo es anunciado y vivido como don de la misericordia. San Vicente busca sobre todo la salvación de cada pobrey por eso ofrece la oportunidad de vivir la reconciliación y el perdón con Dios y con el prójimo mediante el sacramento y los gestos de perdón: es el fruto deseado, buscado y obtenido en cada misión predicada.

San Vicente no olvida poner las bases que darán continuidad a la ayuda a los pobres con la constitución de los grupos de caridad. Vemos de esta manera, un espíritu misionero que, partiendo del encuentro con Cristo, quiere contribuir a la reconstrucción de la comunidad cristiana, que, poniendo el pobre al lado de Cristo, se configura como una cantera animada por la caridad, encomendada a sacerdotes formados un poco más decentemente.

A los primeros Misioneros les hacía el llamado a mirar más allá de las fronteras del propio país y la invitación a estar disponibles ir a países lejanos, allí donde el Señor les hubiese llamado, porque su vocación era de ir no solo a algunas diócesis sino al mundo entero. Teniendo presente al P. Bourdais, enviado a Madagascar, decía: “Y así, hermanos, es con esta disposición que debemos estar todos nosotros, preparados y dispuestos a dejarlo todo para servir a Dios y al Prójimo, y al prójimo por amor a Dios”. Se trata de hecho de “continuar la misma misión de Jesucristo en su continuo donarse a los pobres, como escribía también en las Reglas comunes: “Si entre vosotros hubiese alguno que pensara pertenecer a la Misión para evangelizar a los pobres y no para socorrerlos, para proveer a sus necesidades espirituales y no a las temporales, respondo que nosotros debemos asistirles y hacer que los asistan de todas las maneras, por nosotros y por los otros.”. No hay verdadero anuncio del Evangelio sin expresión de caridad: es así como se hace efectivo el Evangelio.

La misión en la historia de la Congregación de la Misión 

Podemos subrayar brevemente algunos aspectos significativos del espíritu misionero.

 Misión y vocación. “El fin de la CM (C1-3) es seguir a Cristo evangelizador de los pobres”: solo si se reviste uno de Cristo y sigue el camino de la perfección podrá dedicarse con coraje y autenticidad de vida a la obra de la evangelización. Cada uno, y toda la Congregación deberán desarrollar tal tarea, teniendo como referencia esencial tanto el Evangelio de Cristo como los “signos de los tiempos” y las llamadas más urgentes de la Iglesia. La misión nunca es abstracta ni está fuera del contexto histórico y cultural: se trata siempre de poner en contacto con Cristo a las personas de un momento histórico de la historia humana.

Misión y vida comunitaria: una comunidad para la misión. Ya hemos recordado el vínculo profundo y esencial de la comunidad con la misión: es la misión la que determina “estar juntos”; esto debe favorecer constantemente y sostener la “actividad apostólica” (C 19). Todos deben tender a una renovación continua para realizar, de la mejor manera posible, la misión común. La caridad fraterna acerca a los miembros entre sí, los acerca a Dios y los hace más disponibles para el servicio de la Palabra de Dios y de la caridad. Por lo tanto, la misión adquiere una prioridad suya también en el modo de organizar y desarrollar la vida comunitaria, y alimenta y ayuda a la promoción y el crecimiento personal y comunitario. Se nos recuerda entonces que la primera evangelización viene con el testimonio de la vida, sobre todo con el ejemplo de una fraternidad grande y visible. S. Vicente hablaba de un estar juntos “a manera de amigos que se quieren bien”. Una comunidad evangélicamente fundada hace más creíble y eficaz el Evangelio anunciado.

Misión y votos. “Deseando continuar la misión de Cristo, nos entregamos a evangelizar a los pobres en la Congregación todo el tiempo de nuestra vida” (28).  He aquí expresado el significado de los votos que se profesan, no tanto para una perfección personal, privada e intimista, sino para hacer más eficaz y total la disponibilidad para la misión. Se explica también así el hecho del voto de estabilidad puesto como fundamento de los otros (castidad, pobreza y obediencia). Como a las Hermanas así a los Misioneros nuestro S. Vicente pedía tener una vida espiritual como la de los religiosos, incluso mayor, en razón de las dificultades y de las responsabilidades derivadas del apostolado y del servicio. Solamente vividos con  amor y alegría, los votos pueden ser “instrumentos” para un crecimiento espiritual, para un servicio más desinteresado y para un testimonio más auténtico.

Misión y uso de los bienes. Cuando se habla de los bienes, sean comunitarios o personales, se insiste en el hecho de que su uso viene dedicado no sólo para un fin ascético y de mortificación, sino también para servir a las necesidades de la misión. Los bienes tienen que tener una finalidad común y ser utilizados para el bien de los pobres y el desarrollo de los ministerios. Por eso es importante también una buena administración, para no mandar a la ruina los bienes que han sido entregados por los bienhechores para la finalidad del Instituto.

Misión y oración. La oración, de modo particular la Eucaristía, se presenta no sólo como el manantial de la vida espiritual, sino también del apostolado, sobre el ejemplo de Cristo que ciertamente en la oración buscaba y encontraba la voluntad de Dios. “Dadme un hombre de oración y será capaz de todo”: estas palabras de San Vicente nos dicen todo sobre el poder de la oración, sobre su necesidad y capacidad de transformar las personas, haciendo que esto sea verdaderamente  “obra de Dios” y no más bien fruto del propio ingenio y compromiso. Es una oración que prepara para la misión; es aquella que se desarrolla en el cumplimiento del ministerio – una oración hecha junto a los pobres – ; es el fruto y el estímulo de la misión por una oración más intensa e involucrada. Será entonces una oración de alabanza y acción de gracias que Dios realiza a través de la actividad de las personas. Por la íntima unión de la oración y el apostolado, el misionero se hace contemplativo en la acción y apóstol en la oración. (C 42)

Misión y formación. La formación tiene el deber de preparar a los cohermanos  para que lleguen a ser capaces de cumplir la misión de la Congregación (C 77). Se trata de estar animados por el espíritu de S. Vicente que consiste en poner en el centro de la propia vida a Cristo “regla y modelo” de vida y de  acción apostólica. Se trata de una tarea que acompaña a cada cohermano durante toda su vida, a través de las distintas etapas: inicial, permanente y hasta en la edad avanzada. Es hermoso que cada cohermano pueda ser reconocido seguidor de Cristo y de San Vicente  verdaderamente en razón del estilo de vida que vive cada día y que consigue transmitir en su entorno con aquella “amabilidad y dulzura” que hace más aceptable el mensaje que viene anunciado.

Misión como implicación de todos: los sacerdotes, incluso los enfermos y los ancianos (C 26; E 13), los hermanos, los estudiantes. Porque verdaderamente como miembros de la misma Congregación, todos estamos llamados a compartir tanto la vida comunitaria como la misión, cada uno según la propia capacidad. S. Vicente ya llevaba a la misión  los mismos hermanos como ayuda en las distintas actividades: la misión es como una obra donde pueden hacer una experiencia los mismos seminaristas y los estudiantes para iniciarles gradualmente en este ministerio tan específico de la Congregación.

Una misión a realizar dentro de la Iglesia y con la Iglesia.

San Vicente ha insistido siempre sobre el hecho de que la Congregación no era un “cuerpo extraño” sino que formaba parte de la Iglesia. Por esto ha luchado para tener el reconocimiento oficial sea del Arzobispo de París como del Papa,  para poderse mover con autoridad  y justa libertad en su actividad evangelizadora. No hacía nada sin permiso de los Obispos y de los párrocos; ha actuado (con los seminarios y su papel en el Consejo de Conciencia) para que unos y otros estuviesen formados para desarrollar, de la mejor manera posible, sus deberes sacerdotales, pero también para asegurar continuidad a los frutos de la misión. Estas preocupaciones son todavía actuales, incluso aunque hoy haya  tantas otras posibilidades de intentar las mismas finalidades formativas por parte de las numerosas realidades eclesiales (diócesis, Institutos religiosos, Casas de espiritualidad). Las Constituciones en 3, 2 confirman esta orientación cuando afirman: “La Congregación de la Misión, según una tradición que tiene su origen en San Vicente, ejerce su apostolado en íntima cooperación con los obispos y con el clero diocesano”. Hoy, además, se trata también de implicar en la misión a los mismos laicos, para nosotros sobre todo aquellos que forman parte de la Familia Vicenciana, de quienes tenemos que cuidar particularmente (C 1, 3), tratando de ofrecer la imagen de una iglesia que evangeliza con todos sus componentes para robustecer o construir de nuevo la verdadera comunidad cristiana.

P. Mario Di Carlo, CM
Provincia de Italia

Traduce Félix Alvarez, C.M

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