Como cada uno de los creyentes, Vicente de Paúl hace una relectura de su vida a la luz de la Divina Providencia. Uno de los casos que lo atestiguan está presente en cinco relatos (SVP; ES: IX, 72; XI, 95; 326-327; 389; 698-700) acerca del inicio de la Congregación de la Misión donde, con aspectos diferentes, se cuenta cómo Dios es el verdadero autor e inspirador del Humilde Instituto. 

La reflexión teológico-espiritual, que realiza el señor DePaul desde los mismos acontecimientos de su vida, acaba dándole las pistas necesarias para poner todo el entramado de una acción pastoral que se dedicará al empoderamiento integral del pobre pueblo francés y que se perpetuará en el tiempo por medio de cuatro grandes fundaciones ‘seculares’ que llevarán como leitmotiv: “el seguimiento de Cristo Evangelizador de los Pobres”. Desde ahí, Vicente de Paúl y Luisa de Marillac pusieron su confianza en las Cofradías de la Caridad, en la Congregación de la Misión, en las Damas de la Caridad y en las Hijas de la Caridad para atender a las necesidades de los más pobres de su tiempo: los campesinos, los galeotes, los niños expósitos, los ancianos, los soldados y los refugiados de guerra. 

Si esta colaboración estuvo presente en el tiempo de los fundadores, hay que reconocer que se fue diluyendo a lo largo de los siglos, llegándose a acuñar el término “doble familia” en referencia, solo, a la Congregación de la Misión y a la Compañía de las Hijas de la Caridad. Actualmente, gracias al impulso que el Concilio Vaticano II dio a la eclesiología de comunión y de corresponsabilidad entre todos los miembros de la Iglesia, los herederos del carisma vicentino son todos aquellos (sociedades de vida apostólica, institutos de vida consagrada, organismos, movimientos, asociaciones, grupos y personas) “que, de forma directa o indirecta, prolongan en el tiempo el carisma vicentino; ya sean fundados directamente por san Vicente de Paúl o encuentren en él la fuente de su inspiración y dedicación al servicio de los pobres”.

De esta manera, la fiesta de la conversión de san Pablo, tradicionalmente dedicada a la fundación de la Congregación de la Misión, es una oportunidad de encuentro, reflexión y oración con los demás miembros de la Familia Vicentina para que, junto a ellos, demos gracias a Dios por el regalo de la vocación misionera, pidamos perdón por nuestras flaquezas ante la misma y nos llenemos de entusiasmo apostólico para ser fieles, toda nuestra vida, a la labor encomendada (Cfr. SVP; ES: XI, 96)”. Todo ello, sabiendo que, sin las demás ramas de la Familia de san Vicente, los misioneros lazaristas nos quedaríamos desamparados y, no seríamos coherentes con los orígenes de nuestra tarea apostólica. 

Con todo ello, se observa como la experiencia de una persona se extiende a toda una comunidad de creyentes. Hombres y mujeres que deciden entregar su vida a poner solución a los problemas sociales de la Francia del siglo XVII. Sin duda, eso fue, y sigue siendo, fruto del Espíritu Santo que nos anima a la unidad y al trabajo conjunto desde su propia naturaleza trinitaria que le hace ser ‘familia’ y nos convoca a nosotros como una sencilla pero verdadera familia eclesial que surge de la experiencia misionero-caritativa de dos gigantes de la caridad. 

Por lo tanto, el 25 de enero celebramos, no solo la fundación de una congregación, sino, sobre todo, el inicio de un carisma encarnado hoy en la “Familia Vicentina”. 

José Luis Cañavate Martínez, CM.

Provincia de Zaragoza

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