REFLEXION PARA EL QUINTO DOMINGO DE CUARESMA (Ciclo C)

Lecturas:  Isaías 43,16-21; Filipenses 3,8-14; Juan 8, 1-11

¿Nos sorprendería notar en el cuerpo de un soldado de guerra, sus heridas?  Una medalla olímpica no adorna el cuello de un atleta que no ha pagado el precio mediante la serie de hábiles, y muchas veces rigurosos entrenamientos.  De la misma manera, la corona de los que llevan una vida verdaderamente cristiana no surge sin una experiencia de la cruz. En la primera lectura del profeta Isaías, el Señor habló a su gente a través del profeta: “Miren, Yo voy a realizar algo nuevo. Ya está brotando, ¿No lo notan? Voy a abrir caminos en el desierto y haré que corran ríos en la tierra árida…” Ahora bien, ¿cómo es que el Señor frecuentemente trae cosas nuevas a nuestra vida?

Asumir el camino del sufrimiento por el amor a Cristo es frecuentemente despreciado, y no se considera este camino como un paso necesario para poder participar en su gloria; esta invitación es asiduamente proclamada. Algunas veces es posible olvidar que el camino de sufrimiento de Cristo debe ser visto a la luz de su misión, y que en virtud de nuestra propia misión también nosotros debemos seguir ese mismo camino.  La segunda lectura de la Carta de San Pablo a los Filipenses es una reflexión que aborda este mismo tema.  El gran apóstol Pablo, considera todo como una pérdida, toda vez que nada se compara con el conocimiento de Cristo Jesús.  Uno de los más grandes conocimientos de Cristo a través de la fe, es verlo en los pobres y en los necesitados.  En el evangelio de San Mateo 25, 34-40, Cristo, Nuestro Señor, deja claro de manera implícita, que no podremos participar en la gloria de su Reino, sin nuestro conocimiento de Él, y sin servirle en los pobres y necesitados. Cualquiera que no considere todas las cosas como pérdida, y que reconozca que el conocimiento de Cristo lo sobrepasa todo, no puede verdaderamente reconocer a Cristo en los pobres.  Los votos de castidad, pobreza, obediencia y estabilidad, vividos con sinceridad de corazón, y por amor a la Congregación, van a reflejarse de manera concreta, y a llevarnos a considerar todo como una pérdida en virtud de nuestra misión; pérdida, en el sentido que nosotros lo hemos dejado todo en fe, esperanza y amor, para servir a Dios en los pobres.  Esta es la cicatriz que nos identifica con Cristo y sus sufrimientos, y así poder participar también de su gloria.  ¿Podemos nosotros asemejarnos a los escribas y fariseos, que arrojaron sus piedras sin entregar sus corazones al Señor, como hemos leído en el Evangelio cuando nos presenta el relata el relato de la mujer que fue sorprendida en adulterio?

A menos que nuestros corazones se den amorosamente a Dios, no podremos dar razón de nuestra “perdida” en virtud de la misión, y no habrá autentica misión si no podemos dar razón de alguna pérdida.   A mi entender, San Vicente de Paúl expresó este pensamiento en la siguiente reflexión: “Doy gracias a Dios por su complacencia en hacer su santa voluntad, no importa cuál sea el costo, sin tener en cuenta sus propias inclinaciones (Vicente de Paul, VI: 604)

P. Agustín Abiagom, C.M. 
Provincia de Nigeria

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