Esta no ha sido mi primera vez en eritrea. Anteriormente, como ecónomo provincial tuve la oportunidad de visitar la tierra de San Justino de Jacobis en varias ocasiones. Sin embargo, después de diez años iba con nuevas motivaciones y expectativas.

El 8 de julio del año pasado se realizó una histórica declaración de paz entre Etiopía y Eritrea, después de la guerra de independencia iniciada en 1998 y suspendida, pero nunca concluida, en el año 2000. Con esta firma se ha conseguido la apertura de las fronteras de las dos naciones, y la libre circulación de personas y mercancías. Además, existe la promesa de poner los limites definitivos de las fronteras, aunque aún no se ha llevado a cabo.

Todo ello parecía poner fin al clima de guerra y de control que había siempre encontrado en los viajes

anteriores. Era muy fuerte mi deseo de poder conocer el nuevo rostro de esta tierra tan amada por los vicentinos del sur de Italia, ya que san Justino de Jacobis, padre de la fe en abisinia fue un misionero vicentino de la antigua provincia napolitana.

A mi llegada a Asmara, desgraciadamente, he podido constatar que ha cambiado muy poco en estos diez años. Y que lo poco que ha cambiado no ha sido hacia mejor. Caminando por la ciudad y sus barrios, se ha reforzado esta impresión, hasta llegar a cerciorarme por completo al visualizar Masawa: ciudad de fuerte índole turística y curativa por sus balnearios que se presenta ahora como ciudad fantasma, con las propias heridas de guerra y los profundos signos de abandono en sus bellísimos monumentos y edificios.

Por otro lado, me ha edificado el gran testimonio de fe y de alegría que he encontrado en las caras y en los corazones de los Misioneros y de las Hijas de la Caridad que trabajan en el país africano.

Donde quiera que iba, ya fuese a la casa de los Misioneros o a la de las Hijas de la Caridad, he observado comunidades alegres, dónde los cohermanos y las cohermanas se han entregado totalmente al servicio de los pobres y a su evangelización. Cabe decir que no existe casa vicentina en Eritrea que no tenga un contacto directo con los pobres. Y las últimas comunidades fundadas son aquellas más “periféricas”, tanto en sentido geográfico como espiritual, donde la palabra pobreza se conjuga verdaderamente entre los vicentinos y las gentes del lugar.

La fuerza principal de nuestra comunidad vicentina es el espíritu de oración y la comunión fraterna vivida con entusiasmo y con fervor por los Misioneros e Hijas de la caridad. Además, la esperanza está puesta en la gran presencia de jóvenes en discernimiento vocacional en nuestras casas. Esta es la confirmación de cómo no sólo el carisma sino, sobre todo, el testimonio de fe está vivo y fascina a la juventud del país.

Es cierto que las grandes dificultades económicas, sociales y políticas de la nación influyen bastante sobre los sueños y los proyectos de los jóvenes eritreos y también para los de nuestros Misioneros y Hermanas. La tentación de huir hacia una tierra que podría ofrecer un futuro mejor, antes que vivir restringidos por el sostenimiento y la ayuda internacional, es algo muy arraigado y fácilmente palpable. Por eso, evangelizar en Eritrea significa, ante todo, luchar por la promoción humana y social. Aquí, más que en otro sitio, la palabra fe va unida con la caridad.

Termino mi escrito con dos imágenes simbólicas que me han impresionado:

  1. El santuario de Hebo, con las reliquias de San Justino, corona todo el Valle del mismo nombre. A quién llega y a quién se va la parece que el corazón le palpita lleno de la fe católica que inunda toda la zona.

 

 

 

  1. El poblado de Maela, la última urbe antes de las montañas y del desierto. Su Iglesia está dedicada a San Jorge. Esta ubicación nos recuerda la frase evangélica y vicentina: “Id a todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura” (Mc.16,15).

P. Giuseppe Carulli, CM
Curia General

 

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