Recordamos hoy la institución de la Eucaristía, sacramento del amor que se hace servicio (cf. Jn 13,1-15). En aquella cena de despedida, Jesús se pone a lavar los pies de sus discípulos, revelando la sorprendente novedad de su misterio y la dinámica del amor que debe distinguir a sus seguidores: inclinarse sobre los demás, ponerse a disposición de todos y de cada uno, para, así, alcanzar la estatura del Maestro y Señor, la libertad de un amor sin medidas. Es en esa luz que se debe comprender el ministerio de los sacerdotes, cuya institución se une a la celebración de hoy. El sacerdote no es más que un hombre que ama y sirve, que se da y perdona, un pobre que enriquece, un pecador que reconcilia, porque nada de lo que se le ha dado puede ser retenido. Su vida es don, es pan repartido, prolongación de la Eucaristía, porque “Cristo depositó en nosotros la semilla del amor que genera semejanza” (SV XI, 145).

Vinícius Augusto Teixeira, C.M.

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