Cristo resucitado nos abrió el camino del amor eterno, de la paz que no pasa, de la esperanza que no decepciona, de la victoria final. A la luz de la fe, cuanto más densa es la noche, más prometedora es la aurora que germina en su seno (cf. Lc 24,1-12). Nada mejor, entonces, que oír, como dirigidos a nosotros, estos augurios pascuales de San Vicente: “Vivid de una vida toda nueva y toda divina en Jesucristo Resucitado. Pedidle esta gracia para todos nosotros, a fin de que busquemos y aspiremos sin cesar las cosas del alto y hacia allá caminemos, con las obras de nuestra vocación, para atraer a muchos otros al cielo” (SV VIII, 278- 279).

DOMINGO DE  RESURRECCIÓN

Creemos en ti, Señor Jesucristo,
tú que por nosotros diste la vida.
Creemos que, resucitado,
vives eternamente en la gloria del Padre
y, por la fuerza de tu Espíritu,
acompañas nuestros pasos vacilantes
en este mundo de tinieblas y luz.
Tu Resurrección es la novedad que no envejece,
la mano extendida que nos levanta,
el bálsamo que cura nuestras heridas,
el consuelo que nos calma,
la brisa que seca nuestras lágrimas,
la melodía que nos encanta, 
la paz que nos revigoriza,
la fragancia que perfuma el mundo,
la palabra definitiva del amor.
Hoy, pedimos solamente
la gracia de vivir contigo,
consolados por tu compañía,
confortados por tu amistad,
despertando nuevas auroras de Resurrección,
en nosotros y a nuestro alrededor,
hasta que, en la eterna luz en que habitas,
nuestras oscuras noches se conviertan en claro día.
Amén. Aleluya.

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