Introducción

San Vicente tuvo un particular afecto por esta virtud, hasta el punto de definirla como ‘mi evangelio’, confesando haber logrado muchos progresos en su práctica, no obstante su origen y su carácter gascón. Esto se comprende mejor si pensamos en la realidad histórica y cultural vivida por el Santo. Su tiempo y el siglo del ‘Barroco’, acontecimiento y fenómeno cultural que se evidenciaba ‘en las apariencias, las escenas, una tendencia a la exterioridad, olvidándose de la esencia y de lo concreto’. San Vicente mismo definió el 1600 como un siglo corrompido por la artificialidad, la doblez, la tergiversación, con mucha vanidad y apariencia y poco buen sentido. Si la humildad se considera el fundamento de la espiritualidad vicentina, la sencillez es reconocida como la principal característica de la vida y el pensamiento de San Vicente. De ahí que se haya constituido en el estilo y en la modalidad propia del ser vicentino. Como siempre, San Vicente, antes de proponer el mensaje y la práctica de la sencillez, la hizo objeto de una particular atención suya, de una reflexión personal; y enseña a partir de su experiencia personal y, desde allí, pasa a proponer la conformación del actuar a la vida del Hijo de Dios, a fin de ser más eficaces en el servicio.

1. Dios es la sencillez

Son dos las pistas de reflexión que emergen del pensamiento de San Vicente: su fe y su observación de la vida de los pobres. De la Escritura recibe el mensaje fundamental de que Dios es sencillo y se revela a la gente sencilla y se comunica con ella (Cfr. Mt 11, 25). Se trata de una especie de estribillo que utiliza para invitar y para ir directamente a Dios: ‘Tender a la sencillez es caminar hacia Dios, así como sucede con la gente sencilla – aquella del campo- en la que se encuentra la verdadera fe… La verdadera religión está entre los pobres. Dios los enriquece con una fe viva: ellos creen, ellos palpan, ellos gustan las palabras de vida… ¿Por qué actúan así? ¿Cuál es la causa? La fe ¿Y por qué? Porque son sencillos… Al contrario, la doblez no agrada a Dios, mientras que debemos tener la mirada solo puesta en Él’ (SV a Marco Coglée, 25 de septiembre de 1652). Ser sencillos, entonces, es ir ‘derecho a Dios; es no hacer nada sino para su gloria. Así golpeamos el respeto humano y nuestro interés’. San Vicente fue marcado por el hecho de que Dios se comunica a los sencillos, los pequeños, los humildes (Cfr. CM Reglas comunes, cap. II, 4-5). He aquí el camino para llegar a la verdadera ‘sabiduría del corazón’, el verdadero conocimiento de las virtudes cristianas, a llevar a la práctica.

2. La sencillez y los pobres

Si los pobres son camino para ir a Dios, es necesario acercarse a ellos con sencillez, dado que lo representan (Cfr. Enseñanza a las Hijas de la Caridad, sobre cómo servir a los enfermos y pensar en el ejemplo de Bárbara Angiboust que quería servir a los pobres y no a los grandes señores). En la enseñanza a los Misioneros, la perspectiva es apostólica: con esta virtud ellos tocan realmente los corazones de los pobres que no tienen instrucción y que pueden ser conquistados para el Evangelio solo con palabras y con gestos muy sencillos. La doblez, decía San Vicente, es la ¡peste del Misionero!

3. La sencillez, un espíritu, un estilo de vida

La simplicidad es un espíritu más que una actitud. Supone un conjunto de cualidades y de virtudes. Se relacionan con ella: la humildad, la sinceridad, la verdad, la modestia, que, en cierto sentido, convierten el actuar y el rostro de una persona en algo luminoso, limpio, espontáneo, natural y veraz. Se trata de la dulzura que atrae, de la bondad que acoge, de la delicadeza que anticipa. Este espíritu sencillo viene de Dios y está encarnado sobre todo en el modo de ser y de vivir propio de las ‘hijas del campo’, como eran las primeras Hijas de la Caridad, y produce un estilo de vida expresado así:

> Hacer todo por Dios, sin preocuparse de lo que dirá el mundo; así se da alegría a Dios, al mundo, a los pobres;

> No tener miedo de decir la verdad, inclusive de frente a las injusticias, cuando se trata precisamente de la ‘gloria de Dios’ y del ‘bien de los pobres’;

> No utilizar doblez alguna, decir todo a quién se debe… y no a todos: ‘Dios habita en los sencillos’ (San Vicente);

> Tener siempre un corazón sereno y sonriente, aun cuando sufra el corazón;

> Asumir comportamientos humildes y prudentes, usar un lenguaje sencillo, adaptado y comprensible a los destinatarios de nuestra acción caritativa (San Vicente insistía en la necesidad de utilizar el ‘pequeño método’ en la predicación). Se trata, en fin, de tener en cuenta a quien se tiene adelante para tratar a todos de la manera más oportuna y productiva.

4. La sencillez, hoy, para nosotros

Una relectura de esta virtud la deja ver como muy actual y muy concreta: llega a lo más íntimo de la vida de una persona y determina comportamientos muy auténticos en relación con el prójimo. He aquí algunas actualizaciones que manifiestan modos concretos de sencillez:

  • Ser veraces con nosotros mismos: lo que significa ‘aceptarse uno tal como es, ser indiferente tanto a la imagen externa como a los juicios de los otros’, consiste en vivir en la verdad, y tener audacia porque la persona sencilla no tiene nada que perder;
  • Ser veraces con los demás: a través de los intercambios, el compartir, la igualdad, la superación de la rigidez y los formalismos, el favorecimiento de las relaciones y de un clima de confianza;
  • Sencillez para y en la misión: a fin de responder a los desafíos de la sociedad actual, purificarse del exceso de compromisos (sobre todo los que tienen que ver con el tener, el saber, el poder), con actitudes y comportamientos más evangélicos;
  • Garantía de identidad y de vocación vicentina, ¿cómo?

> Con el esfuerzo de vivir conforme al Evangelio

> Con el rechazo a toda imagen falsificada o camuflada de uno mismo

> Con la solicitud de trabajar solo por el Reino de Dios, y no por propósitos humanos.

La sencillez consiste entonces en ‘ser y sentirse’ al servicio de la verdad: proclamarla y acogerla con naturalidad, como manifestación de una vida sincera y auténtica. De ahí que hay que unir siempre la sencillez con la verdad, aunque respetando la libertad y la caridad.

5. Preguntas para la reflexión

* ¿Cómo es mi experiencia espiritual, cuál es su condición? ¿Está marcada por la sencillez? ¿Vivo el amor con sinceridad, como escucha, respuesta filial y fiel, me lleva a estar frente a Dios tal como soy para dejarme convertir por Él? ¿Deseo poner mi vida en sintonía con el Evangelio que debo anunciar? ¿Mi oración es diálogo con Dios y conmigo mismo? ¿Mi oración es sencilla, de tal manera que pueda compartirla espontáneamente con los otros?

* ¿Tiendo a juzgar al otro con facilidad, por su sencillez? ¿Yo cómo me comporto? ¿Soy auténtico, sincero, me dejo condicionar por quienes me ven, por el deseo de aparecer, por la búsqueda de éxitos o de aprobaciones? ¿Soy capaz de aprender de los pobres? ¿Son ellos realmente mis ‘maestros’?

* ¿Cuál es el estilo de vida que en realidad yo llevo? ¿Cuáles son los criterios que determinan mis

 

comportamientos? ¿De qué manera la sencillez determina las opciones personales y comunitarias, sobre todo en relación con el servicio?

Oración

Señor, haznos partícipes de tu sencillez para que nuestras vidas sean acogedoras, modestas, generosas.
Señor, danos tu sencillez para que nuestras vidas sean tan transparentes como la tuya, y dejen ver tu luz.
Señor, danos tu sencillez para que nuestras vidas florezcan de amor y de bondad.

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