1. Reflexiones generales

Sabemos muy bien cómo es de importante la virtud de la humildad en el servicio y en nuestra vida espiritual y comunitaria. Es una característica del verdadero creyente. Las referencias bíblicas, teológicas y vicentinas, para ayudarnos a actualizar y a vivir mejor los aspectos de esta virtud en nuestra vida, son muchas. Refirámonos en particular a algunos de estos aspectos.

  • Cristo humilde: “Aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Ahí radica el tema central de Cristo como modelo ejemplar para todos nosotros. ¿Cuándo y cómo Cristo ha sido humilde y nos ha enseñado la humildad? Pensemos en los momentos más importantes de su vida: la encarnación, su vida escondida en Nazareth, su pasión, su muerte, su presencia en la Eucaristía. Allí se concentra todo su camino de ‘abajamiento y de vacío’ para hacerse en todo semejante a nosotros (Cfr. Flp 2, 5-8), para hacerse siervo no solo de Dios sino también de todo ser humano.
  • María, humilde sierva: La Virgen se da este título como un ‘nombre nuevo’, tanto en la Anunciación (Lc 1, 38), como en el Magnificat (Lc 1, 48). Así se manifiesta después en toda su vida, asumida en el silencio de Nazareth. Es precisamente la humildad de la Virgen la que atrae sobre ella la ‘mirada’ misericordiosa y paternal de Dios, y la hace capaz de ‘cantar’ el enaltecimiento de los humildes, ante la vanagloria de los soberbios y los poderosos (Lc 1, 51-52).

  • San Vicente de Paúl, modelo y maestro de humildad: es lo que más nos impresiona como llamado a un estilo de vida inspirado en el carisma de la caridad. Tal como sucede en todos los santos, su enseñanza está precedida y acompañada del testimonio de vida, de los gestos y de las opciones que San Vicente hizo y vivió para conformarse al modelo de humildad que es Cristo mismo.
  • Dimensión existencial de la humildad: El mismo San Vicente decía que la humildad es más admirada que imitada, porque a nadie le gusta que lo consideren poco o que lo excluyan. Pero está prospectiva cambia si partimos del significado etimológico de la palabra; en efecto, humildad viene del latín Humus, que significa tierra fecunda, fértil. En consecuencia, humildad es fecundidad y no aridez, ser humildes es ‘ser tierra fértil’, aquella que produce los frutos del Espíritu; no quiere decir renunciar a la propia manera de pensar, de ver, de actuar. Equivale más bien a saber aceptar los propios límites y, al mismo tiempo, reconocer los dones de Dios en nosotros y en los demás. Humildad es preguntarse ¿qué puedo dar a los demás? En realidad, todos hemos recibido dones que son irreemplazables, que debemos poner al servicio de los otros. Si traicionamos o renunciamos a nuestra singularidad y especificidad, no somos en realidad humildes, porque siempre será importante actuar en sintonía y en colaboración con los demás. La humildad consiste en aceptar la vida de manera transparente, con alegría, con entusiasmo, con el deseo de ponerla al servicio de los otros; y todo lo que hemos recibido debe ser madurado en nuestro terreno personal que, si es humilde, es también fértil.El orgullo en una persona humilde es una contradicción, tanto en este mundo, como delante de Dios.

2. La humildad, base de nuestros comportamientos espirituales más importantes

Ya sea en la Sagrada Escritura, ya sea en San Vicente de Paúl, encontramos cuánto es de esencial la virtud de la humildad para vivir con autenticidad nuestra vocación de hijos de Dios. Ella nos ubica en el lugar apropiado de nuestras relaciones con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos, por lo que no deberíamos sentirnos mal. Los actos de humildad son solo un aspecto, casi que secundario, frente a la importancia del compromiso espiritual. Es necesario afirmar cuánto antes que la humildad no es:

  • Exhibicionismo de servilismo hipócrita, al que le interesa solo la propia vanagloria;
  • Exhibicionismo de una aparente ‘santidad’, hecha de legalismo y privaciones injustificadas;
  • Manifestación de una religiosidad sospechosa, porque busca el aplauso y la consideración de los demás;
  • Subvaloración personal con respecto a la realidad, porque sería expresión de un complejo de inferioridad;
  • Sinónimo de modestia como virtud solo humana, porque la humildad es una virtud espiritual;
  • Sentimentalismo o tolerancia frente al mal porque, por el contrario, implica fuerza y coraje contra él; la humildad no se puede confundir con la debilidad.

Veamos ahora cómo la humildad define y dirige los comportamientos y el estilo de vida del creyente.

>Es virtud del equilibrio personal: para el mismo San Vicente la humildad es búsqueda de la verdad y, en consecuencia, virtud del equilibrio; lleva, de hecho, a ‘verse uno mismo, reconocerse y aceptarse como es’. Es tan importante el camino que lleva a un verdadero conocimiento de sí mismo que se une a un equilibrado sentimiento de la propia situación y al reconocimiento de aquello de Dios es para nosotros. De ahí que sea necesario denunciar y rechazar toda forma de orgullo, de ambición, de vanidad, de ilusión o de mentira. El equilibrio está precisamente entre ‘la conciencia de uno mismo y la confianza en Dios’.

>Es indispensable para vivir una adecuada relación con Dios: Él en realidad solo mira a los humildes y se vuelve a ellos; El humilde será ensalzado. ‘Tan pronto un corazón se vacía de sí mismo, lo llena Dios; Él permanece y obra allí’ (SV, PE, 517). Solo en la humildad nace y madura un comportamiento de confianza y de abandono a Él. Y solo así puede expresarse en una oración filial, aquella que produce paz y serenidad interiores. El orgulloso no siente la necesidad de orar porque no siente la necesidad de Dios; un acto de fe es posible solo si uno se pone con humildad delante del Dios de la Revelación, que nos hace entender que únicamente en Él hay salvación y que debemos acogerla como fundamental en nuestra vida.

>Ayuda al logro de una comunidad fraterna: el vivir juntos, poniendo en común las diversidades, requiere una gran capacidad de acogida y de reconocimiento del valor y de los límites de los otros. Y ‘dar espacio a los demás’ quiere decir capacidad de renunciar a los propios puntos de vista, parciales y limitados, como también a las propias ambiciones. Construir la vida fraterna ‘día a día’ con el don de uno mismo y el empeño de todas (Cfr. Constituciones HC 32), significa aceptar el compromiso como un acto de renuncia, de mortificación y de conversión, para no ponerse uno mismo como centro de atención. La humildad conserva la caridad.

>La humildad es la virtud del servicio: con relación, sea ya a cualquier verdadera actividad caritativa, sea ya con relación a la evangelización. Para San Vicente es la cualidad distintiva por excelencia del Misionero y de la Hija de la Caridad, ‘Sierva’, porque permite ubicarse en el modo justo de las relaciones con los ‘señores y maestros’, tal como son los pobres para San Vicente, aquellos a los cuales el Señor nos envía. Servir nunca es fácil, por lo que es necesario ‘hacerse siervos como Cristo’, comportamiento directamente ligado a la humildad. Por eso, la humildad es el verdadero hábito, el verdadero distintivo, la verdadera carta de identidad de todo Misionero, de toda Hija de la Caridad, de todo laico vicentino, así como de todo verdadero cristiano.

>La humildad refleja el ser mismo de la Compañía: pensando en los orígenes, San Vicente constata, desde la fundación, que todo nació de un modo humilde y simple, por lo que todo debe continuar desarrollándose de la mismamanera. Permanecer pequeños y escondidos contribuye a que avancen las otras comunidades; negarse a todo tipo de alabanza o aprobación, meterse siempre en el último lugar, es lo que San Vicente exigía a sus comunidades y lo que nos propone hoy, aunque el contexto de las mismas haya cambiado.

>La humildad es la virtud de Jesucristo: Qué paradigma tan admirable. Debemos mirarlo a Él para ser humildes como Él, teniendo en cuenta, ya sea su ejemplo, ya sean sus enseñanzas. Por esto, reconozcamos que la humildad debe ser objeto de nuestra oración: pidámosla a Dios porque es un don que viene de lo alto y no tanto el fruto de un esfuerzo humano, ascético, nuestro.

A fin de continuar la reflexión

Medito sobre Cristo, María, los Santos, nuestros Fundadores como modelos de humildad. Reconozco que la humildad, junto con la simplicidad y la caridad, es el camino para dejarse conducir por el Espíritu. ¿Me pregunto si acepto mis límites propios y los de los otros? ¿Soy capaz de reconocer el bien allí donde Él se manifiesta? ¿Soy humilde delante de Dios, de mis hermanas y mis hermanos, y de los pobres? ¿Me las doy de dueña o de dueño? ¿Me falta quizás un verdadero comportamiento de sierva, de siervo, en relación con los pobres? ¿Qué estoy dispuesta, dispuesto, a hacer para mejorar las relaciones con el prójimo, comenzando por la propia familia?

Mario di Carlo, CM
Provincia de Italia

 

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