El primero principio dinamizador de la identidad vicenciana mencionado en el Documento Final de la 42 Asamblea General (AG) no podría ser otro: “Jesucristo es el centro de nuestra vida y misión, regla para nuestra identidad, contenido de nuestra predicación, razón de nuestra pasión por los pobres” (2.1.). Nunca será demasiado traer a la memoria esa irrenunciable primacía de Cristo en la vocación vicentina. A nadie se le escapa a esta verdad de fe que Vicente de Paúl quiso grabar, con letras de oro, en el corazón de sus Padres y Hermanos: “Cristo es la regla de la Misión” (ES XI-B, 429|SV XII, 130), inspiración permanente y marco de vida para cada Misionero, el modelo verdadero y el gran cuadro invisible con el que hemos de conformar todas nuestras acciones” (ES XI-A, 129|SV XI, 212). El Misionero, de hecho, se reconoce destinado a continuar la obra salvadora del Hijo de Dios, enviado a evangelizar a los pobres. En consecuencia, necesita estar en continua relación con Cristo para recibir de él todo lo que debe colocar a disposición de los que evangeliza. Para San Vicente, la adhesión total a Cristo es el corazón de la vocación caritativo-misionera de sus Cohermanos: “El estado de los Misioneros es un estado conforme con las máximas evangélicas, que consiste en dejarlo y abandonarlo todo, como los apóstoles, para seguir a Jesucristo y para hacer lo que conviene, a imitación suya” (ES XI-B, 697|SV XI, 1).

Este es el compromiso que acompaña y enriquece a toda la existencia del Misionero, a pesar de sus limitaciones y debilidades: asemejarse progresivamente a Jesucristo, conformarse cada vez más a su persona, asimilar sus valores y criterios, imbuirse de sus actitudes y sentimientos (cf. Mt 11,29; Jn 13,15; Fl 2,5), en proceso de conversión continua, de modo que el Evangelio trasparezca en el vivir y el actuar de los miembros de la CM: “El propósito de la Compañía es imitar a nuestro Señor, en la medida en que pueden hacerlo unas personas pobres y ruines. ¿Qué quiere decir esto? Que se ha propuesto conformarse con él en su comportamiento, en sus acciones, en sus tareas y en sus fines. ¿Cómo puede una persona representar a otra, si no tiene los mismos rasgos, las mismas líneas, proporciones, modales y forma de mirar? Es imposible. Por tanto, si nos hemos propuesto hacernos semejantes a este divino modelo y sentimos en nuestros corazones este deseo y esta santa afición, es menester procurar conformar nuestros pensamientos, nuestras obras y nuestras intenciones a las suyas” (ES XI-A, 383|SV XII, 75).

Hoy como ayer, nos vemos desafiados por tendencias contrarias a la vocación que hemos recibido: el individualismo, que debilita el sentido comunitario y la misión compartida, limitando el Misionero a adhesiones motivadas por el criterio del bienestar o de la realización personal; la superficialidad espiritual, verdadero obstáculo a la madurez humana, a una auténtica consistencia vocacional, a un más vigoroso espíritu de fe y a un renovado impulso apostólico; el enflaquecimiento de la identidad y del sentido de pertenencia, como indicadores de una asimilación superficial del carisma, razón por la cual el mismo no consigue incidir en el estilo de vida, en los ministerios y en las obras, señalando, así, la urgencia de una formación más sólida; el alejamiento del mundo de los pobres y de lo específico de la misión, a causa del mero mantenimiento de estructuras, de la conservación de patrimonios o de la garantía de un futuro estable para los Cohermanos y las Provincias. Por todo eso y mucho más, la CM se reconoce convocada a tonificar su identidad, con los ojos fijos en su centro dinamizador que no es otro sino Jesucristo, enviado por el Padre para evangelizar a los pobres (cf. Lc 4,18) y misteriosamente presente en los más pequeños de sus hermanos (cf. Mt 25,40), tal como San Vicente lo contempló y propuso a nuestra contemplación.

Sólo revestidos del espíritu de Cristo, podremos inflamarnos en su caridad y llevar a cabo su misión. En tiempos de secularismo y crisis de sentido, nada parece ser más urgente que esto: volver a Jesús para evangelizar. Volver a Jesucristo que nos encuentra y se deja encontrar, cada día, en el Evangelio meditado, en la Eucaristía celebrada y en los pobres acogidos. Jesucristo es la regla inspiradora y el contenido fundamental de la Nueva Evangelización a la que estamos llamados por la Iglesia en este tiempo primaveral del pontificado del Papa Francisco. La 42 AG lo recordó: “El debilitamiento de la capacidad de reflexión y compromiso, la cultura del hedonismo y el individualismo, que percibimos a nuestro alrededor, exigen que trabajemos para hacer posible la civilización del amor, fundamentada en la Verdad de Cristo, que contiene una propuesta alternativa de sentido, capaz de transformar las personas y las estructuras (1.1.b). Si la persona de Jesucristo deja de ser el principio estructurante, la acción evangelizadora y el empeño socio-transformador corren el riesgo de degenerar en esquemas ideológicos y actividades meramente filantrópicas, porque quedan destituidos de un fundamento que les dé solidez y de un horizonte más amplio que les oriente. Tal fundamento y tal horizonte son proporcionados por la fe, que nos permite vivir y actuar en el espíritu de Cristo, impulsados por su caridad compasiva y operosa, prolongando su misión salvadora que abarca al ser humano en su compleja totalidad, así como a toda la creación.

Vinícius Augusto Teixeira, CM
Provincia de Río – Brasil

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