Desde el Mes Misionero Extraordinario hasta III Jornada Mundial de los Pobres, el 17 de noviembre de 2019, el hilo conductor en la vida de los Vicentinos de la Congregación de la Misión es la formación constante y rigurosa. Por esta razón queremos compartir con ustedes el siguiente artículo en conjunción con el Curso Internacional de Formación Misionera Vicentina en el CIF de París. Nuestro interés es mantener un espíritu misionero constante en todos los niveles de la Pequeña Compañía y dar la oportunidad a los cohermanos que no pueden moverse, de actualizarse y formarse a distancia.

La propuesta de un mes misionero extraordinario, hecha por el Papa Francisco, y motivado por la celebración de los 100 años de la “Maximum Illud[1]”, tuvo como fin “volver a encontrar el sentido misionero de nuestra adhesión de fe a Jesucristo”. Lleva el nombre “Bautizados y Enviados”… pero los  textos, tan conocidos, del mandato misionero[2], con todas sus diferencias, resaltan también la necesidad de una formación que lleve a la fe al que escucha el “anuncio-predicación”. Jesús señala a los Apóstoles la urgencia de “enseñar”, de “hacer discípulos” … Todo proceso de formación que se diga cristiano ha de considerar muy seriamente que los “formandos” han de hacer primero una sólida opción por Jesucristo y desde él, encontrar el sentido de la Misión de Dios.

La misión no es una actividad más dentro del enorme cuadro de posibilidades en la acción evangelizadora. La misión es de Dios: del Padre cuya voluntad es “salvar” al humano. La misión es del Hijo: “enviado” por su Padre, a acercar el reino de Dios a quienes están lejanos. La misión es del Espíritu: enviado por Cristo en nombre del Padre, “para que realizara interiormente su obra salvífica e impulsara a la Iglesia hacia su propia dilatación” (AG 2,3,4). La Santísima Trinidad es la fuente de donde la Congregación de la Misión, bebe y alimenta su propia naturaleza misionera (Ver CC 77-78) y desde la cual forma la conciencia de sus misioneros. Misión que ha de ser desarrollada bajo el signo de la perfección en la Caridad (C 11, 78. GE 21 SVP XII, 76-77).  Cumplirán el fin de la Congregación, misioneros que asumieron en su propia vida el dinamismo de la misión trinitaria.

La misión es, también, de la Iglesia: enviada por Jesucristo a continuar su misión, bajo el impulso y acompañamiento del Espíritu (CC 10, cfr. EN 14). La misión es, por tanto, el centro de la vida cristiana y eclesial que riega y nutre toda la vida del bautizado con su nutriente savia. Porque todos en la Congregación somos bautizados, llamados a la santidad y, “enviados”: “cada santo es una misión”; -dice el papa Francisco- “es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio” (GE 19). Precioso texto en que, de manera muy sintética señala los fines de la formación misionera: el misionero aprenderá a ser “reflejo” del rostro misericordioso del Padre. En cada misionero, la Iglesia o, la Congregación “encarna” al “misionero del Padre”, a Jesucristo, “modelo” y “norma” de una vida al servicio de la Evangelización. No difieren en nada estas intuiciones, con las intuiciones que Vicente de Paúl dejó a la Congregación (C 5).

Desde su más tierna edad, debe comprender el bautizado que “No existe aspecto de nuestra actividad que no haga referencia a la misión[3]”. La formación continuará desarrollando y dando solidez a ésta convicción. La Misión es el paradigma actual de la Iglesia Universal. Y, en cuanto tal, nos mueve a recordar la imagen de san Vicente como “formador de misioneros”. Formar misioneros va mucho más allá de tener, “ocasionalmente”, algunas lecciones de misionología. La formación misionera, tampoco es cosa de “una etapa”: es tarea de toda la vida (C 81). Una vida que tiene en cuenta las recomendaciones del documento Ad Gentes: “Los que hayan de ser enviados como buenos ministros de Jesucristo, estén nutridos ‘con las palabras de la fe y de la buena doctrina’ que tomarán, ante todo, de la Sagrada Escritura, estudiando a fondo el Misterio de Cristo, cuyos heraldos y testigos han de ser. Por lo cual todos los misioneros han de prepararse y formarse para que no se vean incapaces ante las exigencias de su labor evangelizadora[4]”.

La formación misionera vicentina, contempla la vida entera del misionero “revestida de Jesucristo” (C 1.1). Para lo cual, no valen las recetas hechas. Si hay un lugar donde la conversión ha de ser continua es en la formación. Como afirma el Papa Francisco: “cada uno por su camino[5]” ha de descubrir el modo que Dios le ha dado para revestirse de Jesucristo. Los moldes encorsetan y detienen la creatividad. Y el misionero está llamado a usar toda su creatividad en el seguimiento al misionero del Padre. Continuamente hemos de preguntarnos ¿cómo preparar al futuro misionero para que siga “de por vida” a Cristo, Evangelizador de los pobres (C 1)? ¿Con qué medios haremos que el seminarista se llene “de los sentimientos y afectos de Cristo, más aún de su mismo espíritu que brilla, sobre todo, en las enseñanzas evangélicas”? (C 4; 12; cfr RC) ¿cómo conseguir que el futuro miembro de la Congregación “sea misión” en toda su persona? (Como lo propone el papa Francisco).

Para ser buenos “testigos” el Concilio Vaticano II insistió en formar a los misioneros en tres aspectos fundamentales: a. La Teología Misionera; b. La Espiritualidad misionera; y, c. La metodología misionera. Cierto que es importante que los futuros misioneros de la Congregación conozcan la doctrina y las disposiciones de la Iglesia sobre la actividad misionera; que comprendan la diferencia entre misión y evangelización; que descubran sus motivaciones, aprendan sus contenidos y entren en comunión con sus finalidades. Es justo que saboreen los cambios recorridos en la historia por los mensajeros del Evangelio. Y que descubran en el espíritu de Jesucristo las actitudes interiores y exteriores del evangelizador de los pobres. Que sepan hacer su propia experiencia espiritual, síntesis de lo que “el Señor quiere decir” a través de la vida de otros santos misioneros (GE 22). Que aprendan a caminar en la misión en una “comunión íntima con Cristo”. Importa mucho que aprendan a estar informados de la situación actual de las misiones, y de los métodos considerados hoy, como más eficaces para la trasmisión del Evangelio. Que tengan elementos metodológicos para no ser “simples repetidores”, sino apóstoles creativos con una pedagogía clara de la vida teologal, y una mistagogía capaz de suscitar nuevos discípulos misioneros en las comunidades a donde el Señor les mandó (CC 78, 2-3-4-5). Los misioneros han de saber “animar” a los nuevos discípulos y, despertar a aquellos que se han quedado dormidos, a la colaboración y a la entrega de la vida a la Evangelización de los pobres (CC 79-81). En la Congregación, recordémoslo de nuevo, “nuestros ministerios deben alimentarse tanto del Evangelio como de el ejemplo del mismo san Vicente” (C 8; 77;). Así que, a todos estos aspectos, habría que añadir “una identificación más profunda y sólida con la persona de san Vicente, un conocimiento, una reflexión sólida, una vivencia cada vez más intensa de su experiencia espiritual” (Líneas de acción 7 y 10 de la AG 1986).

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Vicente, desde muy joven, tuvo la experiencia de formar jóvenes confiados a su cuidado. Si lo hizo por ganar algún salario para completar sus estudios, esto no le impidió encontrar el valor tan grande de la “formación” de la persona humana. Lo demostrará, posteriormente, su mirada crítica frente a un clero necesitado que, por falta de una buena formación, había caído en «la depravación del estado eclesiástico… (que) es la causa principal de la ruina de la Iglesia de Dios» (XI-3 64 [141]. Tampoco escapó de su mirada “la ignorancia”, por la cual se condena el pobre pueblo. La dignidad de estos hijos de Dios tan llenos de malaventura, le despertó su creatividad misionera. No escatimó esfuerzos el santo fundador en dar una formación continua y cuidadosa a los sacerdotes y ordenandos para ayudarlos a vivir “haciendo efectivo el evangelio”. Menos aún, podía dejar de lado la necesaria formación de sus misioneros para una digna evangelización de los pobres. Vicente sabe de sobra que de una formación bien nutrida por el espíritu misionero de Jesucristo, habrá futuros misioneros “visibles”, “creíbles”, “significativos” en su medio ambiente. Misioneros con sabor a Evangelio y con la luminosa claridad del Padre.

Esa profunda preocupación que tenía Vicente de Paúl, por la formación de verdaderos apóstoles, es para nosotros, suficiente motivación para poner nuestro mejor esfuerzo en formarnos para la misión, y así poder, “ayudar en su formación a clérigos y laicos”, para llevarlos “a una participación más plena en la evangelización de los pobres[6]”. Si esto se pide para otros ¿qué espera san Vicente que hagamos con la formación misionera de nuestros futuros hermanos de Comunidad?

Aarón Gutiérrez Nava, CM

[1] De Benedicto XV el 30-11-1919

[2] Mt 28,19; Mc 16,15; Lc 24, 47-48

[3] Card. Filoni – Presentación del mes misionero extraordinario.

[4] AG 26

[5] GE 11

[6] C. 1,3

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