Como gesto concreto del Año Santo de la Misericordia (2016-2017), el Papa Francisco estableció que en todo penúltimo domingo del Tiempo Ordinario sea celebrada la Jornada Mundial de los Pobres. Para este año, el obispo de Roma nos ha dirigido un mensaje para motivar la III Jornada con el tema “La esperanza de los pobres nunca se frustrará” (Sl 9,19).

Este salmo es un grito por justicia. Revela la condición del pobre frente a la arrogancia de quien le oprime. Expresa la fe en Deus, de quien le viene la justicia que vence el pecado, causa de todo mal. La redacción del Salmo se dio en un momento de gran desarrollo económico de Israel, que hizo con que un pequeño grupo de privilegiados creciera, generando así un contexto de desigualdad, pues, al mismo tiempo, un gran número de personas era llevado a la situación de pobreza (cf. n. 1).

Hoy, asistimos a un cuadro similar. El surgimiento de nuevos rostros de pobres (como, por ejemplo, los migrantes), la creciente población en situación de calle, los subempleados, los que son sometidos a trabajo esclavo, los niños explotados, las personas traficadas para diversas finalidades, el crecimiento de la fortuna de algunos en detrimento del empobrecimiento de muchos… Todo eso pone de relieve el triunfo de la injusticia y la desigualdad.

Esta situación es sostenida por el fomento de la ideología de que los pobres son los culpados e incluso merecedores de su situación, “considerados amenazadores e incapaces”. Además, crece también la cultura de la indiferencia, que los convierte en invisibles y oculta sus voces. “Hombres y mujeres cada vez más extraños entre nuestras casas y marginados en nuestros barrios” (n. 2).

La Jornada Mundial de los Pobres trae en sí una fuerza profética y demuestra gran sintonía con el carisma vicenciano. Invita a la Iglesia a percibir la existencia de los pobres y la interpela a ponerse al lado de ellos. Dios jamás fue indiferente al grito de los oprimidos (cf. Ex 3,7). Siempre asumió el partido de los pobres e actuó a su favor, escuchando, interviniendo, protegiendo, defendiendo, rescatando, salvando…

La Jornada Mundial de los Pobres, bien celebrada, también suscitará en el corazón de los empobrecidos la confianza en el Señor. El pobre, en la Biblia, es el hombre de la confianza en Dios y “es precisamente esta confianza en el Señor, esta certeza de no ser abandonado, la que invita o pobre a la esperanza”. Con el corazón confiado a Dios e lleno de esperanza, los pobres pueden encontrar la fuerza necesaria para no reducirse a objetos de nuestra caridad, afirmándose al revés como sujetos de su promoción (cf. n. 3).

La presencia de la Iglesia junto a los más pobres, motivada por esta celebración, no consiste en una invitación a actitudes asistencialistas que favorecen el alivio de la consciencia. Es más bien una invitación a la conversión, al cambio de mentalidad y actitudes, a la denuncia de las raíces que engendran la pobreza y al compromiso con el cambio de estructuras, a fin de promover una evangelización integral y una real promoción de los más pobres.

El pobre no necesita solo de pan. Él desea ser escuchado, tocado, reconocido y valorado. Por ello, nuestra presencia debe ser constante y marcada por el amor, la sinceridad de nuestros corazones y la total entrega de nuestras vidas a favor de su causa, que es la causa de la vida de Jesús: vida plena para todos (cf. Jn 10,10). Ofrezcamos, por lo tanto, a nuestros hermanos y hermanas empobrecidos nuestras manos para levantarles, nuestros corazones para hacer sentir de nuevo el calor del afecto, nuestra presencia para superar la soledad (cf. nn. 6-8).

Que la celebración de esta Jornada Mundial de los Pobres nos anime y fortaleza, especialmente a nosotros que abrazamos el carisma vicenciano, a fin de que permanezcamos fieles a la misión de evangelizar a los pobres, “nuestros maestros y señores”, y que seamos nosotros mismos una buena noticia de salvación para ellos, “con la fuerza de nuestros brazos y el sudor de nuestra frente”.

P. Hugo Silva Barcelos, CM
Provincia de Río de Janeiro

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