Los cuatro primeros misioneros comenzaron su andadura por la campiña francesa guiados por el celo apostólico de llevar la salvación a los pobres del campo tras los apasionantes acontecimientos de 1617 sucedidos tanto en Gannes-Folleville como en Châtillon. 

Tanto Vicente de Paúl como sus tres compañeros de fatigas no se inquietaron por el número de miembros de esa incipiente Asociación si no, más bien, buscaron la manera de catequizar a los habitantes de las paupérrimas aldeas francesas del siglo XVII. De hecho, como bien es sabido, el Santo de la caridad, no se preocupó de rogar a Dios por las vocaciones hasta varias décadas después de que la Congregación comenzara a caminar.  

Como bien se indica en la citada carta al P. Blatiron, el señor Vicente no comienza su súplica para el ingreso de nuevos misioneros en el “Pequeño Instituto” ya que como la Congregación es obra de Dios su misma Providencia se encargaría de traernos los recursos humanos necesarios, sin embargo, el mismo Vicente cae en la cuenta de la importancia de las palabras del evangelio: “Pedid al Dueño de la mies que envíe obreros (Cfr. Mc. 9,38; Mt. 10,1; Lc. 10,2). 

Verdaderamente la Congregación de la Misión es un regalo para la Iglesia y para el mundo que Dios ofreció por medio de Vicente de Paúl. Al igual que muchos se sintieron atraídos por el celo apostólico de los cuatro primeros lazaristas; nosotros, los misioneros del siglo XXI, somos los responsables de hacer oír la voz de la espiritualidad vicentina para que otros se sientan atraídos a nuestro estilo de vida desde el descubrimiento interior de “la llamada” que Dios les pueda estar haciendo. Así pues, nuestro reto está, no sólo en ser fieles al seguimiento de Cristo evangelizador de los pobres, sino también, y con mayor empeño, en buscar la manera de que otros sientan el anhelo de seguir transmitiendo la Buena Noticia de Jesucristo a los necesitados del mundo: pues sin misioneros, no hay misión y sin misión no hay Congregación de la Misión. 

Uno de los grandes deseos de nuestro actual Superior General, el P. Tomaž Mavrič, CM, es el sueño de una pastoral vocacional viva y dinámica donde nuestras casas y ministerios estén disponibles para la acogida y el acompañamiento de posibles candidatos a nuestra vida misionera. Sin embargo, en muchas ocasiones y en muchos lugares del mundo no sabemos cómo hacerlo, ni de qué manera, pero eso no nos debe desalentar en nuestra perseverancia de continuar trabajando en difundir el don que Cristo nos legó. 

Desde esa línea transversal que presenta el P. Tomaž, seguimos rezando cada día la hermosa oración del Expectatio Israel que nos dejó el P. Antonio Fiat, CM en los momentos turbulentos que tanto la Congregación de la Misión como la Compañía de las Hijas de la Caridad estaban sufriendo a principios del siglo XX en múltiples partes del mundo. 

Además de nuestra oración cotidiana, buscamos las herramientas y recursos necesarios que puedan hacer llegar a los jóvenes de hoy la chispa del encuentro con el Evangelizador de los Pobres para que la obra apostólica de la “Pequeña Compañía” siga su curso en el futuro próximo. 

La súplica que elevamos es más una petición de fortaleza, ánimo, ilusión y esperanza para continuar apostando por la labor de la pastoral vocacional en nuestras vidas, confiando todo lo que somos al Dios de la historia y de los pobres para no perder la alegría misionera y el entusiasmo de que otros muchos conozcan lo que es ser y estar en modo Misión.            

Esta rogativa para la Congregación de la Misión se descubre como un don ofrecido por el propio Dios que se debe conservar, cuidar, fomentar y trasmitir, en definitiva, es un regalo que se convierte en una apasionante tarea hacia un futuro lleno de esperanza (Cfr. Jer. 29,11). 

José Luis Cañavate Martínez, CM
Provincia de Zaragoza (España)

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