III. CONCLUSIÓN
El propio San Vicente nos instruye: “Para terminar, dimos gracias a Dios por las luces y gracias que Él nos concedió en la oración y por las resoluciones que nos inspiró. Y pidamos su ayuda para poder ejecutar, cuanto antes, lo que nos propusimos “(SV XI, 407).
En este último momento de la Oración Mental, estamos invitados a bucear más profundamente en Dios y sentir la vida divina pulsando en nuestro interior. Verdadera experiencia de contemplación, generadora de compromiso y esperanza.
La OM tiene como objetivo una experiencia de contemplación, fruto del encuentro entre el amor agradecido de Dios y la apertura sedienta y confiada orante. En la contemplación, la persona simplemente saborea la presencia de Dios, se abandona por completo en sus manos, vuela libre y feliz en la amplitud del Misterio que la envuelve. Y el fruto maduro de esa experiencia es la capacidad de ver a las personas, al mundo y a sí mismo con los ojos de Dios. Al final, como recuerda el Papa Francisco: “La contemplación que deja fuera a los demás es un engaño” (EG 281). Y agrega: “Cuando un evangelizador sale de la oración, su corazón se ha vuelto más generoso, se ha liberado de la conciencia aislada y está ansioso por hacer el bien y compartir la vida con los demás “(EG 282).
En la perspectiva de San Vicente, verdadero místico, la contemplación se presenta como don de Dios y, al mismo tiempo, como resultado de una vida espiritual madura. Es como define la experiencia de contemplación, en el contexto de una a las Hijas de la Caridad, la misma de 31 de mayo de 1648: “Es la oración en que el alma, en la presencia de Dios, no hace otra cosa a no ser recibir lo que Él da. Ella está sin acción y Dios mismo la inspira – sin sufrimiento alguno de su parte – todo lo que podría buscar y mucho más. ¿Nunca has experimentado, mis hijas, esta especie de oración? Estoy seguro que Sí. Muchas veces, en vuestros retiros, cuando quedáis admirados de que, sin haber contribuido, Dios, por sí solo, llena vuestro espíritu y en él imprime conocimientos que jamás tendrías “(SV IX, 420). La naturalidad con que Vicente hablaba de la contemplación es una señal inequívoca de que él mismo hacía esa experiencia (cf. SV IX, 420s, XI, 409, XIII, 143). Las intuiciones y las oraciones que brotaban espontáneas en sus coloquios son indicios de esta realidad (cf. SV IX, 428, XI, 357). Al explicar el primer capítulo de las Reglas Comunes a los miembros de la Congregación de la Misión, el 13 de octubre de 1658, refleja el fundador:
“Oh, si tuviéramos una vista tan penetrante para penetrar en el infinito de su excelencia; oh, mi Dios, oh, mis hermanos, que ¡altísimos sentimientos de Dios nos quitaríamos de eso! Diríamos con San Pablo que los ojos no vieron, ni los oídos oyeron, ni la mente del hombre concibió nada igual. Dios es un abismo de dulzura, un Ser soberano y eternamente glorioso, un Dios infinito que abarca todo lo que es bueno “(SV XII, 110).
– Agradecer a Dios por la oración.
Saboreando la presencia de Dios que nos habló al corazón y nos inspiró propósitos y resoluciones, decirle de nuestra alegría y gratitud por la posibilidad de experimentarlo presente y actuante en nuestra vida personal, familiar y comunitaria, así como en los acontecimientos de la historia. Conviene, pues, concluir el recorrido de la OM dirigiéndose directamente a aquel que nos habló al corazón y suscitó nuevas disposiciones en nuestro interior, concediéndonos sus luces y gracias.
Comentando las Reglas de las Hijas de la Caridad, en la conferencia del 13 de octubre de 1658, fundador: “Viste la belleza de la virtud y tomaste vuestras resoluciones. Te falta agradecer a Dios por la gracia que os ha concedido de hacer la oración, que es la gracia de las gracias que Dios puede conceder a los cristianos y, por consiguiente, a las Hijas de la Caridad. ¿Qué mayor favor podría hacer Nuestro Señor a una alma que permitirle entretener y comunicarse íntimamente con él. Por lo tanto, es muy razonable agradecer a Dios después de haber hecho la oración. ¿Quién os ha concedido la gracia de hacerla? No fue sólo Dios? Es necesario, pues, agradecerle con afecto. Faltan a un punto esencial de la oración los que no dan gracias a Dios por haber expulsado las tinieblas de su espíritu y haberlos iluminado, haciéndoles conocer la belleza de la virtud e inflamado la voluntad para practicarla “(SV X, 572).
– Revisar la resolución.
Dejar pasar por la memoria del corazón el propósito asumido. No sería conveniente multiplicar las resoluciones o desplegar una resolución en muchos aspectos. Vale, al contrariamente, resumirla con el fin de facilitar la memorización y la vivencia. El mas indicado, no nos olvidamos, es tomar sólo una resolución a la vez.
La tradición vicentina prevé el ejercicio del Examen Particular, hecho, habitualmente, alrededor del mediodía (véase SV X, 605-606). Ante Dios, brevemente, la persona retoma la resolución nacida de la OM, en el con el fin de ampliar el deseo y estimular la creatividad. Por la noche, antes de recogerse, se debe hacer el Examen General, en la perspectiva de una revisión de vida para disponerse a la conversión, perseverar en el bien y evitar el mal. San Vicente no dejó de explicitar el sentido de este ejercicio, hablando a las Hijas de la Caridad, en la conferencia de 16 de agosto de 1641: “Y en cuanto a vuestro examen, sed fieles. Sabed que debe ser hecho sobre la resolución tomada en la oración de la mañana. Agradece a Dios si, por su gracia, habéis practicado vuestra resolución o le pidan perdón si, por negligencia, a ella han faltado “(SV IX, 43).
San Vicente hablaba de dos formas de Examen: “Una, viendo si hubo fidelidad a la resolución de la oración de la mañana, como, por ejemplo, una virtud que me es necesaria (…). También, se puede hacer de otra manera, tratando de conocer particularmente el defecto a que se está más inclinado hacia él corregirse “(SV X, 605). Se concluye, citando un ejemplo para incentivar no sólo la mortificación, como también la práctica de la virtud contraria al vicio del cual se debe corregir: “¿Qué resolución tomé esta mañana en la oración? Si, por ejemplo, fue la de mortificar la impaciencia, decir: acostumbro impacientarme con mi hermana, ¿cómo me comporté? Y si se puede ver que la paciencia fue practicada cuando se presentó la ocasión, se debe agradecer a Dios. Si fue al contrario, pedirle perdón y se imponga una penitencia. Porque será imposible corregir un vicio si no se procede así “(SV X, 606).
– Ofrecer a Dios la resolución.
Como sin Dios nada somos, nada podemos, nada queremos hacer, cerramos el recorrido de la OM, pidiendo al Señor que nos ayude a llevar a buen término todo lo que asumimos en su presencia. “Es necesario ofrecer a Dios vuestras resoluciones, presentarle las resoluciones que recibiste de tu bondad (…). Tenemos mucha necesidad de practicar nuestras resoluciones, pero no podemos hacerlo sin la gracia de Dios “(SV X, 573).
También dirá el santo fundador, invitando a sus Hermanas a cooperar con la gracia de Dios: “Todas las nuestras resoluciones nada son sin la gracia. Por eso debemos pedir a Dios que nos fortalezca, y trabajar animadamente “(SV IX, 13).
El mismo San Vicente enseñó a las Hermanas una oración que se muestra muy propicia a este momento final método, por corresponder perfectamente al espíritu de la OM: “Sí, Dios mío, me propongo entrar en la práctica del bien que nos habéis enseñado. Sé que soy débil, pero, con tu gracia, todo lo puedo y tengo confianza que tú me
Le ayudará. Por el amor que os lleva a enseñarnos vuestra santa voluntad, os imploro que nos concedáis la fuerza y el coraje de realizarla “(SV IX, 10).
ADENDA
La repetición o el compartir de oración, tan vivamente recomendada por San Vicente a los Misioneros y las Hijas de la Caridad (cf. SV IX, 386, XI, 575).
P. Vinicius Teixeira Ribeiro, CM
Provincia de Río