La Eucaristía es el momento de encuentro privilegiado del Señor Vicente. Esta, le alegra el día y le hace vive en una atmósfera eucarística que se manifiesta por una gran devoción al Misterio del Santísimo Sacramento.

Él es el hombre de la Trinidad (es el patrón de su nueva congregación), de la Encarnación (quiere que se celebre la Navidad de manera intensa) y del Sacramento del Altar. Todos estos misterios  se puede decir, encajan para él, los unos en los otros. Pero el Sacramento de la Eucaristía es la concretización de los dos primeros. De ahí la intensa devoción que él desarrolla. Él entra espontáneamente en las iglesias con gran respeto y cae de rodillas ante el tabernáculo. Le gusta quedarse delante de él si no tiene prisa. No habla con otros en su presencia y no soporta las charlas inútiles. ¿Qué nos diría hoy?

Aún mejor: lee sus cartas delante del Santísimo, -y yo conozco un Superior General que le imitaba en esta práctica-. Entrando y saliendo de la Casa, él venera en primer lugar al Maestro del lugar pasando por la capilla y se lo prescribe a sus discípulos; algunos continúan todavía esta práctica.

¡Qué más puedo decir excepto que lo celebraba todos los días y si enfermaba – lo que hace muy a menudo porque tiene sus ataques de fiebre! –  pide la comunión diaria. Para una época que pronto se hundirá en el jansenismo y sus excesos, esta exigencia es notable. ¿Qué hacemos de la comunión frecuente? ¿La trivializamos? ¿La descuidamos?

Quedan sus incisivas palabras sobre su fe en el Santísimo Sacramento como esta observación: “¿No sentís, hermanos míos, no sentís este fuego Divino ardiendo en vuestro pecho, cuando habéis recibido el Cuerpo adorable de Jesucristo en la Comunión?”  (Abelly L. III. 77). Da fuertes instrucciones a las Hijas de la Caridad, instrucciones que no tienen una arruga: “Una persona que ha recibido bien la comunión lo hace todo bien” (IX, 332). Esta instrucción es decisiva para la calidad de nuestras comuniones.

Tenemos que hacer este acto de una manera más deseada, mejor preparada y mejor vivida. Acercarse al pan eucarístico no es en absoluto banal sino siempre nuevo y estimulante. Nos construye espiritualmente y nos compromete a la santidad. Comulgar es un deseo de convertirnos en lo que somos, el Cuerpo de Cristo” ¿Y qué pensamos?

Al fin, si estamos intranquilos y somos demasiado rebeldes a la comunión frecuente podemos oír a San Vicente que nos estimula: “¿Crees que podrás acercarte a Dios alejándote de él y acercándote a él? ¡Oh, sí, es una ilusión!” (Coste I, 111).

Jean-Pierre RENOUARD CM
Provincia de Francia

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