Si el cambio que nos trajo el COVID-19 se reduce a la “gran novedad” del trabajo virtual, entonces, habremos fracasado en el paso por este desierto, porque no habrá tierra prometida, sino solamente otro estadio más dentro de la misma cultura de las aventuras y el entretenimiento, aficionados a las nuevas experiencias, pero sin capacidad de conversión en ninguna de ellas.


La Pastoral Vocacional es un buen termómetro para medir la creatividad mística- misionera que nos permite apropiarnos de una cultura de “renovación continua”, según nos señalan las constituciones, y que podría ser muy oportuno recordar en tiempos de la actual pandemia.

“La Congregación de la Misión, atendiendo siempre al Evangelio, a los signos de los tiempos y a las peticiones más urgentes de la Iglesia, procurará abrir nuevos caminos y aplicar medios adaptados a las circunstancias de tiempo y lugar, se esforzará además por enjuiciar y ordenar las obras y ministerios, permaneciendo así en estado de renovación continua” (C.2).

En fidelidad a su fundador, la Congregación de la Misión encuentra su inspiración vital en Jesucristo Evangelizador de los Pobres, quien no simplemente se limitó a un cambio de métodos respecto a las prácticas religiosas de su época, sino que generó opciones profundamente místicas al mismo tiempo que misioneras. Esa creatividad logró sorprender a San Vicente y lo expresó, por ejemplo, en el popular axioma “el amor es infinitamente inventivo”, cuyo origen es justamente la acción mística-misionera de Jesús en cuanto a su permanencia real en el pan eucarístico.

“Como el amor es infinitamente inventivo, tras haber subido al patíbulo infame de la cruz para conquistar las almas y los corazones de aquellos de quienes desea ser amado, por no hablar de otras innumerables estratagemas que utilizó para este efecto durante su estancia entre nosotros, previendo que su ausencia podía ocasionar algún olvido o enfriamiento en nuestros corazones, quiso salir al paso de este inconveniente instituyendo el augusto sacramento donde él se encuentra real y substancialmente como está en el cielo” (ES XI, 65).

De la misma forma que Jesucristo evangelizador de los pobres, en el campo de la Pastoral Vocacional hemos tenido la necesidad de crear nuevas propuestas y hasta de reinventarnos, pero no somos hijos de una tradición narcisista que nos permita conformarnos con algunos pocos cambios para ofrecer una imagen más joven de nuestra pequeña compañía. Eso sería el vicio de la esclerosis eclesial que denuncia el Papa Francisco (Cf. Christus Vivit 35) y sucede cuando nos contentamos porque ahora somos capaces de reunirnos por medio de una aplicación de videollamadas, pero nuestra vida, nuestro servicio misionero y nuestro ser mismo, permanecen inmutables.

La creatividad que nos exige la mística misionera, propia del carisma vicentino, es aquella que nos hace aprender a aprender de la vida en todas sus circunstancias, no como quien se maquilla de acuerdo con la ocasión, sino con un corazón auténticamente joven, porque “es propio del corazón joven disponerse al cambio, ser capaz de volver a levantarse y dejarse enseñar por la vida” (Christus Vivit 12).

Por eso, pensando desde una perspectiva de Cultura Vocacional Vicentina, la pregunta clave sería: ¿Cómo expresar durante y después de la pandemia esa mística misionera que nos renueva continuamente y que logra despertar en otros corazones el deseo por seguir a Jesucristo evangelizador de los pobres?

Los tiempos que vivimos, se pueden convertir en un aliado de la Pastoral Vocacional si somos capaces de emprender caminos que generan convicciones, sensibilidades y estilos de vida de acuerdo con el carisma fundacional pero bien encarnados en la época que nos corresponde vivir. De una lista casi interminable, ofrezco los siguientes ejemplos:

I. Es tiempo de repensar nuestro servicio misionero: ¿Estamos incidiendo en la pobreza del siglo XXI? ¿Seguimos siendo verdaderos formadores? ¿Nuestras obras reflejan el carisma fundacional con toda la fuerza mística de la acción que le caracteriza? De lo contrario podría ser que nos quedemos esperando a que “todo vuelva a la normalidad” porque no tenemos más impulso para volar que la fuerza de la costumbre, pero sin capacidad de rejuvenecernos. En concreto, el tiempo de pandemia nos puede ayudar a “promover la revisión de obras en las Provincias desde el cambio de paradigma que nos ofrece la Cultura Vocacional Vicentina” (Documento Final del Encuentro de Directores de Pastoral Vocacional, París, 2018, N 5.1.7).

II. Es tiempo de pasar de una pastoral de estructuras que casi siempre aspira al aumento numérico, a caminar como Cristo con los discípulos de Emaús: de persona a persona. La pandemia nos obliga a disminuir las actividades que requieren concentración de personas, y por esa razón, algunas veces podría parecer que lo único novedoso que hemos hecho es cambiar el canal: ya la gente no viene a Misa, ahora la transmitimos por redes sociales. ¡Vaya creatividad! Sin quitar el mérito que significa entrar al ambiente digital, tenemos la necesidad de despertar en nosotros la sensibilidad por el acompañamiento espiritual como procesos bien definidos a los cuales les dedicamos tiempo y vamos forjando itinerarios de crecimiento en la vida cristiana, y por lo tanto en la vocación de cada bautizado. El sínodo de los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional ha puesto en evidencia la urgencia de este ministerio:
“Los jóvenes nos han pedido de muchas maneras que se cualifique la figura de los acompañantes. El servicio del acompañamiento es una auténtica misión, que requiere la disponibilidad apostólica de quien lo realiza” (Documento Final del Sínodo 101)

III. Es tiempo de salir de la comodidad de la sacristía y vocacionalizar nuevos areópagos. Desde las redes sociales y en el contacto con cada persona tenemos la oportunidad de conocer el ámbito que está más allá de los círculos normales en los que estamos implicados. Es tiempo de dejarnos provocar por las inquietudes de la humanidad, con una mirada profética que vea más allá de los intereses superficiales que se muestran en el mundo digital, con un estilo misionero como el de San Vicente, capaz de “encontrar caminos donde otros ven solo murallas y de reconocer posibilidades donde otros ven solamente peligros” (Christus Vivit 67).

IV. Es tiempo de revitalizar la fuerza de la vida comunitaria. Si bien, los periodos de confinamiento nos obligan a pasar tiempo juntos, no es lo mismo aceptar una vida comunitaria más intensa con la esperanza de que en un tiempo podamos volver a nuestras ocupaciones, que el disfrutar las relaciones fraternas, compartir la alegría, descubrir más profundamente el valor de la vocación de los cohermanos con quienes caminamos en nuestra vida. Si bien el COVID-19 nos ha marcado distancias, también nosotros, en la Congregación de la Misión, tenemos el privilegio de crear cercanías con nuestros hermanos en la misión. Tal vez, esta pueda ser la oportunidad de entonar un precioso canto vocacional vicentino:

“¡Bondad divina, une también así los corazones de esta pequeña Compañía de la Misión, y pídele lo que quieras! La fatiga será dulce y todo trabajo resultará fácil, el fuerte aliviará al débil y el débil amará al fuerte y le obtendrá de Dios mayores fuerzas; y así, Señor, tu obra se hará a Tu gusto y para la edificación de la Iglesia, y los obreros se multiplicarán, atraídos por el olor de tanta caridad” (ES. III, 234).

V. Es tiempo de formación. En la eterna premura de la vida misionera la formación casi siempre tiene el papel de la cenicienta, porque se tiene la impresión de que hay cosas de mayor importancia, y a veces se piensa que de nuestro mucho trabajo depende el éxito de la misión (tentación demoniaca). ¡Es hora de despertar del sueño del activismo y darnos cuenta que la calidad del servicio misionero depende de la calidad de nuestra vida mística, de nuestra pasión por Jesucristo Evangelizador de los pobres y de nuestra capacidad de caminar en comunidad! La pandemia es una buena oportunidad para aprender a aprender, para tomarnos en serio el llamado a la conversión misionera que nos obliga a formarnos, no para simplemente actualizarnos en temas de teología o pastoral, sino para vivir a profundidad el gozo del Evangelio que se encarna en nuestra vocación misionera. Sin duda esta sería la mejor inversión para la Pastoral Vocacional, misioneros apasionados y formados son por naturaleza nidos de vocaciones.

Rolando Gutiérrez, CM
Vice-Provincia de Costa Rica

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