La Iglesia es un signo de la presencia del Reino de Dios en cada bautizado que asume su misión de cristiano (Mt 5,14). Así, conscientes de la misión que hemos recibido, estamos llamados a continuar los servicios pastorales por otros medios posibles. En nuestra época, el mensaje de la Palabra de Dios puede llegar a las familias a través de los medios de comunicación. La vivencia diaria de la fe y del amor fraternal en nuestros hogares constituye una forma privilegiada de testimonio cristiano. La fe cristiana, vivida diariamente en sus elementos esenciales, genera una mirada a la realidad, la posibilidad de ver el rostro de Dios que es un Padre bondadoso.

La experiencia de Dios en tiempos de epidemias en la época de San Vicente de Paúl, en el siglo XVII, se expresaba y concretaba en la acción contemplativa en favor de los pobres: “Una Hermana irá diez veces al día a ver a los pobres, diez veces encontrará a Dios. Sirviendo a los pobres, servimos a Jesucristo”. En nuestros días de pandemia, la pastoral caritativa es un medio de ir a los pobres y de practicar el celo por el cuidado de la vida. El celo apostólico es una virtud fundamental para el misionero. Saliendo de nosotros mismos para encontrar al hermano, podemos dialogar sin el choque de ideologías, encontrar a los que se sienten solos y hacer de nuestros hogares casas de oración. Sin embargo, la pastoral sufrirá cambios que transformarán la forma en que actuamos dentro y fuera de la Iglesia. Mirando el tiempo que ha pasado, nos damos cuenta de lo agitados que estábamos, con la rapidez de los encuentros, la falta de principios y de discernimiento pastoral.

En este camino misionero, nos damos cuenta de que necesitamos más tiempo para cuidar del prójimo y para revisar algunas estructuras anticuadas que no se ajustan a la realidad. Es cierto que estos días nos traen una reflexión sobre nuestras formas de evangelización, invitándonos a ser más contemplativos junto al pueblo de Dios. Estamos llamados a descubrir el valor de la persona humana: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9). La Iglesia es el espacio en que todos estamos llamados en Cristo Jesús a buscar la santidad. En ese sentido, se hace urgente un testimonio muy elocuente de amor fraternal, que ayude a superar el escándalo de la división entre los seguidores de Jesús, a través del respeto, el diálogo, el cuidado de la Casa Común, “misión que Dios nos ha confiado a todos” (QA 20), y una profunda conversión a Cristo. Jesús afirma: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn 13,35).

Los desafíos humanos, religiosos, culturales, sociales, políticos y ambientales afectan a todos en la misión. Es necesario que el proceso de reflexión se lleve a cabo a la luz de una mística arraigada en la espiritualidad cristiana. Más que nunca es necesario pensar en cómo ser un signo de auténtica autoridad en un mundo fuertemente marcado por la corrupción y la búsqueda de luces falsas. El filósofo Giorgio Agamben afirma que el contemporáneo es aquél que sabe ver la oscuridad y no aquél que se oscurece con luces falsas. Por lo tanto, el fundamento ético de la autoridad debe ser el territorio sagrado de la alteridad y el discipulado de la sanación. Las palabras del Santo Evangelio señalan esta dirección y nos invitan a actitudes de solidaridad y atención a las personas que no tienen nada, es decir, que necesitan un cuidado que les consuele en su vida. “Los que disfrutan de este mundo, no se fijen en él, porque pasa la apariencia de este mundo” (1Cor 7,31). 

Mons. Fernando Barbosa dos Santos, CM
Obispo de la Prelatura de Tefé.

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