Hoy continuamos con la segunda reflexión que el P. Aarón Gutiérrez, CM, Asistente General está dando sobre “Fratelli Tutti”. Esta reflexión es una invitación a nosotros, cristianos y vicentinos, a contribuir a la globalización de la caridad, término que no nos es nada extraño. Esperamos sus comentarios.

 

2. Hacia una humanidad samaritana.

La presentación que el primer capítulo hace de la realidad no es aséptica. Un breve recorrido de la parábola del Buen Samaritano, la acusa, y la pide reflexión y conversión en un sentido universal: «La misericordia de cada persona se extiende a su prójimo, pero la misericordia del Señor alcanza a todos los vivientes» (Si 18,13). De la compasión y misericordia con los más cercanos: familiares, con-nacionales, correligionarios y demás, se ensancha a la humanidad entera: “Este contexto ayuda a comprender el valor de la parábola del buen samaritano: al amor no le importa si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el «amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; es amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. […] Amor que sabe de compasión y de dignidad». (FT 62) Sin estas condiciones, como siempre, “los pobres son los más afectados”. Tema que toca sensiblemente al carisma vicentino. Los pobres… los pobres siguen siendo “peso y dolor” para quienes han recibido el don de servirles. La mirada del papa Francisco nos recuerda la mirada de Vicente de Paúl, el santo de la misericordia, el padre y protector de los pobres.

No es una mirada corta y superficial estancada en las apariencias de bien. Con sencillez se descubre el centro neurálgico de nuestra sociedad: “Hemos crecido en muchos aspectos, -dice el papa-, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente”.

La mirada del Papa es tal, que invita a un nuevo discernimiento, y a tomar nuevas decisiones. El repaso del encuentro del Buen Samaritano con el abandonado y herido en el camino es la ruta para un nuevo encuentro con Jesucristo. Los descartados… en el mundo, crecen día a día en número: por las guerras, por el desarrollo económico y por otros motivos más. En estos descartados, “hay una interpelación de ese ser humano que está allí tirado que nos hace cuestionarnos”. La historia del buen samaritano “recoge un trasfondo de siglos”, y se repite constantemente en la desidia social y política, pero también en la indiferencia y en el pasar de largo frente a los problemas de los demás. El servicio a los pobres es histórico y circunstancial. Como también es histórico el carisma. El Buen Samaritano respondió según las necesidades del abandonado y herido. Igualmente, Vicente supo responder en su momento a la pregunta que agudamente nos repite la encíclica: ¿Quién es mi prójimo? ¿A quién/es tengo que aproximarme hoy? ¿Qué debemos responder hoy nosotros?

Los actores en la parábola del Buen Samaritano tienen un significado actual: los ladrones o asaltantes, que no se dice quienes fueron, pero a quienes no dan mayor importancia. El abandonado y herido… Un sacerdote… un levita… el samaritano… La lectura que el papa hace de la parábola del Buen Samaritano exige que cada quien, sea personalmente, o en comunidad, se examine y se identifique con alguno de los personajes de la parábola, ya que, “como todos estamos muy concentrados en nuestras propias necesidades, ver a alguien sufriendo nos molesta, nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos. Estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas al dolor”. De una comparación sin temores, sin mecanismos de defensa, se espera una verdadera transformación en el espíritu.

Dos tipos de personas quedan al descubierto en la parábola: “Las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que distraen su mirada y aceleran el paso”. El carisma, la urgencia de “seguir a Jesucristo el evangelizador de los pobres”, cambió la ruta en la vida de Vicente. En algún momento de su vida tuvo que preguntarse ¿en cuál personaje de la parábola me veo reflejado yo? En algún momento hemos de preguntarnos ¿Cuál de estos personajes estoy siendo yo en este momento? Dice el Papa “Es la hora de la verdad: ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros?”. Mientras, deja caer una paradoja que le preocupa: “A veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes”.

El sueño más profundo es que hagamos nuestra la actitud del Samaritano… que se acerca, que se sale de las coordenadas de su mundo, es el otro parámetro de comparación que hemos de tener en cuenta. Todo en “Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común” (FT 67). El legista quiso escapar de la pregunta de Jesús, pero al final, tuvo que reconocer su limitación y enfrentar la verdad. Solo entonces Jesús le dice “ve y haz tu lo mismo”. Vicente concretó esta invitación creando modos concretos, “obras…”, “con una visión adecuada a su tiempo” para responder a otra gran pregunta ¿de qué modo puedo yo, o podemos en mi comunidad, “hacer lo mismo”? El reto más profundo de la encíclica está exactamente en esto: ¿qué vamos a hacer de frente a la transformación que se espera como acogida digna de esta encíclica?

3. De la caridad inmediatista a la caridad procesual

Asegura el papa Francisco que “Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva” para “recomenzar” en el amor. Es necesario devolverle al “amor” su sentido más profundo. Es un “valor” al cual, lo mismo a otros valores, ha sido vaciado de su verdadero significado, y llevado a comprensiones inadecuadas5. El amor es un valor inigualable que no todos aprecian por igual, y eso deshumaniza: “La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor. Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes demostraciones de fortaleza”.

El amor es el gran valor predicado por el Evangelio, más no puede confundirse con “buenismo”, pues “el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada. Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás”. Sólo desde el amor entendemos a fondo el sentido de la palabra prójimo. El papa tiene claro esto: “No digo que tengo ‘prójimos’ a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros”. Hacerme prójimo implica hacerme “servidor”, y es el horizonte de conversión que se nos pide hoy: “la entrega al servicio era la gran satisfacción (del Buen Samaritano) frente a su Dios y a su vida, y por eso, un deber. Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano”.

Evidente que todo esto supone acciones puntuales e inmediatas, o si se quiere, asistenciales, cuando no hay alternativas. Estas son situaciones que de alguna manera surgen siempre. Pero, cada vez es más urgente y necesaria, la confección y el desarrollo de procesos orientados a la transformación del mundo que propone el Evangelio. En capítulos anteriores nos advirtió el papa que la realidad nos lleva a un “nuevo desarrollo de la espiritualidad y de la teología”, donde la fe, con el humanismo que encierra, debe mantener vivo un sentido crítico frente a estas tendencias, y ayudar a reaccionar rápidamente cuando comienzan a insinuarse. Por ello, es importante que la catequesis y la predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos”.

Se espera que la teología y la espiritualidad, eleven el potencial de respuesta que tiene el amor. Redimensionar el potencial del amor no sólo a nivel de personas, sino en su dimensión comunitaria. El amor de Dios nos pone en tensión hacia los otros. Incrementa la vocación de “formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros”. Se trata de un amor que llama a la “amistad social”. “Amor y amistad” ambas con fuerte impacto socio-económico y político. Destinados a superar el racismo, la exclusión y la discriminación creando sociedades que se abren e incluyen a todos. Lo cual, bien interpretado, no significa defender, ni impulsar “un universalismo autoritario y abstracto, digitado o planificado por algunos, y presentado como un supuesto sueño en orden a homogeneizar, dominar y expoliar”.

 

El amor social del que se habla, está llamado a trascender el mundillo de “asociados”, defensores de sus propios intereses. Repercutir contra ese “individualismo radical (que) es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común”. El bien común no puede olvidar la obligación de promover un contenido más exacto de los conceptos de igualdad, libertad y fraternidad, de la dignidad de las personas, de buscar el respeto a los derechos humanos de todos, y de cimentarlos moralmente: “No podemos dejar de decir que el deseo y la búsqueda del bien de los demás y de toda la humanidad implican también procurar una maduración de las personas y de las sociedades en los distintos valores morales que lleven a un desarrollo humano integral. En el Nuevo Testamento se menciona un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22), expresado con la palabra griega agazosúne. Indica el apego a lo bueno, la búsqueda de lo bueno”. El bien común es el criterio para fortalecer los conceptos de solidaridad, que “se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás”; y por supuesto, el concepto de servicio “es «en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo». La Caridad, exige crear procesos que faciliten la obtención de este “bien común” que se refiere a “todos” los humanos, y a “todo” el universo. Un verdadero desafío para ampliar el sentido de la efectividad en la caridad.

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5 Por ejemplo, los conceptos de libertad, de igualdad, de fraternidad, de justicia, de la amistad, etc.

P. Aarón Gutierrez, CM
Asistente General

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