En este día, presentamos la tercera y última entrega de la reflexión que el Padre Aarón Gutiérrez, CM, asistente General ha venido realizando acerca de la ultima Encíclica del Papa Francisco “Fratelli Tutti”. En su articulo, el padre Gutiérrez, nos ha ofrecido una reflexión de la Encíclica, desde una perspectiva muy vicentina. Esperamos que haya sido de su agrado. Al final podrán descargar el articulo completo y la Encíclica “Fratelli Tutti” en formato PDF.

 

La extensión del concepto “Caridad”

Tal vez la encíclica no proporciona nuevos elementos. Pero es notoria la extensión del concepto de “Caridad” de un plano individual, o, de un modelo societario, a una acción de conjunto, que se destina a todos los hombres y mujeres del mundo. Evidentemente todo un sueño. La pregunta en esta forma de entender la caridad es ¿Qué podemos hacer las personas que hacemos la caridad, y las asociaciones de caridad, para orientarnos hacia esta caridad de carácter universal y con repercusiones nuevas en la economía, en la sociedad y en la política?

Ya se han dicho algunas ideas: estudiar las causas de la injusticia, de la desigualdad, de la pobreza… Y, elaborar proyectos que vayan en sentido holístico. El papa Francisco, asume que es indispensable devolver su sentido original a los conceptos, falseados por prácticas inadecuadas. Sanear el concepto y sanear las prácticas.

Un ejemplo: el Papa Francisco considera importante hablar del amor en la política. Una realidad que no se puede desechar, por lo que pregunta: “¿Puede funcionar el mundo sin política?” En el quinto capítulo (nos. 154-197) la encíclica propone una profunda reformulación y restauración de la idea política dominante en el mundo actual: que “con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marcha hacia un mundo distinto”. El objetivo de esta reflexión es “hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social”; para lo cual “hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común”, cosa que no hacen los sistemas políticos actuales, populistas o liberalistas, que terminan “despreciando” y “excluyendo” a los débiles y sirviendo a “los intereses económicos de los poderosos”6. Cuando se dice “popular” es algo distinto, es relativo al “Pueblo” que tiene indudable incidencia en la gente y gestionada y es participada, por el común del pueblo. De manera que: “La buena política busca caminos de construcción de comunidades en los distintos niveles de la vida social, en orden a reequilibrar y reorientar la globalización para evitar sus efectos disgregantes”.6

El objetivo, según la Encíclica, es hacer de la fraternidad un instrumento de transformación de las relaciones internacionales: “es necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad sino al mismo tiempo una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes”, y crear un camino ascendente determinado por una sana subsidiariedad que, partiendo de la persona, se amplía para abarcar las dimensiones familiar, social y estatal hasta la comunidad internacional: “Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en «el campo de la más amplia caridad, la caridad política”…, “Se trata, por tanto, de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social. Una vez más convoco a rehabilitar la política, que «es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común».

En este proceso es fundamental tener conciencia de la “interdependencia”, una de las características propias del mundo en que vivimos. Hoy los problemas son interdependientes y, por tanto, también han de serlo las soluciones. De ahí la necesidad de fomentar el «amor social», que es una «fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos». Desde un amor así, es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados.

La caridad, posee un “dinamismo universal” capaz de “construir un mundo nuevo” …, “porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos”. El respeto a la dignidad humana, la compasión y el cuidado recíproco, son fruto del amor, ya que «La caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une». Mas todo esto supone renunciar al materialismo del mundo actual: “La gratuidad existe”. Y se puede impulsar la ayuda mutua y recíproca: “Necesitamos desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie. La pobreza, la decadencia, los sufrimientos de un lugar de la tierra son un silencioso caldo de cultivo de problemas que finalmente afectarán a todo el planeta” ¿Qué quiere decir el papa con “gratuidad”? La gratuidad –dice- “Es la capacidad de hacer algunas cosas porque sí, porque son buenas en sí mismas, sin esperar ningún resultado exitoso, sin esperar inmediatamente algo a cambio. Esto permite acoger al extranjero, aunque de momento no traiga un beneficio tangible. Pero hay países que pretenden recibir solo a los científicos o a los inversores”.

No me parece que el papa proponga un “nuevo orden mundial”. Lo que pasa es que no ignora, como muchos de nosotros tampoco lo ignoramos, que eso del nuevo orden está en el ambiente y no debemos dejarlo de lado, porque parece haber de fondo, cosas muy oscuras y que afectan a todos. No sobra decir lo que demanda el Pontífice: tener en cuenta el valor de la solidaridad; la condonación de la deuda a los países pobres y crear verdaderas oportunidades de desarrollo: “Es posible –enfatiza- anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas”. Señala la encíclica, con mucha clarividencia que “el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente”. La dimensión económica que está ligada al mercado, no puede absorber ni anular las funciones de una sana política. Unido a esto, va el pedido de reformar la labor de la ONU cuyo fin sería generar una “familia de las naciones” trabajando por el bien común, la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos humanos. A de recurrir siempre a “la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje”, para “promover la fuerza del derecho sobre el derecho de la fuerza, favoreciendo los acuerdos multilaterales que mejor protejan incluso a los Estados más débiles”. La política mundial está llamada a no dejar de “globalizar los derechos humanos básicos”: ser eficaces en terminar con el hambre y la sed, el derecho a la salud, a una vivienda digna, a las necesidades elementales que han sido aún satisfechas. Es imperativo terminar con los discursos elegantes y de buenas intenciones, pero faltos de efectividad.

Finalmente, la amistad social implica muchas cosas: “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo ‘dialogar’. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve el diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta”. Construir el bien común requiere del consenso, de una cultura del encuentro, que busca puntos de contacto, tiende puentes y proyectar algo que nos incluya a todos: “un pacto social realista e inclusivo debe ser también un ‘pacto cultural’, que respete y asuma las diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que coexisten en la sociedad”. La amistad social se hace desde la amabilidad, tratar bien a los demás, “decir ‘permiso’, ‘perdón’, ‘gracias”. Crear espacios de escucha que rompan la indiferencia. A su entender, “el cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes”. Esforzarse cada día por todo esto “es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos”.

Es necesario además crear caminos de “reencuentro” o “artesanía de la paz”, en la que “intervienen las diversas instituciones de la sociedad, cada una desde su competencia, pero hay también una ‘artesanía’ de la paz que nos involucra a todos”. Este camino implica recuperar el valor del perdón, pero sin renunciar “a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable”. Con gran ímpetu declara el papa: “¡Nunca más la guerra, fracaso de la humanidad!”, ¿Por qué no invertir el dinero invertido en armamentos en un fondo mundial para eliminar el hambre? La paz se va construyendo desde la educación en familia: “No se trata pues entonces de una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lio, ya que no es un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría, lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias.

Armemos, dice el Papa, a nuestros hijos con las armas del dialogo. Enseñemos la buena batalla del encuentro”

Después de mostrar las inconveniencias del armamentismo, de cuestionar e impugnar el criterio de la “guerra justa” y la pena de muerte, insiste en que la quienes “pretenden pacificar a una sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz”. En consecuencia: “Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos”.
En este llamado a crear la fraternidad universal, las religiones tienen un rol especial. Están “al servicio de la paz”. Resalta los temas que pueden ayudar a un mejor diálogo entre las religiones: “la valoración de cada persona como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad. El diálogo entre personas de distintas religiones no se hace meramente por diplomacia, amabilidad o tolerancia”. El aporte de las experiencias de fe, la búsqueda sincera de Dios, el respeto a la dignidad humana y a la fraternidad, no debe ser empañado “con nuestros intereses ideológicos o instrumentales”. Las religiones han de establecer, por tanto, caminos de reflexión sobre aquello que puede unirlas: “Los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de manera que algunos aspectos de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia, negación del otro. La verdad es que la violencia no encuentra fundamento en las convicciones religiosas fundamentales sino en sus deformaciones”.

Como pueden ustedes imaginar, esto que escribo es sólo un abrebocas. De los 287 números divididos en 8 capítulos, solo hago una semblanza poniendo como centro el tema de la caridad, que es un tema que, como vicentinos, nos apasiona. Los temas que me gustaría profundizar son muchos; confío en que algún otro momento ahondaré en ellos. Con todo, agradezco profundamente las reflexiones del Papa Francisco en ésta encíclica que, sin duda, pueden darnos muchas luces para orientar la Caridad a sus máximos. Leer estas reflexiones desde el cambio sistémico, por ejemplo, puede descubrir nuevos espacios de acción caritativa para todos, pero en especial para el laicado vicentino. De alguna manera, san Vicente ya había intuido que «El amor cristiano… es un amor por el que se aman unos a otros por Dios, en Dios y según Dios; es un amor que hace que nos amemos mutuamente por el mismo fin por el que Dios ama a los hombres, que es para hacerlos santos en este mundo y bienaventurados en el otro; por eso, este amor hace que miremos a Dios y no miremos más que a Dios en cada uno de los que amamos». Esta sería una universalidad desde Dios mismo. A final de cuentas, nadie puede contradecir que la entrega es el mejor signo del amor: “Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos decía: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8), y eso es lo que propiciamos y defendemos al hacer efectiva la caridad.

P. Aarón Gutiérrez Nava, CM
Asistente General

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6 En este sentido, intenta el papa corregir la distorsión que se ha dado a la palabra política y consecuentemente a su práctica: “Para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología”.

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