Las estrictas definiciones de las realidades, a menudo, no son tan útiles. Esas definiciones en vez de ampliar nuestro entendimiento lo restringen. Aquí, en vez de definir, intentaré hacer una amplia descripción de la vocación a hermano en la Congregación de la Misión hoy, dejando espacio para nuevos avances en el futuro, de la misma manera que ha habido una considerable evolución en el pasado.

A continuación, ofrezco siete elementos claves para la vocación del hermano vicentino hoy y mañana. Como es evidente, algunos de esos elementos también fueron claves en el pasado, aunque con diferentes matices.

Los hermanos de la Congregación de la Misión son laicos que viven en comunidad junto con sacerdotes y clérigos, siguiendo a Cristo Evangelizador y Servidor de los Pobres.

Aquí, el énfasis se encuentra en la vocación laical de los hermanos. Si bien Vicente en su tiempo acentuó fuertemente el aspecto laical de la vocación de los hermanos, también es cierto que lo hizo en un ambiente altamente clericalizado. Para Vicente, específicamente, la dignidad del sacerdocio superaba con creces al de ser hermano. Aunque Vicente trataba bien a los hermanos y que la mayoría de los hermanos lo amaban, a menudo se les consideraba como servidores de los sacerdotes de la Congregación. En el siglo XXI, la dignidad de la vocación laical ha recibido un nuevo enfoque que ha puesto el acento en la llamada universal a la misión, a la santidad y a crear la civilización del amor. Los hermanos son miembros de pleno derecho de la Congregación, llamados a abrazar y a vivir el propósito y el estilo de vida de la Congregación en plena igualdad con los sacerdotes y clérigos, al mismo tiempo que lo hacen de manera laical.

Siguiendo las huellas de Cristo, prometen servir a los pobres durante toda su vida en comunidad viviendo en castidad, pobreza y obediencia.

Desde el principio, los hermanos de la Congregación, como los sacerdotes, pronuncian los votos. De hecho, los hermanos se hicieron presente el 22 de octubre de 1655, cuando Vicente pidió a los cohermanos que se reunieran en la Casa Madre para leer el breve papal Ex Commissa Nobis aprobando los cuatro votos de la Congregación. ¡Fue un gran día! El escrito se leyó en voz alta en latín y luego, para los hermanos, en francés. A los presentes se les solicitó la firma de un documento para testificar que “aceptaban el escrito y que se sometían a él”[1]. El número de hermanos que, en el transcurso de unos días, en San-Lázaro firmaron, fue casi igual al número de sacerdotes. Los hermanos constituían 1/3 de la Congregación en ese momento.

Están comprometidos con una vida de oración diaria en común con los sacerdotes y clérigos de la Congregación.

En sus comentarios sobre los hermanos, Vicente habló una y otra vez sobre su oración. Les dijo a los sacerdotes, a las hermanas y a los seminaristas lo impresionado que estaba por ello. Personalmente, a lo largo de los años, me ha sorprendido el mismo fenómeno: algunos de los cohermanos más devotos que he conocido (hasta donde se puede juzgar externamente) han sido hermanos.

En definitiva, una vida de oración, de servicio y de amistad mutua es lo que atrae a las personas a las comunidades. Como Vicente solía decir: alguien que reza puede hacer todo; alguien que no reza está vacío[2].

En este contexto, la afirmación de Vicente de que los hermanos ejercen el cargo de Martha claramente necesita muchos matices. Si bien los hermanos a menudo asumen con alegría el papel de Marta como servidores en la comunidad, también es cierto que ellos asumen con entusiasmo el papel de María en la escucha y la oración.

Respondiendo a la llamada universal a la santidad, se esfuerzan, en su vocación laical, por crecer en las cinco características virtudes vicentinas: sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y celo.

Francisco de Sales influyó enormemente en Vicente. Hoy muchos dicen que Vicente era más “salesiano” que “bérulliano”[3]. Vicente a menudo hacía referencia al libro de Francisco titulado La introducción a una vida devota donde se describe en detalle el llamado universal a la santidad. Si las cinco virtudes son centrales en la vida de todos los miembros de la Congregación, éstas parecen (si así se puede decir) aún más apropiadas para la vida de los hermanos, ya que gran parte de su servicio es a menudo humilde y oculto.

El alcance de su servicio a los pobres y a su comunidad vicentina es extraordinariamente amplio.

Abarca formas “tradicionales” de trabajos manuales que enriquecen la vida diaria de la comunidad, así como una variedad, notablemente amplia, de otros servicios. Hoy, un gran número de ministerios están abiertos a los hermanos. En mi vida, he conocido hermanos que sirvieron con alegría como agricultores, cocineros, electricistas, plomeros, carpinteros, conductores, maestros y especialistas en computación. Hoy en día, conozco hermanos que aportan desde su competencia y creatividad en la creación de sitios web y también animan a las comunidades locales a través de la música y el arte. Los hermanos sirven como ecónomos, colaboran en la elaboración de los planes provinciales, son líderes de comunidades locales de base, instructores en escuelas secundarias y universidades, traductores, líderes en la oración, catequistas, promotores de los servicios de la Palabra de Dios, ministros de los enfermos en sus hogares y en los hospitales. Y, directa o indirectamente, como servidores de los más necesitados.

Su edad de ingreso y su nivel educativo al momento de ingresar varían.

Al igual que en el tiempo de San Vicente, mucho dependerá de cuándo un candidato escuche la llamada de Dios, de los dones que Dios le ha dado, de su atracción y capacidad para vivir la vocación vicentina, y del proceso de discernimiento en el que entrará a la comunidad. En otras palabras, no hay un solo modelo de hermano, no existen moldes. Esto crea un desafío. En la vocación de un hermano, quizás más que en la vocación de un sacerdote, el discernimiento recíproco sobre, cómo un hermano puede servir mejor, es esencial. La Congregación está llamada a escuchar los dones y deseos del candidato. El candidato está llamado a escuchar las esperanzas y las necesidades de la Congregación. La reciprocidad es indispensable. De este diálogo surgirá el proceso de formación de un candidato a la hermandad.

Si bien el esquema general de la formación de los hermanos de la Congregación se describe en la Ratio Formationis[4], también debe adaptarse creativamente a la edad y al talento de los candidatos.

Como ocurre con todos los miembros de la Congregación, la formación de los hermanos es un proceso que dura toda la vida[5]. Aquí, sin embargo, permítanme ofrecer una precisión. A veces pensamos en la formación permanente como una obligación de continuar nuestra formación una vez finalizado el período de formación inicial. La Ratio Formationis ha sido escrita en esa perspectiva y en su octavo y último capítulo así se refiere a la formación permanente. Pero en realidad es al revés. ¡La formación continua debe ser lo primero! La formación permanente es la obligación básica y subyacente de todos nosotros. Es fundamental para nuestro crecimiento y renovación continua. Las diversas etapas de la formación (lo que llamamos “inicial” y “continua”) deben encajar en un proceso coherente de por vida. Alguien que en cualquier momento deja de formarse se estanca y muere[6].

 

[1] CCD:XIIIa:421.

[2] CCD:

[3] Discourse in Romania, May 2, 2019.

[4] Vincentiana

[5] Gutiérrez

[6] Cf. Amedeo Cencini, “Crear una Cultura Vocacional Hoy,” VICENTIANA (Año 63. N°1. Enero-marzo 2019) 92-93.  Cencini trata este tema de manera convincente en muchos de sus libros.  Cf. también, Rolando Gutiérrez, C.M., Donde Dios nos quiere (CEME & La Milagrosa. 2020).

 

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