La resurrección hecha niño y misión

Desde que me ordené sacerdote he celebrado Misa para niños y en mi caso puedo decir que, si me darían a elegir una comunidad para celebrar Misa todos los domingos, elegiría una donde haya niños. Muchos creen que es algo sencillo porque son pequeños y es justamente ahí el problema, ya que se debe considerar varios factores como ser: la edad, la capacidad para lograr la atención, la dinámica, la pedagogía, la creatividad, la flexibilidad para saber que no siempre van a responder según uno ha pensado y la capacidad de poder hablar del misterio con mucha simplicidad.

La Pascua es uno de los misterios donde, los adultos, hemos incorporado a nuestra vida con mucha naturalidad, donde pareciera que esto es lógico y que debería ser así… y no. Hablar a los niños de Resurrección muchas veces se torna difícil porque no tienen una experiencia tangible de ella, aunque si de la muerte. La muerte es hasta más cercana porque de algún u otro modo han perdido un ser querido o incluso una mascota y cómo hacerles entender que quien ha muerto está vivo.

Si bien la resurrección no es algo no es algo “lógico” (sino más bien un regalo que nos ha hecho Dios a través de su Hijo) considero que muchos de nosotros tenemos en nuestra vida alguna experiencia de ella de la cual podemos hablar y poner en imágenes esto que es misterio y en mi caso particular tiene rostro de misión y de niño.

A los 18 años tuve mi primera experiencia de misión, en el norte de Argentina (a unos pocos kilómetros de Bolivia). Plena montaña, unos 4500 mts de altura, con mucho frio, y un terreno extremadamente árido. Por ser el más joven del grupo me dieron a cargo los niños y la preparación a la comunión. Durante 12 días pude contemplar un pequeño grupo de niños llegar a la capilla desde muy lejos. Se levantaban de madrugada para caminar entre 1 a 4 horas para llegar a tiempo y si bien eran de hablar muy poco, en el momento de hacer algún canto lo hacían muy fuerte, como alzando la voz a un Dios del cual, lo único que sabían era aquello que les trasmitieron sus abuelas o madres pero que en definitiva llegaba a ser suficiente. El día de la comunión uno podía notar, en ese silencio casi cultural, la alegría y el gozo de recibir a Jesús hecho pan. Al finalizar y ya por retornar a mi ciudad, uno de ellos, llamado Daniel simplemente me dio un abrazo y me dijo “gracias”, y entendí en eso momento que, a pesar de todo ese clima de muerte, de silencio y de sacrificio, ahí estaba la vida, había resurrección.

En el 2015, experimenté una crisis en lo personal como nunca antes y como Dios conoce nuestro interior, me colocó un día en medio de un grupo de niños a los que les regalé dos medallitas de la Virgen, una para ellos y otra para darle a quien ellos consideraban que lo podían necesitar. Al finalizar ese momento y ya casi retirándonos un niño me dice, quiero regalarte mi medalla para que ya no estés triste. En ese momento no sabía que responder, pero sí supe que ése era un encuentre con el Resucitado, como ese encuentro de María que escuchando su nombre, sin entender mucho, pudo reconocer a su maestro en ese rostro.

Y como éstas, podría seguir escribiendo historias de aquellos lugares más pobres e inhóspitos donde Dios me hizo entender, con rostro de niño, el significado de la Resurrección, porque sí, los misioneros no solo debemos ir de misión para anunciar al Resucitado, sino también para encontrarnos con el Resucitado en la misión. Sin este encuentro, sin esta experiencia, los niños podrán escuchar de nosotros una buena teología sobre la Pascua, pero jamás entenderán qué es la Pascua en nuestras vidas para poder descubrirla en las suyas.

P. Hugo Vera, CM

 

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