De la resiliencia a la esperanza

 

Alguna vez un amigo me regaló unos libros sobre la resiliencia, la cual dicen que es la capacidad para adaptarse a las situaciones adversas con resultados positivos. Si bien se puede pensar que todas las personas son resilientes de alguna u otra manera, considero que no todos tenemos la misma capacidad para seguir adelante o para tener la suficiente confianza en nosotros o al menos un deseo por ponernos de pie. De hecho, es cada vez más notaria la depresión como una especie de “pandemia” que acecha a personas que conocemos como familiares, amigos, compañeros de trabajo, incluso personas que socialmente se espera que no como los consagrados.

Como una especie de humedad en un ambiente, la depresión se va metiendo sin darnos cuenta en todas nuestras estructuras, nuestras Provincias, casas, la vida comunitaria e incluso en el corazón mismo de las personas y nos hace pensar que ya nada tiene sentido, que esto no va a cambiar, nos hace creer que es mucho mejor mantener todo lo que tenemos como una especie de agonía hasta que por arte de magia todo desaparezca o incluso la muerte nos traiga un poco de respiro.

Dios supo poner en mi vida personas que han sido ejemplo de resiliencia, personas que vivieron dolores extremadamente fuertes y supieron (desde ese dolor) ponerse de pie y caminar, heridos pero avanzando. Fueron ellos quienes me enseñaron que se puede salir aun cuando la realidad parezca imposible de superar.

Pero ¿qué pasa cuando nos toca estar del lado de aquellos que ya no tienen fuerzas, que se les ha nublado tanto la mirada que no pueden ver esas posibles soluciones? ¿Cuando muchas veces no depende de nosotros sino de factores externos que van más allá de nuestras fuerzas?… cuando todo esto ocurre me sorprende aquella frase bíblica diciendo “nuestro auxilio viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”.

Y es así, no podemos ser meros caminantes, Dios nos llama a ser creyentes y cuando esto ocurre sucede un salto de la resiliencia a la esperanza, porque ella no mira nuestras fuerzas, nuestros sueños o capacidades sino solo esa confianza en el Dios de la vida que es capaz de resucitar a los muertos.

Como miembro de esta Pequeña Compañía muchas veces he mirado solo mi realidad, mi contexto o mi historia y muchas veces me envolvió la desilusión pensando que ya no quedaba mucho por hacer, que la estructura era vieja pero casi imposible de modificarla. Me tocó ser promotor vocacional y ver que a muchos jóvenes la propuesta del evangelio era algo que no tenía cabida en su vida. Pero como Dios va más allá de lo que uno puede pensar, hoy me hace mirar nuevas realidades y descubrirme un una “Compañía” que muchas veces no es tan “Pequeña”, no porque ella sea grande, sino porque Dios la sigue acompañando. En cada emisión de votos, en cada ordenación, en cada proyecto que lleva adelante un cohermano o una Provincia o incluso la misma Familia Vicentina, el Señor nos regala esperanza. Nos hace salir de la mirada sobre nuestras “capacidades” para centrarnos en la “confianza”, en aquella no tapa nuestras debilidades sino que permite que incluso con ellas sea Dios quien nos ponga de pie.

Que el Señor no permita que seamos solamente resilientes sino que nos lleve al camino de la esperanza, de aquella que hace ver su presencia aun en las mayores depresiones.

 

  1. Hugo Marcelo Vera, CM

 

 

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