Creo que últimamente están apareciendo una variedad de libros vicencianos muy significativos. No sé si son más cantidad que hace unos años, o es mi sensación, pero lo que sí me parece es que tratan temas de bastante actualidad. No miran solamente al pasado, sino que intentan iluminar el presente con la experiencia de los orígenes.

Me parece interesante, como misionero, poder realizar una reflexión en torno a alguno de esos temas, a alguna de esas obras. Entiendo que es lo que muchos hacemos al leer el libro. Pero me parece todavía más interesante poder realizar una reflexión conjunta con el autor, un diálogo que profundice la reflexión, la haga compartida, abierta a la crítica y la aportación de otras miradas. Es por esa razón que se nos ha ocurrido crear esta sección de “diálogo con el autor”. En ella pretendemos escribir la propia opinión en referencia a una obra, a algunos aspectos de ella, y que el autor tenga la posibilidad de responder, de contestar, de explicarse, de profundizar.

Quiero comenzar un diálogo con el misionero Rolando Gutiérrez Zúñiga, en torno a su obra Donde Dios nos quiere. Hacia una Cultura Vocacional Vicentina”.

El autor sostiene, creemos que muy acertadamente, que la cultura vocacional está compuesta por tres dimensiones. Una mentalidad, un dinamismo cognitivo, “nos referimos a los principios y convicciones que sostienen un sistema de valores sobre el cual se construye toda una cultura” (p. 80). Una sensibilidad, un dinamismo afectivo, que “es el paso de los principios o valores objetivos (así debe ser) al valor subjetivo (así lo siento) de esas convicciones” (p. 82). Y una pedagogía, un dinamismo práctico, “la implicación personal de los sujetos de un determinado grupo que desarrolla un estilo de vida en torno a un proyecto común” (p. 80). Es decir, vivir una cultura vocacional vicentina supone una forma de pensar, una forma de sentir y una forma de hacer.

En la explicación de estas tres dimensiones se centra la segunda parte del libro; tras una primera parte centrada en la realidad actual del mundo, la iglesia, la Congregación y las vocaciones al interior de ellas. La tercera parte de la obra desarrolla y concreta la tercera de las dimensiones de la cultura vocacional, la pedagogía vocacional vicentina: “Con esos elementos hemos establecido un paralelismo entre la propuesta vocacional del Papa Francisco y las acciones de San Vicente de Paúl en los acontecimientos fundacionales 1617, dando origen a una pedagogía vocacional vicentina que se expresa en tres acciones: salir, ver y llamar. En esta tercera parte, vamos a utilizar esos tres verbos para tejer un itinerario que nos ofrezca las pautas que ayuden a edificar una Cultura Vocacional Vicentina” (p. 149).

Según esto, entiendo que el autor da primacía a la dimensión de la pedagogía para edificar la cultura vocacional. Simplificando: si hacemos cosas vicentinas, si llevamos un estilo de vida vicentino, se transformará nuestra forma de pensar y sentir, lograremos pensar y sentir de forma vicentina. Indudablemente, así sucede en muchos aspectos de la vida. Todos tendremos experiencia de hacer algo que, en principio, no pensábamos ni sentíamos que fuera bueno para nosotros, pero a base de hacerlo, hemos acabado pensando y sintiendo de forma favorable hacia ello; o tratar con una persona que no valorábamos positivamente, y estando con ella y tratando con ella, ha cambiado nuestro pensamiento y sentimiento de forma más positiva hacia ella.

Si miro la realidad de la Congregación, de mi Provincia, desde el prisma de la cultura vocacional, analizadas desde sus tres dimensiones, veo que hay realidades en las que lo que falla es la forma de pensar, otras en las que flaqueamos en la forma de sentir, y otras en las que lo que hacemos no es vicentino. Pondré dos ejemplos sacados de las respuestas de mi Provincia al cuestionario para la Asamblea General, según mi visión personal:

  • Vida espiritual: todas las comunidades tienen organizados los tiempos de oración, de celebración de la Eucaristía, de retiros en los tiempos fuertes; la mayoría de los misioneros realiza su oración diariamente, celebra la Eucaristía, participa en los ejercicios espirituales anuales… Es decir, nuestro hacer adecuado y es vicentino. Pero los misioneros constatan: “Cristo ha de ser el centro de nuestra vida y misión. Reconocemos las dificultades que tenemos para llevar a cabo esta meta viviendo nuestra espiritualidad sin profundidad, de forma desencarnada y alejada de los pobres. La Eucaristía y la oración son importantes en nuestra vida, pero constatamos que frecuentemente no las vivimos en profundidad. Necesitamos motivarnos para motivar a los nuevos y alentar a los que ya están en la formación y en la pastoral vocacional.Parece que, aun teniendo un hacer vicentino, el sentir no lo acompaña, nos sentimos sin profundidad, sin encarnación, sin motivación. ¿Qué es lo que falla?
  • Nuestros ministerios con los pobres: todos los misioneros conocen bien nuestro carisma, tienen claridad de nuestra misión de evangelizadores de los pobres, piensan que los pobres son nuestros amos y señores. Pero constatan con realismo que “en muchas de nuestras comunidades no hay un servicio directo a los pobres. En la acción social nos centramos en la Cáritas parroquial con actividades de asistencialismo y no en una verdadera acción evangelizadora entre los pobres.Parece que en este asunto tenemos claro el pensar, pero nos falla el hacer, que no es vicentino. ¿Cómo podemos solucionarlo?

Espero que esta pequeña reflexión sea una interpelación para el P. Rolando, que le ayude a reflexionar, a profundizar y poder ofrecerme (ofrecernos) unas respuestas a estas cuestiones.

Hno. Francisco Berbegal Vázquez, c.m.

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