LOS ENFERMOS Y LAS PERSONAS MAYORES FUERTES CONSTRUCTORES DE UN FUTURO BRILLANTE Y LLENO DE ESPERANZA

Queridos miembros de la Familia vicenciana,
¡La gracia y la paz de Jesús estén siempre con nosotros!

Cada año la Iglesia nos ofrece el don del tiempo de gracia llamado «Adviento» que nos ayuda a preparar nuestro corazón y nuestro espíritu de manera particular para el tiempo de Navidad. Siguiendo la reflexión sobre san Vicente de Paúl como «místico de la Caridad» nos invito a todos en el tiempo de Adviento de este año a meditar sobre la misión innegable y vital  de los enfermos y personas mayores en el seno de la Iglesia y en el mundo, y de este hecho, por tanto en nuestras congregaciones, asociaciones, comunidades, familias y grupos.

Si, por una parte, la sociedad considera tan a menudo a los enfermos y a los ancianos como inútiles para el desarrollo de un futuro brillante y esperanzador para la humanidad, por otra parte, en la Biblia Jesús da un vuelco a todos esos prejuicios y otorga a los enfermos y a los ancianos un papel privilegiado en la misión que el Padre le ha confiado de atraer a todos los pueblos hacia él, hacia su corazón, para hacer realidad el Reino de Dios.

Esta inversión bíblica proviene de una distinción radical de quién, de hecho, se sitúa en el centro. ¿Quién es el que da pleno sentido a nuestra vida, a lo que hacemos, a lo que dedicamos todos nuestros dones y talentos? ¿Quién es la fuente última de la felicidad y de la alegría? No es la persona humana la que ocupa el primer lugar, sino Dios.

La sociedad suele poner a la persona humana en el centro, en la medida en que la persona es rentable física y mentalmente; Dios no tiene cabida, o si la tiene, está en tercer o cuarto lugar, dependiendo de los puntos de vista egoístas de cada individuo. La conclusión lógica es que en un momento dado los enfermos y los ancianos se convierten, como repite a menudo el Papa Francisco, «en los marginados de nuestras sociedades» (Cf. Fratelli tutti, 19-20, 278), que ya no son útiles para contribuir a un futuro brillante y esperanzador para la humanidad.

San Vicente habla en varias ocasiones del papel de los enfermos:

«Ya os he dicho muchas veces, pero no puedo menos de repetirlo una vez más que hemos de creer que las personas enfermas de la Compañía son una bendición para la misma Compañía y para la casa; y esto lo hemos de tener más en cuenta por el hecho de que nuestro Señor Jesucristo quiso este estado de aflicción, que él mismo aceptó para sí, habiéndose hecho hombre para sufrir». (Sígueme XI/3, 344-345; conferencia 107, «Sobre el buen uso de las enfermedades», 28 de junio de 1658).

«Hemos de alabar a Dios de que, por su bondad y misericordia, haya en la  Compañía enfermos y achacosos que hacen de sus sufrimientos y enfermedades un espectáculo de paciencia, donde presentan todo el esplendor de sus virtudes. Le daremos gracias a Dios por habernos dado estos compañeros. Ya he dicho muchas veces y he de repetirlo una vez más que hemos de pensar que las personas enfermas de la Compañía son una bendición para nosotros». (Sígueme XI/4,761; extracto conferencia 203, «Sobre la utilidad y el buen uso de las enfermedades»).

«Pero en la Compañía, ¡pobre Compañía!, que no se permita nada especial, ni en la comida, ni en el vestido; exceptúo siempre a los enfermos, ¡pobres enfermos!, para atender a los cuales habría que vender hasta los cálices de la iglesia. Dios me ha dado mucho cariño hacia ellos, y le ruego que dé este mismo espíritu a la Compañía». (Sígueme XI/4, 675; conferencia 143, «Sobre la pobreza», 5 diciembre 1659).

En su mensaje con motivo de la primera Jornada Mundial de los Abuelos y los Ancianos, el Papa Francisco cita el «santo anciano que sigue rezando y trabajando por la Iglesia», el Papa emérito Benedicto XVI: «La oración de los ancianos puede proteger al mundo, ayudándole tal vez de manera más incisiva que la solicitud de muchos». El Papa Francisco añadió: «Esto lo dijo casi al final de su pontificado en 2012. Es hermoso. Tu oración es un recurso muy valioso: es un pulmón del que la Iglesia y el mundo no pueden privarse».

El Papa afirma igualmente: «no hay edad en la que puedas retirarte de la tarea de anunciar el Evangelio» y define la vocación de las personas mayores: «custodiar las raíces, transmitir la fe a los jóvenes y cuidar a los pequeños». (Mensaje del Papa Francisco con ocasión de la primera jornada mundial de los abuelos y de los mayores, 25 de julio de 2021).

En una serie de catequesis sobre la familia, el Papa Francisco dijo: «¡Los ancianos son la reserva sapiencial de nuestro pueblo! […] Debemos despertar el sentimiento colectivo de gratitud, aprecio y hospitalidad, para que los ancianos se sientan parte viva de su comunidad». Una sociedad que no sabe mostrar gratitud y afecto hacia los ancianos «es una sociedad perversa. La Iglesia, fiel a la Palabra de Dios, no puede tolerar esta degeneración».

«Donde no hay consideración hacia los ancianos, no hay futuro para los jóvenes». Además, «el anciano no es un enemigo. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, inevitablemente de todos modos, incluso si no lo pensamos. Y si no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros». (Papa Francisco, audiencia general, miércoles 4 marzo 2015).

Vicente entendió estos principios. En las Reglas comunes, las primeras Constituciones de la Congregación de la Misión, escribe:

«Como entre las obras que Jesucristo realizaba y que más frecuentemente encomendaba a los que enviaba a su viña, una de las más principales fuese el visitar a los enfermos, especialmente a los pobres, y el cuidar de ellos; por eso la Congregación tendrá especial cuidado de visitarlos y asistirles, con el consentimiento del Superior; y esto no solamente a nuestros enfermos, sino también a los extraños» (VI, 1).

«Cuando visitaren a algún enfermo, ya sea en casa, ya fuera, le considerarán, no como a un hombre, sino como al mismo Jesucristo, el cual asegura que a El se le presta entonces este servicio» (VI, 2).

San Vicente de Paúl también se dirigió igualmente a los propios enfermos con las siguientes palabras:

« Nuestros enfermos se persuadirán de que están en la enfermería y en la cama, no solo para curarse y recobrar la salud por medio de las medicinas, sino también para enseñar, como desde un púlpito, a lo menos con su buen ejemplo, las virtudes cristianas, especialmente la paciencia y conformidad con la voluntad divina, a fin de que de este modo sean para todos los que los visitaren y asistieren, buen olor de Jesucristo, de tal manera que su virtud se perfeccione con la enfermedad. » (VI, 3).

En este tiempo de Adviento, descubramos todos cada vez más en nuestras comunidades, familias y grupos el «tesoro vivo» que son nuestros enfermos y ancianos. Son la presencia viva de Jesús entre nosotros. Son Jesús, a quien debemos todo nuestro amor, todo el cuidado que humanamente podemos ofrecer. Siguen siendo nuestros maestros, nuestros modelos y nuestro apoyo en la construcción de un futuro brillante y esperanzador, porque es Jesús quien nos habla a través de ellos, indicándonos sobre qué bases estamos invitados a construir nuestros sueños, esperanzas y metas. No debemos sucumbir a la mentalidad de ciertos sectores de la sociedad que consideran a los ancianos y a los enfermos como los desechos de la sociedad: una vez pasado el fugaz momento de alegría, sólo queda la pena, la desilusión, la frustración y una vida sin sentido.

Vicente de Paúl, al convertirse en «místico de la Caridad», comprendió y vivió la relación con los enfermos y ancianos siguiendo el ejemplo de Jesús.

Que este tiempo de Adviento nos lleve a profundizar cada vez más en el mensaje de Jesús a los enfermos y a los ancianos, para que, al prepararnos para celebrar el nacimiento de nuestro Salvador, construyamos con ellos un futuro brillante y esperanzador a la luz de su presencia.

 

Su hermano en san Vicente,
Tomaž Mavrič, CM

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