Para comenzar, agradezco la respuesta que el P. Rolando hizo a mi segunda comunicación. No puedo estar más de acuerdo cuando dice: “No somos radicales porque nos consagramos a la misión, sino al revés, porque en un diálogo de nuestra libertad de creatura con la libertad del Creador, concluimos que este era nuestro camino, no queda otra opción que la radicalidad”. Ojalá esta radicalidad nos lleve, también, cuando sea necesario, a revisar nuestro lenguaje para ser más fieles al Evangelio de la Vocación.

Quisiera continuar mi reflexión en torno a la cultura vocacional para ver si podemos profundizar un tema bastante concreto, las diferencias generacionales. Y todavía más concretado: el envejecimiento de las provincias y el desafío que eso significa para una provincia a nivel vocacional.

Planteo al P. Rolando este tema porque me toca personalmente. En estos momentos vivo en una comunidad compuesta por 16 misioneros. El mayor tiene 99 años, el menor soy yo con 47. La edad media es de 82 años. El siguiente más joven, tras de mí, tiene 73 años; lo que supone una diferencia de 26 años. Pienso que mi situación no es algo anecdótico, muchos misioneros jóvenes o de mediana edad pueden encontrarse en situaciones parecidas a la mía, una comunidad envejecida, sin compañeros de la misma edad y con una gran brecha generacional. Soy consciente, también, de que esta no es la realidad de toda la Congregación; pero me he permitido mirar el catálogo online de la Congregación y clasificar las 37 provincias, las 4 vice-provincias y la realidad de la Curia con sus regiones y misiones internacionales por edades, y aparece que un 30% de ellas tienen una edad media de más de 60 años.

Clasificación de las provincias y vice-provincias por décadas en su edad media

Ecuador49,1Curitiba59,6USA – New England69,9Irlanda74,4
Fortaleza47,9China58,8Portugal68Zaragoza73,7
Mozambique47,7Rio de Janeiro56,7Italia66,1Curia y Misiones72,9
Etiopia46,7Eritrea56,5Eslovenia65,5San Vicente de Paúl71,6
India Norte46,5Perú56,4USA – Este65,3
Vietnam46Filipinas56,4Francia65,3
India Sur45,4México56Austria-Alemania64,2
Congo45,3Costa Rica55,9USA – Oeste64,1
Cirilo y Metodio45,3Polonia55,4Oceanía61,8
Nigeria44,3Argentina54,7
Camerún44Oriente54,4
América Central53,8
Colombia53,8
Madagascar53,3
Chile53
Puerto Rico52,1
Indonesia50,8
Eslovaquia50,2

 

Esta realidad nos cuestiona: ¿Cómo hacer para ser vinculantes con el mundo de hoy y responder a los desafíos cuando las comunidades ya parecen más bien ir en retirada por el envejecimiento del personal? ¿Cómo cuidar las vocaciones de los misioneros jóvenes para no “quemarlos” en el recargo de responsabilidades o la soledad que les toca vivir entre misioneros de edades muy distantes a las suyas?

El P. Rolando, en el capítulo V de su libro, Coordenadas para una cultura vocacional vicentina, nos ofrece cuatro coordenadas “que podrían dibujarse como un plano cartesiano, para interpretar hacia donde debe de moverse en cada realidad particular la propuesta de una Cultura Vocacional Vicentina” (p. 113). A saber: auténtico profetismo, radicalidad o extinción, rejuvenecer o esclerotizarse, el tiempo es superior al espacio.

Podemos ver cómo, en la tercera de sus coordenadas, nos habla de este tema del envejecimiento, poniéndonos ante un dilema: “las estructuras eclesiales y las fundaciones vicentinas dentro de ellas, solo tienen dos caminos: o se revitalizan desde Cristo, que ‘es la verdadera juventud de un mundo envejecido’ (CV 32), o simplemente nos encerramos en nuestras seguridades que nos vuelven mediocres, nos envejecen, comenzamos a padecer de esclerosis eclesial (Cf. CV 35), con mucho trabajo, a lo mejor, pero sin creatividad, sin capacidad de saborear la misión y con caras de vinagre que espantan a cualquier vocacionado” (p. 134).

Nuestro cohermano lo desarrolla, realizando tres propuestas que nos ayuden a aterrizar la cultura vocacional vicentina:

I. Revestirse del amor: Comienza con las palabras del Papa Francisco, “Jesús, el eternamente joven, quiere regalarnos un corazón siempre joven… nos invita a despojarnos del «hombre viejo» para revestirnos del hombre «joven» (cf. Col 3,9.10). Esto significa que la verdadera juventud es tener un corazón capaz de amar…” (CV 13). Y termina diciendo con rotundidad: “En definitiva, escuchar a los jóvenes nos ayuda a rejuvenecernos” (p. 135). Yo entiendo que esta propuesta va en la línea de la dimensión de la sensibilidad, y tiendo a pensar que, desde la oración, en el espacio de unos ejercicios espirituales, puede profundizarse en este revestimiento del amor. Pero el P. Rolando nos propone escuchar a los jóvenes. Le pregunto: ¿a qué jóvenes te estás refiriendo?, ¿en qué espacios hacerlo?, ¿sobre qué temas debemos escucharlos especialmente? ¿Cómo nos ayudará esta escucha a amar más?

II. Conversión misionera: Nuevamente, el autor, se pronuncia con rotundidad: “Vivir a la defensiva, sin ponernos los lentes de la cultura vocacional para confrontar nuestra manera de vivir y servir, podría convertirse en nuestro peor enemigo que nos esté atacando silenciosa y cómodamente. La conversión misionera es el estado propio de un carisma vicentino vivido con juventud” (p. 136). Tengo 25 años de vocación en la Congregación, y siempre recuerdo que la conversión misionera, la revisión de obras, ha estado en el centro de la reflexión de mi provincia; con lo que da la impresión de que esta propuesta la cumplimos cabalmente. Pero también tengo la sensación de que no conseguimos pasar de la mentalidad a la realidad, al estilo de vida. Además, encuentro ciertas reacciones, por las que me permito cuestionar al P. Rolando: ¿Quién y cómo debe realizar esta conversión misionera? Si es el Visitador quien impulsa fuertemente los cambios, rápidamente aparecen unas voces diciendo que se impone, que es autoritario. Si se deja este protagonismo a las Comunidades locales, la reacción suele ser de defensa a ultranza de la propia casa, que resulta ser la más misionera, la más vicenciana y la última que tiene que cerrarse en la provincia. Si se lleva la reflexión a la Asamblea provincial, en el peor de los casos no nos ponemos de acuerdo, o en el mejor sacamos un plan provincial, que queda después en papel mojado.

III. Soñar a lo grande: el autor nos hace fijarnos en nuestro fundador. “Sólo un soñador como Vicente de Paúl es capaz de inspirar a otros a dejarlo todo por invertir su vida en servir a los pobres, sin reconocimiento ni gloria. Solo una persona de grandes inspiraciones se puede haber atrevido a lanzar sus compañías, apenas nacientes en el siglo XVII, a viajar más allá de las fronteras y hasta fuera del continente. Vicente de Paúl siempre mantuvo esta juventud, aún con sus casi ochenta años, y los vicentinos del siglo XXI necesitamos revitalizar su capacidad de soñar” (p. 136). Me considero una persona soñadora. En el año que acabar de terminar realicé una propuesta de evangelización con jóvenes al Consejo provincial y tres propuestas a mi Superior; todas fueron rechazadas. Las razones no iban contra las propuestas, que se consideraron interesantes y alguna muy vicenciana, sino por la incertidumbre de la continuidad, ¿quién continuará ese proyecto, esa iniciativa, cuándo tú no estés? Aparece aquí, quizás, la cuestión más complicada: ¿cómo aunar las sensibilidades de los misioneros mayores y la de los jóvenes?

Quedo a la espera de la generosa respuesta del P. Rolando, sabiendo que no dispone de recetas mágicas que solucionen los problemas, sino confiando en que el diálogo y la reflexión común ayuden a un discernimiento tan necesario, como urgente.

Hno. Francisco Berbegal Vázquez, c.m.

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